Capítulo 23
LA GUERRA CONTRA TI
MISMO
Introducción
1. ¿No te das cuenta de que lo opuesto a la flaqueza y a la debilidad
es la impecabilidad? La inocencia es
fuerza, y nada más lo es. Los que están libres de pecado no pueden temer, pues
el pecado, de la clase que sea, implica debilidad. El alarde de fuerza del que
el ataque se quiere valer para encubrir la flaqueza no logra ocultarla, pues,
¿cómo se iba a poder ocultar lo que no es real? Nadie que tenga un enemigo es
fuerte, y nadie puede atacar a menos que crea tener un enemigo. Creer en
enemigos es, por lo tanto, creer en la debilidad, y lo que es débil no es la
Voluntad de Dios. Y al oponerse a Ésta, se ha vuelto el “enemigo” de Dios. Y
así, se teme a Dios, al considerársele una voluntad contraria.
2. ¡Qué extraña se vuelve en verdad esta guerra contra ti mismo! No
podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines del pecado
puede herirte y convertirse en tu enemigo. Y así, lucharás contra ello y
tratarás de debilitarlo, y creyendo haberlo logrado, atacarás de nuevo. Es tan
seguro que tendrás miedo de lo que atacas como que amarás lo que percibes libre
de pecado. Todo aquel que recorre con inocencia el camino que el amor le
señala, camina en paz. Pues el amor camina a su lado, resguardándolo del miedo.
Y lo único que ve son seres inocentes, incapaces de atacar.
3. Camina gloriosamente, con la cabeza bien alta, y no temas ningún
mal. Los inocentes se encuentran a salvo porque comparten su inocencia. No ven
nada que sea nocivo, pues su conciencia de la verdad libera a todas las cosas de
la ilusión de la nocividad. Y lo que parecía nocivo resplandece ahora ante su
inocencia, liberado del pecado y del miedo, y felizmente de vuelta al amor. Los
inocentes comparten la fortaleza del amor porque vieron la inocencia. Y todo
error desapareció porque no lo vieron. Quien busca la gloria la halla donde
ésta se encuentra. ¿Y dónde podría encontrarse sino en los inocentes?
4. No permitas que las pequeñas interferencias te arrastren a la
pequeñez. La culpabilidad no ejerce ninguna atracción en el estado de
inocencia. ¡Piensa cuán feliz es el
mundo por el que caminas con la verdad a tu lado! No renuncies a ese mundo de
libertad por un pequeño anhelo de aparente pecado ni por el más leve destello
de atracción que pueda ejercer la culpa. ¿Despreciarías el Cielo por causa de
esas insignificantes distracciones? Tu destino y tu propósito se encuentran
mucho más allá de ellas, en un lugar nítido donde no existe la pequeñez. Tu
propósito no se aviene con ninguna clase de pequeñez. De ahí que no se avenga
con el pecado.
5. No permitamos que la pequeñez haga caer al Hijo de Dios en la
tentación. Su gloria está más allá de toda pequeñez, al ser tan inconmensurable
e intemporal como la eternidad. No dejes que el tiempo enturbie tu visión de
él. No lo dejes solo y atemorizado en su tentación, sino más bien ayúdalo a que
la supere y a que perciba la luz de la que forma parte. Tu inocencia alumbrará
el camino a la suya, y así la tuya quedará protegida y se mantendrá en tu
conciencia. Pues ¿quién puede conocer su gloria y al mismo tiempo percibir lo pequeño
y lo débil en sí mismo? ¿Quién puede caminar temblando de miedo por un mundo
temible, y percatarse de que la Gloria del Cielo refulge en él?
6. No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. Contémplalo
amorosamente y ve la luz del Cielo en ello. Pues así es como llegarás a
comprender todo lo que se te ha dado. El mundo brillará y resplandecerá en
amoroso perdón, y todo lo que una vez considerabas pecaminoso será
reinterpretado ahora como parte integrante del Cielo. ¡Qué bello es caminar,
limpio, redimido y feliz por un mundo que tanta necesidad tiene de la redención
que tu inocencia vierte sobre él! ¿Qué
otra cosa podría ser más importante para ti? Pues he aquí tu salvación y tu
libertad. Y éstas tienen que ser absolutas para que las puedas reconocer.
I. Las creencias
irreconciliables
1. El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena. No puede
hacer acto de presencia allí donde hay conflicto, pues una mente en pugna
consigo misma no puede recordar la mansedumbre eterna. Los medios de la guerra no son los medios de
la paz, y lo que recuerda el belicoso no es amor. Si no se atribuyese valor a
la creencia en la victoria, la guerra sería imposible. Si estás en conflicto,
eso quiere decir que crees que el ego tiene el poder de salir triunfante. ¿Por
qué otra razón, si no, te ibas a identificar con él? Seguramente te habrás percatado
de que el ego está en pugna con Dios. Que el ego no tiene enemigo alguno, es
cierto. Mas es igualmente cierto que cree firmemente tener un enemigo al que
necesita vencer, y que lo logrará.
2. ¿No te das cuenta de que una guerra contra ti mismo sería una
guerra contra Dios? Y en una guerra así, ¿es concebible la victoria? Y si lo
fuese, ¿la desearías? La muerte de Dios, de ser posible, significaría tu
muerte. ¿Qué clase de victoria sería ésa? El ego marcha siempre hacia la
derrota porque cree que puede vencerte. No obstante, Dios sabe que eso no es posible. Eso no es una guerra, sino la descabellada
creencia de que es posible atacar y derrotar la Voluntad de Dios. Te puedes
identificar con esta creencia, pero jamás dejará de ser una locura. Y el miedo
reinará en la locura, y parecerá haber reemplazado al amor allí. Éste es el
propósito del conflicto. Y para aquellos que creen que es posible, los medios
parecen ser reales.
3. Ten por seguro que no es posible que Dios y el ego se puedan
encontrar, o tú y el ego. En apariencia lo haces y formas extrañas alianzas
basándote en premisas que no tienen sentido. Pues tus creencias convergen en el
cuerpo, el hogar elegido del ego, y al que tú también consideras como el tuyo.
Tu punto de encuentro es una equivocación: un error en cómo te consideras a ti
mismo. El ego se une a una ilusión de ti que tú compartes con él. Las
ilusiones, no obstante, no pueden unirse. Son todas lo mismo y no son nada. Su
unión está basada en lo que no es nada, pues dos de ellas están tan desprovistas
de sentido como una o mil. El ego no se une a nada, puesto que no es nada. Y la
victoria que anhela está tan desprovista de sentido como él mismo.
4. Hermano, la guerra contra ti mismo está llegando a su fin. El final
de la jornada se encuentra en el lugar de la paz. ¿No te gustaría aceptar la
paz que allí se te ofrece? Este “enemigo” contra el que has luchado como si
fuese un intruso a tu paz se transforma ahí, ante tus propios ojos, en el
portador de tu paz. Tu “enemigo” era
Dios Mismo, Quien no sabe de conflictos, victorias o ataques de ninguna clase. El
amor que te profesa es perfecto, absoluto y eterno. El Hijo de Dios en guerra
contra su Creador es una condición tan ridícula como lo sería la naturaleza
rugiéndole iracunda al viento, proclamando que él ya no forma parte de ella. ¿Cómo iba a poder la naturaleza decretar esto
y hacer que fuese verdad? Del mismo modo, no es a ti a quien le corresponde
decidir qué es lo que forma parte de ti y qué debe mantenerse aparte.
5. Esta guerra contra ti mismo se emprendió para enseñarle al Hijo de
Dios que él no es Quien realmente es, y que no es el Hijo de su Padre. A tal
fin, debe borrar de su memoria el recuerdo de Él. En la vida corporal dicho
recuerdo se olvida, y si piensas que eres un cuerpo, creerás haberlo olvidado.
Mas la verdad nunca puede olvidarse de sí misma, y tú no has olvidado lo que
eres. Solo una extraña ilusión de ti mismo, un deseo de derrotar lo que eres,
es lo que no se acuerda.
6. La guerra contra ti mismo no es más que una batalla entre dos
ilusiones que luchan para diferenciarse la una de la otra, creyendo que la que
triunfe será la verdadera. No existe conflicto alguno entre ellas y la verdad.
Ni tampoco son ellas diferentes entre sí. Ninguna de las dos es verdad. Por lo
tanto, no importa qué forma adopten. Lo que las engendró es una locura y no
pueden sino seguir formando parte de ello. La locura no representa ninguna
amenaza contra la realidad ni ejerce influencia alguna sobre ella. Las
ilusiones no pueden vencer a la verdad ni suponer una amenaza para ella en
absoluto. Y la realidad que niegan no forma parte de ellas.
7. Lo que tú recuerdas forma parte de ti. Pues no puedes sino ser tal
como Dios te creó. La verdad no lucha contra las ilusiones ni las ilusiones
luchan contra la verdad. Las ilusiones solo luchan entre ellas. Al estar fragmentadas,
fragmentan a su vez. Pero la verdad es indivisible y se encuentra mucho más
allá del limitado alcance de las ilusiones. Recordarás lo que sabes cuando
hayas comprendido que no puedes estar en conflicto. Una ilusión acerca de ti
mismo puede luchar contra otra, mas la guerra entre dos ilusiones es un estado
en el que nada ocurre. No hay ni vencedor ni victoria. Y la verdad se alza
radiante, más allá del conflicto, intacta y serena en la Paz de Dios.
8. Los conflictos solo pueden tener lugar entre dos fuerzas. No pueden
existir entre lo que es un poder y lo que no es nada. No hay nada que puedas
atacar que no forme parte de ti. Y al atacarlo das lugar a dos ilusiones de ti
mismo en conflicto entre sí. Y esto ocurre siempre que contemplas alguna
Creación de Dios de cualquier manera que no sea con amor. El conflicto es
temible, pues es la cuna del temor. Mas lo que ha nacido de la nada no puede
cobrar realidad mediante la pugna. ¿Por qué llenar tu mundo de conflictos
contigo mismo? Deja que toda esa locura quede des-hecha y vuélvete en paz al
recuerdo de Dios, el cual brilla aún en tu mente serena.
9. ¡Observa cómo desaparece el conflicto que existe entre las
ilusiones cuando se lleva ante la Verdad! Pues solo parece real si lo ves como
una guerra entre verdades conflictivas, en la que la vencedora es la más
cierta, la más real y la que derrota a la ilusión que era menos real, que al
ser vencida se convierte en una ilusión. Así pues, el conflicto es la elección
entre dos ilusiones, una a la que se coronará como real, y la otra que será
derrotada y despreciada. En esta situación el Padre jamás podrá ser recordado. Sin
embargo, no hay ilusión que pueda invadir Su hogar y alejarlo de lo que Él ama
eternamente. Y lo que Él ama no puede sino estar eternamente sereno y en paz
porque es Su hogar.
10. Tú, Su Hijo bienamado, no eres una ilusión, puesto que eres tan
real y tan santo como Él. La quietud de tu certeza acerca de Él y de ti mismo
es el hogar de Ambos, donde moráis como uno solo y no como entes separados. Abre
la puerta de Su santísimo hogar y deja que el perdón elimine todo vestigio de
la creencia en el pecado, la cual priva a Dios de Su hogar y a Su Hijo con Él. No
eres un extraño en la casa de Dios. Dale la bienvenida a tu hermano al hogar
donde Dios Mismo lo ubicó en serenidad y en paz, y donde mora con él. Las
ilusiones no tienen cabida allí donde mora el Amor, pues Éste te protege de
todo lo que no es verdad. Moras en una paz tan ilimitada como la de Aquel que
la creó, y a aquellos que quieren recordarlo a Él se les da todo. El Espíritu
Santo vela Su hogar, seguro de que su paz jamás puede ser perturbada.
11. ¿Cómo iba a ser posible que el santuario de Dios se volviera
contra sí mismo y tratase de subyugar al que allí mora? Piensa en lo que ocurre
cuando la morada de Dios se percibe a sí misma dividida: el altar desaparece,
la luz se vuelve tenue y el templo del Santísimo se convierte en la morada del
pecado. Y todo se olvida, salvo las ilusiones. Las ilusiones pueden estar en conflicto porque
sus formas son diferentes. Y batallan
únicamente para establecer qué forma es real.
12. Las ilusiones encuentran ilusiones; la verdad se encuentra a sí
misma. El encuentro de las ilusiones conduce a la guerra. Mas la paz se
extiende a sí misma al contemplarse a sí misma. La guerra es la condición en la
que el miedo nace, crece e intenta dominarlo todo. La paz es el estado donde
mora el amor y donde busca compartirse a sí mismo. La paz y el conflicto son
opuestos. Allí donde uno mora, el otro no puede estar; donde uno de ellos va,
el otro desaparece. Así es como el recuerdo de Dios queda nublado en las mentes
que se han convertido en el campo de batalla de las ilusiones. Mas Su recuerdo
brilla muy por encima de esta guerra insensata listo para ser recordado cuando
te pongas de parte de la paz.
II. Las leyes del
caos
1. Puedes llevar las “leyes” del caos ante la luz, pero nunca las
podrás entender. Las leyes caóticas no tienen sentido, por lo tanto, se
encuentran fuera de la esfera de la razón. No obstante, aparentan ser un
obstáculo para la razón y para la Verdad. Contemplémoslas, pues, detenidamente, para
poder ver más allá de ellas y entender lo que son y no lo que quieren probar. Es esencial que se entienda cuál es su
propósito porque su fin es crear caos y atacar la Verdad. Éstas son las leyes
que rigen el mundo que tú fabricaste. Sin embargo, no gobiernan nada ni
necesitan violarse; necesitan simplemente contemplarse y trascenderse.
2. La primera ley caótica es que la verdad es diferente para cada
persona. Al igual que todos estos principios, éste mantiene que cada cual es un
ente separado, con su propia manera de pensar que lo distingue de los demás.
Este principio procede de la creencia en una jerarquía de ilusiones: que
algunas son más importantes que otras y, por lo tanto, más reales. Cada cual
establece esto para sí mismo, y le confiere realidad atacando lo que otro
valora. Y el ataque se justifica porque los valores difieren, y los que tienen
distintos valores parecen ser diferentes y, por ende, enemigos.
3. Observa cómo parece ser esto un impedimento para el primer
principio de los milagros, pues establece grados de verdad entre las ilusiones,
haciendo que algunas parezcan ser más difíciles de superar que otras. Si uno
pudiese darse cuenta de que todas ellas son la misma ilusión y de que todas son
igualmente falsas, sería fácil entender entonces por qué razón los milagros se
aplican a todas ellas por igual. Cualquier clase de error puede ser corregido
precisamente porque no es cierto. Cuando se lleva ante la verdad en vez de ante
otro error, simplemente desaparece. Ninguna parte de lo que no es nada puede
ser más resistente a la verdad que otra.
4. La segunda ley del caos, muy querida por todo aquel que venera el
pecado, es que no hay nadie que no peque y, por lo tanto, todo el mundo merece
ataque y muerte. Este principio, estrechamente vinculado al primero, es la
exigencia de que el error merece castigo y no corrección. Pues la destrucción
del que comete el error lo pone fuera del alcance de la corrección y del
perdón. De este modo, interpreta lo que ha hecho como una sentencia irrevocable
contra sí mismo que ni siquiera Dios puede revocar. Los pecados no pueden ser
perdonados, al ser la creencia de que el Hijo de Dios puede cometer errores por
los cuales su propia destrucción se vuelve inevitable.
5. Piensa en las consecuencias que esto parece tener en la relación
entre Padre e Hijo. Ahora parece que nunca jamás podrán ser Uno otra vez. Pues
Uno de Ellos no puede sino estar por siempre condenado, y por el Otro. Ahora
son diferentes y, por ende, enemigos. Y Su relación es una de oposición, de la
misma forma en que los aspectos separados del Hijo convergen únicamente para
entrar en conflicto, mas no para unirse. Uno de ellos se debilita y el otro se
fortalece con la derrota del primero. Y su temor a Dios y el que se tienen
entre sí parece ahora razonable, pues se ha vuelto real por lo que el Hijo de
Dios se ha hecho a sí mismo y por lo que le ha hecho a su Creador.
6. En ninguna otra parte es más evidente la arrogancia en la que se
basan las leyes del caos que como sale a relucir aquí. He aquí el principio que
pretende definir lo que debe ser el Creador de la Realidad. Lo que debe pensar
y lo que debe creer, y creyéndolo, cómo
debe responder. Ni siquiera se considera necesario preguntarle si eso que se ha
decretado que son Sus creencias es verdad. Su Hijo le puede decir lo que ésta
es, y la única alternativa que Le queda es aceptar la palabra de Su Hijo o
estar equivocado. Esto conduce directamente a la tercera creencia descabellada
que hace que el caos parezca ser eterno. Pues si Dios no puede estar
equivocado, tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí
mismo y odiarlo por ello.
7. Observa cómo este tercer principio refuerza el temor a Dios. Ahora
se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, pues se ha
convertido en el “enemigo” que la causó y no sirve de nada recurrir a Él. La salvación tampoco puede encontrarse en el
Hijo, ya que cada uno de sus aspectos parece estar en pugna con el Padre, y
siente que su ataque está justificado. Ahora el conflicto se ha vuelto
inevitable e inaccesible a la ayuda de Dios. Pues ahora la salvación jamás será
posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo.
8. No hay manera de librarse o escapar. La Expiación se convierte en
un mito, y lo que la Voluntad de Dios dispone es la venganza, no el perdón. Desde allí donde todo esto se origina, no se
ve nada que pueda ser realmente una ayuda. Solo la destrucción puede ser el
resultado final. Y Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de la destrucción
para derrotar a Su Hijo. No pienses que el ego te va a ayudar a escapar de lo
que él desea para ti. Ésa es la función de este curso, que no le concede ningún
valor a lo que el ego tiene en gran estima.
9. El ego atribuye valor únicamente a aquello de lo que se apropia. Esto conduce a la cuarta ley del caos, que, si
las demás son aceptadas, no puede sino ser verdad. Esta supuesta ley es la creencia de que haces
tuyo aquello de lo que te apropias. De
acuerdo con esa ley, la pérdida de otro es tu ganancia y, por consiguiente, no
reconoce el hecho de que nunca puedes quitarle nada a nadie, excepto a ti
mismo. Mas las otras tres leyes no pueden sino conducir a esto. Pues los que
son enemigos no se conceden nada de buen grado el uno al otro ni procuran compartir
las cosas que valoran. Y lo que tus enemigos ocultan de ti debe ser algo que
vale la pena poseer, ya que lo mantienen oculto de ti.
10. Todos los mecanismos de la locura se hacen patentes aquí: el
“enemigo” que se fortalece al mantener oculto el valioso legado que debería ser
tuyo; la postura que adoptas y el ataque que infliges, los cuales están
justificados por razón de lo que se te ha negado; y la pérdida inevitable que
el enemigo debe sufrir para que tú te puedas salvar. Así es como los culpables
declaran su inocencia. Si el
comportamiento inescrupuloso del enemigo no los forzara a este vil ataque, solo
responderían con bondad. Pero en un
mundo despiadado los bondadosos no pueden sobrevivir, de modo que tienen que
apropiarse de todo cuanto puedan o dejar que otros se apropien de lo que es
suyo.
11. Y ahora queda una vaga pregunta por contestar, que aún no ha sido “explicada”.
¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro
oculto que con justa indignación debe arrebatársele a éste el más pérfido y
astuto de los enemigos? Debe de ser lo
que siempre has anhelado, pero nunca hallaste. Y ahora “entiendes” la razón de
que nunca lo encontraras. Este enemigo te lo había arrebatado y lo ocultó donde
jamás se te habría ocurrido buscar. Lo ocultó en su cuerpo, haciendo que éste
sirviera de refugio para su culpa, de escondrijo de lo que es tuyo. Ahora su
cuerpo se tiene que destruir y sacrificar para que tú puedas tener lo que te
pertenece. La traición que él ha cometido exige su muerte para que tú puedas
vivir. Y así, solo atacas en defensa propia.
12. Pero ¿qué es eso que deseas que exige su muerte? ¿Cómo puedes
estar seguro de que tu ataque asesino está justificado, a menos que sepas cuál
es su propósito? Aquí es donde el “último” principio del caos acude en tu
“auxilio”. Este principio alega que hay un substituto para el amor. Ésta es la
magia que curará todo tu dolor, el elemento que falta que curaría tu locura. Ésa
es la razón de que tengas que atacar. He aquí lo que hace que tu venganza esté
justificada. He aquí, revelado, el regalo secreto del ego, arrancado del cuerpo
de tu hermano donde se había ocultado con malicia y con odio hacia aquel a
quien verdaderamente le pertenece. Él te quiere privar de ese ingrediente
secreto que le daría significado a tu vida. El substituto del amor, nacido de
su mutua enemistad, tiene que ser la salvación. Y no tiene substituto, pues solo
hay uno. Y así, el propósito de todas tus relaciones es apropiarte de él y
convertirte en su dueño.
13. Mas nunca podrás poseerlo del todo. Y tu hermano jamás cesará de
atacarte por lo que le robaste. La venganza de Dios contra los dos tampoco
cesará, pues en Su locura Él tiene también que poseer ese substituto del amor y
destruirlos a ambos. Tú que crees ser cuerdo y caminar por tierra firme en un
mundo en el que se puede encontrar significado, considera lo siguiente: Éstas
son las leyes en las que parece basarse tu “cordura”. Éstos son los principios
que hacen que el suelo que pisas parezca firme. Y es ahí donde tratas de
encontrar significado. Ésas son las leyes que promulgaste para tu salvación. Apoyan
firmemente al substituto del Cielo que prefieres. Ése es su propósito, pues
para eso es para lo que fueron promulgadas. No tiene objeto preguntar qué
significado tienen. Eso es obvio. Los medios de la locura no pueden sino ser
dementes. ¿Estás tú igualmente seguro de que comprendes que su objetivo es la
locura?
14. Nadie desea la locura, ni nadie se aferra a su propia locura si ve
que eso es lo que es. Lo que protege a la locura es la creencia de que es la
verdad. Usurpar el lugar de la verdad es la función de la demencia. Y para
poder creer en ella tiene que considerarse la verdad. Y si es la verdad,
entonces su opuesto, que antes era la verdad, tiene que ser ahora la locura.
Tal inversión, en la que todo está completamente al revés; en la que la
demencia es cordura, las ilusiones verdad, el ataque bondad, el odio amor y el
asesinato bendición, es el objetivo que persiguen las leyes del caos. Ésos son
los medios que hacen que las Leyes de Dios parezcan estar invertidas. Ahí las
leyes del pecado parecen mantener cautivo al amor y haber puesto al pecado en
libertad.
15. Ésos no parecen ser los objetivos del caos, pues gracias a la gran
inversión parecen ser las leyes del orden. ¿Cómo podría ser de otra manera? El
caos es la ausencia total del orden y de leyes. Para que se pueda creer en él,
sus aparentes leyes tienen que percibirse como reales. Su objetivo de demencia tiene
que verse como cordura. Y el miedo, con labios mortecinos y ojos que no ven,
obcecado y de aspecto horrible, es elevado al trono del amor, su moribundo
conquistador, su substituto, el que te salva de la salvación. ¡Cuán bella hacen
lucir a la muerte las leyes del miedo! Dale gracias al héroe que se sentó en el
trono del amor y que salvó al Hijo de Dios para entregárselo al miedo y a la
muerte.
16. Sin embargo, ¿cómo es posible que se pueda creer en semejantes
leyes? Hay un extraño mecanismo que hace que ello sea posible. Es algo que nos resulta familiar, pues hemos
visto en innumerables ocasiones cómo parece funcionar. En realidad no funciona
en absoluto, mas en sueños, donde los protagonistas principales son solo sombras,
parece ser muy poderoso. Ninguna de las leyes del caos podría coaccionar a
nadie a que creyese en ella, si no fuera por el énfasis que se pone en la forma
y por el absoluto desprecio que se hace del contenido. Nadie que crea que una
sola de estas leyes es verdad se da cuenta de lo que estipula. Algunas de las
formas que adoptan parecen tener sentido, pero eso es todo.
17. ¿Cómo es posible que algunas formas de asesinato no signifiquen
muerte? ¿Puede acaso un ataque, sea cual sea la forma en que se manifieste, ser
amor? ¿Qué forma de condena podría ser una bendición? ¿Quién puede incapacitar
a su salvador y hallar la salvación? No dejes que la forma que adopta el ataque
contra tu hermano te engañe. No puedes intentar herirlo y al mismo tiempo
salvarte. ¿Quién puede estar a salvo del ataque atacándose a sí mismo? ¿Cómo
iba a importar la forma en que se manifiesta esta locura? Es un juicio que se
derrota a sí mismo, al condenar lo que afirma querer salvar. No te dejes
engañar cuando la locura adopte una forma que a ti te parece hermosa. Lo que
está empeñado en destruirte no es tu amigo.
18. Sostienes—y piensas que es verdad—que no crees en estas leyes
insensatas ni que tus acciones están basadas en ellas. Pues cuando examinas de
cerca lo que postulan, ves que no se puede creer en ellas. Hermano, crees en ellas.
Pues de no ser así, ¿cómo podrías percibir la forma que adoptan, con semejante
contenido? ¿Podría acaso ser sostenible cualquiera de las formas que adoptan? Sin
embargo, crees en ellas debido a la forma que adoptan y no adviertes el
contenido. Éste nunca cambia. ¿Puedes acaso darle vida a un esqueleto pintando
sus labios de color rosado, vistiéndolo de punta en blanco, acariciándolo y
mimándolo? ¿Y puede acaso satisfacerte la ilusión de que estás vivo?
19. Fuera del Cielo no hay vida. La vida se encuentra allí donde Dios
la creó. En cualquier otro estado que no sea el Cielo la vida no es más que una
ilusión. En el mejor de los casos parece vida, en el peor, muerte. Ambos son,
no obstante, juicios acerca de lo que no es la vida, idénticos en su inexactitud
y falta de significado. Fuera del Cielo la vida es imposible, y lo que no se
encuentra en el Cielo no se encuentra en ninguna parte. Fuera del Cielo lo
único que hay es un conflicto de ilusiones, de todo punto insensato, imposible
y más allá de la razón, aunque se percibe como un eterno impedimento para
llegar al Cielo. Las ilusiones no son sino formas. Su contenido nunca es
verdad.
20. Las leyes del caos gobiernan todas las ilusiones. Las formas que
éstas adoptan entran en conflicto, haciendo que parezca posible concederle más
valor a unas que a otras. Sin embargo, cada ilusión se basa, al igual que todas
las demás, en la creencia de que las leyes del caos son las leyes del orden. Cada
una de ellas apoya dichas leyes completamente y ofrece un testimonio inequívoco
de que son verdad. Las formas de ataque que en apariencia son más benévolas no
son menos inequívocas en su testimonio o en sus resultados. Es indudable que el
miedo que engendran las ilusiones se debe a las creencias que las originan y no
a su forma. Y la falta de fe en el amor, sea cual sea la forma en que se
manifieste, da testimonio de que el caos es la realidad.
21. La fe en el caos es la consecuencia inevitable de la creencia en
el pecado. El que sea una consecuencia es lo que hace que parezca ser una
conclusión lógica, un paso válido en el pensamiento ordenado. Los pasos que
conducen al caos proceden metódicamente desde su punto de partida. Cada uno de
ellos se manifiesta de forma diferente en el proceso de invertir la verdad, y
conduce aún más profundamente al terror y más allá de ella. No pienses que un
paso es más corto que otro, ni que el retorno desde uno de ellos es más fácil
que desde otro. En cada uno de ellos reside el descenso desde el Cielo en su
totalidad. Y allí donde tu pensamiento empieza, allí mismo tiene que terminar.
22. Hermano, no des ni un solo paso en el descenso hacia el infierno. Pues
una vez que hayas dado el primero, no podrás reconocer el resto como lo que
son. Y cada uno de ellos seguirá al primero. Cualquier forma de ataque te
planta en la tortuosa escalera que te aleja del Cielo. Sin embargo, en
cualquier instante todo esto se puede des-hacer. ¿Cómo puedes saber si has
elegido las escaleras que llevan al Cielo o el camino que conduce al infierno?
Muy fácilmente. ¿Cómo te sientes? ¿Estás
en paz? ¿Tienes certeza con respecto a tu camino? ¿Estás seguro de que el Cielo
se puede alcanzar? Si la respuesta es no, es que caminas solo. Pídele entonces
a tu Amigo que se una a ti y te dé certeza con respecto a qué camino seguir.
III. Salvación sin
transigencias
1. ¿No es cierto acaso que no reconoces algunas de las formas en las
que el ataque se puede manifestar? Si es cierto que el ataque en cualquiera de
sus formas te hará daño, y que te hará tanto daño como lo haría cualquiera de
las formas que sí reconoces, entonces se puede concluir que no siempre
reconoces la fuente del dolor. Cualquier forma de ataque es igualmente destructiva.
Su propósito es siempre el mismo. Su única intención es asesinar, y ¿qué forma
de asesinato puede encubrir la inmensa culpabilidad y el terrible temor a ser
castigado que el asesino no puede por menos que sentir? Puede que niegue ser un
asesino y que justifique su infamia con sonrisas mientras la comete. Sin
embargo, sufrirá y verá sus intenciones en pesadillas en las que las sonrisas
habrán desaparecido, y en las que su propósito sale al encuentro de su
horrorizada conciencia para seguir acosándolo. Pues nadie que piense en
asesinar puede escaparse de la culpabilidad que dicho pensamiento conlleva. Si
la intención del ataque es la muerte, ¿qué importa la forma que adopte?
2. ¿Podría cualquier forma de muerte, por muy hermosa y caritativa que
parezca, ser una bendición y un signo de que la Voz que habla por Dios le está
hablando a tu hermano a través de ti? La envoltura no hace el regalo. Una caja
vacía, por muy bella que sea y por mucha gentileza que se tenga al darse, sigue
estando vacía. Y tanto el que la recibe
como el que la da no podrían seguir engañándose por mucho más tiempo. Niégale
el perdón a tu hermano y lo estarás atacando. No le estarás dando nada y solo
recibirás de él lo que le diste.
3. La salvación no transige en absoluto. Transigir es aceptar
únicamente una parte de lo que quieres: es tomar solo un poco y renunciar al
resto. La salvación no renuncia a nada. Se les concede a todos enteramente. Si
se le permite la entrada a la idea de transigir, se pierde la conciencia del
propósito de la salvación porque no se reconoce. Dicho propósito se niega
cuando la idea de transigir se ha aceptado, pues es la creencia de que la
salvación es imposible. La idea de transigir mantiene que puedes atacar un
poco, amar un poco, y ser consciente de la diferencia. De esta manera, pretende
enseñar que un poco de lo mismo puede ser diferente y, al mismo tiempo, permanecer
intacto, cual uno solo. ¿Tiene sentido esto? ¿Es acaso comprensible?
4. Este curso es fácil precisamente porque no transige en absoluto. Aun
así, parece ser difícil para aquellos que todavía creen que es posible
transigir. No se dan cuenta de que si lo fuera, la salvación sería un ataque.
Es indudable que la creencia de que la salvación es imposible no puede
propiciar la calmada y serena certeza de que ésta ha llegado. El perdón no se
puede negar solo un poco. Tampoco es posible atacar por una razón y amar por
otra, y entender lo que es el perdón. ¿No te gustaría poder reconocer lo que
constituye un asalto a tu paz si ésa es la única manera de no perderla de
vista? Si no la defiendes, puedes mantenerla brillando ante tu visión,
eternamente diáfana y sin jamás perderla de vista.
5. Los que creen que es posible defender la paz y que está justificado
atacar en su nombre, no pueden percibir que la paz se encuentra dentro de
ellos. ¿Cómo iban a saberlo? ¿Cómo iban a poder aceptar el perdón y al mismo
tiempo seguir albergando la creencia de que algunas formas de asesinato
mantienen la paz a salvo? ¿Cómo iban a estar dispuestos a aceptar el hecho de
que su brutal propósito va dirigido contra ellos mismos? Nadie se une a su enemigo
ni comparte su propósito. Y nadie transige con un enemigo sin seguir odiándolo
por razón de lo que éste le privó.
6. No confundas una tregua con la paz ni la transigencia con el escape
del conflicto. Haber sido liberado del conflicto significa que éste ha cesado. La
puerta está abierta; te has retirado del campo de batalla. No te has quedado
allí con la esperanza cobarde de que el conflicto no se reanude solo porque los
cañones se han acallado por un momento y el miedo que asola el lugar de la
muerte no es evidente. En un campo de batalla no hay seguridad. Lo puedes contemplar
a salvo desde lo alto sin que te afecte. Pero dentro de él no puedes encontrar
ninguna seguridad. Ni uno solo de los árboles que aún quedan en pie puede
ofrecerte cobijo. Ni una sola fantasía de protección puede servir de escudo contra
la fe en el asesinato. He aquí el cuerpo, vacilando entre el deseo natural de
comunicarse y la intención antinatural de asesinar y de morir. ¿Crees que puede
haber alguna forma de asesinato que ofrezca seguridad? ¿Podría acaso la culpa
estar ausente de un campo de batalla?
IV. Por encima del
campo de batalla
1. No sigas estando en conflicto, pues sin ataque no puede haber
guerra. Tenerle miedo a Dios es tenerle miedo a la vida, no a la muerte. Sin
embargo, Dios sigue siendo el único refugio. En Él no hay ataques ni el Cielo
se ve acechado por ninguna clase de ilusión. El Cielo es completamente real. En
él las diferencias no tienen cabida, y lo que es lo mismo no puede estar en
conflicto. No se te pide que luches contra tu deseo de asesinar. Pero sí se te
pide que te des cuenta de que las formas que dicho deseo adopta encubren la
intención del mismo. Y es eso lo que te asusta, no la forma que adopta. Lo que
no es amor es asesinato. Lo que no es amoroso no puede sino ser un ataque. Toda
ilusión es un asalto contra la verdad y cada una de ellas es una agresión
contra la idea del amor porque éste parece ser tan verdadero como ellas.
2. Mas ¿qué puede ser igual a la verdad y sin embargo diferente? El asesinato y el amor son incompatibles. Si ambos fueran ciertos, tendrían entonces que
ser lo mismo e indistinguibles el uno del otro. Y así deben serlo para aquellos que ven al
Hijo de Dios como un cuerpo. Pero no es el cuerpo lo que es como el Creador del
Hijo. Y lo que carece de vida no puede ser el Hijo de la Vida. ¿Puede acaso el
cuerpo extenderse hasta abarcar todo el universo? ¿Puede acaso crear y ser lo
que crea? ¿Y puede ofrecerle a sus
creaciones todo lo que él es sin jamás sufrir pérdida alguna?
3. Dios no comparte Su función con un cuerpo. Él le encomendó a Su
Hijo la función de crear porque es la Suya Propia. Creer que la función del
Hijo es asesinar no es un pecado, pero sí es una locura. Lo que es lo mismo no
puede tener una función diferente. La Creación es el medio por el que Dios se
extiende a Sí Mismo, y lo que es Suyo no puede sino ser de Su Hijo también. Pues,
o bien el Padre y el Hijo son asesinos o bien ninguno lo es. La Vida no crea a
la muerte, puesto que solo puede crear a Semejanza Propia.
4. La hermosa luz de tu relación es como el Amor de Dios. Mas aún no
puede asumir la sagrada función que Dios le encomendó a Su Hijo, puesto que
todavía no has perdonado a tu hermano completamente y, por ende, el perdón no
se puede extender a toda la Creación. Toda forma de asesinato y ataque que
todavía te atraiga y que aún no hayas reconocido como lo que realmente es,
limita la curación y los milagros que tienes el poder de extender a todo el
mundo. Aun así, el Espíritu Santo sabe cómo multiplicar tus pequeñas ofrendas y
hacerlas poderosas. Sabe también como elevar tu relación por encima del campo
de batalla para que ya no se encuentre más en él. Esto es lo único que tienes
que hacer: reconocer que cualquier forma de asesinato no es tu voluntad. Tu
propósito ahora es pasar por alto el campo de batalla.
5. Elévate, y desde un lugar más alto, contémplalo. Desde ahí tu perspectiva
será muy diferente. Aquí, en medio de él, ciertamente parece real. Aquí has
elegido ser parte de él. Aquí tu elección es asesinar. Mas desde lo alto eliges
los milagros en vez del asesinato. Y la perspectiva que procede de esta
elección te muestra que la batalla no es real y que es fácil escaparse de ella.
Los cuerpos pueden batallar, pero el choque entre formas no significa nada. Y
éste cesa cuando te das cuenta de que nunca tuvo comienzo. ¿Cómo ibas a poder
percibir una batalla como inexistente si participas en ella? ¿Cómo ibas a poder
reconocer la verdad de los milagros si el asesinato es tu elección?
6. Cuando la tentación de atacar se presente para nublar tu mente y
volverla asesina, recuerda que puedes ver la batalla desde más arriba. Incluso
cuando se presenta en formas que no reconoces, conoces las señales: una punzada
de dolor, un ápice de culpa, pero sobre todo, la pérdida de la paz. Conoces esto muy bien. Cuando se presenten, no
abandones tu lugar en lo alto, sino elige inmediatamente un milagro en vez del
asesinato. Y Dios Mismo, así como todas las luces del Cielo, se inclinarán tiernamente
ante ti para apoyarte. Pues habrás elegido permanecer donde Él quiere que
estés, y no hay ilusión que pueda atacar la Paz de Dios cuando Él está junto a
Su Hijo.
7. No contemples a nadie desde dentro del campo de batalla, pues lo
estarías viendo desde un lugar que no existe. No tienes un punto de referencia
desde el que observar y desde el que lo que ves pueda tener significado. Pues solo
los cuerpos pueden atacar y asesinar, y si éste es tu propósito, eso quiere
decir que eres un cuerpo. Solo los propósitos unifican, y aquellos que
comparten un mismo propósito son de un mismo pensar. El cuerpo de por sí no
tiene propósito alguno y no puede sino ser algo solitario. Desde abajo, no se
puede trascender. Pero desde arriba, las limitaciones que les impone a aquellos
que todavía batallan desaparecen y se hace imposible percibirlas. El cuerpo se
interpone entre el Padre y el Cielo que Él creó para Su Hijo precisamente
porque no tiene ningún propósito.
8. Piensa en lo que se les concede a los que comparten el propósito de
su Padre sabiendo que es también el suyo: no tienen necesidad de nada;
cualquier clase de pesar es inconcebible; son conscientes únicamente de la luz
que aman y solo el amor brilla sobre ellos para siempre. El amor es su pasado,
su presente y su futuro: siempre el mismo, eternamente pleno y completamente
compartido. Saben que es imposible que su felicidad pueda jamás sufrir cambio
alguno. Tal vez pienses que en el campo de batalla todavía hay algo que puedes
ganar. Sin embargo, ¿podría ser eso algo que te ofreciese una calma perfecta y
una sensación de amor tan profunda y serena que ninguna sombra de duda pudiera
jamás hacerte perder la certeza? ¿Y podría ser algo que durase eternamente?
9. Los que son conscientes de la Fortaleza de Dios jamás podrían
pensar en batallas. ¿Qué sacarían con ello sino la pérdida de su perfección? Pues
todo aquello por lo que se lucha en el campo de batalla tiene que ver con el
cuerpo: con algo que éste parece ofrecer o poseer. Nadie que sepa que lo tiene
todo podría buscarse limitaciones ni valorar las ofrendas del cuerpo. La
insensatez de la conquista resulta evidente desde la serena esfera que se
encuentra por encima del campo de batalla. ¿Qué puede estar en conflicto con lo
que lo es todo? ¿Y qué hay que, ofreciendo menos, pudiera ser más deseable? ¿A
quién que esté respaldado por el Amor de Dios podría resultarle difícil elegir
entre los milagros y el asesinato?
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