Capítulo 24
EL DESEO DE SER
ESPECIAL
Introducción
1. No olvides que la motivación de este curso es alcanzar y conservar
el estado de paz. En ese estado la mente se acalla y se alcanza la condición en
la que se recuerda a Dios. No es necesario que Le digas lo que debe hacer. Él
no fallará. Allí donde puede entrar, Él ya ha entrado. ¿Cómo no iba a poder
entrar allí donde es Su Voluntad estar? Alcanzarás la paz porque ésa es Su
Voluntad. ¿Crees que una sombra puede frenar la Voluntad que mantiene al universo
a salvo? Dios no tiene que contemporizar con las ilusiones para ser lo que es.
Ni Su Hijo tampoco. Ellos simplemente son. ¿Y qué ilusión que en su vagar
parezca flotar e interponerse entre Ellos tiene el poder de invalidar los
designios de Su Voluntad conjunta?
2. Aprender este curso requiere que estés dispuesto a cuestionar cada
uno de los valores que abrigas. Ni uno solo debe quedar oculto y encubierto,
pues ello pondría en peligro tu aprendizaje. Ninguna creencia es neutra. Cada
una de ellas tiene el poder de dictar cada decisión que tomas. Pues una
decisión es una conclusión basada en todo lo que crees. Es el resultado de lo
que se cree y emana de ello tal como el sufrimiento es la consecuencia
inevitable de la culpa, y la libertad, de la falta de pecado. La paz no tiene
substitutos. No hay alternativa para lo que Dios crea. La verdad surge de lo
que Él sabe. Y así como toda la Creación
surgió en Su Mente por razón de lo que Él sabe, del mismo modo tus decisiones
proceden de tus creencias.
I. El deseo de ser
especial: el substituto del amor
1. El amor es extensión. Negarte a dar un regalo—por insignificante
que sea—es no conocer el propósito del amor. El amor lo da todo eternamente. Si
retienes una sola creencia, una sola ofrenda, el amor desaparece, pues has
pedido que un substituto ocupe su lugar. Y ahora la pugna—el substituto de la
paz—no puede sino acompañar a la única alternativa que puedes elegir en lugar
del amor. El que la hayas elegido es lo que le confiere toda la realidad que
parece tener.
2. Las creencias nunca se atacarán unas a otras abiertamente, ya que
es imposible que se puedan producir desenlaces conflictivos. Mas una creencia
que no se haya reconocido es una decisión de batallar en secreto, en la que los
resultados del conflicto se mantienen ocultos y nunca se llevan ante la razón para
ver si son sensatos o no. Y son muchos los resultados insensatos que se han
obtenido y muchas las decisiones absurdas que se han tomado que ahora se han
convertido en creencias a las que se les ha otorgado el poder de determinar las
decisiones subsiguientes. No subestimes el poder que tienen estos guerreros ocultos
para destruir tu paz. Pues ésta se encuentra a su merced mientras tu decisión
de dejarla en sus manos siga en pie. Los enemigos secretos de la paz—tu más
mínima decisión de elegir el ataque en vez del amor—se encuentran ahí por tu
propia elección, sin ser reconocidos y prestos a desafiarte a combatir y a
llevarte a una violencia mucho más grande de lo que te puedas imaginar. No
niegues su presencia ni sus terribles resultados. Lo único que se puede negar
es su realidad, no sus consecuencias.
3. La única creencia que se mantiene celosamente oculta y que se
defiende aunque no se reconoce, es la fe en ser especial. Esto se manifiesta de muchas formas, pero
siempre choca con la realidad de la Creación de Dios y con la grandeza con la
que Él dotó a Su Hijo. ¿Qué otra cosa podría justificar el ataque? ¿Quién
podría odiar a alguien cuyo Ser es el suyo propio y a Quien conoce? Solo los
que se creen especiales pueden tener enemigos, pues creen ser diferentes y no
iguales. Y cualquier clase de diferencia impone diferentes órdenes de realidad
y una ineludible necesidad de juzgar.
4. Lo que Dios creó no puede ser atacado, pues no hay nada en el
universo que sea diferente de ello. Lo que es diferente, sin embargo, exige
juicios, y éstos tienen que proceder de alguien que es “mejor”, alguien incapaz
de ser como aquel a quien condena, alguien “superior” a él y, en comparación,
inocente. Y así, el deseo de ser especial se convierte simultáneamente en un
medio y en un fin. Pues ser especial no solo separa, sino que también sirve
como base desde la que el ataque contra los que parecen ser “inferiores”, es
“natural” y “justo”. Los que se creen especiales se sienten débiles y frágiles
debido a las diferencias, pues lo que los hace especiales es su enemigo. Sin
embargo, ellos lo protegen y lo llaman “amigo”. Luchan por él contra todo el
universo, pues no hay nada en el mundo que sea más valioso para ellos.
5. El deseo de ser especial es el gran dictador de las decisiones
erróneas. He aquí la gran ilusión de lo que tú eres y de lo que tu hermano es. Y
he aquí también lo que hace que se ame al cuerpo y se le considere algo que
vale la pena conservar. Ser especial es
una postura que requiere defensa. Las ilusiones la pueden atacar y es indudable
que lo hacen. Pues aquello en lo que tu hermano se tiene que convertir para que
tú puedas seguir siendo especial es una ilusión. Hay que atacar a aquel que es
“peor” que tú, de forma que tu especialismo pueda perpetuarse a costa de su
derrota. Pues ser especial supone un triunfo, y esa victoria constituye la
derrota y humillación de tu hermano. ¿Cómo iba a poder vivir con el fardo de
todos tus pecados sobre él? ¿Y quién, sino tú, es su conquistador?
6. ¿Podrías odiar a tu hermano si fueses igual que él? ¿Podrías
atacarlo si te dieras cuenta de que caminas con él hacia una misma meta? ¿No
harías todo lo posible por ayudarlo a alcanzarla si percibieras que su triunfo
es el tuyo propio? Tu deseo de ser especial te convierte en su enemigo; pero en
un propósito compartido, eres su amigo. Ser especial jamás se puede compartir,
pues depende de metas que solo tú puedes alcanzar. Y él jamás debe alcanzarlas,
pues de otro modo tu meta se vería en peligro. ¿Qué significado puede tener el
amor allí donde el objetivo es triunfar? ¿Y qué decisión puede tomarse en favor
de ese objetivo que no acabe perjudicándote?
7. Tu hermano es tu amigo
porque su Padre lo creó semejante a ti. No hay diferencia alguna entre ustedes. Se te ha dado tu hermano para que el amor se
pueda extender, no para que se lo niegues. Lo que no das, lo pierdes. Dios se
dio a Sí Mismo a ustedes dos, y recordar
esto es el único propósito que comparten ahora. Por lo tanto, es el único
propósito que tienen. ¿Podrían atacarse el uno al otro si decidieran no
permitir que el deseo de ser especial se interpusiera entre ustedes? Observa
imparcialmente qué es lo que hace que no aceptes a tu hermano del todo o lo que
te lleva a pensar que quizá te convendría más estar separados. ¿No es siempre
acaso tu creencia de que tu sensación de ser especial se ve menoscabada por su
relación? ¿Y no es éste el “enemigo” que hace que cada uno de ustedes sea una
ilusión para el otro?
8. Tu temor a Dios y a tu hermano procede de cada creencia de ser
especial que aún no has reconocido. Pues exiges que tu hermano se postre ante ella
en contra de su voluntad. Y Dios Mismo tiene que honrarla o pagar las
consecuencias. Todo vestigio de malicia, toda punzada de odio y todo deseo de
perpetuar la separación nace ahí. Pues en este punto el propósito que compartes
con tu hermano queda velado de sus conciencias. Te resistes a aceptar este
curso porque te enseña que tú y tu hermano son iguales. No tienen ningún
propósito que no sea el mismo ni ninguno que su Padre no comparta con ustedes.
Pues se ha eliminado de su relación todo objetivo de ser especial. ¿Destruirías
ahora el objetivo de santidad que el Cielo le confirió? ¿Qué perspectiva puede
tener el que se cree especial que no cambie con cada aparente golpe, con cada
afrenta o con cada juicio que se imagina ha sido emitido contra él?
9. Los que se creen especiales se ven obligados a defender las ilusiones
contra la Verdad, pues ¿qué otra cosa es el deseo de ser especial sino un
ataque contra la Voluntad de Dios? No amas a tu hermano mientras eso sea lo que
defiendes en su contra. Esto es lo que él ataca y lo que tú proteges. He aquí
el motivo de la batalla que libras contra él. Ahí él no puede sino ser tu
enemigo, no tu amigo. Jamás podrá haber paz entre los que son diferentes. Mas
él es tu amigo precisamente porque son lo mismo.
II. La perfidia de
creerse especial
1. Hacer comparaciones es necesariamente un mecanismo del ego, pues el
amor nunca las hace. Creerse especial siempre conlleva hacer comparaciones. Pues
se establece al ver una falta en otro, y se perpetúa al buscar y mantener
claramente a la vista cuanta falta se pueda encontrar. Esto es lo que persigue
el especialismo, y esto es lo que contempla. Y aquel a quien tu deseo de ser
especial de este modo menosprecia, habría sido tu salvador si no hubieras
elegido usarlo como un triste ejemplo de cuán especial eres tú. Frente a la pequeñez que ves en él, tú te
yergues alto y señero, irreprochable y honesto, puro e inmaculado. No entiendes
que al hacer eso es a ti a quien menosprecias.
2. Tratar de ser especial es siempre a costa de la paz. ¿Quién podría
atacar y menospreciar a su salvador y al mismo tiempo reconocer su fuerte
apoyo? ¿Quién podría menoscabar su omnipotencia y al mismo tiempo compartir su
poder? ¿Y quién podría usarlo como medida de la pequeñez y al mismo tiempo liberarse
de toda limitación? Tienes una función que desempeñar en la salvación. Realizarla
te brindará felicidad. Pero tratar de
ser especial siempre te ocasionará dolor. Pues es una meta que se opone a la salvación
y, por lo tanto, va en contra de la Voluntad de Dios. Atribuir valor a ser
especial es apreciar una voluntad ajena, para la cual las ilusiones acerca de
ti son más importantes que la Verdad.
3. Ser especial es la idea del pecado hecha realidad. Sin esa base no
es posible ni siquiera imaginarse el pecado. Pues el pecado surgió de ella, de
lo que no es nada, y no es más que una flor maléfica desprovista de raíces. He
aquí al que se ha erigido a sí mismo en “salvador”, el “creador” que crea de
forma diferente a como crea el Padre, y el que hizo que el Hijo de Éste fuera
como él y no como su Padre. Sus hijos “especiales” son muchos, nunca uno solo,
y cada uno se encuentra exiliado de sí mismo y de Aquel de Quien forma parte. 6
Ninguno de ellos ama la Unicidad que los creó cual uno solo con Él. Eligieron
el especialismo en lugar del Cielo y de la paz, y lo envolvieron cuidadosamente
en el pecado para mantenerlo “a salvo” de la Verdad.
4. Tú no eres especial. Si crees que lo eres y quieres defender tu
especialismo en contra de la verdad de lo que realmente eres, ¿cómo vas a poder
conocer la Verdad? ¿Qué respuesta del Espíritu Santo podría llegar hasta ti,
cuando a lo que escuchas es a tu deseo de ser especial, que es lo que pregunta
y lo que responde? Tan solo prestas oídos a su mezquina respuesta, la cual ni
siquiera se oye en la melodía que en amorosa alabanza de lo que eres fluye
eternamente desde Dios a ti. Y este colosal himno de honor que amorosamente se
te ofrece por razón de lo que eres parece silencioso e inaudible ante el “poderío”
de tu especialismo. Te esfuerzas por escuchar una voz que no tiene sonido y,
sin embargo, la Llamada de Dios Mismo te resulta insonora.
5. Puedes defender tu especialismo, pero nunca oirás la Voz que habla
en favor de Dios a su lado, pues hablan diferentes idiomas y llegan a oídos
diferentes. Para todo aquel que se cree especial la verdad tiene un mensaje
diferente y un significado distinto. Sin embargo, ¿cómo podría ser que la
verdad fuese diferente para cada persona? Los mensajes especiales que oyen los
que se creen especiales les convencen de que ellos son diferentes y de que son
algo aparte, cada uno con sus pecados especiales y “a salvo” del amor, el cual
no ve su especialismo en absoluto. La visión de Cristo es su “enemigo”, pues no
ve aquello que ellos quieren ver y porque les mostraría que el especialismo que
creen ver es una ilusión.
6. ¿Qué podrían ver en su lugar? 2 Podrían ver el brillante fulgor del
Hijo de Dios, tan semejante al de su Padre que el recuerdo de Éste alborearía
de inmediato en sus mentes. Y con ese recuerdo el Hijo recordaría sus propias
creaciones, que son tan semejantes a él como él es semejante a su Padre. Y el
mundo que construyó, así como su deseo de ser especial y todos los pecados que
en defensa de ese deseo albergó contra sí mismo, desaparecerían conforme su
mente aceptase la verdad acerca de lo que él es y retornase para ocupar el
lugar que aquéllos ocupaban. Éste es el único “costo” de la Verdad: jamás
volverás a ver lo que nunca tuvo lugar ni a oír lo que no tiene sonido. ¿Es
acaso un sacrificio renunciar a lo que no es nada y recibir a cambio el Amor de
Dios para siempre?
7. Tú que has encadenado a tu salvador a tu deseo de ser especial y
otorgado a dicho deseo el lugar de aquél, recuerda esto: él no ha perdido la
capacidad de perdonarte todos los pecados que crees haber interpuesto entre él
y la función de salvarte que Dios le encomendó. No puedes cambiar su función ni
tampoco la verdad que mora en él y en ti. Pero ten por seguro que esta verdad
es exactamente la misma en cada uno de ustedes. La verdad no transmite mensajes
diferentes y solo tiene un significado. Y es un significado que tú y tu hermano
pueden entender y que les brinda liberación a los dos. He aquí a tu hermano
ofreciéndote la llave del Cielo que tiene en sus manos. No permitas que el
sueño de ser especial continúe interponiéndose entre ustedes. Lo que es uno
está unido en la Verdad.
8. Piensa en la hermosura que verás dentro de ti cuando lo consideres
tu amigo. Él es enemigo de tu deseo de ser especial, pero amigo de lo que es
real en ti. Ni uno solo de los ataques que pensaste haber lanzado contra él lo
ha despojado del regalo que Dios quiere que te dé. Su necesidad de dártelo es
tan imperiosa como la tuya de recibirlo. Permítele que te perdone tu deseo de
ser especial, y que restaure la plenitud de tu mente y te haga uno con él. Él
está en espera de tu perdón, pero únicamente para poder devolvértelo a ti. No
fue Dios Quien condenó a Su Hijo, sino tú, para salvar su especialismo y matar
a su Ser.
9. Has llegado muy lejos por el camino de la verdad, demasiado lejos
para titubear ahora. Un paso más, y todo vestigio del temor a Dios quedará
disuelto en el amor. El deseo de ser especial de tu hermano y el tuyo son
enemigos, y en su mutuo odio están comprometidos a matarse el uno al otro y a
negar que son lo mismo. Mas no han sido ilusiones las que han llegado hasta
este último obstáculo, el cual parece hacer que Dios y Su Cielo estén tan lejos
que no se pueden alcanzar. Aquí en este santo lugar se alza la verdad esperando
para recibiros a tu hermano y a ti en silenciosa bendición y en una paz tan
real y abarcadora que nada queda excluido. No traigas ninguna de las ilusiones
que abrigas acerca de ti mismo a este lugar, al que vienes lleno de esperanza y
honestidad.
10. He aquí el que te puede salvar de tu deseo de ser especial. Él
tiene tanta necesidad de que lo aceptes como parte de ti, como tú de que él te
acepte a ti. Eres tan semejante a Dios como Dios lo es a Sí Mismo. Dios no es
especial, pues no se quedaría con ninguna parte de lo que Él es solo para Sí,
negándosela a Su Hijo y reservándola solo para Sí Mismo. Y esto es lo que tú
temes, pues si Él no es especial, entonces Su Voluntad dispuso que Su Hijo
fuera como Él y, por lo tanto, tu hermano no puede sino ser como tú. No es
especial, pero lo tiene todo, incluyéndote a ti. Dale solo lo que ya es suyo, y
recuerda que Dios se dio a Sí Mismo a ambos con el mismo amor para que ambos
pudierais compartir el universo con Él, Quien dispuso que el amor jamás pudiese
ser dividido ni mantenerse separado de lo que es y ha de ser por siempre.
11. Tú le perteneces a tu hermano, pues a él no se le negó ninguna
parte del amor. ¿Cómo iba a ser que tú perdieras por ser él íntegro? Lo que se
le ha dado a él es lo que hace que tú seas íntegro, y lo que hace que él sea
íntegro también. El Amor de Dios te dio a ti tu hermano, y a ti a él porque el
Padre se dio a Sí Mismo. Lo que es igual a Dios es uno con Él. Y ahora que
finalmente tienes la esperanza de paz a la vista, solo el deseo de ser especial
podría hacer que el hecho innegable de que tú y tu Padre son Uno pareciera ser
todo menos el Cielo.
12. El deseo de ser especial es el sello de la traición impreso sobre
el regalo del amor. Todo lo que apoya sus propósitos no tiene otro objetivo que
el de matar. Todo regalo que lleve impreso su sello no ofrece otra cosa que
traición al que lo da y al que lo recibe. Ni una sola mirada de los ojos que él
ciega deja de contemplar escenas de muerte. Todo aquel que cree en su poder no
hace sino transigir y hacer concesiones para establecer al pecado como
substituto del amor y servirle fielmente. Y toda relación que tenga el
propósito del pecado en gran estima no hace sino aferrarse al asesinato como
arma de seguridad y como el protector supremo de todas las ilusiones contra la
“amenaza” del amor.
13. La esperanza de ser especial hace que parezca posible que Dios
hiciera el cuerpo para que fuese la prisión que mantiene a Su Hijo separado de
Él. Pues el especialismo requiere un lugar especial donde Dios no pueda entrar
y un escondite donde a lo único que se le da la bienvenida es a tu
insignificante yo. Nada es sagrado aquí, excepto tú y solo tú: un ente aparte y
separado de todos tus hermanos; a salvo de cualquier intrusión de la cordura en
las ilusiones; a salvo de Dios, pero destinado al conflicto eterno. He aquí las
puertas del infierno tras las cuales tú mismo te encerraste para gobernar en la
demencia y en la soledad tu reino especial, separado de Dios y alejado de la
verdad y de la salvación.
14. La llave que tú tiraste Dios se la dio a tu hermano, cuyas santas
manos quieren ofrecértela cuando estés listo para aceptar el plan de Dios para tu
salvación en vez del tuyo. ¿Cómo puedes llegar a estar listo, salvo
reconociendo toda tu abyecta desdicha y dándote cuenta de que tu plan ha
fracasado y de que jamás te aportará ninguna clase de paz o felicidad? Ésta es
la desesperación por la que ahora estás pasando, pero no es más que una ilusión
de desesperación. La muerte de tu especialismo no es tu muerte, sino tu
despertar a la vida eterna. No haces sino emerger de una ilusión de lo que eres
a la aceptación de ti mismo tal como Dios te creó.
III. Cómo perdonar el
deseo de ser especial
1. El perdón pone fin al deseo
de ser especial. Lo único que se puede perdonar son las ilusiones, que entonces
desaparecen. El perdón es lo que te libera de todas las ilusiones, y por eso es
por lo que es imposible perdonar solo parcialmente. Nadie que se aferre a una
sola ilusión puede considerarse a sí mismo libre de pecado, pues, en tal caso,
aún está afirmando que un error acerca de sí mismo es hermoso. Y de este modo,
lo califica de “imperdonable” y lo convierte en un pecado. ¿Cómo iba a poder
entonces conceder perdón de manera total cuando aún no lo quiere aceptar para
sí mismo? Pues es seguro que lo recibiría completamente en el instante en que
así lo concediera. Y de esta manera, la culpa que mantiene oculta
desaparecería, al él mismo haberla perdonado.
2. Cualquier forma de especialismo que aún valores, la has convertido
en un pecado. Se alza inviolable, y la defiendes acérrimamente con toda tu
endeble fuerza contra la Voluntad de Dios. Y así, se alza contra ti, como
enemiga tuya, no de Dios. De este modo, parece escindirte de Dios y hacer que
estés separado de Él en cuanto que defensor de ella. Prefieres proteger lo que
Dios no creó. Sin embargo, este ídolo que parece conferirte poder, en realidad
te lo ha arrebatado. Pues le has dado el patrimonio de tu hermano, dejando a
éste solo y condenado, y quedando tú hundido en el pecado y en el sufrimiento
junto con él, ante el ídolo que no puede salvaros.
3. No eres tú el que es tan vulnerable y susceptible de ser atacado
que basta una palabra, un leve susurro que no te plazca, una circunstancia
adversa o un evento que no hayas previsto para trastornar todo tu mundo y
precipitarlo al caos. La verdad no es algo frágil y las ilusiones no pueden
afectarla ni cambiarla en absoluto. Pero ser especial no es lo que es verdad en
ti. Pues cualquier cosa puede hacerle perder el equilibrio. Lo que descansa
sobre lo que no es nada jamás podrá ser estable. Por muy grande y desmesurado
que parezca, se tambaleará, dará vueltas y revoloteará con la más tenue brisa.
4. Sin cimientos nada es seguro. ¿Habría dejado Dios a Su Hijo en un
estado en el que la seguridad no significase nada? ¡De ninguna manera! a Su
Hijo permanece a salvo, descansando en Él. Tu deseo de ser especial es lo que
se ve atacado por todo lo que camina o respira, se arrastra o se desliza o
simplemente vive. Nada está a salvo de su ataque, y tampoco ello está a salvo
de nada. Jamás estará dispuesto a perdonar, pues esto es lo que es: un voto
secreto de que lo que Dios quiere para ti nunca se dé y de que por siempre te
opondrás a Su Voluntad. No es posible tampoco que ambas voluntades puedan jamás
ser la misma, mientras tu deseo de ser especial se alce como una llameante
espada de muerte entre ellas, convirtiéndolas en enemigas.
5. Dios te pide que perdones. Él no quiere que la separación se interponga—como
si de una voluntad ajena se tratase—entre lo que tanto Su Voluntad como la tuya
disponen para ti. Ambas son la misma, pues ninguna dispone ser especial. ¿Cómo
iban a poder disponer la muerte del Amor Mismo? Con todo, no pueden atacar a
las ilusiones. No son cuerpos; y esperan como una sola Mente a que todas las
ilusiones se traigan ante Ellas y se dejen ahí. La salvación no desafía ni
siquiera a la muerte. Y a Dios Mismo, que sabe que la muerte no es tu voluntad,
no le queda otro remedio que decir: “Hágase tu voluntad” porque tú crees que lo
es. 6. Perdona al Gran Creador del universo—la Fuente de la Vida, del Amor y la
Santidad, el Padre perfecto de un Hijo perfecto—por tus ilusiones de ser
especial. He aquí el infierno que elegiste como tu hogar. Él no eligió eso para
ti. No Le pidas que entre ahí. El camino está cerrado al amor y a la salvación.
Pero si liberas a tu hermano de las profundidades del infierno, habrás
perdonado a Aquel Cuya Voluntad es que descanses para siempre en los brazos de
la paz, perfectamente a salvo y sin que la animosidad ni malicia de ningún
pensamiento de ser especial perturbe tu descanso. Perdona al Santísimo por no
haber podido concederte el especialismo que tú entonces inventaste.
7. Todos los que se consideran especiales están dormidos, rodeados por
un mundo de belleza que no ven. La libertad, la paz y la dicha se encuentran
ahí, junto al ataúd en el que duermen, llamándolos para que vuelvan en sí y
despierten de su sueño de muerte. Mas ellos no oyen nada. Están perdidos en
sueños de especialismo. Odian la llamada que los puede despertar y maldicen a
Dios porque no convirtió su sueño en realidad. Maldice a Dios y muere, pero no
por mandato de Aquel que no creó la muerte, sino solo en el sueño. Mas abre los
ojos ligeramente y verás al salvador que Dios te dio a fin de que pudieras
contemplarlo y devolverle su patrimonio. Dicho patrimonio es también el tuyo.
8. Los esclavos del deseo de ser especial se liberarán. Tal es la Voluntad
de Dios y la de Su Hijo. ¿Se condenaría Dios a Sí Mismo al infierno y a la
perdición? ¿Y es eso acaso lo que dispones para tu salvador? Dios te llama a
través de él a unirte a Su Voluntad para que ambos os salvéis del infierno. Observa
las marcas de los clavos en las manos que te extiende pidiendo que le concedas
tu perdón. Dios te pide que tengas misericordia con Su Hijo y con Él. No se la niegues
a ninguno de los Dos. Lo único que te piden es que se haga tu voluntad. Buscan
tu amor a fin de que tú te puedas amar a ti mismo. No ames tu deseo de ser
especial en vez de amarlos a Ellos. La marca de los clavos está también en tus
manos. Perdona a tu Padre el que no fuese Su Voluntad que tú fueras
crucificado.
IV. Ser especial en
contraposición a ser impecable
1. Ser especial implica una falta de confianza en todo el mundo
excepto en ti mismo. Depositas tu fe exclusivamente en ti. Todo lo demás se
convierte en tu enemigo: temido y atacado, mortal y peligroso, detestable y
merecedor únicamente de ser destruido. Cualquier gentileza que este enemigo te
ofrezca no es más que un engaño, pero su odio es real. Al estar en peligro de
destrucción tiene que matar, y tú te sientes atraído hacia él para matarlo
primero. Tal es la atracción de la culpabilidad. Ahí se entrona a la muerte
como el salvador; la crucifixión se convierte ahora en la redención y la
salvación no puede significar otra cosa que la destrucción del mundo con
excepción de ti mismo.
2. ¿Qué otro propósito podría tener el cuerpo sino ser especial? Esto
es lo que hace que sea frágil e incapaz de defenderse a sí mismo. Fue concebido
para hacer que tú fueses frágil e impotente. La meta de la separación es su
maldición. Los cuerpos, no obstante, no tienen metas. Tener propósitos es algo
que es solo propio de la mente. Y las mentes pueden cambiar sí así lo desean. No
pueden cambiar sus cualidades inherentes ni sus atributos, pero sí pueden cambiar el propósito que
persiguen y, al hacer eso, los estados corporales no pueden sino cambiar
también. El cuerpo no puede hacer nada por su cuenta. Considéralo un medio de
herir y será herido. Considéralo un medio para sanar y sanará.
3. Solo puedes hacerte daño a ti mismo. Hemos repetido esto con
frecuencia, pero todavía resulta difícil de entender. A las mentes empeñadas en
ser especiales les resulta imposible entenderlo. Pero a las que desean curar y
no atacar les resulta muy obvio. El propósito del ataque se halla en la mente,
y sus efectos solo se pueden sentir allí donde se encuentra. La mente no es
algo limitado, y a eso se debe que cualquier propósito perjudicial le haga daño
a toda ella cual una sola. Nada podría tener menos sentido para los que se
creen especiales. Nada podría tener mayor sentido para los milagros. Pues los
milagros no son sino el resultado de cambiar del propósito de herir al de
sanar. Este cambio de propósito pone “en peligro” el especialismo, pero solo en
el sentido de que la verdad supone una “amenaza” para las ilusiones. Ante la verdad no pueden quedar en pie. No
obstante, ¿qué consuelo encontraste alguna vez en ellas para que le niegues a
tu Padre el regalo que te pide y para que en lugar de dárselo a Él se lo des a
las ilusiones? Si se lo das a Él, el universo es tuyo. Si se lo das a ellas, no
recibes ningún regalo a cambio. Lo que le has dado a tu especialismo te ha
llevado a la bancarrota, dejando tus arcas yermas y vacías, con la tapa abierta
invitando a todo lo que quiera perturbar tu paz a entrar y destruir.
4. Te dije anteriormente que no te detuvieses a examinar los medios
con los que se logra la salvación ni cómo alcanzarla. Pero examina
detenidamente si es tu deseo ver a tu hermano libre de pecado. Para todo aquel
que se cree especial la respuesta tiene que ser “no”. Un hermano libre de
pecado es enemigo de su especialismo, mientras que el pecado, si fuera posible,
sería su amigo. Los pecados de tu hermano justificarían tu especialismo y le
darían el sentido que la verdad le niega. Todo lo que es real proclama que él
es incapaz de pecar; todo lo que es falso,
que sus pecados son reales. Si es un
pecador, tu realidad entonces no es real, sino únicamente un sueño de que eres
especial que no dura más que un instante antes de desmoronarse y convertirse en
polvo.
5. No defiendas este sueño insensato, en el que Dios se halla privado
de lo que ama y tú te encuentras más allá de la posibilidad de salvarte. Lo
único que es seguro en este mundo cambiante que no tiene sentido en la realidad
es esto: cuando no estás completamente en paz o cuando experimentas cualquier
clase de dolor, es que has percibido un pecado en tu hermano y te has
regocijado por lo que creíste ver en él. Tu sensación de ser especial pareció estar
a salvo a causa de ello. Y así, salvaste lo que habías designado como tu
salvador y crucificaste al que Dios te dio en su lugar. Y de este modo, estás
en la misma encrucijada que él, pues son uno. Por lo tanto, el especialismo es
su “enemigo” así como el tuyo.
V. El Cristo en ti
1. El Cristo en ti está muy quedo. Contempla lo que ama y lo reconoce
como Su Propio Ser. Y así, se regocija con lo que ve, pues sabe que es uno con
Él y con Su Padre. El especialismo también se regocija con lo que ve, aunque lo
que ve no es verdad. Aun así, lo que buscas es una fuente de gozo tal como lo
concibes. Lo que deseas es verdad para ti. Pues es imposible desear algo y no
tener fe en que es real. Desear otorga realidad tan irremediablemente como
ejercer la voluntad crea. El poder de un deseo apoya a las ilusiones tan
fuertemente como el amor se extiende a sí mismo. Excepto que uno de ellos
engaña y el otro sana.
2. No hay ningún sueño de querer ser especial que no suponga tu propia
condenación, por muy oculta o disfrazada que se encuentre la forma en que éste
se manifiesta, por muy hermoso que pueda parecer o por muy delicadamente que
ofrezca la esperanza de paz y la escapatoria del dolor. En los sueños, causa y
efecto se intercambian, pues en ellos el hacedor del sueño cree que lo que hizo
le está sucediendo a él. No se da cuenta de que tomó una hebra de aquí, un
retazo de allá y que tejió un cuadro de la nada. Mas las partes no casan, y el
todo no les aporta nada que haga que tengan sentido.
3. ¿De dónde podría proceder tu paz sino del perdón? El Cristo en ti
contempla solamente la verdad y no ve ninguna condenación que pudiera necesitar
perdón. Él está en paz porque no ve pecado alguno. Identifícate con Él, ¿y qué
puede tener Él que tú no tengas? Cristo es tus ojos, tus oídos, tus manos, tus
pies. ¡Qué afables los panoramas que contempla, los sonidos que oye! ¡Qué
hermosa la mano de Cristo que sostiene a la de Su hermano! a ¡Y con cuánto amor
camina junto a él, mostrándole lo que se puede ver y oír e indicándole también
dónde no podrá ver nada y dónde no hay ningún sonido que se pueda oír!
4. Mas deja que tu deseo de ser especial dirija su camino, y tú lo
recorrerás con él. Y ambos caminaréis en peligro, intentando conducir al otro a
un precipicio execrable y arrojarlo por él, mientras se mueven por el sombrío
bosque de los invidentes, sin otra luz que la de los breves y oscilantes
destellos de las luciérnagas del pecado, que titilan por un momento para luego
apagarse. Pues ¿en qué puede deleitarse el deseo de ser especial sino en matar?
¿Qué busca sino ver la muerte? ¿A dónde conduce sino a la destrucción? Mas no
creas que fue a tu hermano a quien contempló primero ni al que aborreció antes
de aborrecerte a ti. El pecado que sus ojos ven en él y en lo que se deleitan,
lo vio en ti y todavía lo sigue contemplando con deleite. Sin embargo, ¿qué
deleite te puede dar contemplar la putrefacción y la demencia y creer que esa
cosa que está a punto de desintegrarse, con la carne desprendiéndose ya de los
huesos y con cuencas vacías por ojos, es como tú?
5. Regocíjate de no tener ojos con los que ver ni oídos con los que
oír ni manos con las que sujetar nada ni pies a los que guiar. Alégrate de que
el único que pueda prestarte los Suyos sea Cristo, mientras tengas necesidad de
ellos. Los Suyos son ilusiones también, lo mismo que los tuyos. Sin embargo,
debido a que sirven a un propósito diferente, disponen de la fuerza de éste. Y
derraman luz sobre todo lo que ven, oyen, sujetan o guían, a fin de que tú
puedas guiar tal como fuiste guiado.
6. El Cristo en ti está muy sereno. Él sabe a dónde te diriges y te
conduce allí dulcemente, bendiciéndote a lo largo de todo el camino. Su Amor
por Dios reemplaza todo el miedo que creíste ver dentro de ti. Su Santidad hace
que Él se vea a Sí Mismo en aquel cuya mano tú sujetas, y a quien conduces
hasta Él. Y lo que ves es igual a ti. Pues ¿a quién sino a Cristo se puede ver,
oír, amar y seguir a casa? Él te contempló primero, pero reconoció que no
estabas completo. De modo que buscó lo que te completa en cada ser vivo que Él
contempla y ama. Y aún lo sigue buscando, para que cada uno pueda ofrecerte el
Amor de Dios.
7. Aun así, Él permanece muy tranquilo, pues sabe que el amor está en
ti ahora, sostenido con firmeza por la misma mano que sujeta a la de tu
hermano. La mano de Cristo sujeta a todos sus hermanos en Sí Mismo. Él les
concede visión a sus ojos invidentes y les canta himnos celestiales para que
sus oídos dejen de oír el estruendo de las batallas y de la muerte. Él se
extiende hasta otros a través de ellos y les ofrece Su mano para que puedan
bendecir todo ser vivo y ver su santidad. Él se regocija de que éstos sean los
panoramas que ves, y de que los contemples con Él y compartas Su Júbilo. Él
está libre de todo deseo de ser especial y eso es lo que te ofrece, a fin de
que puedas salvar de la muerte a todo ser vivo y recibir de cada uno de ellos
el don de vida que tu perdón le ofrece a tu Ser. La visión de Cristo es lo
único que se puede ver. El canto de Cristo es lo único que se puede oír. La
mano de Cristo es lo único que se puede asir. No hay otra jornada, salvo caminar
con Él.
8. Tú que te contentarías con ser especial y que buscarías la
salvación luchando contra el amor, considera esto: el santo Señor del Cielo ha
descendido hasta ti para ofrecerte tu compleción. Lo que es de Él es tuyo
porque en tu compleción reside la Suya. Él, que no dispuso estar sin Su Hijo,
jamás habría podido disponer que tú estuvieses sin tus hermanos. ¿Y te habría
dado un hermano que no fuera tan perfecto como tú y tan semejante a Él en
santidad como tú no puedes sino serlo también?
9. Antes de que pueda haber conflicto tiene que haber duda. Y toda
duda tiene que ser acerca de ti mismo. Cristo no tiene ninguna duda y Su serenidad
procede de Su certeza. Él intercambiará
todas tus dudas por Su certeza, si aceptas que es Uno contigo y que esa unidad
es interminable, intemporal y que está a tu alcance porque tus manos son las
Suyas. Él está en ti, sin embargo, camina a tu lado y delante de ti,
mostrándote el camino que Él debe seguir para encontrar Su Propia compleción. Su
quietud se convierte en tu certeza. ¿Y dónde está la duda una vez que la
certeza ha llegado?
VI. Cómo escapar del
miedo
1. El mundo se aquieta ante la santidad de tu hermano, y la paz desciende
sobre él dulcemente con una bendición tan completa que todo vestigio de conflicto
que pudiera acecharte en la obscuridad de la noche desaparece. Él es quien te salva de tus sueños de terror. Él
sana tu sensación de sacrificio y tu temor de que el viento disperse lo que
tienes y lo convierta en polvo. En él descansa tu certeza de que Dios está aquí
y de que está contigo ahora. Mientras él sea lo que es, puedes estar seguro de
que es posible conocer a Dios y de que lo conocerás. Pues Él nunca podría
abandonar Su Creación. Y la señal de que esto es así reside en tu hermano, que
se te da para que todas tus dudas acerca de ti mismo puedan desaparecer ante su
santidad. Ve en él la Creación de Dios, pues en él su Padre aguarda tu
reconocimiento de que Él te creó como parte de Sí Mismo.
2. Sin ti, a Dios le faltaría algo, el Cielo estaría incompleto y
habría un Hijo sin Padre. No habría universo ni realidad. Pues lo que Dios
dispone es íntegro y forma parte de Él porque Su Voluntad es una. No hay ningún
ser vivo que no forme parte de Él ni nada que no viva en Él. La santidad de tu
hermano te muestra que Dios es uno con él y contigo, y que lo que tu hermano
tiene es tuyo porque tú no estás separado de él ni de su Padre.
3. No hay nada en todo el universo que no te pertenezca. No hay nada
que Dios haya creado que no haya puesto amorosamente ante ti para que sea tuyo
para siempre. Y ningún Pensamiento que se encuentre en Su Mente puede estar
ausente de la tuya. Su Voluntad es que compartas con Él Su Amor por ti y que te
contemples a ti mismo tan amorosamente como Él te concibió antes de que este
mundo diera comienzo y como todavía te conoce. Dios no cambia de parecer con
respecto a Su Hijo por razón de circunstancias pasajeras que no tienen ningún
significado en la eternidad en la que Él mora y en la que tú moras con Él. Tu
hermano es exactamente tal como Él lo creó. Y esto es lo que te salva de un
mundo que Él no creó.
4. No olvides que el único propósito de este mundo es sanar al Hijo de
Dios. Ése es el único propósito que el Espíritu Santo ve en él y, por lo tanto,
es el único que tiene. Hasta que no veas
la curación del Hijo como lo único que deseas que se logre tanto por este mundo
como por el tiempo y todas las apariencias, no conocerás al Padre ni te conocerás
a ti mismo. Pues usarás al mundo para un propósito distinto del que tiene, y no
te podrás librar de sus leyes de violencia y de muerte. Sin embargo, se te ha
concedido estar más allá de sus leyes desde cualquier punto de vista, en todo
sentido y en toda circunstancia; en toda tentación de percibir lo que no está
ahí y en toda creencia de que el Hijo de Dios puede experimentar dolor por
verse a sí mismo como no es.
5. Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen
regir este mundo. Ve en su libertad la tuya propia, pues así es. No dejes que
su deseo de ser especial nuble la verdad que mora en él, pues no te podrás
escapar de ninguna ley de muerte a la que lo condenes. Y un solo pecado que
veas en él será suficiente para manteneros a ambos en el infierno. Mas su
perfecta impecabilidad los liberará a ambos, pues la santidad es totalmente
imparcial y solo emite un juicio con respecto a todo lo que contempla. Y ese
juicio no lo emite sola, sino a través de la Voz que habla por Dios en todo
aquello que vive y que comparte Su Ser.
6. Su impecabilidad es lo que los ojos que ven pueden contemplar. Su hermosura,
lo que ven en todo. Y es a Él a Quien buscan por todas partes, y no hay
panorama, tiempo o lugar donde Él no esté. En la santidad de tu hermano—el
marco perfecto para tu salvación y para la salvación del mundo—se encuentra el
radiante recuerdo de Aquel en Quien tu hermano vive y en Quien tú vives junto
con él. No te dejes cegar por el velo del deseo de ser especial que oculta la
faz de Cristo de los ojos de tu hermano y de los tuyos. No permitas tampoco que
tu temor a Dios te siga privando de la visión que Él dispuso que tuvieses. El
cuerpo de tu hermano no te muestra a Cristo. 8 A Él solo se le puede ver dentro
del marco de su santidad.
7. Elige, pues, lo que deseas ver: su cuerpo o su santidad; y lo que
elijas será lo que contemplarás. Y serán muchas las ocasiones en las que
tendrás que elegir a lo largo de un tiempo que no parece tener fin, hasta que
te decidas en favor de la Verdad. Pues la eternidad no se puede recuperar
negando una vez más al Cristo en tu hermano. ¿Y dónde se encontraría tu
salvación si él solo fuese un cuerpo? ¿Dónde se encuentra tu paz sino en su
santidad? ¿Y dónde está Dios sino en
aquella parte de Sí Mismo que Él ubicó para siempre en la santidad de tu
hermano a fin de que tú pudieras ver la verdad acerca de ti, expuesta por fin
en términos que puedes reconocer y comprender?
8. La santidad de tu hermano es sacramento y bendición para ti. Sus
errores no pueden privarlo de la bendición de Dios ni tampoco a ti que lo ves
correctamente. Sus errores pueden causar demora, de la que se te ha encomendado
que lo liberes, para que ambos podáis completar una jornada que jamás comenzó y
que no es necesario finalizar. Lo que nunca existió no es parte de ti. No
obstante, pensarás que lo es mientras no te des cuenta de que no es parte de
aquel que está a tu lado. Él es el reflejo de ti mismo, donde ves el juicio que
has emitido de los dos. El Cristo en ti
contempla su santidad. Tu deseo de ser especial percibe su cuerpo y no lo ve a
él.
9. Contémplalo tal como es, a fin de que tu liberación no se demore en
llegar. Lo único que te ofrece la otra opción es vagar sin rumbo, sin propósito
y sin haber logrado nada en absoluto. Y mientras tu hermano siga dormido y no
se haya liberado del pasado, te atormentará una sensación de futilidad por no
haber llevado a cabo la función que se te encomendó. Se te ha encomendado
salvar de la condenación a aquel que se condenó a sí mismo, y a ti junto con
él, para que así tanto tú como él se pudieran salvar. Y ambos verán la Gloria
de Dios en Su Hijo, a quien tomaron por carne y a quien sometieron a leyes que
no tienen poder alguno sobre él.
10. ¿No te alegraría descubrir que no estás sujeto a esas leyes? No lo
veas a él, entonces, como prisionero de ellas. No es posible que lo que
gobierna a una parte de Dios no gobierne al resto. Te sometes a ti mismo a las
leyes que consideras que rigen a tu hermano. Piensa, entonces, cuán grande tiene que ser el
Amor de Dios por ti, para que Él te haya dado una parte de Sí Mismo a fin de
evitarte dolor y brindarte dicha. Y nunca dudes de que tu deseo de ser especial
desaparezca ante la Voluntad de Dios, que ama y cuida cada aspecto de Sí Mismo
por igual. El Cristo en ti puede ver a tu hermano correctamente. ¿Te opondrías entonces a la santidad que Él
ve?
11. Ser especial es la función que tú te asignaste a ti mismo. Te
representa exclusivamente a ti, como un ser que se creó a sí mismo,
autosuficiente, sin necesidad de nada y separado de todo lo que se encuentra
más allá de su cuerpo. Ante los ojos del especialismo tú eres un universo
separado, capaz de mantenerse completo en sí mismo, con todas las puertas
aseguradas contra cualquier intromisión y todas las ventanas cerradas
herméticamente para no dejar pasar la luz. Siempre bajo ataque y siempre
furioso, y sintiendo que tu ira está plenamente justificada, te has empeñado en
lograr este objetivo con un ahínco del cual jamás pensaste desistir y con un
esfuerzo que nunca pensaste abandonar. Y toda esa feroz determinación fue para
esto: querías que tu especialismo fuese verdad.
12. Ahora simplemente se te pide que persigas otra meta que requiere
mucha menos vigilancia, muy poco esfuerzo y muy poco tiempo, y que está apoyada
por el Poder de Dios que garantiza tu éxito. Sin embargo, de las dos metas, ésta es la que
te resulta más difícil. Entiendes el
“sacrificio” de tu ser que la otra supone, aunque no consideras que sea un
costo excesivo. Pero tener un poco de buena voluntad, darle una señal de
asentimiento a Dios o darle la bienvenida al Cristo en ti, te parece una carga
agotadora y tediosa, demasiado pesada para poder sobrellevarla. Sin embargo, la
dedicación a la verdad tal como Dios la estableció no entraña sacrificios ni
conlleva esfuerzo alguno, y todo el Poder del Cielo y la Fuerza de la Verdad
Misma se te dan a fin de proveerte los medios y garantizar la consecución de la
meta.
13. Tú que crees que es más fácil ver el cuerpo de tu hermano que su
santidad, asegúrate de que entiendes lo que dio lugar a ese juicio. Ahí es
donde se oye claramente la voz del deseo de ser especial juzgando contra Cristo
y estableciendo el objetivo que puedes alcanzar, así como lo que no puedes
hacer. No olvides que ese juicio debe aplicarse igualmente a lo que haces con él
en cuanto que aliado tuyo. Pero lo que haces a través de Cristo él no lo sabe. Para
Cristo, dicho juicio no tiene ningún sentido, pues solo lo que la Voluntad de
Su Padre dispone es posible y no hay ninguna otra alternativa que pueda ver. De
Su absoluta falta de conflicto procede tu paz. Y de Su propósito, los medios
para lograr fácilmente tu objetivo y hallar descanso.
VII. El punto de
encuentro
1. ¡Cuán tenazmente defiende su especialismo—deseando que sea
verdad—todo aquel que se encuentra encadenado a este mundo! Su deseo es ley para él, y él lo obedece. Todo lo que su deseo de ser especial exige, él
se lo concede. Nada que este amado deseo
necesite, él se lo niega. Y mientras
este deseo lo llame, no oirá otra Voz. Ningún esfuerzo es demasiado grande,
ningún costo excesivo ni ningún precio prohibitivo a la hora de salvar su deseo
de ser especial del más leve desaire, del más mínimo ataque, de la menor duda,
del menor indicio de amenaza o de lo que sea, excepto de la reverencia más absoluta.
Éste es tu hijo, amado por ti como tú lo eres por tu Padre. Él es quien ocupa el lugar de tus creaciones,
que sí son tu hijo, para que compartieras la Paternidad de Dios, no para que se
la arrebatases. ¿Quién es este hijo que has hecho para que sea tu fortaleza? ¿Qué
criatura de la tierra es ésta sobre la que se vuelca tanto amor? ¿Qué parodia
de la Creación de Dios es ésta que ocupa el lugar de tus creaciones? ¿Y dónde
se encuentran éstas, ahora que el anfitrión de Dios ha encontrado otro hijo al
que prefiere en lugar de ellas?
2. El recuerdo de Dios no brilla a solas. Lo que se encuentra en tu
hermano todavía contiene dentro de sí toda la Creación; todo lo creado y todo
lo que crea; todo lo nacido o por nacer; lo que todavía está en el futuro y lo
que aparentemente ya pasó. Lo que se encuentra en él es inmutable, y cuando
reconozcas esto, reconocerás también tu propia inmutabilidad. La santidad que
mora en ti le pertenece a tu hermano. Y al verla en él, regresa a ti. Todo tributo que le hayas prestado a tu
especialismo le corresponde a él, y de esta manera retorna a ti. Todo el amor y
cuidado que le profesas a tu especialismo, la absoluta protección que le
ofreces, tu constante desvelo por él día y noche, tu profunda preocupación, así
como la firme convicción de que eso es lo que eres, le corresponden a tu
hermano. Todo lo que le has dado a tu especialismo le corresponde a él. Y todo
lo que le corresponde a él te corresponde a ti.
3. ¿Cómo ibas a poder reconocer tu valía mientras te domine el deseo
de ser especial? ¿Cómo no ibas a poder reconocerla en la santidad de tu
hermano? No trates de hacer que tu especialismo sea la verdad, pues si lo fuese
estarías ciertamente perdido. En lugar de ello, siéntete agradecido de que se
te haya concedido ver la santidad de tu hermano debido a que es la verdad. Y lo que es verdad con respecto a él tiene que
ser igualmente verdad con respecto a ti.
4. Hazte a ti mismo esta pregunta: ¿Puedes proteger la mente? El
cuerpo sí, un poco, mas no del tiempo, sino temporalmente. Y mucho de lo que
crees que lo protege, en realidad le hace daño. ¿Para qué quieres proteger el cuerpo? Pues en
esa elección radica tanto su salud como su destrucción. Si lo proteges para
exhibirlo o como carnada para pescar otro pez o bien para albergar más
elegantemente tu especialismo o para tejer un marco de hermosura alrededor de
tu odio, lo estás condenando a la putrefacción y a la muerte. Y si ves ese
mismo propósito en el cuerpo de tu hermano, tal es la condena del tuyo. Teje,
en cambio, un marco de santidad alrededor de tu hermano, de modo que la verdad
pueda brillar sobre él y salvarte a ti de la putrefacción.
5. El Padre mantiene a salvo todo lo que creó, lo cual no se ve
afectado por las falsas ideas que has inventado, ya que tú no fuiste su
creador. No permitas que tus absurdas fantasías te atemoricen. Lo que es
inmortal no puede ser atacado, y lo que es solo temporal no tiene efectos. Únicamente
el propósito que ves en ello tiene significado, y si éste es verdad, su
seguridad está garantizada. Si no es verdad, no tiene propósito alguno ni sirve
como medio para nada. Cualquier cosa que se perciba como un medio para la
verdad comparte la santidad de ésta y descansa en una luz tan segura como la
Verdad Misma. Esa luz no desaparecerá cuando ello se haya desvanecido. Su santo
propósito le confirió inmortalidad, encendiendo así otra luz en el Cielo, que
tus creaciones reconocen como un regalo procedente de ti: como una señal de que
no te has olvidado de ellas.
6. La prueba a la que puedes someter todas las cosas en esta tierra es
simplemente ésta: “¿Para qué es?” La contestación a esta pregunta es lo que le
confiere el significado que ello tiene para ti. De por sí, no tiene ninguno,
sin embargo, tú le puedes otorgar realidad, según el propósito al que sirvas. En
esto no eres más que un medio, al igual que ello. Dios es a la vez Medio y Fin.
6 En el Cielo, los medios y el fin son uno y lo mismo, así como uno con Él. Éste
es el estado de verdadera creación, el cual no se encuentra en el tiempo, sino
en la eternidad. Es algo indescriptible para cualquiera aquí. No hay modo de
aprender lo que ese estado significa. No se comprenderá hasta que vayas más
allá del aprendizaje hasta lo Dado y vuelvas a construir un santo hogar para
tus creaciones.
7. Un co-creador con el Padre tiene que tener un Hijo. No obstante,
este Hijo tiene que haber sido creado a semejanza de Él Mismo: un ser perfecto,
que todo lo abarca y es abarcado por todo, al que no hay nada que añadir ni
nada que restar; un ser que no tiene tamaño, que no ha nacido en ningún lugar o
tiempo ni está sujeto a límites o incertidumbres de ninguna clase. Ahí los
medios y el fin se vuelven uno, y esta unidad no tiene fin. Todo esto es verdad y, sin embargo, no
significa nada para quien todavía retiene en su memoria una sola lección que
aún no haya aprendido, un solo pensamiento cuyo propósito sea aún incierto o un
solo deseo con dos objetivos.
8. Este curso no pretende enseñar lo que no se puede aprender
fácilmente. Su alcance no excede el tuyo, excepto para señalar que lo que es
tuyo te llegará cuando estés listo. Aquí los medios y el propósito están
separados porque así fueron concebidos y así se perciben. Por lo tanto, los tratamos
como si lo estuvieran. Es esencial tener presente que toda percepción seguirá
estando invertida hasta que se haya comprendido su propósito. La percepción no
parece ser un medio. Y es esto lo que hace que sea tan difícil entender hasta
qué punto depende del propósito que tú le asignas. Parece que es la percepción
la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio
de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen de lo que
tú querías que fuese verdad.
9. Contémplate a ti mismo y verás un cuerpo. Contempla este cuerpo bajo
otra luz y se verá diferente. Y sin ninguna luz parecerá haber desaparecido.
Sin embargo, estás convencido de que está ahí porque aún puedes sentirlo con
tus manos y oír sus movimientos. He aquí la imagen que quieres tener de ti
mismo; el medio para hacer que tu deseo se cumpla. Te proporciona los ojos con
los que lo contemplas, las manos con las que lo sientes y los oídos con los que
escuchas los sonidos que emite. De este modo te demuestra su realidad.
10. Así es como el cuerpo se convierte en una teoría de ti mismo, sin
proveerte de nada que pueda probar que hay algo más allá de él ni de ninguna
posibilidad de escape a la vista. Cuando se contempla a través de sus propios ojos,
su curso es inescapable. El cuerpo crece y se marchita, florece y muere. Y tú no puedes concebirte a ti mismo aparte de
él. Lo tildas de pecaminoso y odias sus acciones, tachándolo de malvado. No
obstante, tu deseo de ser especial susurra: “He aquí a mi amado hijo, en quien
me complazco”. Así es como el “hijo” se convierte en el medio para apoyar el
propósito de su “padre”. No es idéntico
ni siquiera parecido, aunque aún es el medio de ofrecer a ese “padre” lo que él
quiere. Tal es la parodia que se hace de la Creación de Dios. Pues de la misma
manera en que haber creado a Su Hijo hizo feliz al Padre—además de dar
testimonio de Su Amor y de compartir Su propósito—así el cuerpo da testimonio
de la idea que lo concibió, y habla en favor de la realidad y verdad de ésta.
11. De esta manera se concibieron dos hijos, y ambos parecen caminar
por esta tierra sin un lugar donde poder encontrarse. A uno de ellos—tu amado
hijo—lo percibes como externo a ti. El otro—el Hijo de su Padre— descansa en el
interior de tu hermano tal como descansa en el tuyo. La diferencia entre ellos no estriba en sus
apariencias ni en el lugar hacia donde se dirigen y ni siquiera en lo que
hacen. Tienen distintos propósitos. Eso es lo que los une a los que son
semejantes a ellos y lo que los separa de todo lo que tiene un propósito
diferente. El Hijo de Dios conserva aún la Voluntad de su Padre. El hijo del
hombre percibe una voluntad ajena y desea que sea verdad. Y así, su percepción
apoya su deseo, haciendo que parezca verdad. La percepción, sin embargo, puede
servir para otro propósito. No está sujeta al deseo de ser especial, excepto si
así lo decides. Y se te ha concedido poder tomar otra decisión y usar la
percepción para un propósito diferente. Y lo que veas servirá debidamente para
ese propósito y te demostrará su realidad.
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