Capítulo 13
EL MUNDO INOCENTE
Introducción
1. Si no te sintieras culpable no podrías atacar, pues la condenación
es la raíz del ataque. La condenación es el juicio que una mente hace contra
otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo. Y en esto radica la
división, pues la mente que juzga se percibe a sí misma como separada de la
mente a la que juzga, creyendo que al castigar a otra mente, puede librarse del
castigo. Todo esto no es más que un intento ilusorio de la mente de negarse a
sí misma y de eludir la sanción que dicha negación conlleva. No es un intento
de renunciar a la negación, sino de aferrarse a ella. Pues la culpa es lo que
ha hecho que el Padre esté velado para ti y lo que te ha llevado a la demencia.
2. La aceptación de la culpa en la mente del Hijo de Dios fue el
comienzo de la separación, de la misma manera en que la aceptación de la
Expiación será su final. El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a
quienes la culpa ha enloquecido. Contempla detenidamente este mundo y te darás
cuenta de que así es. Pues este mundo es el símbolo del castigo, y todas las
leyes que parecen regirlo son las leyes de la muerte. Los niños vienen al mundo
con dolor y mediante el dolor. Su crecimiento va acompañado de sufrimiento y
muy pronto aprenden lo que son las penas, la separación y la muerte. Sus mentes
parecen estar atrapadas en sus cerebros y sus fuerzas parecen decaer cuando sus
cuerpos se lastiman. Parecen amar, sin embargo, abandonan y son abandonados.
Parecen perder aquello que aman, la cual es quizá la más descabellada de todas
las creencias. Sus cuerpos se marchitan, exhalan el último suspiro, se les da
sepultura y dejan de existir. Ni uno solo de ellos ha podido dejar de creer que
Dios es cruel.
3. Si éste fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel. Pues ningún padre podría someter a sus hijos
a eso como pago por la salvación y al mismo tiempo ser amoroso. El amor no mata para salvar. Si lo hiciera,
el ataque sería la salvación, y ésa es la interpretación del ego, no la de
Dios. Solo el mundo de la culpa podría exigir eso, pues solo los que se sienten
culpables podrían concebirlo. El “pecado” de Adán no habría podido afectar a
nadie si él no hubiese creído que fue el Padre Quien lo expulsó del Paraíso.
Pues a raíz de esa creencia se perdió el conocimiento del Padre, ya que solo
los que no Lo comprenden podrían haber creído tal cosa.
4. Este mundo es la imagen de la crucifixión del Hijo de Dios. Y hasta
que no te des cuenta de que el Hijo de Dios no puede ser crucificado, éste será
el mundo que verás. No podrás comprender esto, no obstante, hasta que no
aceptes el hecho eterno de que el Hijo de Dios no es culpable. Él solo merece
amor porque solo ha dado amor. No se le puede condenar porque él nunca ha
condenado. La Expiación es la última lección que necesita aprender, pues le
enseña que puesto que nunca pecó, no tiene necesidad de salvación.
I. Inocencia e
invulnerabilidad
1. Dije anteriormente que el Espíritu Santo comparte el objetivo de
todos los buenos maestros, cuya meta final es hacerse innecesarios al
enseñarles a sus alumnos todo lo que ellos saben. Eso es lo único que el
Espíritu Santo desea, pues dado que comparte el Amor del Padre por Su Hijo,
intenta eliminar de la mente de éste toda traza de culpa para que pueda así
recordar a su Padre en paz. La paz y la culpa son conceptos antitéticos, y al
Padre solo se le puede recordar estando en paz.
El amor y la culpa no pueden coexistir, y aceptar uno supone negar el
otro. La culpa te impide ver a Cristo,
pues es la negación de la irreprochabilidad del Hijo de Dios.
2. En el extraño mundo que has fabricado el Hijo de Dios ha
pecado. ¿Cómo, entonces, ibas a poder
verle? Al hacerlo invisible, surgió el
mundo del castigo procedente de la tenebrosa nube de culpabilidad que aceptaste
y que en tanta estima tienes. Pues la
irreprochabilidad de Cristo es la prueba de que el ego jamás existió ni jamás
podrá existir. Sin culpa, el ego no
tiene vida, y el Hijo de Dios está libre de toda culpa.
3. Al examinarte a ti mismo y juzgar honestamente tus acciones, puede
que sientas la tentación de preguntarte cómo es posible que puedas estar libre
de culpa. Mas ten en cuenta lo siguiente: no es en el tiempo donde no eres
culpable, sino en la eternidad. Has
“pecado” en el pasado, pero el pasado no existe. Lo que es siempre no tiene dirección. El tiempo parece ir en una dirección, pero
cuando llegues a su final, se enrollará hacia el pasado como una gran alfombra
extendida detrás de ti y desaparecerá.
Mientras sigas creyendo que el Hijo de Dios es culpable seguirás
caminando a lo largo de esa alfombra, creyendo que conduce a la muerte. Y la jornada parecerá larga, cruel y absurda,
pues, en efecto, lo es.
4. El viaje en que el Hijo de
Dios se ha embarcado es en verdad inútil, pero el viaje en el que su Padre le
embarca es un viaje de liberación y dicha.
El Padre no es cruel, y Su Hijo no puede herirse a sí mismo. La venganza que teme y que ve, nunca recaerá
sobre él, pues aunque cree en ella, el Espíritu Santo sabe que no es
verdad. El Espíritu Santo se encuentra
al final del tiempo que es donde tú debes estar, puesto que Él está
contigo. Él ya ha des-hecho todo lo que
es indigno del Hijo de Dios, pues ésa fue la misión que Dios le dio. Y lo que Dios da, siempre ha sido.
5. Me verás a medida que aprendas que el Hijo de Dios es inocente. Él
siempre anduvo en busca de su inocencia, y la ha encontrado. Pues cada cual está tratando de escapar de la
prisión que ha construido, y la manera de encontrar la liberación no se le ha
negado. Puesto que reside en él, la ha encontrado. Cuándo ha de encontrarla es solo cuestión de
tiempo, y el tiempo no es sino una ilusión.
Pues el Hijo de Dios es inocente ahora, y el fulgor de su pureza
resplandece incólume para siempre en la Mente de Dios. El Hijo de Dios será siempre tal como fue
creado. Niega tu mundo y no juzgues al
Hijo de Dios, pues su eterna inocencia se encuentra en la Mente de su Padre y
lo protege para siempre.
6. Cuando hayas aceptado la Expiación, te darás cuenta de que no hay
culpa en el Hijo de Dios. Y solo cuando veas su inocencia podrás entender su
unicidad. Pues la idea de culpa da lugar a la creencia de que algunas personas
pueden condenar a otras y, como resultado, se proyecta separación en vez de
unidad. Solo te puedes condenar a ti mismo, y hacer eso te impide reconocer que
eres el Hijo de Dios. Has negado la
condición de su existencia, que es su perfecta irreprochabilidad. El Hijo de Dios fue creado del amor y mora en
el amor. La bondad y la misericordia le
han acompañado siempre, pues él jamás ha dejado de extender el Amor de su
Padre.
7. A medida que percibas a los santos compañeros que viajan a tu lado,
te darás cuenta de que no hay tal viaje, sino tan solo un despertar. El Hijo de
Dios, que nunca ha estado dormido, no ha dejado de tener fe en ti, al igual que
tu Padre. No hay ningún camino que
recorrer ni tiempo en el que hacerlo.
Pues Dios no espera a Su Hijo en el tiempo, ya que jamás ha estado
dispuesto a estar sin él. Y, por lo
tanto, así ha sido siempre. Permite que
el fulgor de la santidad del Hijo de Dios disipe la nube de culpabilidad que
nubla tu mente, y al aceptar como tuya su pureza, aprende de él que es tuya.
8. Eres invulnerable porque estás libre de toda culpa. Solo mediante
la culpa puedes seguir aferrado al pasado. Pues la culpa establece que serás
castigado por lo que has hecho, por lo tanto, depende del tiempo
unidimensional, que comienza en el pasado y se extiende hasta el futuro. Nadie
que crea esto puede entender lo que significa “siempre” y, de este modo, la
culpa le impide apreciar la eternidad. Eres inmortal porque eres eterno, y
“siempre” no puede sino ser ahora. La culpa, entonces, es una forma de conservar
el pasado y el futuro en tu mente para asegurar así la continuidad del
ego. Pues si se castiga el pasado, la
continuidad del ego queda garantizada. La garantía de tu continuidad, no
obstante, emana de Dios, no del ego. Y la inmortalidad es lo opuesto al tiempo,
pues el tiempo pasa, mientras que la inmortalidad es constante.
9. Aceptar la Expiación te enseña lo que es la inmortalidad, pues al
aceptar que estás libre de culpa te das cuenta de que el pasado nunca existió
y, por lo tanto, de que el futuro es innecesario y de que nunca tendrá
lugar. En el tiempo, el futuro siempre
se asocia con expiar, y solo la culpa podría producir la sensación de que
expiar es necesario. Aceptar como tuya
la inocencia del Hijo de Dios es, por lo tanto, la forma en que Dios te
recuerda a Su Hijo y lo que éste es en verdad.
Pues Dios nunca ha condenado a Su Hijo que, al ser inocente, es también
eterno.
10. No puedes desvanecer la culpa otorgándole primero realidad y luego
expiando por ella. Ése es el plan que el
ego propone en lugar de simplemente desvanecerla. El ego cree en la expiación por medio del
ataque, al estar completamente comprometido con la noción demente de que el
ataque es la salvación. Y tú, que en tanta estima tienes a la culpa, debes
también creer eso, pues, ¿de qué otra manera, salvo identificándote con el ego,
podrías tener en tanta estima lo que no deseas?
11. El ego te enseña a que te ataques a ti mismo porque eres culpable,
lo cual no puede sino aumentar tu culpa, pues la culpa es el resultado del
ataque. De acuerdo con las enseñanzas
del ego, entonces, es imposible escaparse de la culpa. Pues el ataque le confiere “realidad”, y si
la culpa es real, no hay manera de superarla.
El Espíritu Santo sencillamente la desvanece mediante el sereno
reconocimiento de que nunca ha existido. Al contemplar la inocencia del Hijo de
Dios, sabe que eso es la verdad. Y al ser la verdad con respecto a ti, no
puedes atacarte a ti mismo, pues sin culpa el ataque es imposible. Por lo tanto, estás a salvo porque el Hijo de
Dios es inocente. Y al ser completamente
puro, eres invulnerable.
II. El inocente Hijo
de Dios
1. El propósito fundamental de la proyección es siempre deshacerse de
la culpa. Pero el ego, como de costumbre, trata de deshacerse de ella exclusivamente
desde su punto de vista, pues por mucho que él quiera conservarla, a ti te
resulta intolerable, toda vez que la culpa te impide recordar a Dios, Cuya
atracción es tan fuerte que te es irresistible. En este punto, pues, se produce
la más profunda de las divisiones, pues si has de conservar la culpa, tal como
insiste el ego, tú no puedes ser tú mismo. Solo persuadiéndote de que tú eres
él, podría el ego inducirte a proyectar la culpa y de ese modo conservarla en
tu mente.
2. Observa, sin embargo, cuán extraña es la solución que el ego ha
urdido. Proyectas la culpa para
deshacerte de ella, pero en realidad estás simplemente ocultándola. Experimentas culpa, pero no sabes por qué. Al
contrario, la asocias con un extraño surtido de “ideales del ego”, en los que,
según él, le has fallado. Sin embargo,
no te das cuenta de que a quien le estás fallando es al Hijo de Dios al
considerarlo culpable. Al creer que tú
ya no eres tú, no te das cuenta de que te estás fallando a ti mismo.
3. La más tenebrosa de las piedras angulares que ocultas, mantiene tu
creencia en la culpa fuera de tu conciencia, pues en ese lugar tenebroso y
secreto yace el reconocimiento de que has traicionado al Hijo de Dios al
haberlo condenado a muerte. Tú ni siquiera sospechas que esta idea asesina,
aunque demente, yace ahí oculta, pues las ansias destructivas del ego son tan
intensas que solo la crucifixión del Hijo de Dios puede, en última instancia,
satisfacerle. No sabe quién es el Hijo
de Dios porque es ciego. Mas permítele
percibir inocencia en cualquier parte y tratará de destruirla debido a su
miedo.
4. Gran parte del extraño comportamiento del ego se puede atribuir
directamente a su definición de la culpa. Para el ego, los inocentes son
culpables. Los que no atacan son sus “enemigos” porque, al no aceptar su
interpretación de lo que es la salvación, se encuentran en una posición
excelente para poder abandonarla. Se han aproximado a la piedra angular más
recóndita y tenebrosa de los cimientos del ego, y si bien el ego puede tolerar
que pongas en duda todo lo demás, este secreto lo guarda con su vida, pues su
existencia depende de que lo siga manteniendo oculto. Por lo tanto, es este
secreto lo que tenemos que examinar, pues el ego no puede protegerte de la
verdad, y en presencia de ésta él se desvanece.
5. En la serena luz de la verdad, reconozcamos que crees haber
crucificado al Hijo de Dios. No has
admitido este “terrible” secreto porque todavía desearías crucificarlo si
pudieses encontrarlo. No obstante, este
deseo ha hecho que el Hijo de Dios se mantenga oculto de ti, ya que es un deseo
aterrador y, por lo tanto, temes encontrarlo. La manera en que has lidiado con
este deseo de matarte es desconociendo tu Identidad e identificándote con lo
que no eres. Has proyectado la culpa
ciega e indiscriminadamente, pero no has podido descubrir su fuente. Pues el ego quiere destruirte, y si te
identificas con él no podrás sino creer que su objetivo es también el tuyo.
6. He dicho que la crucifixión es el símbolo del ego. Cuando el ego se enfrentó con la verdadera
inocencia del Hijo de Dios intentó darle muerte, y la razón que adujo fue que
la inocencia es una blasfemia contra Dios. Para el ego, el ego es Dios, y la
inocencia tiene que ser interpretada como la máxima expresión de culpa que
justifica plenamente el asesinato. Todavía no entiendes que cualquier miedo que
puedas experimentar en conexión con este curso procede, en última instancia, de
esa interpretación, pero si examinases las reacciones que éste suscita en ti, te
convencerías cada vez más de que eso es cierto.
7. Este curso ha afirmado explícitamente que su objetivo es tu
felicidad y tu paz. A pesar de ello, le
tienes miedo. Se te ha dicho una y otra
vez que te liberará; sin embargo, a veces reaccionas como si estuviera tratando
de aprisionarte. A menudo lo descartas con mayor diligencia de la que empleas
para descartar los postulados del ego.
En cierta medida, pues, debes creer que si no aprendes el curso te estás
protegiendo a ti mismo. Y no te das
cuenta de que lo único que puede protegerte es tu inocencia.
8. La Expiación se ha interpretado siempre como lo que libera de la
culpa, y esto es cierto si se entiende debidamente. No
obstante, incluso si yo te interpreto lo que es, puede que la rechaces y no la
aceptes para ti mismo. Tal vez hayas
reconocido la futilidad del ego y de sus ofrecimientos, pero aunque no los
deseas, puede que todavía no contemples la alternativa con agrado. En última instancia, tienes miedo de la
redención y crees que te aniquilaría. No
te engañes con respecto a la intensidad de ese miedo, pues crees que, en presencia de la Verdad,
puedes volverte contra ti mismo y destruirte.
9. Criatura de Dios, eso no es
así. Ese “secreto por el que te sientes
culpable” no es nada, y si lo sacas a la luz, la luz lo desvanecerá. No quedará
entonces ninguna nube tenebrosa que pueda interponerse entre ti y el recuerdo
de tu Padre, pues recordarás a Su inocente Hijo, que no murió porque es
inmortal. Y te darás cuenta de que
fuiste redimido juntó con él y de que nunca has estado separado de él. El que puedas recordar depende de que
comprendas esto, pues implica que has reconocido el amor sin miedo. Con ocasión
de tu vuelta a casa se producirá un gran júbilo en el Cielo y el júbilo será
tuyo. Pues el hijo redimido del hombre
es el Hijo inocente de Dios, y reconocerle es tu redención.
III. El miedo a la
redención
1. Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y
te des cuenta de su magnitud. Puede que
también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo y
desvanecerlo, sin que tú tuvieras necesidad de traerlo a la conciencia. Hay, no
obstante, un obstáculo adicional que has interpuesto entre la Expiación y tú. Hemos dicho que nadie toleraría el miedo si lo
reconociera. Pero en tu trastornado
estado mental no le tienes miedo al miedo. No te gusta, pero tu deseo de atacar no es lo
que realmente te asusta. Tu hostilidad
no te perturba seriamente. La mantienes
oculta porque tienes aún más miedo de lo que encubre. Podrías examinar incluso
la piedra angular más tenebrosa del ego sin miedo si no creyeses que, sin el
ego, encontrarías dentro de ti algo de lo que todavía tienes más miedo. No es de la crucifixión de lo que realmente
tienes miedo. Lo que verdaderamente te
aterra es la redención.
2. Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios, y
de eso es de lo que realmente tienes miedo.
Pues este recuerdo te restituiría instantáneamente al lugar donde te
corresponde estar, del cual te has querido marchar. El miedo al ataque no es nada en comparación
con el miedo que le tienes al amor. Estarías dispuesto incluso a examinar tu
salvaje deseo de dar muerte al Hijo de Dios, si pensases que eso te podría
salvar del amor. Pues este deseo causó
la separación, y lo has protegido porque no quieres que ésta cese. Te das cuenta de que al despejar la tenebrosa
nube que lo oculta, el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su Llamada y
a llegar al Cielo de un salto. Crees que
el ataque es la salvación porque el ataque impide que eso ocurra. Pues subyacente a los cimientos del ego, y
mucho más fuerte de lo que éste pueda ser jamás, se encuentra tu intenso y
ardiente amor por Dios y el Suyo por ti. Esto es lo que realmente quieres
ocultar.
3. Honestamente, ¿no te resulta más difícil decir “te quiero” que “te
odio”? Asocias el amor con la debilidad y el odio con la fuerza, y te parece
que tu verdadero poder es realmente tu debilidad. Pues no podrías dejar de
responder jubilosamente a la llamada del amor si la oyeses, y el mundo que
creíste haber construido desaparecería. El Espíritu Santo, pues, parece estar atacando
tu fuerza, ya que tú prefieres excluir a Dios. Mas no es Su Voluntad ser
excluido.
4. Has construido todo tu demente sistema de pensamiento porque crees
que estarías desamparado en Presencia de Dios; y quieres salvarte de Su Amor, pues
crees que te aniquilaría. Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de
ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío
y la grandeza en el ataque. Crees haber construido un mundo que Dios quiere
destruir, y que amando a Dios—y ciertamente lo amas—desecharías ese mundo, lo
cual es, sin duda, lo que harías. Te has
valido del mundo, por lo tanto, para encubrir tu amor, y cuanto más
profundamente te adentras en los tenebrosos cimientos del ego, más te acercas
al Amor que yace allí oculto. Y eso es
lo que realmente te asusta.
5. Puedes aceptar la demencia porque es obra tuya, pero no puedes
aceptar el amor porque no fuiste tú quien lo creó. Prefieres ser un esclavo de la crucifixión que
un Hijo de Dios redimido. Tu muerte
individual parece más valiosa que tu unicidad viviente, pues lo que se te ha
dado no te parece tan valioso como lo que tú has fabricado. Tienes más miedo de Dios que del ego, y el
amor no puede entrar donde no se le da la bienvenida. Pero el odio puede, pues entra por su propia
voluntad sin que le importe la tuya.
6. Tienes que mirar de frente a tus ilusiones y no seguir
ocultándolas, pues no descansan sobre sus propios cimientos. Aparenta ser así cuando están ocultas y, por
lo tanto, parecen ser autónomas. Ésta es
la ilusión fundamental sobre la que descansan todas las demás. Pues debajo de ellas, y soterrada mientras las
ilusiones se sigan ocultando, se encuentra la mente amorosa que creyó haberlas
engendrado con ira. Y el dolor de esta
mente es tan obvio cuando se pone al descubierto, que la necesidad que tiene de
ser sanada es innegable. Todos los trucos y estratagemas que le ofreces no
pueden sanarla, pues en eso radica la verdadera crucifixión del Hijo de Dios.
7. Sin embargo, no se le puede realmente crucificar. En este hecho
radica tanto su dolor como su curación, pues la visión del Espíritu Santo es
misericordiosa y Su remedio no se hace esperar. No ocultes el sufrimiento de Su vista, sino
llévalo gustosamente ante Él. Deposita
ante Su eterna cordura todo tu dolor y deja que Él te cure. No permitas que ningún vestigio de dolor
permanezca oculto de Su luz, y escudriña tu mente con gran minuciosidad en
busca de cualquier pensamiento que tengas miedo de revelar. Pues Él sanará cada
pensamiento insignificante que hayas conservado con el propósito de herirte a
ti mismo, lo expurgará de su pequeñez y lo restituirá a la Grandeza de Dios.
8. Bajo la grandiosidad que en tanta estima tienes se encuentra la
petición de ayuda que verdaderamente estás haciendo. Le pides amor a tu Padre, tal como Él te pide
que regreses a Él. Lo único que deseas hacer en ese lugar que has encubierto es
unirte al Padre, en amoroso recuerdo de Él. Encontrarás ese lugar donde mora la verdad a
medida que lo veas en tus hermanos, que si bien pueden engañarse a sí mismos,
anhelan, al igual que tú, la grandeza que se encuentra en ellos. Y al
percibirla le darás la bienvenida y dispondrás de ella, 6pues la grandeza es el
derecho del Hijo de Dios y no hay ilusión que pueda satisfacerle o impedirle
ser lo que él es. Lo único que es real
es su amor y lo único que puede satisfacerle es su realidad.
9. Sálvale de sus ilusiones para que puedas aceptar la magnificencia de
tu Padre jubilosamente y en paz. Mas no excluyas a nadie de tu amor o, de lo
contrario, estarás ocultando un tenebroso lugar en tu mente donde se le niega
la bienvenida al Espíritu Santo. Y de
este modo te excluirás a ti mismo de Su poder sanador, pues al no ofrecer amor
total no podrás sanar completamente. La
curación tiene que ser tan completa como el miedo, pues el amor no puede entrar
allí donde haya un solo ápice de miedo que malogre su bienvenida.
10. Tú que prefieres la separación a la cordura no puedes hacer que
haya separación en tu mente recta. Estabas en paz hasta que pediste un favor
especial. Dios no te lo concedió, pues lo que pedías era
algo ajeno a Él, y tú no podías pedirle eso a un Padre que realmente amase a Su
Hijo. Por lo tanto, hiciste de Él un
padre no amoroso al exigir de Él lo que solo un padre no amoroso podía dar. Y la paz del Hijo de Dios quedó destruida,
pues ya no podía entender a su Padre. Tuvo miedo de lo que había hecho, pero tuvo
todavía más miedo de su verdadero padre, al haber atacado su gloriosa igualdad
con Él.
11. Cuando estaba en paz no necesitaba nada ni pedía nada. Cuando se declaró en guerra lo exigió todo y
no encontró nada. ¿De qué otra manera podía haber respondido la dulzura del
amor a sus exigencias sino partiendo en paz y retornando al Padre? Si el Hijo no deseaba permanecer en paz, no
podía quedarse en absoluto. Pues una
mente tenebrosa no puede vivir en la luz y tiene que buscar un lugar tenebroso
donde poder creer que allí es donde se encuentra aunque realmente no sea así. Dios no permitió que esto ocurriese. Tú, no obstante, exigiste que ocurriera y, por
consiguiente, creíste que ocurrió.
12. “Singularizar” es “aislar” y, por lo tanto, causar soledad. Dios no te hizo eso. ¿Cómo iba a poder excluirte de Sí Mismo,
sabiendo que tu paz reside en Su Unicidad? Lo único que te negó fue tu petición de dolor,
pues el sufrimiento no forma parte de Su Creación. Te había creado y no iba a revocarlo. Lo único que pudo hacer fue contestar a tu
petición demente con una respuesta cuerda que residiera contigo en tu demencia.
Y eso fue justamente lo que hizo. No es posible oír Su respuesta sin renunciar a
la demencia. Su respuesta es el punto de
referencia que se encuentra más allá de las ilusiones, desde el cual puedes
observarlas y ver que son dementes. Basta con que busques ese lugar y lo
encontrarás, pues el Amor reside en ti y te conducirá hasta él.
IV. La función del
tiempo
1. Y ahora, la razón por la que tienes miedo de este curso debiera ser
evidente. Pues éste es un curso acerca del amor, ya que es un curso acerca de
ti. Se te ha dicho que tu función en
este mundo es curar y que tu función en el Cielo es crear. El ego te enseña que tu función en la tierra
es destruir y que no tienes ninguna función en el Cielo. Quiere, por lo tanto, destruirte aquí y
enterrarte aquí, sin dejarte otra herencia que el polvo del que cree fuiste
“creado”. Mientras el ego se encuentra
razonablemente satisfecho contigo de acuerdo con sus razonamientos te ofrece el
olvido. Cuando se torna abiertamente despiadado, te ofrece el infierno.
2. No obstante, ni el olvido ni el infierno te resultan tan
inaceptables como el Cielo. Para ti, el Cielo es el infierno y el olvido, y
crees que el verdadero cielo es la mayor amenaza que podrías experimentar. Pues
el infierno y el olvido son ideas que tú mismo inventaste, y estás resuelto a
demostrar su realidad para así establecer la tuya. Si se pone en duda su realidad crees que se
pone en duda la tuya, pues crees que el
ataque es tu realidad y que tu destrucción es la prueba final de que tenías
razón.
3. Dadas las circunstancias, ¿no sería más deseable estar equivocado,
aparte del hecho de que, en efecto, lo estás? Aunque tal vez se podría argumentar que la
muerte indica que antes hubo vida, nadie sostendría que prueba que la vida
existe. Incluso la vida previa a la que
la muerte parece señalar, habría sido inútil si tan solo hubiera desembocado en
la muerte y necesitara de ésta para probar que existió. Pones en duda el Cielo, pero no pones en duda
la muerte. No obstante, podrías sanar y ser sanado si la pusieras en duda. Y aunque no sabes lo que es el Cielo, ¿no
sería éste más deseable que la muerte? 7 Has sido tan selectivo con respecto a
lo que pones en duda como con respecto a lo que percibes. 8 Una mente receptiva
es mucho más honesta que eso.
4. El ego tiene una extraña noción del tiempo, y ésa podría muy bien
ser la primera de sus nociones que empiezas a poner en duda. Para el ego el pasado es importantísimo y, en
última instancia, cree que es el único aspecto del tiempo que tiene
significado. Recuerda que el hincapié que el ego hace en la culpa le permite
asegurar su continuidad al hacer que el futuro sea igual que el pasado, eludiendo
de esa manera el presente. La noción de pagar por el pasado en el futuro hace
que el pasado se vuelva el factor determinante del futuro, convirtiéndolos así
en un continuo sin la intervención del presente. Pues el ego considera que el presente es tan solo
una breve transición hacia el futuro, en la que lleva el pasado hasta el futuro
al interpretar el presente en función del pasado.
5. El “ahora” no significa nada para el ego. El presente tan solo le recuerda viejas
heridas, y reacciona ante él como si fuera el pasado. El ego no puede tolerar
que te liberes del pasado, y aunque éste ya pasó, el ego trata de proteger su
propia imagen reaccionando como si todavía estuviera aquí. Dicta tus reacciones hacia aquellos con los
que te encuentras en el presente tomando como punto de referencia el pasado,
empañando así su realidad actual. De
hecho, si sigues los dictados del ego, reaccionarás ante tu hermano como si se
tratara de otra persona, y esto sin duda te impedirá conocerlo tal como
es. Y recibirás mensajes de él basados
en tu propio pasado porque al hacer que el pasado cobre realidad en el
presente, no te permitirás a ti mismo dejarlo atrás. De este modo, tú mismo te niegas el mensaje de
liberación que cada uno de tus hermanos te ofrece ahora.
6. De las sombrías figuras del pasado es precisamente de las que
tienes que escapar. No son reales, y no
pueden ejercer ningún dominio sobre ti a menos que las lleves contigo. Son las portadoras de las áreas de dolor que
hay en tu mente, y te incitan a atacar en el presente como represalia por un
pasado que ya no existe. Y esta decisión
te acarreará dolor en el futuro. A menos que aprendas que todo el dolor que
sufriste en el pasado fue una ilusión, estarás optando por un futuro de
ilusiones y echando a perder las múltiples oportunidades que el presente te
ofrece para liberarte. El ego quiere
conservar tus pesadillas e impedir que despiertes y te des cuenta de que
pertenecen al pasado. ¿Cómo podrías
reconocer un encuentro santo si lo percibes simplemente como un encuentro con
tu pasado? Pues en ese caso no te
estarías reuniendo con nadie, y compartir la salvación, que es lo que hace que
el encuentro sea santo, quedaría excluido de tu visión. El Espíritu Santo te enseña que siempre te
encuentras contigo mismo, y el encuentro es santo porque tú lo eres. El ego te enseña que siempre te encuentras con
tu pasado, y que debido a que tus sueños no fueron santos, el futuro tampoco lo
será y el presente no tiene ningún significado.
7. Es evidente que la percepción que el Espíritu Santo tiene del
tiempo es exactamente la opuesta a la del ego. La razón de ello es igualmente
clara, pues la percepción que ambos tienen del propósito del tiempo es
diametralmente opuesta. Para el Espíritu
Santo el propósito del tiempo es que finalmente se haga innecesario. El Espíritu Santo considera que la función del
tiempo es temporal, al estar únicamente al servicio de Su función docente que,
por definición, es temporal. Hace
hincapié, por lo tanto, en el único aspecto del tiempo que se puede extender
hasta el infinito, ya que el ahora es lo que más se aproxima a la eternidad en este
mundo. En la realidad del “ahora”, sin
pasado ni futuro, es donde se puede empezar a apreciar lo que es la
eternidad. Pues solo el “ahora” está aquí,
y solo el “ahora” ofrece las oportunidades de los encuentros santos en los que
se puede encontrar la salvación.
8. El ego, por otra parte, considera que la función del tiempo es
extenderse a sí mismo en lugar de extender la eternidad, pues, al igual que el
Espíritu Santo, el ego considera que el objetivo del tiempo es el mismo que el
suyo. El único propósito que el ego percibe en el tiempo es que, bajo su
dirección, haya continuidad entre pasado y futuro, y que el presente quede
excluido a fin de que no se pueda abrir ninguna brecha en su propia
continuidad. Su continuidad, por
consiguiente, te mantiene en el tiempo, mientras que el Espíritu Santo quiere
liberarte de él. La interpretación que
el Espíritu Santo hace de los medios para alcanzar la salvación es la que
tienes que aprender a aceptar si quieres compartir Su objetivo, que no es otro
que tu salvación.
9. Tú también interpretarás la función del tiempo según interpretes la
tuya. Si aceptas que tu función en el
mundo del tiempo es curar, harás hincapié únicamente en el aspecto del tiempo
en el que la curación puede tener lugar.
La curación no se puede llevar a cabo en el pasado. Tiene que llevarse a cabo en el presente para
así liberar el futuro. Esta
interpretación vincula el futuro al presente, y extiende el presente en vez del
pasado. Mas si crees que tu función es
destruir, perderás de vista al presente y te aferrarás al pasado a fin de asegurar
un futuro destructivo. Y el tiempo será
tal como tú lo interpretes, pues, de por sí, no es nada.
V. Las dos emociones
1. Dije anteriormente que solo puedes experimentar dos emociones: amor
y miedo. Una de ellas es inmutable
aunque se intercambia continuamente, al ser ofrecida por lo Eterno a lo eterno.
Por medio de este intercambio es como se
extiende, pues aumenta al darse. La otra
adopta muchas formas, ya que el contenido de las fantasías individuales difiere
enormemente. Mas todas ellas tienen algo
en común: son todas dementes. Están
compuestas de imágenes que no se pueden ver y de sonidos que no se pueden oír. Constituyen
un mundo privado que no se puede compartir. Pues únicamente tienen sentido para su hacedor
y, por consiguiente, no tienen sentido en absoluto. En este mundo su hacedor ronda solo, ya que
únicamente él las percibe.
2. Cada cual puebla su mundo de figuras procedentes de su pasado
individual, y ésa es la razón de que los mundos privados difieran tanto entre
sí. No obstante, las imágenes que cada
cual ve jamás han sido reales, pues están compuestas únicamente de sus reacciones
hacia sus hermanos y no incluyen las reacciones de éstos hacia él. No se da cuenta, por lo tanto, de que él mismo
las forjó y de que están incompletas. Pues dichas figuras no tienen testigos, al ser
percibidas únicamente por una mente separada.
3. A través de estas extrañas y sombrías figuras es como los que no
están cuerdos se relacionan con su mundo demente. Pues solo ven a aquellos que les recuerdan
esas imágenes, y es con ellas con las que se relacionan. Por lo tanto, se comunican con los que no
están ahí y son éstos quienes les contestan. Mas nadie oye su respuesta, excepto aquel que
los invocó, y solo él cree que le contestaron. La proyección da lugar a la percepción, y no
puedes ver más allá de ella. Has atacado
a tu hermano una y otra vez porque viste en él una sombría figura de tu mundo
privado. Y así, no puedes sino atacarte
a ti mismo primero, pues lo que atacas no está en los demás. 8 La única
realidad de lo que atacas se encuentra en tu mente, de modo que, al atacar a
otros, estás literalmente atacando algo que no está ahí.
4. Los que viven engañados pueden ser muy destructivos, pues no se dan
cuenta de que se han condenado a sí mismos. No desean morir, sin embargo no dejan de
condenar. De esta manera, cada uno se
aísla en su propio mundo, en el que reina el desorden y en el que lo que está
dentro aparenta estar fuera. Mas no ven
lo que está dentro, pues no pueden reconocer la realidad de sus hermanos.
5. Solo puedes experimentar dos emociones, pero en tu mundo privado
reaccionas ante cada una de ellas como si se tratara de la otra. El amor no
puede residir en un mundo aparte, donde no se le reconoce cuando hace acto de
presencia. Si lo que ves en tu hermano
es tu propio odio, no lo estás viendo a él. Todo el mundo se acerca a lo que ama y se
aleja de lo que teme. Y tú reaccionas
con miedo ante el amor y te alejas de él. Sin embargo, el miedo te atrae, y tomándolo
por amor, lo invitas a que venga a ti. Tu mundo privado está lleno de figuras
tétricas que tú mismo has invitado, por lo tanto, no puedes ver todo el amor
que tus hermanos te ofrecen.
6. Al contemplar con claridad el mundo que te rodea, no puedes sino
darte cuenta de que estás sumergido en la demencia. Ves lo que no está ahí y oyes lo que no emite
sonido. Las emociones que expresas
reflejan lo opuesto de lo que sientes. No te comunicas con nadie, y te encuentras tan
aislado de la realidad como si tú fueras lo único que existe en todo el
universo. En tu demencia pasas por alto
la realidad completamente, y dondequiera que tu mirada se posa no ves más que
tu mente dividida. Dios te llama, mas tú
no lo oyes, pues estás embebido en tu propia voz. Y no puedes ver la visión de Cristo, pues solo
te ves a ti mismo.
7. Criatura de Dios, ¿es eso lo que le quieres ofrecer a tu
Padre? Pues si te lo ofreces a ti mismo,
se lo ofreces a Él. Mas Él no te lo
devolverá, pues no es digno de ti porque no es digno de Él. Aun así, Él quiere librarte de ello y ponerte
en libertad. Su Respuesta cuerda te dice que lo que te has ofrecido a ti mismo
no es verdad, pero que el ofrecimiento que Él te hizo sigue en pie. Tú que no sabes lo que haces, puedes aprender
lo que es la demencia y mirar más allá de ella. Se te ha concedido poder
aprender a negarla y a escapar de tu mundo privado en paz. Verás todo lo que
negaste en tus hermanos al haberlo negado en ti mismo. Pues los amarás y, al acercarte a ellos, los
atraerás a ti al percibirlos como los testigos de la realidad que compartes con
Dios. Yo estoy con ellos tal como estoy
contigo, y juntos los extraeremos de sus mundos privados, pues tal como
nosotros estamos unidos, así nos uniremos a ellos. El Padre nos da la bienvenida a todos con
alegría, y alegría es lo que le debemos ofrecer. Pues a ti a quien Dios se dio a Sí Mismo se te
han encomendado todos Sus Hijos. Y es
Dios lo que les debes ofrecer, para que puedas reconocer el regalo que te hizo.
8. La visión depende de la luz. En la obscuridad no puedes ver. Mas en la
obscuridad—el mundo privado que habitas cuando duermes—ves en sueños a pesar de
que tus ojos están cerrados. Ahí es donde
lo que ves es obra tuya. Con todo, si
abandonas la obscuridad dejarás de ver todo lo que hiciste, pues verlo depende
de negar la visión. Sin embargo, negar
la visión no quiere decir que no puedas ver. Mas eso es lo que hace la negación, pues
mediante ella aceptas la demencia, al creer que puedes construir un mundo
privado y gobernar tu propia percepción. Mas para esto, la luz tiene que ser excluida. Cuando ésta llega, no obstante, los sueños se
desvanecen y entonces puedes ver.
9. No intentes alcanzar la
visión valiéndote de los ojos, pues tú mismo inventaste tu manera de ver para
así poder ver en la obscuridad, y en eso te engañas. Más allá de esta obscuridad, pero todavía
dentro de ti, se encuentra la visión de Cristo, Quien contempla todo en la luz.
Tu “visión” emana del miedo, tal como la
Suya emana del amor. Él ve por ti, al ser
tu testigo del mundo real. Él es la
manifestación del Espíritu Santo, y lo único que hace es contemplar el mundo
real, invocar a sus testigos y acercártelos. Cristo ama lo que ve en ti y Su deseo es
extenderlo. Y no retornará al Padre
hasta que no haya extendido tu percepción de forma que incluya al Padre. Y allí acaba la percepción, pues Él te habrá
llevado Consigo de vuelta al Padre.
10. Solo puedes experimentar dos emociones. Una la inventaste tú y la otra se te dio. Cada una de ellas representa una manera
diferente de ver las cosas, y de sus correspondientes perspectivas emanan dos
mundos distintos. Ve a través de la
visión que se te ha dado, pues a través de la visión de Cristo Él se contempla
a Sí Mismo. Y al ver lo que Él es,
conoce a Su Padre. Más allá de tus
sueños más tenebrosos Él ve en ti al inocente Hijo de Dios, resplandeciendo con
un fulgor perfecto que tus sueños no pueden atenuar. Y esto es lo que verás a medida que veas todo
a través de Su visión, pues Su visión es el regalo de amor que Él te hace, que
el Padre le dio para ti.
11. El Espíritu Santo es la Luz en la que Cristo se alza revelado. Y todos los que desean contemplarlo lo pueden
ver, pues han pedido luz. No lo verán a
Él solo, pues tal como ellos no están solos, Él tampoco lo está. Al ver al Hijo en Él, ascendieron con Él hasta
el Padre. Y todo esto lo entenderán
porque miraron en su interior, más allá de la obscuridad, y al ver el Cristo en
ellos lo reconocieron. En la cordura de
Su visión se contemplaron a sí mismos con amor y se vieron tal como el Espíritu
Santo los ve. Y con esta visión de la
verdad que en ellos mora, toda la belleza del mundo vino a resplandecer sobre
ellos.
VI. Cómo encontrar el
presente
1. Percibir verdaderamente es ser consciente de toda la realidad
mediante la conciencia de tu propia realidad. Pero para que esto tenga lugar no
debes ver ninguna ilusión, pues la realidad no da cabida a ningún error. Esto quiere decir percibir a tu hermano
solamente como lo ves ahora. Su pasado
no tiene realidad en el presente, por lo tanto, es imposible que lo puedas ver.
Las reacciones que tuviste hacia tu
hermano en el pasado tampoco están ahí, y si reaccionas ante ellas, no estarás
sino viendo la imagen que hiciste de él, a la cual tienes en mayor estima que a
él. Cuando pongas en duda las ilusiones,
pregúntate si es realmente sensato percibir el pasado como si estuviera
ocurriendo ahora. Si recuerdas el pasado
cuando contemplas a tu hermano, no podrás percibir la realidad que está aquí
ahora.
2. Consideras “natural” utilizar tus experiencias pasadas como punto
de referencia desde el que juzgar el presente. Sin embargo, eso es antinatural porque es
ilusorio. Cuando hayas aprendido a ver a
todo el mundo sin hacer referencia alguna al pasado, ya sea el suyo o el tuyo
según lo hayas percibido, podrás aprender de lo que ves ahora. Pues el pasado no puede arrojar sombras que
obscurezcan el presente, a no ser que tengas miedo de la luz. Y solo si tienes miedo de la luz elegirías
dejar que la obscuridad te acompañase, y al tenerla en tu mente, verla como una
nube negra que envuelve a tus hermanos y te impide ver su realidad.
3. Esta obscuridad se encuentra en ti. El Cristo, tal como se revela ante ti ahora,
no tiene pasado, pues es inmutable, y en Su inmutabilidad radica tu liberación.
Pues si Él es tal como fue creado, no
puede haber culpa en Él. Ninguna nube de
culpabilidad ha venido a ocultarlo, y Él se alza revelado en todo aquel con
quien te encuentras porque lo ves a través de Él. Renacer es abandonar el pasado y contemplar el
presente sin condenación. La nube que
oculta al Hijo de Dios de tu vista es el pasado, y si quieres que lo pasado pasado
sea, no debes verlo ahora. Si lo ves
ahora en tus ilusiones, es que todavía no se ha apartado de ti, aunque no está
aquí.
4. El tiempo puede liberar así como aprisionar, dependiendo de quién
es la interpretación de éste que eliges usar. El pasado, el presente y el futuro no son
estados continuos, a no ser que impongas continuidad en ellos. Puedes
percibirlos como que son continuos y hacer que lo sean para ti. Pero no te engañes y luego creas que realmente
lo son. Pues creer que la realidad es lo
que a ti te gustaría que fuera, de acuerdo con el uso que haces de ella, es
ilusorio. Quieres destruir la
continuidad del tiempo dividiéndolo en pasado, presente y futuro para tus
propios fines. Quieres prever el futuro
basándote en tus experiencias pasadas y hacer planes de acuerdo con esas
experiencias. Sin embargo, al hacer eso
estás alineando el pasado con el futuro, y no estás permitiendo que el milagro,
que podría intervenir entre ellos, te libere para que puedas renacer.
5. El milagro te permite ver a tu hermano libre de su pasado, y así
percibirlo como que ha renacido. Sus errores se encuentran en el pasado, y al
percibirlo sin ellos lo liberas. Y puesto que su pasado es también el tuyo, compartes
esa liberación. No permitas que ninguna sombra tenebrosa de tu pasado lo oculte
de tu vista, pues la verdad se encuentra solamente en el presente, y si la
buscas ahí, la encontrarás. La has
buscado donde no está, por lo tanto, no la has podido encontrar. Aprende, pues, a buscarla donde está, y ella
alboreará ante los ojos que ven. Tu
pasado fue engendrado con ira, y si te vales de él para atacar el presente,
serás incapaz de ver la liberación que éste te ofrece.
6. Has dejado atrás los juicios y la condenación, y a no ser que los
sigas arrastrando contigo, te darás cuenta de que te has liberado de ellos. Contempla
amorosamente el presente, pues encierra lo único que es verdad eternamente. Toda
curación reside en él porque su continuidad es real. El presente se expande hasta todos los
aspectos de la Filiación simultáneamente, y esto permite que cada uno de ellos
se pueda extender hasta los demás. El presente existe desde antes de que el
tiempo diera comienzo y seguirá existiendo una vez que éste haya finalizado. En el presente se encuentran todas las cosas
que son eternas, las cuales son una. La
continuidad de esas cosas es intemporal y su comunicación jamás puede
interrumpirse, pues no están separadas por el pasado. Solo el pasado puede producir separación,
pero el pasado no está en ninguna parte.
7. El presente te muestra a tus hermanos bajo una luz que te uniría a
ellos y te liberaría del pasado. ¿Usarías, entonces, el pasado contra ellos? Pues si lo haces, estarás eligiendo permanecer
en una obscuridad que no existe, y negándote a aceptar la luz que se te ofrece.
Pues la luz de la visión perfecta se
otorga libremente del mismo modo en que se recibe libremente, y solo puede
aceptarse sin limitaciones de ninguna clase. En el presente, la única dimensión
del tiempo que es inmóvil e inalterable y donde no queda ni rastro de lo que
fuiste, contemplas a Cristo e invocas a Sus testigos para que derramen su
fulgor sobre ti por haberlos invocado. Esos testigos no negarán la verdad que mora en
ti porque la buscaste en ellos y allí la encontraste.
8. El ahora es el momento de la salvación, pues en el ahora es cuando
te liberas del tiempo. Extiéndele tu
mano a todos tus hermanos e infúndelos con el toque de Cristo. En tu eterna
unión con ellos reside tu continuidad, ininterrumpida porque la compartes
plenamente. El inocente Hijo de Dios es
únicamente luz. En él no hay obscuridad,
pues goza de plenitud. Exhorta a todos
tus hermanos a que den testimonio de la plenitud del Hijo de Dios, del mismo
modo en que yo te exhorto a que te unas a mí. Cada voz es parte del himno
redentor: el himno de alegría y agradecimiento por la luz al Creador de la Luz.
La santa luz que irradia desde el Hijo
de Dios da testimonio de que la luz que hay en él procede de su Padre.
9. Irradia tu luz sobre tus hermanos en recuerdo de tu Creador, pues
Lo recordarás a medida que invoques a los testigos de Su Creación. Aquellos que
cures darán testimonio de tu curación, pues en su plenitud verás la tuya propia.
Y a medida que tus himnos de alabanza y
de alegría se eleven hasta tu Creador, Él te dará las gracias mediante Su inequívoca
respuesta a tu llamada, pues es imposible que Su Hijo Lo llame y no reciba
respuesta. La Llamada que te hace a ti
es la misma que tú le haces a Él. Y lo
que te contesta en Él es Su Paz.
10. Criatura de la Luz, no sabes que la luz está en ti. Sin embargo,
la encontrarás a través de sus testigos, pues al haberles dado luz, ellos te la
devolverán. Cada hermano que contemples
en la luz hará que seas más consciente de tu propia luz. El amor siempre conduce al Amor. Los enfermos, que imploran amor, se sienten
agradecidos por él, y en su alegría resplandecen con santo agradecimiento. Y
eso es lo que te ofrecen a ti que les brindaste dicha. Son tus guías a la dicha, pues habiéndola
recibido de ti desean conservarla. Los has establecido como guías a la paz,
pues has hecho que ésta se manifieste en ellos. Y al verla, su belleza te llama a retornar a
tu hogar.
11. Hay una luz que este mundo no puede dar. Mas tú puedes darla, tal como se te dio a ti. Y
conforme la des, su resplandor te incitará a abandonar el mundo y a seguirla. Pues esta luz te atraerá como nada en este
mundo lo puede hacer. Y desecharás este
mundo y encontrarás otro. Ese otro mundo
resplandece con el amor que tú le has dado. En él todo te recordará a tu Padre y a Su
santo Hijo. La luz es ilimitada y se extiende por todo ese mundo con serena
dicha. Todos aquellos que trajiste
contigo resplandecerán sobre ti, y tú resplandecerás sobre ellos con gratitud porque
te trajeron hasta aquí. Tu luz se unirá
a la suya dando lugar a un poder tan irresistible que liberará de las tinieblas
a los demás según tu mirada se pose sobre ellos.
12. Despertar en Cristo es obedecer las leyes del amor libremente como
resultado del sereno reconocimiento de la verdad que encierran. Tienes que
estar dispuesto a dejarte atraer por la luz, y la manera en que uno demuestra
que está dispuesto es dando. Aquellos
que aceptan tu amor están dispuestos a convertirse en los testigos del amor que
tú les diste, y son ellos quienes te lo ofrecerán a ti. Cuando duermes estás solo y tu conciencia se
limita a ti. Por eso es por lo que
tienes pesadillas. Tus sueños son sueños
de soledad porque tienes los ojos cerrados. No ves a tus hermanos, y en la obscuridad no
puedes ver la luz que les diste.
13. Sin embargo, las leyes del amor no se suspenden porque tú estés
dormido. Las has obedecido en todas tus pesadillas, y no has dejado de dar,
pues no estabas solo. Aun en tus sueños Cristo te ha protegido, asegurándose de
que el mundo real se encuentre ahí para ti cuando despiertes. Él ha dado por ti en tu nombre, y te ha dado
los regalos que dio. El Hijo de Dios
sigue siendo tan amoroso como su Padre. Al tener una relación de continuidad con su
Padre, no tiene un pasado separado de Él. Por eso es por lo que jamás ha cesado de ser
el testigo de su Padre ni el suyo propio. Aunque dormía, la visión de Cristo nunca lo
abandonó. Y ésa es la razón de que pueda
convocar a los testigos que le demuestran que él nunca estuvo dormido.
VII. La consecución
del mundo real
1. Siéntate sosegadamente, y según contemplas el mundo que ves, repite
para tus adentros: “El mundo real no es así. En él no hay edificios ni calles
por donde sus habitantes caminan solos y separados. En él no hay tiendas donde
la gente compra una infinidad de cosas innecesarias. No está iluminado por
luces artificiales ni la noche desciende sobre él. No tiene días radiantes que
luego se nublan. En el mundo real nadie
sufre pérdidas de ninguna clase. En él todo resplandece, y resplandece
eternamente”.
2. Tienes que negar el mundo que ves, pues verlo te impide tener otro
tipo de visión. No puedes ver ambos
mundos, pues cada uno de ellos representa una manera de ver diferente y depende
de lo que tienes en gran estima. La
negación de uno de ellos hace posible la visión del otro. Los dos no pueden ser
verdad; no obstante, cualquiera de ellos te parecerá tan real como el valor que
le atribuyas. Su poder, sin embargo, no
es idéntico porque la verdadera atracción que ejercen sobre ti no es igual.
3. Tú no deseas realmente el mundo que ves, pues no ha hecho más que
decepcionarte desde los orígenes del tiempo. Las casas que erigiste jamás te dieron cobijo.
Los caminos que construiste no te llevaron a ninguna parte y ninguna de las
ciudades que fundaste ha resistido el asalto demoledor del tiempo. Todo lo que has hecho lleva impreso sobre sí
el estigma de la muerte. No lo tengas en
tanta estima, pues es un mundo viejo y decrépito, e incluso según lo construías
estaba ya listo para retornar al polvo. Este mundo doliente no tiene el poder de influenciar
al mundo viviente en absoluto. Tú no
puedes conferirle ese poder, y si bien lo abandonas con tristeza, en él no
habrías podido encontrar el camino que conduce más allá de él hacia el otro
mundo.
4. El mundo real, por otra parte, tiene el poder de influenciarte
incluso aquí porque lo amas. Y lo que
pides con amor vendrá a ti. El amor
siempre responde, pues es incapaz de negar una petición de ayuda o de no oír
los gritos de dolor que se elevan hasta él desde todos los rincones de este
extraño mundo que construiste, pero que realmente no deseas. Lo único que necesitas hacer para abandonarlo
y reemplazarlo gustosamente por el mundo que tú no creaste, es estar dispuesto
a reconocer que el que fabricaste es falso.
5. Has estado equivocado con respecto al mundo porque te has juzgado
erróneamente a ti mismo. ¿Qué podías haber visto desde un punto de vista tan
distorsionado? Toda visión comienza con el que percibe, que es quien determina
lo que es verdad y lo que es falso. Y no
podrá ver lo que juzgue como falso. Tú
que deseas juzgar la realidad no puedes verla, pues en presencia de juicios la
realidad desaparece. Lo que no está en la mente no se puede ver porque lo que
se niega se encuentra ahí aunque no se reconozca. Cristo sigue estando ahí, aunque no lo
reconozcas. Su Ser no depende de que lo
reconozcas. Vive dentro de ti en el sereno presente, y está esperando a que
abandones el pasado y entres en el mundo que te ofrece con amor.
6. No hay nadie en este mundo enloquecido que no haya vislumbrado en
alguna ocasión algún atisbo del otro mundo que le rodea. No obstante, mientras
siga otorgando valor a su propio mundo, negará la visión del otro, manteniendo
que ama lo que no ama y negándose a seguir el camino que el amor le señala.
¡Cuán jubilosamente te muestra el camino el Amor! Y a medida que lo sigas, te regocijarás de
haber encontrado Su compañía, y de haber aprendido de Él cómo regresar
felizmente a tu hogar. Estás esperando únicamente por ti. Abandonar este triste mundo e intercambiar tus
errores por la Paz de Dios no es sino tu voluntad. Y Cristo te ofrecerá siempre la Voluntad de
Dios, en reconocimiento de que la compartes con Él.
7. La Voluntad de Dios es que nada, excepto Él, ejerza influencia
alguna sobre Su Hijo y que nada más ni siquiera se le acerque. Su Hijo es tan inmune al dolor como lo es Él,
Quien lo protege en toda situación. El
mundo que lo rodea refulge con amor porque Dios ubicó a Su Hijo en Sí Mismo
donde no existe el dolor y donde el amor lo envuelve eterna e ininterrumpidamente.
Su paz no puede ser perturbada. El Hijo de Dios contempla con perfecta cordura
el amor que lo rodea por todas partes y que se encuentra asimismo dentro de él.
Y negará forzosamente el mundo del dolor
en el instante en que se perciba rodeado por los Brazos del Amor. Y desde este enclave seguro mirará serenamente
a su alrededor y reconocerá que el mundo es uno con él.
8. La Paz de Dios supera tu razonar solo en el pasado. Sin embargo, está aquí y puedes entenderla
ahora mismo. Dios ama a Su Hijo eternamente y Su Hijo le corresponde
eternamente también. El mundo real es el
camino que te lleva a recordar la única cosa que es completamente verdadera y
completamente tuya. Todo lo demás te lo
has prestado a ti mismo en el tiempo y desaparecerá. Pero eso otro es eternamente tuyo, al ser el
regalo de Dios a Su Hijo. Tu única
realidad te fue dada, pues mediante ella Dios te creó Uno con Él.
9. Primero soñarás con la paz y luego despertarás a ella. Tu primer intercambio de lo que has hecho por
lo que realmente deseas es el intercambio de las pesadillas por los sueños
felices de amor. En ellos se encuentran tus verdaderas percepciones, pues el
Espíritu Santo corrige el mundo de los sueños, en el que reside toda
percepción. El Conocimiento no necesita corrección. Con todo, los sueños de amor conducen al
Conocimiento. En ellos no ves nada temible, y por esa razón constituyen la
bienvenida que le ofreces al Conocimiento. El amor espera la bienvenida, pero
no en el tiempo, y el mundo real no es sino tu bienvenida a lo que siempre fue.
Por lo tanto, la llamada al júbilo se
encuentra en él, y tu gozosa respuesta es tu despertar a lo que nunca perdiste.
10. Alaba, pues, al Padre por la perfecta cordura de Su santísimo
Hijo. Tu Padre sabe que no tienes
necesidad de nada. Esto es así en el
Cielo, pues, ¿qué podrías necesitar en la eternidad? En tu mundo ciertamente tienes necesidad de
cosas. El mundo en el que te encuentras
es un mundo de escasez porque estás necesitado.
Sin embargo, ¿podrías encontrarte a ti mismo en un mundo así? Sin el Espíritu Santo la respuesta sería
no. Pero debido a Él, la respuesta es un
gozoso sí. Por ser el Mediador entre los
dos mundos, Él sabe lo que necesitas y lo que no te hará daño. El concepto de posesión es un concepto peligroso
si se deja en tus manos. El ego quiere
poseer cosas para salvarse, pues poseer es su ley. Poseer por poseer es el credo fundamental del
ego y una de las piedras angulares de los templos que se erige a sí mismo. El ego exige que deposites en su altar todas
las cosas que te ordena obtener, pero no deja que halles gozo alguno en ellas.
11. Todo lo que el ego te dice
que necesitas te hará daño. Pues si bien
el ego te exhorta una y otra vez a que obtengas todo cuanto puedas, te deja sin
nada, pues exige que le entregues todo lo que obtienes. E incluso de las mismas manos que lo
obtuvieron, será arrebatado y arrojado al polvo. Pues donde el ego ve salvación, ve también
separación, y de esta forma pierdes todo lo que has adquirido en su nombre. No te preguntes a ti mismo, por lo tanto, qué
es lo que necesitas, pues no lo sabes, y lo que te aconsejes a ti mismo te hará
daño. Pues lo que crees necesitar
servirá simplemente para fortificar tu mundo contra la luz y para hacer que no
estés dispuesto a cuestionar el valor que este mundo tiene realmente para ti.
12. Solo el Espíritu Santo sabe lo que necesitas. Y te proveerá de todas las cosas que no
obstaculizan el camino hacia la luz. ¿Qué otra cosa podrías necesitar? Mientras estés en el tiempo, Él te proveerá de
todo cuanto requieras, y lo renovará siempre que tengas necesidad de ello. No
te privará de nada mientras lo precises. Mas Él sabe que todo cuanto necesitas
es temporal, y que solo durará hasta que dejes a un lado todas tus necesidades
y te des cuenta de que todas ellas ya han sido satisfechas. El Espíritu Santo no tiene, por lo tanto,
ningún interés en las cosas que te proporciona. Lo único que le interesa es asegurarse de que
no te valgas de ellas para prolongar tu estadía en el tiempo. Sabe que ahí no estás en casa, y no es Su
Voluntad que demores el jubiloso regreso a tu hogar.
13. Deja, entonces, todas tus necesidades en Sus manos. Él las colmará sin darles ninguna
importancia. Lo que Él te provee no
conlleva ningún riesgo, pues Él se asegurará de que no pueda convertirse en un
punto tenebroso, oculto en tu mente, donde se conserva para hacerte daño. Bajo Su dirección viajarás ligero de equipaje
y sin contratiempos, pues Él siempre tiene puestas Sus miras en el final de la
jornada, que es Su objetivo. El Hijo de
Dios no es un viajero por mundos externos. No importa cuán santa pueda volverse
su percepción, ningún mundo externo a él contiene su herencia. Dentro de sí mismo no tiene necesidades de
ninguna clase, pues la luz solo necesita brillar en paz para dejar que desde sí
misma sus rayos se extiendan quedamente hasta el infinito.
14. Siempre que te sientas tentado de emprender un viaje inútil, que
no haría sino alejarte de la luz, recuerda lo que realmente quieres y di: El
Espíritu Santo me conduce hasta Cristo, pues, ¿a qué otro sitio querría ir? ¿Qué otra necesidad tengo, salvo la de
despertar en Él?
15. Síguele luego lleno de júbilo, confiando en que Él te conducirá a
salvo a través de todos los peligros que este mundo pueda poner en tu camino
para alterar tu paz mental. No te
postres ante los altares del sacrificio ni busques lo que sin duda perderías. Conténtate con lo que, sin duda también, has
de conservar, y no pierdas la calma, pues el viaje que estás emprendiendo hacia
la Paz de Dios, en cuya quietud Él quiere que estés, es un viaje sereno.
16. En mí ya has superado cualquier tentación que pudiera demorarte. Juntos recorremos la senda que conduce a la
quietud, que es el regalo de Dios. Tenme
en gran estima, pues, ¿qué otra cosa puedes necesitar sino a tus hermanos? Te devolveremos la paz mental que juntos
tenemos que encontrar. El Espíritu Santo
te enseñará cómo despertar a lo que nosotros somos y a lo que tú eres. Ésta es la única necesidad real que hay que
satisfacer en el tiempo. Salvarse del
mundo consiste solo en eso. Mi paz te
doy. Acéptala de mí en gozoso
intercambio por todo lo que el mundo te ha ofrecido para luego arrebatártelo. Y
la extenderemos como un manto de luz sobre la triste faz del mundo, en el que
ocultaremos a nuestros hermanos del mundo, y a éste de ellos.
17. Solos no podemos cantar el himno redentor. Mi tarea no habrá concluido hasta que haya
elevado todas las voces junto con la mía. Sin embargo, no es propiamente mía,
pues así como ella es el regalo que yo te hago, fue asimismo el regalo que el
Padre me hizo a mí a través de Su Espíritu. Su sonido desvanecerá toda aflicción de la
mente del santísimo Hijo de Dios, donde la aflicción no puede morar. En el tiempo, la curación es necesaria, pues
el júbilo no puede establecer su eterno reino allí donde mora la aflicción. Tú no moras aquí, sino en la eternidad. Eres
un viajero únicamente en sueños, mientras permaneces a salvo en tu hogar. Dale las gracias a cada parte de ti a la que hayas
enseñado cómo recordarte. Así es como el
Hijo de Dios le da las gracias a su Padre por su pureza.
VIII. De la
percepción al Conocimiento
1. Toda curación es una liberación del pasado. Por eso es por lo que
el Espíritu Santo es el único Sanador. Él enseña que el pasado no existe, hecho éste
que pertenece a la esfera del Conocimiento y que, por lo tanto, es imposible
que nadie en el mundo sepa. Sería
ciertamente imposible permanecer en el mundo gozando de tal conocimiento. Pues la mente que sabe eso a ciencia cierta,
sabe también que vive en la eternidad y no utiliza la percepción en absoluto. Por consiguiente, no se detiene a pensar dónde
está, ya que el concepto “dónde” no significa nada para ella. Sabe que está en todas partes, de la misma
manera en que lo tiene todo, y para siempre.
2. La diferencia palpable que existe entre la percepción y el
Conocimiento resulta muy evidente si consideras esto: no hay nada parcial con
respecto al Conocimiento. Cada uno de sus aspectos es total, por lo tanto,
ningún aspecto está separado de otro. Tú eres un aspecto del Conocimiento, al
estar en la Mente de Dios, Quien te conoce. Todo conocimiento te pertenece,
pues en ti reside todo conocimiento. La
percepción, aun en su expresión más elevada, nunca es completa. lncluso la percepción del Espíritu Santo—la
más perfecta que puede haber—no tiene significado en el Cielo. La percepción
puede extenderse a todas partes bajo Su dirección, pues la visión de Cristo
contempla todo en la luz. Pero no hay percepción, por muy santa que sea, que
perdure eternamente.
3. La percepción perfecta, pues, tiene muchos elementos en común con
el Conocimiento, haciendo que sea posible su transferencia a Él. El último paso,
no obstante, lo tiene que dar Dios porque el último paso de tu redención, que
parece estar en el futuro, Dios lo dio ya en tu creación. La separación no ha
interrumpido la Creación. La Creación no
puede ser interrumpida. La separación no
es más que una formulación equivocada de la realidad que no tiene consecuencia
alguna. El milagro, que no tiene ninguna
función en el Cielo, es necesario aquí. Todavía pueden verse aspectos de la
realidad, los cuales reemplazarán a aspectos de la irrealidad. Los aspectos de
la realidad se pueden ver en todo y en todas partes. Mas solo Dios puede
congregarlos a todos, al coronarlos cual uno solo con el don final de la
eternidad.
4. Sin el Padre y sin el Hijo el Espíritu Santo no tiene ninguna
función. No está separado de ninguno de
Ellos al estar en la Mente de Ambos y saber que dicha Mente es una sola. El
Espíritu Santo es un Pensamiento de Dios, y Dios te lo dio porque no tiene
ningún Pensamiento que no comparta. El mensaje del Espíritu Santo habla de lo
intemporal en el tiempo, y por eso es por lo que la visión de Cristo contempla
todas las cosas con amor. Sin embargo, ni siquiera la visión de Cristo es la
realidad del Espíritu Santo. Los áureos
aspectos de realidad que brotan a la luz bajo Su amorosa mirada son vislumbres
parciales del Cielo que se encuentra más allá de ellos.
5. Éste es el milagro de la Creación: que es UNA eternamente. Cada milagro que le ofreces al Hijo de Dios no
es otra cosa que la verdadera percepción de un aspecto de la totalidad. Aunque
cada aspecto es en sí la totalidad, no podrás saber esto hasta que te des
cuenta de que todos ellos son lo mismo, que se perciben en la misma luz y que,
por lo tanto, son UNO. Cada hermano que
ves libre de su pasado te aproxima más al final del tiempo al introducir una
manera de ver sana y sanadora en la obscuridad, capacitando así al mundo para ver.
Pues la luz tiene que llegar hasta el mundo tenebroso para que la visión de Cristo
sea posible incluso ahí. Ayúdale a ofrecer Su don de luz a todos los que creen
vagar en la obscuridad y deja que Él los reúna en Su serena visión que hace que
todos sean uno.
6. Todos son iguales: bellos e igualmente santos. Y Él se los ofrecerá
a Su Padre tal como le fueron ofrecidos a Él. Solo hay un milagro, del mismo
modo en que solo hay una realidad. Y cada milagro que obras contiene todos los
demás, de la misma manera en que cada aspecto de realidad que ves se funde
serenamente en la Única Realidad que es Dios. El Único milagro que ha existido
siempre es el santísimo Hijo de Dios, creado en la Única Realidad que es su
Padre. La visión de Cristo es el don que Él te da a ti. Su Ser es el don que Su
Padre le dio a Él.
7. Alégrate de que tu función sea curar, pues puedes otorgar el don de
Cristo sin perder el don que tu Padre le dio a Él. Ofrece el don de Cristo a
todo el mundo y en todas partes, pues los milagros que le ofreces al Hijo de
Dios por medio del Espíritu Santo te armonizan con la realidad. El Espíritu
Santo sabe el papel que te corresponde desempeñar en la redención y también
quiénes te están buscando y dónde encontrarlos. El Conocimiento está mucho más
allá de lo que te incumbe a ti como individuo. Tú que formas parte de Él y que
eres todo Él, solo necesitas darte cuenta de que el Conocimiento es del Padre y
no tuyo. Tu papel en la redención te conduce al Conocimiento mediante el restablecimiento
de Su Unicidad en tu mente.
8. Cuando te hayas visto a ti mismo en tus hermanos te liberarás y
gozarás de perfecto conocimiento, pues habrás aprendido a liberarte por medio
de Aquel que sabe lo que es la libertad. Únete a mí bajo el santo estandarte de
Sus enseñanzas y, conforme nos hagamos más fuertes, el poder del Hijo de Dios
cobrará vida en nosotros y nadie será excluido ni dejaremos a nadie solo. Y de
repente el tiempo cesará y todos nos uniremos en la eternidad de Dios el Padre.
La santa luz que viste fuera de ti en cada milagro que ofreciste a tus
hermanos, se te devolverá. Y al saber
que la luz se encuentra en ti, tus creaciones estarán allí contigo tal como tú
estás en tu Padre.
9. Así como los milagros te unen a tus hermanos en este mundo, del
mismo modo tus creaciones establecen tu paternidad en el Cielo. Tú eres el
testigo de la Paternidad de Dios, y Él te ha dado el poder de crear en el Cielo
los testigos de la tuya, la cual es como la Suya. Niega a cualquier hermano aquí y estarás
negando los testigos de tu paternidad en el Cielo. El milagro que Dios creó es perfecto, al igual
que los milagros que obraste en Su Nombre. Cuando los aceptas, tanto tú como tus hermanos
dejáis de necesitar curación.
10. En este mundo, no obstante, tu perfección no tiene testigos. Dios conoce tu perfección, pero tú no, así que
no compartes Su Testimonio de ella. Tampoco das testimonio de Él, pues de la realidad
se da testimonio viéndola como una sola. Dios espera a que des testimonio de Su Hijo y
de Él. Los milagros que llevas a cabo en la tierra son elevados hasta el Cielo
y hasta Él. Dan testimonio de lo que no sabes, y cuando llegan a las puertas del
Cielo, Dios Mismo las abre, pues nunca
dejaría a Su bienamado Hijo afuera y apartado de Él.
IX. La nube de
culpabilidad
1. La culpabilidad sigue siendo lo único que oculta al Padre, pues la
culpabilidad es el ataque que se comete contra Su Hijo. Los que se sienten
culpables siempre condenan y, una vez que han condenado, lo siguen haciendo,
vinculando el futuro al pasado tal como estipula la ley del ego. Guardarle fidelidad a esta ley impide el paso
de la luz, pues exige que se le guarde fidelidad a la obscuridad y prohíbe el
despertar. Las leyes del ego son
estrictas y cualquier violación se castiga severamente. Por lo tanto, no las obedezcas, pues son las
leyes del castigo. Y aquellos que las
acatan creen que son culpables y, por consiguiente, no pueden sino condenar. Las Leyes de Dios tienen que intervenir entre
el futuro y el pasado para que puedas liberarte. La Expiación se alza entre
ellos como una lámpara que resplandece con tal fulgor que la cadena de
obscuridad a la que te ataste a ti mismo desaparece.
2. Librarse uno de la culpa es lo que des-hace completamente al ego. No hagas de nadie un ser temible, pues su
culpabilidad es la tuya, y al obedecer las severas órdenes del ego, haces que
su condena recaiga sobre ti y no podrás escapar del castigo que él inflige a
los que lo obedecen. El ego premia la
fidelidad que se le guarda con dolor, pues tener fe en él es dolor. Y la fe solo se puede recompensar en función
de la creencia en la que se depositó. La fe le infunde poder a la creencia, y
dónde se deposita dicha fe es lo que determina la recompensa, pues la fe siempre se deposita en lo que se
valora, y lo que valoras se te devuelve.
3. El mundo te puede dar únicamente lo que tú le diste, pues al no ser
otra cosa que tu propia proyección, no tiene ningún significado aparte del que
tú viste en él y en el que depositaste tu fe. Sé fiel a la obscuridad y no podrás ver porque
tu fe será recompensada tal corno la diste. Aceptarás tu tesoro, y si depositas tu fe en
el pasado, el futuro será igual. Cualquier cosa que tienes en gran estima la
consideras tuya. El poder que le otorgas al atribuirle valor hace que sea así.
4. La Expiación conlleva una revaluación de todo lo que tienes en gran
estima, pues es el medio a través del cual el Espíritu Santo puede separar lo
falso de lo verdadero, lo cual has aceptado en tu mente sin hacer ninguna
distinción entre ambos. No puedes, por
lo tanto, valorar lo uno sin lo otro, y la culpabilidad se ha convertido en
algo tan real para ti como la inocencia. Tú no crees que el Hijo de Dios sea inocente
porque ves el pasado, pero no lo ves a él. Cuando condenas a un hermano estás diciendo:
“Yo que soy culpable elijo seguir siéndolo”. Has negado su libertad, y al hacer eso, has
negado el testigo de la tuya. Con igual
facilidad podías haberlo liberado del pasado y eliminado de su mente la nube de
culpabilidad que lo encadena a él. Y en
su libertad habrías encontrado la tuya.
5. No lo condenes por su culpabilidad, pues su culpa reside en el
pensamiento secreto de que él te ha hecho lo mismo a ti. ¿Le enseñarías entonces
que su desvarío es real? La idea de que el inocente Hijo de Dios puede atacarse
a sí mismo y declararse culpable es una locura. No creas esto de nadie, en ninguna forma, pues
la condenación y el pecado son lo mismo, y creer en uno es tener fe en el otro,
lo cual invita al castigo en lugar de al amor. Nada puede justificar la demencia, y pedir que
se te castigue no puede sino ser una locura.
6. No consideres a nadie culpable entonces y estarás afirmando la
verdad de tu inocencia ante ti mismo. Cada vez que condenas al Hijo de Dios te
convences a ti mismo de tu propia culpabilidad. Si quieres que el Espíritu Santo te libere de
ella, acepta Su ofrecimiento de Expiación para todos tus hermanos. Pues así es como aprendes que es verdad para
ti. Nunca te olvides de que es imposible
condenar al Hijo de Dios parcialmente. Los que consideras culpables se convierten en
los testigos de tu culpabilidad, y es en ti donde la verás, pues estará ahí
hasta que sea des-hecha. La culpa se encuentra en tu mente, la cual se ha
condenado a sí misma. No sigas
proyectando culpa, pues mientras lo hagas no podrá ser des-hecha. Cada vez que
liberas a un hermano de su culpa, grande es el júbilo en el Cielo, donde los
testigos de tu paternidad se regocijan.
7. La culpabilidad te ciega, pues no podrás ver la luz mientras sigas
viendo una sola mancha de culpa dentro de ti. Y al proyectarla, el mundo te parecerá tenebroso
y estar envuelto en ella. Arrojas un
obscuro velo sobre él y esto te impide verlo porque no puedes mirar en tu interior.
Tienes miedo de lo que verías, pero lo que temes ver no está ahí. Aquello de lo que tienes miedo ha
desaparecido. Si mirases en tu interior,
verías solamente la Expiación, resplandeciendo serenamente y en paz sobre el
Altar a tu Padre.
8. No tengas miedo de mirar en tu interior. El ego te dice que lo único que hay dentro de
ti es la negrura de la culpabilidad, y te exhorta a que no mires. En lugar de eso, te insta a que contemples a
tus hermanos y veas la culpabilidad en ellos. Mas no puedes hacer eso sin condenarte a
seguir estando ciego, pues aquellos que
ven a sus hermanos en las tinieblas, y los declaran culpables en las tinieblas
en las que los envuelven, tienen demasiado miedo de mirar a la luz interna. Dentro de ti no se encuentra lo que crees que
está ahí, y en lo que has depositado tu fe. Dentro de ti está la santa señal de
la perfecta fe que tu Padre tiene en ti. Tu Padre no te evalúa como tú te evalúas a ti
mismo. Él se conoce a Sí Mismo y conoce también la verdad que mora en ti. Sabe que no hay diferencia alguna entre Él y
dicha verdad, pues Él no sabe de diferencias. ¿Puedes acaso ver culpabilidad
allí donde Dios sabe que hay perfecta inocencia? Puedes negar Su Conocimiento,
pero no lo puedes alterar. Contempla,
pues, la luz que Él puso dentro de ti y date cuenta de que lo que temías
encontrar ahí ha sido reemplazado por el amor.
X. Tu liberación de
la culpabilidad
1. Estás acostumbrado a la noción de que la mente puede ver la fuente
del dolor donde ésta no se encuentra. El dudoso servicio de tal desplazamiento
es ocultar la verdadera fuente de la culpabilidad y mantener fuera de tu
conciencia la percepción plena de que dicha noción es demente. El
desplazamiento siempre se perpetúa mediante la ilusión de que la fuente de la
culpabilidad, de la cual se desvía la atención, tiene que ser verdad; y no
puede sino ser temible o, de lo contrario, no habrías desplazado la culpa hacia
lo que creíste que era menos temible. Estás dispuesto, por consiguiente, a
mirar a toda clase de “fuentes”, siempre y cuando no sea la fuente que yace más
adentro con la que no guardan relación alguna.
2. Las ideas dementes no guardan ninguna relación real, pues por eso
es por lo que son dementes. Ninguna
relación real puede estar basada en la culpabilidad ni contener una sola mancha
de culpa que mancille su pureza. Pues todas las relaciones en las que la culpa
ha dejado impresa su huella se usan únicamente para evitar a la persona y
evadir la culpabilidad. ¡Qué relaciones tan extrañas has entablado para apoyar
este extraño propósito! Y te olvidaste
de que las relaciones reales son santas y de que no te puedes valer de ellas en
absoluto. Son para el uso exclusivo del Espíritu Santo, y esto es lo que hace
que sean puras. Si descargas tu culpa
sobre ellas, el Espíritu Santo no puede entonces usarlas. Pues al apropiarte para tus propios fines de
lo que deberías haberle entregado a Él, Él no podrá valerse de ello para
liberarte. Nadie que en cualquier forma que sea quiera unirse a otro para
salvarse él solo, hallará la salvación en esa extraña relación. No es una relación que se comparta, por
consiguiente, no es real.
3. En cualquier unión con un hermano en la que procures descargar tu
culpa sobre él, compartirla con él o percibirla en él, te sentirás culpable. No
hallarás tampoco satisfacción ni paz con él porque tu unión con él no es real.
Verás culpabilidad en esa relación porque tú mismo la sembraste en ella. Es
inevitable que quienes experimentan culpabilidad traten de desplazarla, pues
creen en ella. Sin embargo, aunque sufren, no buscan la causa de su sufrimiento
dentro de sí mismos para así poder abandonarla. No pueden saber que aman ni pueden
entender lo que es amar. Su mayor preocupación es percibir la fuente de la
culpabilidad fuera de sí mismos, más allá de su control.
4. Cuando mantienes que eres culpable, pero que la fuente de tu
culpabilidad reside en el pasado, no estás mirando en tu interior. El pasado no
se encuentra en ti. Las extrañas ideas
que asocias con él no tienen sentido en el presente. Dejas, no obstante, que se
interpongan entre tú y tus hermanos, con quienes no entablas verdaderas
relaciones en absoluto. ¿Cómo puedes
esperar valerte de tus hermanos como un medio para solventar el pasado y al
mismo tiempo verlos tal como realmente son? Aquellos que se valen de sus
hermanos para resolver problemas que no existen no pueden encontrar la
salvación. No la quisiste en el pasado. ¿Cómo puedes esperar encontrarla ahora si
impones tus vanos deseos en el presente?
5. Resuélvete, por consiguiente, a dejar de ser como has sido. No te
valgas de ninguna relación para aferrarte al pasado, sino que vuelve a nacer cada
día con cada una de ellas. Un minuto, o incluso menos, será suficiente para que
te liberes del pasado y le entregues tu mente a la Expiación en paz. Cuando les
puedas dar la bienvenida a todos, tal como quisieras que tu Padre te la diese a
ti, dejarás de ver culpabilidad en ti mismo. Pues habrás aceptado la Expiación,
la cual seguía refulgiendo en tu interior mientras soñabas con la culpa, si
bien no la veías porque no buscabas dentro de ti.
6. Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro
culpable, independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti,
donde siempre encontrarías la Expiación. A la culpabilidad no le llegará su fin
mientras creas que está justificada. Tienes que aprender, por lo tanto, que la
culpa es siempre demente y que no tiene razón de ser. El propósito del Espíritu Santo no es
desvanecer la realidad. Si la culpa
fuera real, la Expiación no existiría. El propósito de la Expiación es desvanecer las
ilusiones, no considerarlas reales y luego perdonarlas.
7. El Espíritu Santo no conserva ilusiones en tu mente a fin de
atemorizarte ni te las enseña con miedo para mostrarte de lo que te ha salvado.
Eso de lo que te ha salvado ha
desaparecido. No le otorgues realidad a la culpa ni veas razón alguna que la
justifique. El Espíritu Santo hace lo
que Dios quiere que haga, y eso es lo que siempre ha hecho. Ha visto la separación, pero solo conoce la
unión. Enseña a sanar, pero sabe también lo que es la Creación. El Espíritu
Santo quiere que veas y enseñes tal como Él lo hace, y a través de Él. No obstante, lo que Él sabe tú lo desconoces
aunque es tuyo.
8. Ahora se te concede poder sanar y enseñar para dar lugar a lo que
algún día será ahora, pero que de
momento aún no lo es. El Hijo de Dios
cree estar perdido en la culpabilidad, solo en un mundo tenebroso donde el
dolor le acosa por todas partes desde el exterior. Cuando haya mirado dentro de sí y haya visto
la radiante luz que allí se encuentra, recordará cuánto lo ama su Padre. Y le parecerá increíble que hubiese podido
alguna vez pensar que su Padre no le amaba y que lo condenaba. En el momento en
que te des cuenta de que la culpa es una locura totalmente injustificada y sin
ninguna razón de ser, no tendrás miedo de contemplar la Expiación y aceptarla
totalmente.
9. Tú que has sido despiadado contigo mismo, no recuerdas el Amor de
tu Padre. Y al contemplar a tus hermanos
sin piedad, no recuerdas cuánto Lo amas. Tu amor por Él, no obstante, es por siempre
verdadero. La perfecta pureza en la que
fuiste creado se encuentra dentro de ti en paz radiante. No temas mirar a la excelsa verdad que mora en
ti. Mira a través de la nube de
culpabilidad que empaña tu visión, más allá de la obscuridad, hasta el santo
lugar donde verás la luz. El Altar de tu
Padre es tan puro como Aquel que lo elevó hasta Sí Mismo. Nada puede impedir que veas lo que Cristo quiere
que veas. Su Voluntad es como la de Su
Padre, y es misericordioso con todas las criaturas de Dios tal como quisiera
que tú lo fueras.
10. Libera a otros de la culpa como tú quisieras ser liberado. Ésa es la única manera de mirar en tu interior
y ver la luz del amor refulgiendo con la misma constancia y certeza con la que
Dios Mismo ha amado siempre a Su Hijo. Y
con la que Su Hijo lo ama a Él. En el amor no hay cabida para el miedo, pues el
amor es inocente. No hay razón alguna para que tú, que siempre has amado a tu
Padre, tengas miedo de mirar en tu interior y ver tu santidad. Tú no puedes ser
como has creído ser. Tu culpabilidad no
tiene razón de ser porque no está en la Mente de Dios, donde tú estás. Y ésta es la sensatez que el Espíritu Santo
quiere restituirte. Él solo desea desvanecer tus ilusiones. Pero quiere que
veas todo lo demás. Y en la visión de Cristo te mostrará la perfecta pureza que
se encuentra por siempre dentro del Hijo de Dios.
11. No puedes entablar ninguna relación real con ninguno de los Hijos
de Dios a menos que los ames a todos y que los ames por igual. El amor no hace
excepciones. Si otorgas tu amor a una sola parte de la Filiación
exclusivamente, estarás sembrando culpa en todas tus relaciones y haciendo que
sean irreales. Solo puedes amar tal como Dios ama. No intentes amar de forma
diferente de como Él lo hace, pues no hay amor aparte del Suyo. Hasta que no reconozcas que esto es verdad, no
tendrás idea de lo que es el amor. Nadie
que condena a un hermano puede considerarse inocente o que mora en la Paz de
Dios. Si es inocente y está en paz, pero
no lo ve, se está engañando, y eso significa que no se ha contemplado a sí
mismo. A él le digo: Contempla al Hijo de Dios, observa su pureza y permanece
muy quedo. Contempla serenamente su
santidad y dale gracias a su Padre por el hecho de que la culpa jamás haya
dejado huella alguna en él.
12. Ni una sola de las ilusiones que has albergado contra él ha mancillado
en forma alguna su inocencia. Su radiante pureza, que no se ve afectada en modo
alguno por la culpabilidad y es completamente amorosa, brilla dentro de ti. Contemplémosle
juntos y amémosle, pues en tu amor por él radica tu inocencia. Y solo con que te
contemples a ti mismo, la alegría y el aprecio que sentirás por lo que veas
erradicará la culpabilidad para siempre. Gracias, Padre, por la pureza de Tu
santísimo Hijo, a quien creaste libre de toda culpa eternamente.
13. Al igual que tú, yo deposito mi fe y mi creencia en lo que tengo
en gran estima. La diferencia es que yo
amo solamente lo que Dios ama conmigo, y por esa razón el valor que te otorgo
transciende el valor que tú te has atribuido a ti mismo, y es incluso igual que
el valor que Dios Mismo te otorgó. Amo
todo lo que Él creó y le ofrezco toda mi fe y todo el poder de mi creencia. Mi fe en ti es tan inquebrantable como el amor
que le profeso a mi Padre. Mi confianza en ti es ilimitada y está desprovista
del temor de que tú no me oigas. Doy gracias al Padre por tu hermosura y por
los muchos dones que me permitirás ofrecerle al Reino en honor de su plenitud,
que es la de Dios.
14. Alabado seas tú que haces que el Padre sea Uno con Su Propio Hijo.
Por separado no somos nada, pero unidos, brillamos con un fulgor tan intenso
que ninguno de nosotros por sí solo podría ni siquiera concebir. Ante el
glorioso esplendor del Reino la culpabilidad se desvanece, y habiéndose
transformado en bondad ya nunca volverá a ser lo que antes fue. Cada reacción
que experimentes estará tan purificada que será digna de ser ofrecida como un
himno de alabanza a tu Padre. Ve en lo que Él ha creado únicamente una alabanza
a Él, pues Él nunca cesará de alabarte a ti. Nos hallamos unidos en esta alabanza ante las
puertas del Cielo donde sin duda habremos de entrar debido a nuestra
inocencia. Dios te ama. ¿Y cómo iba a poder yo, entonces, no tener fe
en ti y amarlo a Él perfectamente?
XI. La paz del Cielo
1. Las mejores alternativas que el ego ofrece para contrarrestar lo
que se percibe como la ruda intromisión de la culpabilidad en la paz son: el
olvido, el sueño y la muerte. Aun así, nadie piensa que está en conflicto y
abatido por una guerra cruel, a menos que crea que ambos contendientes son
reales. Al creerlo, se ve obligado a
escapar, pues una guerra así pondría fin a su paz mental y, por lo tanto, lo
destruiría. Mas solo con que se diera
cuenta de que la guerra es entre un poder real y uno irreal, podría mirar en su
interior y ver su libertad. Nadie pensaría estar abatido y atormentado por
interminables batallas si él mismo percibiera que no tienen absolutamente
ningún significado.
2. No es la Voluntad de Dios que Su Hijo viva en estado de guerra. Por lo tanto, el imaginado “enemigo” que Su
Hijo cree tener es totalmente irreal. No
estás sino tratando de escapar de una guerra encarnizada de la que ya te has
escapado. La guerra ya terminó, pues has oído el himno de la libertad elevarse
hasta el Cielo. Grande es la dicha y el
regocijo de Dios por tu liberación porque tú no creaste la libertad. Y de la misma manera en que no creaste la
libertad, tampoco creaste una guerra que pudiera poner en peligro dicha
libertad. Nada destructivo ha existido nunca ni existirá jamás. La guerra, la
culpa y el pasado desaparecieron al unísono en la irrealidad de donde vinieron.
3. Cuando todos estemos unidos en el Cielo, no valorarás nada de lo
que valoras aquí. Pues nada de lo que
valoras aquí lo valoras completamente, por ende, no lo valoras en
absoluto. Solo aquello a lo que Dios
otorgó valor tiene valor, y el valor de lo que Dios aprecia no es susceptible
de ser juzgado, pues ya se fijó. Su
valor es absoluto. Las únicas
alternativas que tienes ante ti son apreciarlo o no. Valorarlo parcialmente significa que se
desconoce su valor. En el Cielo está
todo lo que Dios valora, y nada más.
Allí nada es ambiguo. Todo es
claro y luminoso, y suscita una sola respuesta. En el Cielo no hay tinieblas ni
contrastes. Nada varía ni sufre interrupción alguna. Lo único que se experimenta es una sensación
de paz tan profunda, que ningún sueño de este mundo ha podido jamás
proporcionarte ni siquiera el más leve indicio de lo que dicha paz es.
4. No hay nada en este mundo que pueda brindarte semejante paz porque
no hay nada en este mundo que se comparta totalmente. La percepción perfecta
tan solo puede mostrarte lo que se puede compartir plenamente. Puede mostrarte asimismo lo que resulta de ese
compartir mientras todavía tengas presente los resultados de no compartir. El
Espíritu Santo señala calladamente el contraste sabiendo que, en última
instancia, dejarás que Él juzgue por ti la diferencia, permitiéndole que te
muestre cuál de las dos alternativas es cierta. Tiene perfecta fe en tu juicio
final porque sabe que es Él Quien lo emitirá por ti. Dudar de eso sería dudar
de que Él vaya a llevar a cabo Su misión. Mas ¿cómo iba a ser posible eso cuando Su
misión es de Dios?
5. Tú, cuya mente está ensombrecida por las dudas y la culpabilidad,
recuerda esto: Dios te dio el Espíritu Santo a Quien le encomendó la misión de
eliminar toda duda y todo vestigio de culpa que Su amado Hijo se haya echado
encima. Su misión no puede fracasar, pues nada puede impedir el logro de lo que
Dios ha dispuesto que se logre. La
Voluntad de Dios se hace sean cuales fueren tus reacciones a la Voz del
Espíritu Santo, sea cual fuere la voz que elijas escuchar y sean cuales fueren
los extraños pensamientos que te asalten. Encontrarás la paz en la que Dios te
ha establecido porque Él no cambia de parecer. Él es tan estable como la paz en
la que moras, la cual el Espíritu Santo te recuerda.
6. En el Cielo no recordarás cambios ni variaciones. Solo aquí tienes
necesidad de contrastes. Los contrastes
y las diferencias son recursos de aprendizaje necesarios, pues gracias a ellos
aprendes lo que debes evitar y lo que debes procurar. Cuando hayas aprendido eso, encontrarás la
respuesta que elimina la necesidad de las diferencias. La verdad viene por su cuenta a encontrarse consigo
misma. Cuando hayas aprendido que tú le
perteneces a la Verdad, ésta vendrá hasta ti quedamente sin diferencias de
ninguna clase, pues no necesitarás
ningún contraste que te ayude a comprender que eso y solo eso es lo que
quieres. No temas que el Espíritu Santo vaya a fracasar en la misión que tu
Padre le ha encomendado. La Voluntad de
Dios no fracasa en nada.
7. Ten fe únicamente en lo que sigue a continuación, y ello será
suficiente: la Voluntad de Dios es que estés en el Cielo, y no hay nada que te
pueda privar del Cielo o que pueda privar al Cielo de tu presencia. Ni tus percepciones falsas más absurdas ni tus
imaginaciones más extrañas o pesadillas más aterradoras significan nada. No prevalecerán contra la paz que la Voluntad
de Dios ha dispuesto para ti. El
Espíritu Santo restaurará tu cordura porque la demencia no es la Voluntad de
Dios. Si eso es suficiente para el
Espíritu Santo, también es suficiente para ti. No conservarás lo que Dios desea
que se elimine porque eso interrumpe Su comunicación contigo, que es con quien
Él quiere comunicarse. Su Voz se oirá.
8. El nexo de comunicación que Dios Mismo colocó dentro de ti y que
une tu mente con la Suya, no puede ser destruido. Tal vez creas que ése es tu deseo, y esa
creencia ciertamente interfiere en la profunda paz en la que se conoce la dulce
y constante comunicación que Dios desea mantener contigo. Sus canales de extensión, no obstante, no
pueden cerrarse del todo o separarse de Él. Gozarás de paz porque Su Paz fluye todavía
hacia ti desde Aquel Cuya Voluntad es la paz. Dispones de ella en este mismo instante. El Espíritu Santo te enseñará a usarla y, al
extenderla, sabrás que se encuentra en ti. Dios dispuso que el Cielo fuese tuyo, y nunca
dispondrá otra cosa para ti. Lo único
que el Espíritu Santo conoce es la Voluntad de Dios. Es imposible que no alcances el Cielo, pues
Dios es algo seguro, y lo que Su Voluntad dispone es tan seguro como Él.
9. Aprenderás lo que es la salvación porque aprenderás a salvar. Es imposible que te puedas excluir de lo que
el Espíritu Santo quiere enseñarte. La
salvación es algo tan seguro como Dios.
Y Su Certeza es suficiente. Date
cuenta de que incluso la más tenebrosa pesadilla que perturba la mente del Hijo
durmiente de Dios no tiene poder alguno sobre él. Él aprenderá la lección del despertar. Dios
vela por él y la luz le rodea.
10. ¿Cómo iba a poder el Hijo de Dios perderse en sueños cuando Dios
ha puesto dentro de él la jubilosa llamada a despertar y a ser feliz? Él no se puede separar de lo que está en él. Su sueño no podrá resistir la llamada a
despertar. Es tan seguro que la misión de la redención se cumplirá como que la
Creación permanecerá inmutable por toda la eternidad. No tienes que saber que el Cielo es tuyo para
que lo sea. Lo es. Mas para saberlo, tienes que aceptar que la Voluntad de Dios
es tu voluntad.
11. El Espíritu Santo des-hará por ti todo lo que has aprendido que
enseña que lo que no es verdad tiene que ser reconciliado con la verdad. Ésta
es la reconciliación con la que el ego quisiera substituir tu reconciliación
con la cordura y con la paz. El Espíritu
Santo tiene pensado para ti un tipo de reconciliación muy diferente, y lo
pondrá en práctica tan inexorablemente como que al ego le será imposible poner
en práctica lo que se propone. El fracaso
es cosa del ego, no de Dios. No puedes
alejarte de Él; y es imposible que el plan que el Espíritu Santo le ofrece a
todo el mundo para la salvación de todos, no sea perfectamente consumado. Serás liberado y no recordarás nada de lo que
fabricaste, salvo lo que fue creado para ti, y a su vez por ti. Pues ¿cómo podrías recordar lo que nunca fue
verdad o no recordar lo que siempre lo ha sido? En esta reconciliación con la
verdad y solo con la verdad radica la paz del Cielo.
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