Capítulo 12
El PROGRAMA DE
ESTUDIOS DEL ESPÍRITU SANTO
I. El juicio del
Espíritu Santo
1. Se te ha dicho que no le otorgues realidad al error, y la manera de
hacer esto es muy simple. Si deseas
creer en el error, tienes que otorgarle realidad porque el error en sí no es
real. Mas la verdad es real por derecho
propio, y para creer en ella no tienes que hacer nada. Comprende que no reaccionas a nada
directamente, sino a tu propia interpretación de ello. Tu interpretación, por lo tanto, se convierte
en la justificación de tus reacciones. Por eso es por lo que analizar los motivos de
otros es peligroso. Si decides que
alguien está realmente tratando de atacarte, abandonarte o esclavizarte,
reaccionarás como si realmente lo hubiese hecho, al haberle otorgado “realidad”
a su error. Interpretar el error es conferirle poder, y una vez que haces eso
pasas por alto la verdad.
2. Analizar los motivos del ego es algo muy complicado, muy confuso y
nunca se hace sin la participación de tu propio ego. Todo el proceso no es sino
un intento inequívoco de demostrar que tienes la capacidad de comprender lo que
percibes. Esto lo prueba el hecho de que reaccionas ante tus interpretaciones
como si fueran correctas. Puedes
entonces controlar tus reacciones en lo que respecta a tu comportamiento, pero
no en lo que respecta a tus emociones. Esto obviamente divide o ataca la
integridad de tu mente, poniendo a uno de sus niveles contra otro.
3. Solo hay una forma sensata de interpretar motivos. Y por tratarse
del juicio del Espíritu Santo, no requiere esfuerzo alguno por tu parte. Todo
pensamiento amoroso es verdadero. Todo lo demás es una petición de ayuda y de
curación, sea cual sea la forma que adopte. ¿Cómo puede estar justificado reaccionar con
ira ante la súplica de un hermano? Ninguna reacción podría ser apropiada,
excepto estar dispuesto a ayudarle, pues eso y solo eso, es lo que está
pidiendo. Ofrécele cualquier otra cosa, y te estarás arrogando el derecho de
atacar su realidad al interpretarla como mejor te parezca. Tal vez no esté
completamente claro para ti el peligro que esto supone para tu mente. Si crees
que una petición de ayuda es otra cosa, reaccionarás a esa otra cosa. Tu
reacción, por lo tanto, será inadecuada a la realidad tal como ésta es, pero no
a la percepción que tú tienes de ella.
4. No hay nada que te impida reconocer todas las peticiones de ayuda
exactamente como lo que son, excepto tu imaginaria necesidad de atacar. Esta
necesidad es lo único que hace que estés dispuesto a entablar interminables
“batallas” con la realidad, en las que niegas que la necesidad de curación sea
real haciéndola irreal. No harías eso si no fuera por el hecho de que no estás
dispuesto a aceptar la realidad tal como es y, por consiguiente, te privas de
ella.
5. Decirte que no juzgues lo que no entiendes es ciertamente un buen
consejo. Nadie que sea parte interesada puede ser un testigo imparcial porque
la verdad se habrá convertido para él en lo que él quiere que sea. Si no estás
dispuesto a percibir una petición de ayuda como lo que es, es porque no estás
dispuesto a prestar ayuda ni a recibirla. Dejar de reconocer una petición de
ayuda es negarse a recibir ayuda. ¿Mantendrías que no la necesitas? Sin embargo, eso es lo que mantienes cuando te
niegas a reconocer la súplica de un hermano, pues solo respondiendo a su
súplica puedes tú mismo ser ayudado. Niégate a ayudarle, y no podrás reconocer la
respuesta que Dios te dio. El Espíritu Santo no necesita tu ayuda para
interpretar motivos, pero es indudable que tú necesitas la Suya.
6. La única reacción apropiada hacia un hermano es apreciarlo. Debes
estarle agradecido tanto por sus pensamientos de amor como por sus peticiones
de ayuda, pues ambas cosas, si las percibes correctamente, son capaces de traer
amor a tu conciencia. Toda sensación de
esfuerzo procede de tus intentos de no hacer simplemente eso. ¡Cuán simple es, entonces, el plan de Dios
para la salvación! No hay sino una sola manera de reaccionar ante la realidad
porque la realidad no suscita conflicto alguno. No hay sino un solo Maestro de la realidad, el
Cual entiende lo que ésta es. Este Maestro no cambia de parecer con respecto a
la realidad porque la realidad no cambia. Si bien tus interpretaciones de la realidad no
tienen sentido en tu estado dividido, las Suyas son por siempre fieles a la
verdad. Él te las da porque son para ti.
No intentes “ayudar” a un hermano a tu
manera, pues no puedes ayudarte a ti mismo. Mas oye sus ruegos que claman por
la Ayuda de Dios y, de este modo, reconocerás la necesidad que tú mismo tienes
del Padre.
7. Las interpretaciones que haces de las necesidades de tu hermano son
las interpretaciones que haces de las tuyas propias. Al prestar ayuda la estás
pidiendo, y si percibes tan solo una necesidad en ti serás sanado. Pues reconocerás la Respuesta de Dios tal como
deseas que sea y, si de verdad la deseas, ciertamente será tuya. Cada súplica a la que respondes en el Nombre
de Cristo acerca más a tu conciencia el recuerdo del Padre. En interés de tu propia necesidad, pues, oye
toda petición de ayuda como lo que es, para que Dios te pueda responder a ti.
8. Al aplicar cada vez más la interpretación del Espíritu Santo a las
reacciones de otros, irás cobrando mayor conciencia de que Su criterio es igualmente
aplicable a las tuyas. Pues reconocer el miedo no es suficiente para poder
escaparse de él, aunque sí es necesario para demostrar la necesidad de escapar.
El Espíritu Santo tiene aún que transformar el miedo en verdad. Si se te dejase
con el miedo una vez que lo hubieses reconocido, habrías dado un paso que te
alejaría de la realidad en vez de acercarte a ella. No obstante, hemos señalado
repetidamente la necesidad de reconocer el miedo y de encararlo sin camuflarlo
como un paso crucial en el proceso de desvanecer al ego. Considera entonces lo
mucho que te va a servir la interpretación que hace el Espíritu Santo de los
motivos de los demás. Al haberte enseñado a aceptar únicamente los pensamientos
de amor de otros y a considerar todo lo demás como una petición de ayuda, te ha
enseñado que el miedo en sí es una petición de ayuda. Esto es lo que realmente
quiere decir reconocer el miedo. Si no
lo proteges, el Espíritu Santo lo reinterpretará. En esto radica el valor principal de aprender
a percibir el ataque como una petición de amor. Ya hemos aprendido que el miedo y el ataque
están inevitablemente interrelacionados. Si el ataque es lo único que da miedo, y
consideras al ataque como la petición de ayuda que realmente es, te darás
cuenta de la irrealidad del miedo. Pues el miedo es una súplica de amor, en la
que se reconoce inconscientemente lo que se ha negado.
9. El miedo es un síntoma de tu profunda sensación de pérdida. Si al
percibirlo en otros aprendes a subsanar la sensación pérdida, se elimina la
causa básica del miedo. De esa manera, te enseñas a ti mismo que en ti no hay
miedo. Los medios para erradicarlo se encuentran en ti, y has demostrado esto
al dárselos a otros. El miedo y el amor son las únicas emociones que eres capaz
de experimentar. Una es falsa, pues procede de la negación, y la negación
depende, para poder existir, de que se crea en lo que se ha negado. Al
interpretar correctamente el miedo como una afirmación categórica de la
creencia subyacente que enmascara, estás socavando su percibida utilidad al
hacer que sea inservible. Las defensas que no sirven se abandonan
automáticamente. Si haces que lo que el miedo oculta pase a ocupar una posición
inequívocamente preeminente, el miedo deja de ser relevante. Habrás negado que
puede ocultar al amor, lo cual era su único propósito. El velo que habías
puesto sobre la faz del amor habrá desaparecido.
10. Si deseas contemplar el amor, que es la realidad del mundo, ¿qué
mejor cosa podrías hacer que reconocer en toda defensa contra él la súplica de
amor subyacente? ¿Y de qué mejor manera podrías darte cuenta de su realidad que
respondiendo a esa súplica dando amor? La interpretación que el Espíritu Santo
hace del miedo ciertamente lo desvanece, pues la conciencia de la verdad no se
puede negar. De esta manera el Espíritu Santo reemplaza al miedo por el amor y
transforma el error en verdad. Y de esta manera aprenderás de Él cómo
reemplazar tu sueño de separación por el hecho innegable de la unidad. Pues la
separación no es otra cosa que la negación de la unión, y si se interpreta
correctamente, da testimonio de tu eterno conocimiento de que la unión es
verdad.
II. Cómo recordar a
Dios
1. Los milagros son simplemente la transformación de la negación en
verdad. Si amarse uno a sí mismo significa curarse uno a sí mismo, los que
están enfermos no se aman a sí mismos. Por lo tanto, están pidiendo el amor que
los podría sanar, pero que se están negando a sí mismos. Si supieran la verdad
acerca de sí mismos no podrían estar enfermos. La tarea del obrador de milagros
es, por lo tanto, negar la negación de la verdad. Los enfermos deben curarse a sí mismos, pues
la verdad mora en ellos. Mas al haberla
nublado, la luz de otra mente necesita brillar sobre la suya porque dicha luz
es suya.
2. La luz brilla en todos ellos con igual intensidad
independientemente de cuán densa sea la niebla que la oculta. Si no le otorgas
a la niebla ningún poder para ocultar la luz, no tiene ninguno. Pues solo tiene poder si el Hijo de Dios se lo
confiere. Y debe ser él mismo quien le
retire ese poder, recordando que todo poder es de Dios. Tú puedes recordar esto por toda la Filiación.
No permitas que tu hermano se olvide,
pues su olvido es también el tuyo. Pero
cuando tú lo recuerdas, lo estás recordando por él también porque a Dios no se
le recuerda solo. Esto es lo que has
olvidado. Percibir la curación de tu
hermano como tu propia curación es, por lo tanto, la manera de recordar a Dios.
Pues te olvidaste de tus hermanos y de
Dios, y la Respuesta de Dios a tu olvido es la manera de recordar.
3. No percibas en la enfermedad más que una súplica de amor, y
ofrécele a tu hermano lo que él cree que no se puede ofrecer a sí mismo. Sea
cuál sea la enfermedad, no hay más que un remedio. Alcanzarás la plenitud a
medida que restaures la plenitud de otros, pues percibir en la enfermedad una
petición de salud es reconocer en el odio una súplica de amor. Y dar a un
hermano lo que realmente desea es ofrecértelo a ti mismo, ya que tu Padre
dispone que comprendas que tu hermano y tú sois lo mismo. Concédele su petición de amor y la tuya
quedará concedida. La curación es el amor de Cristo por Su Padre y por Sí
Mismo.
4. Recuerda lo que dijimos acerca de las percepciones atemorizantes
que tienen los niños pequeños, las cuales son aterradoras para ellos porque no
las entienden. Si piden iluminación y la aceptan, sus miedos se desvanecen. Pero si ocultan sus pesadillas, las conservan.
Es fácil ayudar a un niño inseguro, ya
que reconoce que no entiende el significado de sus percepciones. Tú, sin
embargo, crees que entiendes el significado de las tuyas. Criatura de Dios,
estás ocultando tu cabeza bajo unas pesadas mantas que tú mismo te has echado
encima. Y ocultas tus pesadillas en la obscuridad de tu falsa certeza y te
niegas a abrir los ojos y a mirarlas de frente.
5. No nos quedemos con las pesadillas, pues no son ofrendas dignas de
Cristo y, por lo tanto, no son regalos dignos de ti. Quítate las mantas de encima y hazle frente a
lo que te da miedo. Solo lo que tú te imaginas que ello pueda ser es lo que te
da miedo, pues la realidad de lo que no es nada no puede dar miedo. No
demoremos esto, pues el sueño de odio no se apartará de ti a menos que tengas
ayuda, y la Ayuda ya está aquí. Aprende a mantenerte sereno en medio de la
agitación, pues la quietud supone el final de la lucha y en esto consiste la
jornada a la paz. Mira de frente cada imagen que surja para demorarte, pues el
logro del objetivo es inevitable debido a que es eterno. Tener al amor por
objetivo es algo a lo que tienes derecho, y ello es así a pesar de tus sueños.
6. Todavía quieres lo que Dios dispone, y ninguna pesadilla puede
impedir que un Hijo de Dios logre su propósito. Pues tu propósito te fue dado por Dios y no
puedes sino cumplirlo, ya que ésa es Su Voluntad. Despierta y recuerda tu
propósito, ya que es tu voluntad recordarlo. Lo que ya se ha llevado a cabo por ti tiene
que ser tuyo. No permitas que tu odio
obstruya el camino del amor, pues no hay nada que pueda resistirse al amor que
Cristo le profesa a Su Padre o al amor que Su Padre le profesa a Él.
7. Dentro de poco me verás, pues yo no estoy oculto porque tú te estés
ocultando. Es tan seguro que te
despertaré como que me desperté a mí mismo porque desperté por ti. En mi resurrección radica tu liberación. Nuestra misión es escapar de la crucifixión,
no de la redención. Confía en mi ayuda,
pues yo no caminé solo, y caminaré contigo de la misma manera en que nuestro
Padre caminó conmigo. ¿No sabías que caminé con Él en paz? ¿Y no significa eso
que la paz nos acompaña durante toda la jornada?
8. En el amor perfecto no hay miedo. No haremos otra cosa que mostrarte la
perfección de lo que ya es perfecto en ti. No tienes miedo de lo desconocido, sino de lo
conocido. No fracasarás en tu misión porque yo no fracasé en la mía. En nombre
de la absoluta confianza que tengo en ti, confía en mí aunque solo sea un poco,
y alcanzaremos fácilmente la meta de perfección juntos. Pues la perfección
simplemente es y no puede ser negada. Negar la negación de lo perfecto no es tan
difícil como negar la verdad, y creerás en lo que podemos realizar juntos
cuando lo veas realizado.
9. Tú que has tratado de desterrar el amor no has podido lograrlo,
pero tú que eliges desterrar el miedo no podrás por menos que triunfar. El
Señor está contigo, pero tú no lo sabes. Sin embargo, tu Redentor vive, y mora en ti en
la paz de la cual Él fue creado. ¿No te
gustaría intercambiar tu conciencia de miedo por ésta? Cuando hayamos superado el miedo—no
ocultándolo ni restándole importancia; ni negando en modo alguno su impacto—esto
es lo que realmente verás. No puedes dejar a un lado los obstáculos a la
verdadera visión a menos que primero los observes, ya que dejarlos a un lado
significa que has juzgado contra ellos. Si los examinas, el Espíritu Santo los juzgará,
y los juzgará correctamente. Sin embargo, Él no puede eliminar con Su luz lo
que tú mantienes oculto, pues no se lo has ofrecido y Él no puede quitártelo.
10. Nos estamos embarcando, por lo tanto, en un programa muy bien
organizado, debidamente estructurado y cuidadosamente planeado que tiene por
objeto aprender a entregarle al Espíritu Santo todo aquello que no desees. Él sabe qué hacer con ello. Tú, sin embargo, no sabes cómo valerte de Su
conocimiento. Cualquier cosa que se Le
entregue que no sea de Dios, desaparece. No obstante, tienes que estar
completamente dispuesto a examinar eso que Le entregas, ya que de otro modo Su
conocimiento no te servirá de nada. Él
jamás dejará de prestarte ayuda, pues prestar ayuda es Su único propósito. ¿No
es cierto acaso que tienes más razones para temer al mundo tal como lo
percibes, que para mirar a la causa del miedo y abandonarla para siempre?
III. Cómo invertir en
la realidad
1. Te pedí una vez que vendieras todo cuanto tuvieses, que se lo
dieras a los pobres y que me siguieras. Esto es lo que quise decir: si no
tienes interés alguno en las cosas de este mundo, puedes enseñarles a los pobres
dónde está su tesoro. Los pobres son sencillamente los que han invertido mal,
¡y vaya que son pobres! Puesto que están necesitados, se te ha encomendado que
los ayudes, pues te cuentas entre ellos. Observa lo bien que aprenderías tu lección si
te negarás a compartir su pobreza, pues la pobreza no es otra cosa que
insuficiencia, y solo hay una insuficiencia, ya que solo hay una necesidad.
2. Suponte que un hermano insiste en que hagas algo que tú crees que
no quieres hacer. Su misma insistencia debería
indicarte que él cree que su salvación depende de que tú hagas lo que te pide. Si
insistes en que no puedes satisfacer su deseo y experimentas de inmediato una
reacción de oposición, es que crees que tu salvación depende de no hacerlo. Estás,
por lo tanto, cometiendo el mismo error que él y haciendo que su error sea real
para ambos. Insistir significa invertir, y aquello en lo que inviertes está
siempre relacionado con tu idea de lo que es la salvación. La pregunta se
compone de dos partes: primera, ¿qué es lo que hay que salvar? y segunda, ¿cómo
se puede salvar?
3. Cada vez que te enfadas con un hermano, por la razón que sea, crees
que tienes que proteger al ego, y que tienes que protegerlo atacando. Si es tu
hermano el que ataca, estás de acuerdo con esta creencia; si eres tú el que ataca,
no haces sino reforzarla. Recuerda que
los que atacan son pobres. Su pobreza
pide regalos, no mayor empobrecimiento. Tú que podrías ayudarles estás ciertamente actuando
de forma destructiva si aceptas su pobreza como propia. Si no hubieras invertido de la manera en que
ellos lo hicieron, jamás se te hubiese ocurrido pasar por alto su necesidad.
4. Reconoce lo que no importa, y si tus hermanos te piden algo “descabellado”,
hazlo precisamente porque no importa. Niégate, y tu oposición demuestra que sí
te importa. Eres únicamente tú, por lo tanto, el que determina si la petición
es descabellada o no, y toda petición de un hermano es tu propia petición. ¿Por
qué te empeñas en negarle lo que pide? Pues negárselo es negártelo a ti mismo, y
empobrecerte a ti y a él. Él está pidiendo la salvación, al igual que tú. La
pobreza es siempre cosa del ego; nunca de Dios. Ninguna petición es
“descabellada” para el que reconoce lo que es valioso y no acepta nada más.
5. La salvación es para la mente, y se alcanza por medio de la paz. La mente es lo único que se puede salvar, y solo
se puede salvar a través de la paz. Cualquier otra respuesta que no sea amor,
surge como resultado de una confusión con respecto a “qué” es la salvación y a
“cómo” se alcanza, y el amor es la única respuesta. Nunca te olvides de esto, y nunca te permitas
creer, ni por un solo instante, que existe otra respuesta, pues de otro modo te contarás forzosamente
entre los pobres, quienes no han entendido que moran en la abundancia y que la
salvación ha llegado.
6. Identificarte con el ego es atacarte a ti mismo y empobrecerte. Por
eso es por lo que todo aquel que se identifica con el ego se siente desposeído.
Lo que experimenta entonces es depresión
o ira, ya que lo que hizo fue intercambiar su amor hacia Sí Mismo por odio
hacia sí mismo y, como consecuencia, tiene miedo de sí mismo. Él no se da
cuenta de esto. Aun si es plenamente consciente de que está sintiendo ansiedad,
no percibe que el origen de ésta reside en su identificación con el ego, y
trata de lidiar con ella haciendo algún “trato” demente con el mundo. Siempre
percibe este mundo como algo externo a él, pues esto es crucial para su propia
adaptación. No se da cuenta de que él es el autor de este mundo, pues fuera de
sí mismo no existe ningún mundo.
7. Si solo los pensamientos amorosos del Hijo de Dios constituyen la
realidad del mundo, el mundo real tiene que estar en su mente. Sus pensamientos descabellados tienen que
estar también en su mente, pero él no puede tolerar un conflicto interno de tal
magnitud. Una mente dividida está en peligro, y el reconocimiento de que
alberga dentro de sí pensamientos diametralmente opuestos es intolerable. Proyecta,
por consiguiente, la división, no la realidad. Todo lo que percibes como el
mundo externo no es otra cosa que tu intento de mantener vigente tu
identificación con el ego, pues todo el mundo cree que esa identificación es su
salvación. Observa, sin embargo, lo que ha sucedido, pues los pensamientos
tienen consecuencias para el que los piensa. Estás en conflicto con el mundo
tal como lo percibes porque crees que el mundo es antagónico a ti. Ésta es la
consecuencia inevitable de lo que has hecho. Has proyectado afuera aquello que es
antagónico a lo que está dentro y, por consiguiente, no puedes por menos que
percibirlo de esa forma. Por eso es por
lo que debes darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de
ella, antes de que puedas liberarte de él, y por lo que debes deshacerte de él
antes de que puedas percibir el mundo tal como realmente es.
8. He dicho antes que Dios amó tanto al mundo que se lo dio a Su Hijo unigénito.
Dios ciertamente ama el mundo real y aquellos que perciben la realidad de éste
no pueden ver el mundo de la muerte, pues la muerte no forma parte del mundo
real, en el que todo es un reflejo de lo eterno. Dios te dio el mundo real a cambio del mundo
que tú fabricaste como resultado de la división de tu mente, el cual es el
símbolo de la muerte. Pues si pudieras
realmente separarte de la Mente de Dios, perecerías.
9. El mundo que percibes es un mundo de separación. Quizá estés
dispuesto a aceptar incluso la muerte con tal de negar a tu Padre. Sin embargo,
Él no dispuso que fuese así y, por lo tanto, no lo es. Tu voluntad sigue siendo
incapaz de oponerse a lo que la Suya dispone, y ésa es la razón de que no
tengas ningún control sobre el mundo que fabricaste. No es éste un mundo que provenga de la voluntad,
pues está regido por el deseo de ser diferente de Dios, y ese deseo no tiene
nada que ver con la voluntad. El mundo
que has fabricado es, por lo tanto, completamente caótico, y está regido por
“leyes” arbitrarias que no tienen sentido ni significado alguno. Se compone de
lo que no deseas, lo cual has proyectado desde tu mente porque tienes miedo de
ello. Sin embargo, un mundo así solo se puede encontrar en la mente de su
hacedor, junto con su verdadera salvación. No creas que se encuentra fuera de
ti, ya que únicamente reconociendo dónde se encuentra es como podrás tener
control sobre él. Y ciertamente tienes
control sobre tu mente, dado que la mente es el mecanismo de decisión.
10. Si reconocieras que cualquier ataque que percibes se encuentra en
tu mente y solo en tu mente, habrías por fin localizado su origen, y allí donde
el ataque tiene su origen, allí mismo tiene que terminar. Pues en ese mismo
lugar reside también la salvación. El Altar de Dios donde Cristo mora se
encuentra ahí. Tú has profanado el altar, pero no has profanado el mundo.
Cristo, sin embargo, ha puesto la Expiación sobre el altar para ti. Lleva todas
tus percepciones del mundo ante ese altar, pues es el Altar a la Verdad. Ahí verás tu visión transformarse y ahí aprenderás
a ver verdaderamente. Desde este lugar,
en el que Dios y Su Hijo moran en paz y en el que se te da la bienvenida,
mirarás en paz hacia el exterior y verás el mundo correctamente. Mas para
encontrar ese lugar tienes que renunciar a tu inversión en el mundo tal como lo
proyectas, y permitir que el Espíritu Santo extienda el mundo real desde el
Altar de Dios hasta ti.
IV. Buscar y hallar
1. El ego está seguro de que el amor es peligroso, y ésta es siempre
su enseñanza principal. Nunca lo expresa de este modo. Al contrario, todo el
que cree que el ego es la salvación parece estar profundamente inmerso en la
búsqueda del amor. El ego, sin embargo, aunque alienta con gran insistencia la
búsqueda del amor, pone una condición: que no se encuentre. Sus dictados, por lo tanto, pueden resumirse
simplemente de esta manera: “Busca, pero no halles”. Ésta es la única promesa que el ego te hace y
la única que cumplirá. Pues el ego
persigue su objetivo con fanática insistencia, y su juicio, aunque seriamente
menoscabado, es completamente coherente.
2. La búsqueda que el ego emprende está, por ende, condenada al
fracaso. Y como también te enseña que él
es tu identidad, su consejo te embarca en una jornada que siempre acaba en una
sensación de autoderrota. Pues el ego es incapaz de amar, y en su frenética
búsqueda de amor, anda en pos de lo que teme encontrar. La búsqueda es inevitable porque el ego es
parte de tu mente y, debido a su origen, no está totalmente dividido, ya que,
de lo contrario, carecería por completo de credibilidad. Tu mente es la que cree en él y la que le
otorga existencia. Sin embargo, es
también tu mente la que tiene el poder de negar su existencia, y eso es sin
duda lo que harás cuando te des cuenta exactamente de la clase de jornada en la
que el ego te embarca.
3. Es sin duda obvio que nadie quiere encontrar lo que le derrotaría
por completo. El ego, al ser incapaz de amar, se sentiría totalmente perdido en
presencia del amor, pues no podría responder en absoluto. Tendrías entonces que abandonar su guía,
puesto que sería evidente que no te puede dar la respuesta que necesitas. Por lo tanto, el ego distorsionará el amor y
te enseñará que el amor en realidad suscita las respuestas que él puede
enseñar. Si sigues sus enseñanzas, pues,
irás en busca de amor, pero serás incapaz de reconocerlo.
4. ¿No te das cuenta de que el
ego solo puede embarcarte en una jornada que únicamente puede conducirte a una
sensación de futilidad y depresión? Buscar y no hallar no puede ser una actividad
que brinde felicidad. ¿Es ésta la
promesa que quieres seguir manteniendo? El Espíritu Santo te ofrece otra
promesa, la cual te conduce a la dicha. Pues Su promesa es siempre: “Busca y
hallarás”, y bajo Su dirección no podrás fracasar. La jornada en la que el Espíritu Santo es tu
Guía es la jornada que conduce al triunfo, y el objetivo que pone ante ti, Él
te lo dará consumado. Pues nunca
engañará al Hijo de Dios a Quien ama con el Amor del Padre.
5. No podrás por menos que emprender una búsqueda, ya que en este
mundo no te sientes a gusto. Y buscarás
tu hogar tanto si sabes dónde se encuentra como si no. Si crees que se
encuentra fuera de ti, la búsqueda será en vano, pues lo estarás buscando donde
no está. No recuerdas cómo buscar dentro de ti porque no crees que tu hogar
esté ahí. Pero el Espíritu Santo lo
recuerda por ti y te guiará a tu hogar porque ésa es Su misión. A medida que Él cumpla Su misión te enseñará a
cumplir la tuya, pues tu misión es la misma que la Suya. Al guiar a tus hermanos hasta su hogar estarás
siguiéndolo a Él.
6. Contempla el Guía que tu Padre te ha dado, para que puedas aprender
que posees vida eterna, pues la muerte no es la Voluntad de tu Padre ni la
tuya, y todo lo que es verdad es la Voluntad del Padre. La vida no te cuesta nada, pues se te dio,
pero por la muerte tienes ciertamente que pagar, y pagar un precio exorbitante.
Si la muerte es tu tesoro, venderás todo
lo demás para comprarla. Y creerás
haberla comprado, al haber vendido todo lo demás. No obstante, no puedes vender el Reino de los
Cielos. Tu herencia no se puede comprar
ni vender. Ninguna parte de la Filiación
puede quedar desheredada, pues Dios goza de plenitud y todas Sus extensiones
son como Él.
7. La Expiación no es el precio
de tu plenitud. No obstante, es el precio de ser consciente de ella. Lo que decidiste “vender” tuvo que ser
salvaguardado, ya que no lo habrías podido volver a “comprar”. Aun así, tienes que invertir en ello, no con
dinero, sino con espíritu. Porque el espíritu es voluntad, y la voluntad es el
“precio” del Reino. Tu herencia aguarda
únicamente tu reconocimiento de que has sido redimido. El Espíritu Santo te
guía hacia la vida eterna, pero tienes que abandonar tu interés por la muerte
o, de lo contrario, no podrás ver la vida aunque te rodea por todas partes.
V. El programa de
estudios cuerdo
1. Solo el amor es fuerte, puesto que es indiviso. Los fuertes no atacan, pues no ven que haya
necesidad de ello. Antes de que la idea
de atacar pudiese entrar en tu mente, tuviste que haberte percibido a ti mismo
como alguien débil. Puesto que te
atacaste a ti mismo y creíste que el ataque tuvo éxito, te consideras a ti
mismo debilitado. Al dejar de percibir
la igualdad que existe entre tus hermanos y tú, y al considerarte a ti mismo
más débil, intentas “equilibrar” la situación a la que tú mismo diste lugar. Y para hacerlo te vales del ataque porque
crees que el ataque logró debilitarte.
2. Por eso es por lo que el reconocimiento de tu propia
invulnerabilidad es tan importante para el restablecimiento de tu cordura. Pues al aceptar tu invulnerabilidad estás
reconociendo que el ataque no tiene efectos. Aunque te has atacado a ti mismo, demuestras
que en realidad no ocurrió nada. Por lo
tanto, al atacar no hiciste nada. Una vez que te des cuenta de esto, atacar
dejará de tener sentido para ti, pues resultará evidente que ni es efectivo ni
te puede proteger. Con todo, el reconocimiento de tu invulnerabilidad te aporta
todavía mucho más que eso. Si tus
ataques contra ti mismo no han podido debilitarte, eso quiere decir que aún
eres fuerte. Por lo tanto, no tienes que
“equilibrar” ninguna situación para demostrar tu fuerza.
3. No podrás darte cuenta de cuán inútil es el ataque hasta que no
reconozcas que los ataques que lanzas contra ti mismo no tienen efectos. Pues otros ciertamente reaccionan ante el
ataque si lo perciben, y si estás tratando de atacarles, no podrás sino
interpretar su reacción como un refuerzo de tu creencia en el ataque. El único lugar donde puedes cancelar todo
refuerzo es en ti mismo. Pues tú eres siempre el primer blanco de tus ataques,
y si éstos nunca han tenido lugar, tampoco pudieron haber tenido consecuencias.
4. El Amor del Espíritu Santo es tu fortaleza, pues el tuyo está
dividido y, por lo tanto, no es real. No
puedes confiar en tu propio amor cuando lo atacas. No puedes aprender lo que es
el amor perfecto con una mente dividida porque una mente dividida se ha
convertido a sí misma en un mal estudiante. Trataste de hacer que la separación
fuese eterna porque querías conservar las características de la Creación, aunque
con tu propio contenido. La Creación, sin embargo, no procede de ti, y los
malos estudiantes tienen ciertamente necesidad de una enseñanza especial.
5. Tienes problemas de aprendizaje en un sentido muy literal. Ciertas
áreas de tus facultades para aprender están tan deterioradas, que solo puedes
progresar bajo una dirección clara, precisa y constante, suministrada por un
Maestro que pueda trascender tus limitados recursos. Él se convierte en tu
Recurso, ya que por tu cuenta no puedes aprender. La situación de aprendizaje en la que te has
puesto a ti mismo es imposible, y es obvio que en esta situación necesitas un
Maestro especial así como un programa de estudios especial. A los malos estudiantes no se les debería
elegir como maestros de sí mismos o de otros. No te dirigirías a ellos para establecer el
programa de estudios que les permitiría escapar de sus limitaciones. Si
comprendieran lo que se encuentra más allá de ellos, no tendrían limitaciones.
6. No sabes cuál es el significado del amor y ésa es tu limitación. No
intentes enseñarte a ti mismo lo que no entiendes, ni trates de establecer los
objetivos del programa de estudios cuando los tuyos claramente han fracasado.
El objetivo de tu aprendizaje ha sido no aprender, y esto no puede conducir a
un aprendizaje fructífero. No puedes transferir lo que no has aprendido, y el
menoscabo de tu capacidad de generalizar es un fallo fundamental de tu
aprendizaje. ¿Les preguntarías a los que no han podido aprender para qué sirven
los recursos de enseñanza? Ellos no lo
saben. 7 Si los pudieran interpretar correctamente, habrían aprendido de ellos.
7. He dicho que la regla del ego es: “Busca, pero no halles”. Traducido al lenguaje del programa de estudios
eso significa: “Trata de aprender, pero no lo logres”. El resultado de este objetivo
de aprendizaje es obvio: hará que se interprete erróneamente todo recurso de
enseñanza legítimo, toda instrucción real y toda dirección sensata, ya que el
propósito de éstos es facilitar el aprendizaje al que se opone ese absurdo
programa de estudios. Si estás tratando
de aprender cómo no aprender y el objetivo de lo que enseñas es que no logre
enseñar nada, ¿qué puedes esperar sino confusión? Un programa así no tiene
sentido. Este intento de “aprender” ha debilitado tanto a tu mente que no
puedes amar, ya que el programa que has escogido es contrario al amor, y no es
más que un curso en cómo atacarte a ti mismo. Un objetivo suplementario de ese
programa es no aprender cómo superar la división que da credibilidad a su
objetivo principal. Y no te será posible superar esa división siguiendo dicho
programa, ya que todo lo que aprendas será en su favor. Mas tu mente se
pronuncia en contra de tu aprendizaje, tal como tu aprendizaje se pronuncia en
contra de tu mente, y así, te opones a todo aprendizaje y lo consigues, pues
eso es lo que quieres. Pero puede que todavía no te hayas dado cuenta de que
hay algo que sí quieres aprender y de que lo puedes aprender porque eso es lo
que has decidido hacer.
8. Tú que has intentado aprender lo que no deseas, debes animarte,
pues aunque el programa de estudios que estableciste es en verdad deprimente,
si lo examinas con detenimiento es simplemente ridículo. ¿Cómo iba a ser
posible que la manera de alcanzar un objetivo fuera no alcanzándolo? Renuncia ahora
a ser tu propio maestro. Esta renuncia no te conducirá a la depresión. Es simplemente el resultado de haber evaluado
honestamente lo que te has enseñado a ti mismo y los resultados que se han
derivado de ello. Bajo las condiciones de aprendizaje adecuadas, que tú no
puedes proveer ni comprender, llegarás a convertirte en un alumno y maestro
excelente. Pero aún no lo eres, y no lo
serás hasta que la situación de aprendizaje tal como la urdiste se invierta.
9. Tu potencial para aprender, si se entiende debidamente, es
ilimitado porque te conducirá hasta Dios. Puedes enseñar el camino que conduce a Él y
aprenderlo, si sigues al Maestro que conoce el camino que lleva a Dios, y que
sabe cómo se aprende Su programa de estudios. El programa está desprovisto de toda
ambigüedad porque su objetivo no está dividido y los medios y el fin están en
completo acuerdo. Lo único que necesitas
hacer es ofrecerle tu atención indivisa. Todo lo demás se te proveerá, pues la verdad es que quieres aprender
debidamente, y nada puede oponerse a la decisión del Hijo de Dios. Lo que él puede aprender es tan ilimitado como
él mismo.
VI. La visión de
Cristo
1. El ego está tratando de enseñarte cómo ganar el mundo y perder tu
alma. El Espíritu Santo te enseña que no puedes perder tu alma y que no hay
nada que ganar en el mundo, pues, de por sí, no da nada. Invertir sin recibir
beneficios es sin duda una manera segura de empobrecerte, y los gastos
generales son muy altos. No solo no recibes ningún beneficio de la inversión, sino
que el costo es inmenso. Pues esta inversión te cuesta la realidad del mundo al
negar la tuya, y no te da nada a cambio. No puedes vender tu alma, pero puedes vender
tu conciencia de ella. No puedes
percibir tu alma, y mientras percibas cualquier otra cosa como más valiosa, no
la podrás conocer.
2. El Espíritu Santo es tu fortaleza porque solo te conoce como
Espíritu. Él es perfectamente consciente de que no te conoces a ti mismo y
perfectamente consciente de cómo enseñarte a recordar lo que eres. Puesto que te ama, te enseñará gustosamente lo
que Él ama, pues Su voluntad es compartirlo. Dado que se acuerda de ti continuamente, no
puede dejar que te olvides de tu valía. Pues el Padre jamás cesa de mantener vivo en
Él el recuerdo de Su Hijo, y el Espíritu Santo jamás cesa de mantener vivo en
el Hijo el recuerdo de su Padre. Dios
está en tu memoria por causa de Él. Tú
decidiste olvidar a tu Padre, pero eso no es realmente lo que quieres hacer,
por lo tanto, puedes decidir de otra manera. Y tal como yo decidí de otra manera, tú
también puedes hacerlo.
3. Tú no deseas el mundo. Lo
único de valor en él son aquellos aspectos que contemplas con amor. Eso le
confiere la única realidad que tendrá jamás. Su valía no reside en sí mismo, pero
la tuya se encuentra en ti. De la misma
forma en que la propia valía procede de la auto-extensión, de igual modo la
percepción de la propia valía procede de extender pensamientos amorosos hacia
el exterior. Haz que el mundo real sea
real para ti, pues el mundo real es el regalo del Espíritu Santo, por lo tanto,
te pertenece.
4. La corrección es para todos aquellos que no pueden ver. La misión
del Espíritu Santo es abrirles los ojos a los ciegos, pues sabe que no han
perdido su visión, sino que simplemente duermen. Él los despertará del sueño del olvido y los
llevará al recuerdo de Dios. Los ojos de Cristo están abiertos, y Él
contemplará con amor todo lo que veas si aceptas Su visión como tuya. El Espíritu Santo mantiene a salvo la visión
de Cristo para cada Hijo de Dios que duerme.
En Su visión el Hijo de Dios es perfecto y Él anhela compartir Su visión
contigo. El Espíritu Santo te mostrará
el mundo real porque Dios te dio el Cielo. A través del Espíritu Santo, el Padre exhorta
a Su Hijo a recordar. El despertar de Su
Hijo da comienzo cuando él empieza a invertir en el mundo real, lo cual le
permite aprender a reinvertir en sí mismo. Pues la realidad es una con el Padre y con el
Hijo, y el Espíritu Santo bendice el mundo real en Nombre de los Dos.
5. Cuando hayas visto el mundo real—como sin duda lo verás—te
acordarás de Nosotros. Mas tienes que aprender el costo que supone estar dormido
y negarte a pagarlo. Solo entonces decidirás despertar. Y entonces el mundo
real aparecerá ante ti, pues Cristo nunca ha estado dormido. Cristo está
esperando a que lo veas, puesto que nunca te ha perdido de vista. Él contempla
serenamente el mundo real, que desea compartir contigo porque sabe del amor que
Su Padre Le profesa. Y sabiendo esto, desea darte lo que es tuyo. Él te aguarda
en el Altar del Padre en perfecta paz, ofreciéndote el Amor del Padre en la
serena luz de la bendición del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo conducirá
a todo el mundo a su hogar y a su Padre, donde Cristo los espera como su Ser.
6. Cada Hijo de Dios es uno en Cristo porque su Ser está en Cristo, al
igual como el de Cristo está en Dios. El Amor de Cristo por ti es Su Amor por
Su Padre, que Él conoce porque conoce el Amor de Su Padre por Él. Cuando el Espíritu Santo te haya conducido
finalmente hasta Cristo en el Altar de Su Padre, la percepción se fundirá con
el Conocimiento porque se habrá vuelto tan santa que su transferencia a la
Santidad será sencillamente su extensión natural. El amor se transfiere al Amor
sin ninguna interferencia, pues ambos son uno. A medida que percibas más y más
elementos comunes en todas las situaciones, la transferencia del entrenamiento
bajo la dirección del Espíritu Santo aumentará y se generalizará. Aprenderás gradualmente a aplicarlo a todo el
mundo y a todas las cosas, pues su aplicabilidad es universal. Una vez que esto se logra, la percepción y el
Conocimiento se vuelven tan similares que comparten la unificación de las Leyes
de Dios.
7. Lo que es uno no puede ser percibido como separado, y negar la
separación es restaurar el Conocimiento. En el Altar de Dios, la santa percepción de Su
Hijo se vuelve tan iluminada que la luz entra a raudales en ella y el Espíritu
del Hijo de Dios refulge en la Mente del Padre y se vuelve uno con Ella. Con gran ternura Dios refulge sobre Sí Mismo,
amando la Extensión de Sí Mismo que es Su Hijo. El mundo deja de tener
propósito a medida que se funde con el Propósito de Dios. Pues el mundo real ha
desaparecido sigilosamente en el Cielo, donde todo lo que es eterno ha existido
siempre. Allí Redentor y redimido se
unen en su perfecto amor por Dios y en el amor perfecto que se profesan el uno
al otro. El Cielo es tu hogar, y al estar en Dios tiene también que estar en
ti.
VII. Introspección
1. Los milagros demuestran que el aprendizaje ha tenido lugar bajo la
debida dirección, pues el aprendizaje es invisible y lo que se ha aprendido solo
se puede reconocer por sus resultados. Su generalización se demuestra a medida
que lo pones en práctica en más y más situaciones. Reconocerás que has
aprendido que no hay grados de dificultad en los milagros cuando los apliques a
todas las situaciones. No hay situación a la que los milagros no sean
aplicables, y al aplicarlos a todas el mundo real será tuyo. En esta santa
percepción te volverás íntegro, y por tu propia aceptación de la Expiación,
ésta irradiará hacia todos aquellos que el Espíritu Santo te envíe para que les
des tu bendición. La Bendición de Dios mora en todos Sus Hijos, y en la
bendición que les das a ellos radica la bendición que Dios te da a ti.
2. Cada uno debe desempeñar el papel que le corresponde en la
redención del mundo para poder reconocer que el mundo ha sido redimido. No
puedes ver lo invisible. Mas si ves sus efectos sabes que tiene que estar ahí. Al
percibir sus obras, reconoces su existencia. Y por lo que hace, te das cuenta
de lo que es. Tú no puedes ver tus
propios puntos fuertes, pero puedes tener cada vez mayor confianza en su
existencia a medida que te capacitan para actuar. Y los resultados de tus
acciones tú los puedes ver.
3. El Espíritu Santo es invisible, pero puedes ver los resultados de
Su presencia, y por ellos te darás cuenta de que Él está ahí. Está claro que lo
que Él te capacita para hacer no es de este mundo, pues los milagros violan
todas las leyes de la realidad tal como este mundo la juzga. Las leyes del
tiempo y del espacio, del volumen y de la masa son transcendidas, pues lo que
el Espíritu Santo te capacita para hacer está claramente más allá de todas ellas.
Al percibir Sus resultados, comprenderás dónde debe estar Él, y por fin sabrás
lo que Él es.
4. No puedes ver al Espíritu Santo, pero puedes ver Sus
manifestaciones. Y a menos que las veas
no te darás cuenta de que Él está ahí. Los milagros son Sus testigos y hablan de Su
Presencia. Lo que no puedes ver solo cobra realidad para ti a través de los testigos
que hablan en su favor. Puedes cobrar conciencia de lo que no ves, y puede
volverse increíblemente real a medida que su presencia se ponga de manifiesto a
través de ti. Lleva a cabo la labor del Espíritu Santo, pues compartes Su
función. De la misma manera en que tu
función en el Cielo es crear, aquí en la tierra es curar. Dios comparte Su
función contigo en el Cielo, y el Espíritu Santo comparte la Suya contigo en la
tierra. Mientras sigas creyendo que tienes otras funciones, seguirás teniendo
necesidad de corrección, pues esta creencia supone la destrucción de la paz,
objetivo éste que está en directa oposición con el propósito del Espíritu
Santo.
5. Ves lo que esperas ver, y
esperas ver aquello que invitas. Tu percepción es el resultado de tu invitación
y llega a ti tal como la pediste. ¿De quién son las manifestaciones que quieres
ver? ¿De qué presencia quieres
convencerte? Pues creerás en aquello que manifiestes, y tal como contemples lo
que está fuera, así mismo verás lo que está dentro. En tu mente hay dos maneras
de contemplar al mundo, y tu percepción reflejará el asesoramiento que hayas
elegido.
6. Yo soy la manifestación del Espíritu Santo y cuando me veas, será
porque lo has invitado a Él. Pues Él te enviará Sus testigos solo con que
desees verlos. Recuerda que siempre ves lo que buscas, y lo que buscas es lo
que encontrarás. El ego encuentra lo que busca y nada más. No encuentra amor
porque no es eso lo que está buscando. Mas buscar es lo mismo que encontrar y
si vas en pos de dos objetivos opuestos los encontrarás, pero no podrás reconocer
ninguno de los dos. Creerás que son lo mismo porque deseas alcanzar ambos. La
mente siempre busca su propia integración, mas si está dividida y quiere
conservar la división, seguirá creyendo que solo tiene un objetivo haciendo que
parezca uno solo.
7. Dije anteriormente que lo que proyectas o extiendes depende de ti,
pero tienes que hacer una u otra cosa, ya que ello es una ley de la mente, y
antes de mirar afuera tienes que mirar adentro. Al mirar adentro eliges al guía
cuya visión deseas compartir. Y luego miras afuera y contemplas sus testigos. Por eso es por lo que siempre encuentras lo
que buscas. Lo que desees para ti es lo
que manifestarás, y lo aceptarás del mundo porque al desearlo lo ubicaste en
él. Cuando crees que estás proyectando
lo que no deseas, es porque todavía lo deseas. Esto conduce directamente a la disociación,
puesto que representa la aceptación de dos objetivos, cada uno de los cuales se
percibe en un lugar diferente y separado del otro porque hiciste que fueran
diferentes. 8 La mente ve entonces un mundo dividido fuera de sí misma, pero no
dentro de ella. Esto le da una ilusión
de integridad y le permite creer que está yendo en pos de un solo objetivo. Sin embargo, mientras sigas percibiendo un
mundo dividido, no habrás sanado. Pues
haber sanado es ir en pos de un solo objetivo, al haber aceptado solo uno y no
desear más que uno solo.
8. Cuando lo único que desees
sea amor no verás nada más. La naturaleza contradictoria de los testigos que
percibes es sencillamente el reflejo de tus invitaciones conflictivas. Has
mirado en tu mente y has aceptado que en ella hay oposición al haberla buscado
allí. Mas no creas entonces que los testigos de la oposición son verdaderos, ya
que solo dan testimonio de tu decisión acerca de la realidad y te devuelven los
mensajes que tú les diste. El amor, asimismo, se reconoce por sus mensajeros. Si manifiestas amor, sus mensajeros vendrán a
ti porque los invitaste.
9. El poder de decidir es la única libertad que te queda como
prisionero de este mundo. Puedes decidir ver el mundo correctamente. Lo que hiciste de él no es su realidad, pues
su realidad es solo la que tú le confieres. No puedes realmente darle a nada ni a nadie
nada que no sea amor, ni tampoco puedes realmente recibir de ellos nada que no
sea amor. Si crees que has recibido
cualquier otra cosa, es porque miraste dentro de ti y creíste haber visto ahí
la capacidad de poder dar otra cosa. Fue únicamente esa decisión la que
determinó lo que encontraste, pues dispuso lo que tenías que buscar.
10. Tienes miedo de mí porque miraste dentro de ti y lo que viste te
dio miedo. Pero lo que viste no pudo
haber sido la realidad, pues la realidad de tu mente es lo más bello de todas
las Creaciones de Dios. Y puesto que procede únicamente de Dios, su poder y
grandeza solo habrían podido brindarte paz, si realmente la hubieses
contemplado. Si tienes miedo es porque viste
algo que no estaba allí. Sin embargo, en
ese mismo lugar pudiste haberme visto a mí y a todos tus hermanos, en la
perfecta seguridad de la Mente que nos creó a todos. Pues nos encontramos ahí, en la Paz del Padre,
Cuya Voluntad es extenderla través de ti.
11. Cuando hayas aceptado tu misión de extender paz hallarás la paz, pues
al manifestarla la verás. Sus santos testigos te rodearán porque los invocaste,
y ellos vendrán a ti. He oído tu llamada y la he contestado, pero no has
querido verme ni oír la respuesta que buscabas. Esto se debe a que eso no es
todavía lo único que deseas. Sin
embargo, a medida que yo me haga más real para ti, te darás cuenta de que, en
efecto, eso es lo único que deseas. Y
cuando mires dentro de ti me verás, y juntos contemplaremos el mundo real. A través
de los ojos de Cristo, solo el mundo real existe y es lo único que se puede
ver. Tu decisión determinará lo que
veas. Y lo que veas dará testimonio de
tu decisión.
12. Cuando mires dentro de ti y me veas, será porque habrás decidido
manifestar la Verdad. Y al manifestarla
la verás tanto fuera como dentro. La verás afuera porque primero la viste
dentro. Todo lo que ves afuera es el juicio de lo que viste dentro. Si es tu
propio juicio, será erróneo, pues tu función no es juzgar. Si es el juicio del Espíritu Santo será correcto,
pues Su función es juzgar. Compartes Su función solo cuando juzgas tal como Él
lo hace, sin juzgar nada por tu cuenta. Juzgarás contra ti mismo pero Él
juzgará a tu favor.
13. Recuerda, pues, que cada vez que miras fuera de ti y no reaccionas
favorablemente ante lo que ves, te has juzgado a ti mismo como indigno y te has
condenado a muerte. La pena de muerte es
la meta final del ego porque está convencido de que eres un criminal que merece
la muerte, tal como Dios sabe que eres merecedor de la vida. La pena de muerte
nunca abandona la mente del ego, pues eso es lo que siempre tiene reservado
para ti al final. Deseando destruirte
como expresión final de sus sentimientos hacia ti, te deja vivir solo para que
esperes la muerte. Te atormentará
mientras vivas, pero su odio no quedará saciado hasta que mueras, pues tu destrucción es el único fin que anhela
y el único que lo dejará satisfecho.
14. El ego no traiciona a Dios, a Quien es imposible traicionar. Pero te traiciona a ti que crees que has
traicionado a tu Padre. Por eso es por
lo que la erradicación de la culpa es un aspecto esencial de las enseñanzas del
Espíritu Santo. Pues mientras te sientas
culpable estarás escuchando la voz del ego, la cual te dice que has traicionado
a Dios y que, por lo tanto, mereces la muerte. Pensarás que la muerte procede de Dios y no
del ego porque, al confundirte a ti mismo con él, creerás que deseas la muerte.
Y de lo que deseas, Dios no te puede
salvar.
15. Cuando te sientas tentado de sucumbir ante el deseo de la muerte,
recuerda que yo no morí. Te darás cuenta de que esto es cierto cuando mires
dentro de ti y me veas. ¿Cómo iba yo a haber superado la muerte para mí solo? ¿Y cómo iba a haberme dado el Padre vida
eterna a mí, a no ser que también te la hubiera dado a ti? Cuando aprendas a ponerme de manifiesto jamás
verás la muerte, pues habrás contemplado
lo inmortal en ti mismo y, así, al contemplar un mundo que no puede morir, solo
verás lo eterno.
VIII. La atracción
del amor por el Amor
1. ¿Crees realmente que puedes
matar al Hijo de Dios? El Padre ha ocultado a Su Hijo dentro de Sí Mismo,
manteniéndolo a salvo y alejado de tus pensamientos destructivos, por causa de
los cuales no conoces al Padre ni al Hijo. Atacas el mundo real cada día, cada
hora y cada minuto y, sin embargo, te sorprende que no lo puedas ver. Si buscas amor a fin de atacarlo, nunca lo
hallarás, pues si el amor es compartir, ¿cómo ibas a poder encontrarlo excepto
a través de sí mismo? Ofrece amor, y el
amor vendrá a ti porque se siente atraído por sí mismo. Ofrece ataque, y el
amor permanecerá oculto, pues solo puede vivir en paz.
2. El Hijo de Dios se encuentra tan a salvo como su Padre, pues el
Hijo sabe que su Padre lo protege y, por lo tanto, no puede temer. El Amor de
su Padre lo mantiene en perfecta paz y, al no necesitar nada, no pide nada. Sin
embargo, aunque tú eres su Ser, él se encuentra lejos de ti, porque al elegir
atacarlo él desapareció de tu vista y buscó refugio en su Padre. Él no cambió, pero tú sí. Pues el Padre no
creó una mente dividida ni tampoco las obras de ésta, y ni aquélla ni éstas
podrían existir si tuvieran conocimiento de Él.
3. Cuando hiciste que lo que no es verdad fuese visible, lo que es
verdad se volvió invisible para ti. No obstante, de por sí no puede ser
invisible, pues el Espíritu Santo lo ve con perfecta claridad. Es invisible para ti porque estás mirando otra
cosa. Mas no es a ti a quien le corresponde decidir lo que es visible y lo que
es invisible, tal como tampoco te corresponde decidir lo que es la realidad. Lo
que se puede ver es lo que el Espíritu Santo ve. La definición de la realidad
es la que Dios provee, no la tuya. Él la creó y, por ende, sabe lo que es. Tú,
que sabías lo que era, lo olvidaste, y si Él no te hubiese proporcionado la
manera de recordar, te habrías condenado a ti mismo al olvido total.
4. Por razón del amor que tu Padre te profesa, nunca podrás olvidarte
de Él, pues nadie puede olvidar lo que Dios Mismo puso en su memoria. Puedes
negarlo, pero no puedes perderlo. Una Voz responderá a cada pregunta que hagas,
y una visión corregirá la percepción de todo lo que veas. Pues lo que hiciste
invisible es lo único que es verdad, y lo que no has oído, la única respuesta. Dios
quiere que te reconcilies contigo mismo, y no te abandonó en tu desolación. Estás esperando solo por Él, mas no lo sabes. Su recuerdo, sin embargo, brilla en tu mente y
no puede ser borrado. No es ni del
pasado ni del futuro, al ser un eterno siempre.
5. No tienes sino que pedir este recuerdo y te vendrá a la memoria. Mas el recuerdo de Dios no puede aflorar en
una mente que lo ha borrado y que quiere que continúe así. Pues dicho recuerdo
solo puede alborear en una mente que haya elegido recordar y haya renunciado al
demente deseo de querer controlar la realidad. Tú, que ni siquiera puedes
controlarte a ti mismo, no deberías aspirar a controlar el universo. Contempla,
más bien, lo que has hecho de él y regocíjate de que no sea verdad.
6. ¡Hijo de Dios, no te conformes con lo que no es nada! Lo que no es real no se puede ver ni tiene
valor alguno. Dios no pudo haberle ofrecido a Su Hijo lo que no tiene valor ni
Su Hijo habría podido recibirlo. Fuiste redimido en el mismo instante en que
pensaste que habías abandonado a tu Padre. Nada de lo que has forjado ha
existido jamás, y es invisible porque el Espíritu Santo no lo ve. Pero lo que Él ve es tuyo para que lo
contemples, y a través de Su visión tu percepción sanará. Has hecho invisible
la única verdad que este mundo encierra. Al valorar lo que no es nada, has
buscado lo que no es nada. Al conferirle
realidad a lo que no es nada, lo has visto.
Pero no está ahí. Y Cristo es invisible a causa de lo que has hecho que
sea visible para ti.
7. No importa cuánta distancia hayas tratado de interponer entre tu
conciencia y la Verdad, al Hijo de Dios
se le puede ver porque la visión es algo que se comparte. El Espíritu Santo contempla al Hijo de Dios en
ti y no ve nada más. Lo que es invisible
para ti, es perfecto en Su visión y lo abarca todo. Él se ha acordado de ti porque no se ha
olvidado del Padre. Tú contemplaste lo
que no era real y hallaste desesperación. Mas ¿qué otra cosa podías haber
encontrado al ir en pos de lo irreal? El
mundo irreal es desesperante, pues nunca podrá ser real. Y tú que compartes el Ser de Dios con Él,
nunca podrás sentirte satisfecho sin la realidad. Lo que Dios no te dio no tiene poder sobre ti,
y la atracción del amor por el Amor sigue siendo irresistible. La función del Amor es unir todas las cosas en
Sí Mismo, y mantenerlas unidas extendiendo Su Plenitud.
8. Dios te dio el mundo real en amoroso intercambio por el mundo que
tú construiste y que ves. Recíbelo simplemente de la mano de Cristo y
contémplalo. Su realidad hará que todo
lo demás sea invisible, pues contemplarlo es una percepción total. Y al
contemplarlo recordarás que siempre fue así. Lo que no es nada se hará invisible, pues por
fin habrás visto verdaderamente. Una percepción redimida se convierte fácilmente
en Conocimiento, pues solo la percepción puede equivocarse y la percepción
nunca existió. Al ser corregida da paso al Conocimiento, que es la única
realidad eternamente. La Expiación no es sino el camino de regreso a lo que
nunca se había perdido. El Padre nunca
pudo haber dejado de amar a Su Hijo.
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