Capítulo 15
EL INSTANTE SANTO
I. Los dos usos del
tiempo
1. ¿Puedes imaginarte lo que sería no tener inquietudes,
preocupaciones ni ansiedades de ninguna clase, sino simplemente gozar de
perfecta calma y sosiego todo el tiempo? Ése es, no obstante, el propósito del
tiempo: aprender justamente eso y nada más. El Maestro de Dios no puede
sentirse satisfecho con Sus enseñanzas mientras éstas no constituyan lo único
que sabes. Su función docente no se consumará mientras no seas un alumno tan
dedicado que solo aprendes de Él. Cuando
eso haya ocurrido, ya no tendrás necesidad de un maestro ni de tiempo en el que
aprender.
2. La razón del aparente desaliento del que tal vez padezcas es tu
creencia de que ello toma tiempo y de que los resultados de las enseñanzas del
Espíritu Santo se encuentran en un futuro remoto. Sin embargo, no es así, pues el Espíritu Santo usa el tiempo a Su manera
y no está limitado por él. El tiempo es Su amigo a la hora de enseñar. No causa
deterioro en Él como lo hace en ti. Todo el deterioro que el tiempo parece
ocasionar se debe únicamente a tu identificación con el ego, que se vale del
tiempo para reforzar su creencia en la destrucción. El ego, al igual que el
Espíritu Santo, se vale del tiempo para convencerte de la inevitabilidad del
objetivo y del final del aprendizaje. El objetivo del ego es la muerte, que es
su propio fin. Mas el objetivo del Espíritu Santo es la vida, la cual no tiene
fin.
3. El ego es un aliado del tiempo, pero no un amigo. Pues desconfía
tanto de la muerte como de la vida, y lo que desea para ti, él no lo puede
tolerar. Él ego te quiere ver muerto, pero él no quiere morir. El resultado de
esta extraña doctrina no puede ser otro, por lo tanto, que el de convencerte de
que él te puede perseguir más allá de la tumba. Y al no estar dispuesto a que
ni siquiera en la muerte encuentres paz, te ofrece inmortalidad en el infierno.
Te habla del Cielo, pero te asegura que el Cielo no es para ti. Pues ¿qué
esperanzas pueden tener los culpables de ir al Cielo?
4. Creer en el infierno es ineludible para aquellos que se identifican
con el ego. Sus pesadillas y sus miedos están asociados con él. El ego te enseña que el infierno está en el
futuro, pues ahí es hacia donde todas sus enseñanzas apuntan. Su objetivo es el
infierno. Pues aunque tiene por finalidad la muerte y la disolución, él mismo
no cree en ello. El objetivo de muerte que ansía para ti le deja insatisfecho. Nadie
que siga sus enseñanzas puede estar libre del miedo a la muerte. Sin embargo,
si se pensase en la muerte simplemente como el fin del dolor, ¿se le tendría
miedo? Hemos visto antes esta extraña paradoja en el sistema de pensamiento del
ego, pero nunca tan claramente como aquí. Pues el ego tiene que dar la
impresión de que mantiene al miedo alejado de ti para conservar tu fidelidad.
Pero tiene que generar miedo para protegerse a sí mismo. Una vez más, el ego intenta—y lo logra con
demasiada frecuencia—hacer ambas cosas, valiéndose de la disociación para
mantener sus metas contradictorias unidas, de manera que parezcan estar
reconciliadas. El ego enseña, por lo
tanto, que la muerte es el final en lo que respecta a cualquier esperanza de
alcanzar el Cielo. Sin embargo, puesto que tú y el ego no podéis estar
separados, y puesto que él no puede concebir su propia muerte, te seguirá
persiguiendo porque la culpa es eterna. Tal es la versión que el ego tiene de la
inmortalidad. Y eso es lo que su versión
del tiempo apoya.
5. El ego enseña que el Cielo está aquí y ahora porque el futuro es el
infierno. Hasta cuando ataca tan
despiadadamente que trata de quitarle la vida al que cree que su voz es la
única que existe, incluso a ése le habla del infierno. Pues le dice que el infierno también está
aquí, y lo incita a que salte del infierno al olvido total. El único tiempo que el ego le permite
contemplar a cualquiera con ecuanimidad es el pasado. E incluso ahí, su único
valor es que ya no existe.
6. ¡Cuán desolado y desesperante es el uso que el ego hace del tiempo!
¡Y cuán aterrador! Pues tras su fanática
insistencia de que el pasado y el futuro son lo mismo se oculta una amenaza a la
paz todavía más insidiosa. El ego no hace alarde de su amenaza final, pues
quiere que sus devotos sigan creyendo que les puede ofrecer una escapatoria. Pero
la creencia en la culpabilidad no puede sino conducir a la creencia en el
infierno, y eso es lo que siempre hace. De la única manera en que el ego permite que
se experimente el miedo al infierno es trayendo el infierno aquí, pero siempre
como una muestra de lo que te espera en el futuro. Pues nadie que se considere
merecedor del infierno puede creer que su castigo acabará convirtiéndose en
paz.
7. El Espíritu Santo enseña, por lo tanto, que el infierno no existe. El infierno es únicamente lo que el ego ha
hecho del presente. La creencia en el
infierno es lo que te impide comprender el presente, pues tienes miedo de él. El Espíritu Santo conduce al Cielo tan
ineludiblemente como el ego conduce al infierno. Pues el Espíritu Santo, que solo conoce el presente, se vale de él para
desvanecer el miedo con el que el ego quiere inutilizarlo. Tal como el ego usa el tiempo, es imposible
librarse del miedo. Pues el tiempo, de
acuerdo con las enseñanzas del ego, no es sino un recurso de enseñanza para
incrementar la culpa hasta que ésta lo envuelva todo y exija eterna venganza.
8. El Espíritu Santo quiere desvanecer todo esto ahora. No es el
presente lo que da miedo, sino el pasado y el futuro, mas éstos no existen. El
miedo no tiene cabida en el presente cuando cada instante se alza nítido y
separado del pasado, sin que la sombra de éste se extienda hasta el futuro. Cada instante es un nacimiento inmaculado y
puro en el que el Hijo de Dios emerge del pasado al presente. Y el presente se
extiende eternamente. Es tan bello, puro
e inocente, que en él solo hay
felicidad. En el presente no se recuerda la obscuridad, y lo único que existe
es la inmortalidad y la dicha.
9. Esta lección no requiere tiempo para aprenderse. Pues ¿qué es el tiempo sin pasado ni futuro? El
que te hayas descarriado tan completamente ha requerido tiempo, pero ser lo que
eres no requiere tiempo en absoluto. Empieza a usar el tiempo de la misma manera en
que lo hace el Espíritu Santo: como un instrumento de enseñanza para alcanzar
la paz y la felicidad. Elige este
preciso instante, ahora mismo, y piensa en él como si fuese todo el tiempo que
existe. Ahí nada del pasado puede afectarte, y ahí es donde te encuentras
completamente absuelto, complemente libre y sin condenación alguna. Desde este instante santo donde tu santidad
nace de nuevo, seguirás adelante en el tiempo libre de todo temor y sin
experimentar ninguna sensación de cambio con el paso del tiempo.
10. El tiempo es inconcebible sin cambios, mas la santidad no cambia. Aprende de este instante algo más que el
simple hecho de que el infierno no existe. En este instante redentor reside el Cielo. Y el Cielo no cambiará, pues nacer al bendito
presente es librarse de los cambios. Los
cambios son ilusiones que enseñan los que no se pueden ver a sí mismos libres
de culpa. En el Cielo no se producen cambios
porque Dios es inmutable. En el instante
santo en que te ves a ti mismo resplandeciendo con el fulgor de la libertad,
recuerdas a Dios. Pues recordarle es
recordar la libertad.
11. Si sientes la tentación de desanimarte pensando cuánto tiempo va a
tomar poder cambiar de parecer tan radicalmente, pregúntate a ti mismo: “¿Es
mucho un instante?” ¿No le ofrecerías al
Espíritu Santo tan poco de tu tiempo para tu salvación? Él no te pide nada más, pues no tiene
necesidad de nada más. Requiere mucho
más tiempo enseñarte a que estés dispuesto a darle esto que lo que Él tarda en
valerse de ese ínfimo instante para ofrecerte el Cielo en su totalidad. A
cambio de ese instante, Él está listo para darte el recuerdo de la eternidad.
12. Mas nunca le podrás dar al Espíritu Santo ese instante santo en
favor de tu liberación, mientras no estés dispuesto a dárselo a tus hermanos en
favor de la suya. Pues el instante de la santidad es un instante que se
comparte, y no puede ser solo para ti. Cuando
te sientas tentado de atacar a un hermano, recuerda que su instante de
liberación es el tuyo. Los milagros son
los instantes de liberación que ofreces y que recibirás. Dan testimonio de que
estás dispuesto a ser liberado y a ofrecerle el tiempo al Espíritu Santo a fin
de que Él lo use para Sus propósitos.
13. ¿Cuánto dura un instante? Dura tan poco para tu hermano como para
ti. Practica conceder ese bendito
instante de libertad a todos los que están esclavizados por el tiempo, haciendo
así que para ellos éste se convierta en su amigo. Mediante tu dación, el Espíritu Santo te da a
ti el bendito instante que tú les das a tus hermanos. Al ofrecerlo, Él te lo
ofrece a ti. No seas reacio a dar lo que
quieres recibir de Él, pues al dar te unes a Él. En la cristalina pureza de la liberación que
otorgas radica tu inmediata liberación de la culpa. Si ofreces santidad no
puedes sino ser santo.
14. ¿Cuánto dura un instante? Dura el tiempo que sea necesario para
restablecer la perfecta cordura, la perfecta paz y el perfecto amor por todo el
mundo, por Dios y por ti; el tiempo que sea necesario para recordar la
inmortalidad y a tus creaciones inmortales que la comparten contigo; el tiempo
que sea necesario para intercambiar el infierno por el Cielo. Dura el tiempo suficiente para que puedas
trascender todo lo que el ego ha hecho y ascender hasta tu Padre.
15. El tiempo es tu amigo si lo pones a disposición del Espíritu
Santo. Él necesita muy poco para restituirte
todo el Poder de Dios. Aquel que
transciende el tiempo por ti entiende cuál es su propósito. La santidad no radica en el tiempo, sino en la
eternidad. Jamás hubo un solo instante en el que el Hijo de Dios pudiera haber
perdido su pureza. Su estado inmutable
está más allá del tiempo, pues su pureza permanece eternamente inalterable y
más allá del alcance del ataque. Ante su
santidad el tiempo se detiene y deja de cambiar. Y así, deja de ser tiempo. Pues al estar
atrapado en el único instante de la eterna santidad de la Creación de Dios, se
transforma en eternidad. Da el instante
eterno, para que en ese radiante instante de perfecta liberación se pueda recordar
la eternidad por ti. Ofrece el milagro
del instante santo por medio del Espíritu Santo y deja que sea Él Quien se
encargue de dártelo a ti.
II. El final de las
dudas
1. La Expiación tiene lugar en el tiempo, pero no es para el tiempo. Puesto que se encuentra en ti, es eterna. Lo que encierra el recuerdo de Dios no puede
estar limitado por el tiempo, del mismo
modo en que tú tampoco puedes estarlo. Pues solo si Dios estuviera limitado, podrías
estarlo tú. El instante que se le ofrece
al Espíritu Santo se le ofrece a Dios en tu nombre, y en ese instante
despiertas dulcemente en Él. En el
instante bendito abandonas todo lo que aprendiste en el pasado y de inmediato
el Espíritu Santo te ofrece la lección de la paz en su totalidad. ¿Cómo iba a
requerir tiempo aprender esta lección cuando todos los obstáculos que podrían impedirlo
han sido superados? La verdad transciende al tiempo en tal medida, que toda
ella tiene lugar simultáneamente. Pues
al haber sido creada como una sola, su unicidad es completamente independiente
del tiempo.
2. No permitas que el tiempo sea motivo de preocupación para ti, ni
tengas miedo del instante de santidad que ha de eliminar todo vestigio de
él. Pues el instante de paz es eterno
precisamente porque está desprovisto de miedo. Dicho instante llegará, ya que
es la lección que Dios te da a través del Maestro que Él designó para transformar
el tiempo en eternidad. ¡Bendito sea el
Maestro de Dios, Cuyo gozo reside en mostrarle al santo Hijo de Dios su
santidad! Su gozo no está circunscrito
al tiempo. Sus enseñanzas son para ti
porque Su gozo es el tuyo. A través de
Él te alzas ante el Altar de Dios, donde Él dulcemente transforma el infierno en
Cielo. Pues es únicamente en el Cielo
donde Dios quiere que estés.
3. ¿Cuánto tiempo puede tomar llegar allí donde Dios quiere que estés?
Pues ya estás donde siempre has estado y
donde has de estar eternamente. Todo lo que tienes, lo tienes para siempre. El instante bendito se extiende para abarcar
al tiempo, del mismo modo en que Dios se extiende a Sí Mismo para abarcarte a
ti. Tú que te has pasado días, horas e incluso años encadenando a tus hermanos
a tu ego a fin de apoyarlo y proteger su debilidad, no percibes la Fuente de la
fortaleza. En este instante santo
liberarás a todos tus hermanos de las cadenas que los mantienen prisioneros y
te negarás a apoyar su debilidad o la tuya.
4. No te das cuenta de cuán desacertadamente has utilizado a tus
hermanos al considerarlos fuentes de apoyo para el ego. En tu percepción, por lo tanto, ellos dan
testimonio del ego, y parecen darte motivos para que no lo abandones. Tus hermanos, no obstante, son testigos mucho
más poderosos y mucho más convincentes en favor del Espíritu Santo, Cuya fortaleza respaldan. Eres tú, pues, quien determina el que ellos
apoyen al ego o al Espíritu Santo en ti. Y reconocerás cuál de ellos has elegido por
sus reacciones. Siempre se puede
reconocer a un Hijo de Dios que ha sido liberado a través del Espíritu Santo en
un hermano. No puede ser negado. Si todavía tienes dudas, es tan solo porque no has otorgado completa
liberación. Y debido a ello todavía no
le has dado al Espíritu Santo un solo instante completamente. Pues cuando lo hayas hecho no te cabrá la menor
duda de que lo has hecho. Estarás seguro porque Su testigo hablará tan claramente
en favor de Él, que oirás y entenderás. Seguirás dudando hasta que oigas a un
testigo al que hayas liberado completamente por medio del Espíritu Santo. Y
entonces ya no dudarás más.
5. Aún no has tenido la experiencia del instante santo. Pero la tendrás y la reconocerás con absoluta
certeza. Ningún regalo de Dios se reconoce de otra manera. Puedes practicar el
mecanismo del instante santo y aprender mucho de ello. Mas no puedes suplir su deslumbrante y
reluciente fulgor, que literalmente te cegará solo con que lo veas, impidiéndote ver este
mundo. Y todo ello se encuentra aquí, en
este mismo instante, completo, consumado y plenamente otorgado.
6. Empieza ahora a desempeñar el pequeño papel que te corresponde en
el proceso de aislar el instante santo. Recibirás instrucciones muy precisas a
medida que sigas adelante. Aprender a aislar este segundo y a experimentarlo
como algo eterno es empezar a experimentarte a ti mismo como no separado. No tengas miedo de que no se te vaya a ayudar
en esto. El Maestro de Dios y Su lección respaldarán tu fortaleza. Es solo
tu debilidad lo que se desprenderá de ti cuando comiences a practicar esto,
pues al hacerlo experimentarás el Poder de Dios en ti. Utilízalo aunque solo sea por un instante, y nunca más lo
negarás. ¿Quién puede negar la Presencia
de aquello ante lo cual el universo se inclina con júbilo y agradecimiento? Ante el reconocimiento del universo que da
testimonio de Ella, tus dudas no pueden sino desaparecer.
III. La pequeñez en
contraposición a la grandeza
1. No te contentes con la pequeñez. Pero asegúrate de que entiendes lo
que es, así como la razón por la que jamás podrías sentirte satisfecho con
ella. La pequeñez es la ofrenda que te haces a ti mismo. La ofreces y la aceptas en lugar de la
grandeza. En este mundo no hay nada que tenga valor porque es un mundo que
procede de la pequeñez, de acuerdo con la extraña creencia de que la pequeñez
puede satisfacerte. Cuando te lanzas en pos de cualquier cosa en este mundo creyendo
que te ha de brindar paz, estás empequeñeciéndote y cegándote a la gloria. La pequeñez y la gloria son las únicas
alternativas de que dispones para dedicarles todos tus esfuerzos y toda tu
vigilancia. 8 Y siempre elegirás una a expensas de la otra.
2. Sin embargo, de lo que no te das cuenta cada vez que eliges, es de
que tu elección es tu evaluación de ti mismo. Opta por la pequeñez y no tendrás
paz, pues habrás juzgado que eres indigno de ella. Y cualquier cosa que ofrezcas como substituto
será un regalo de tan poco valor que te dejará insatisfecho. Es esencial que aceptes el hecho—y que lo
aceptes gustosamente—de que ninguna clase de pequeñez podrá jamás satisfacerte.
Eres libre de probar cuantas quieras,
pero lo único que estarás haciendo es demorar tu retorno al hogar, pues solo en la Grandeza, que es tu hogar, podrás
sentirte satisfecho.
3. Tienes una gran responsabilidad para contigo mismo, y es una
responsabilidad que tienes que aprender a recordar en todo momento. Al principio, la lección tal vez te parezca
difícil, pero aprenderás a amarla cuando te des cuenta de que es verdad y de
que no es más que un tributo a tu poder. Tú que has encontrado la pequeñez que
buscabas, recuerda esto: cada decisión que tomas procede de lo que crees ser, y
representa el valor que te atribuyes a ti mismo. Si crees que lo que no tiene valor puede
satisfacerte, no podrás sentirte satisfecho, pues te habrás limitado a ti
mismo. Tu función no es insignificante, y solo podrás escaparte de la pequeñez hallando
tu función y desempeñándola.
4. No hay duda acerca de cuál es tu función, pues el Espíritu Santo lo
sabe. No hay duda acerca de la grandeza de esa función, pues te llega a través
de Él desde la Grandeza. No tienes que
esforzarte por alcanzarla, puesto que ya dispones de ella. Mas debes canalizar todos tus esfuerzos contra
la pequeñez, pues para proteger tu grandeza en este mundo es preciso mantenerse
alerta. Mantenerse continuamente
consciente de la propia grandeza en un mundo en el que reina la pequeñez es una
tarea que los que se menosprecian a sí mismos no pueden llevar a cabo. Sin
embargo, se te pide que lo hagas como tributo a tu grandeza y no a tu pequeñez.
No se te pide que lo hagas solo. El Poder de Dios respaldará cada esfuerzo que
hagas en nombre de Su amado Hijo. Ve en
pos de la pequeñez, y te estarás negando a ti mismo Su Poder. Dios no está dispuesto a que Su Hijo se sienta
satisfecho con nada que no sea la totalidad.
Pues Él no se siente satisfecho sin Su Hijo y Su Hijo no puede sentirse
satisfecho con menos de lo que su Padre le dio.
5. Anteriormente te pregunté: “¿Qué prefieres ser, rehén del ego o
anfitrión de Dios?” Deja que el Espíritu
Santo te haga esa pregunta cada vez que tengas que tomar una decisión. Pues cada decisión que tomas la contesta y,
por lo tanto, le abre las puertas a la tristeza o a la dicha. Cuando Dios se
dio a Sí Mismo a ti en tu creación, te estableció como Su anfitrión para
siempre. Él no te ha abandonado ni tú lo
has abandonado a Él. Todos tus intentos
de negar Su Grandeza y de hacer de Su Hijo un rehén del ego, no pueden
empequeñecer a aquel a quien Dios ha unido a Sí Mismo. Cada decisión que tomas es o bien en favor del
Cielo o bien en favor del infierno, y te brinda la conciencia de la alternativa
que hayas elegido.
6. El Espíritu Santo puede mantener tu grandeza en tu mente a salvo de
toda pequeñez, con perfecta claridad y seguridad, y sin dejar que se vea
afectada por los miserables regalos que el mundo de la pequeñez desea
ofrecerte. Pero para que el Espíritu
Santo pueda hacer esto, no debes oponerte a lo que Él dispone para ti. Decídete
en favor de Dios por medio de Él. Pues la pequeñez y la creencia de que ésta te
puede satisfacer son decisiones que tomas con respecto a ti mismo. El poder y la gloria que hay en ti procedentes
de Dios son para todos los que, como tú, se consideran indignos y creen que la
pequeñez puede expandirse hasta convertirse en una sensación de grandeza que
los logre satisfacer. No des ni aceptes pequeñez. El anfitrión de Dios es digno
de todo honor. Tu pequeñez te engaña,
pero tu grandeza emana de Aquel que mora en ti, y en Quien tú moras. En el
Nombre de Cristo, el eterno Anfitrión de Su Padre, no toques a nadie con la
idea de la pequeñez.
7. En esta temporada (Navidad) en la que se celebra el nacimiento de
la Santidad en este mundo, únete a mí que me decidí en favor de la santidad en
tu nombre. Nuestra tarea conjunta consiste en restaurar la conciencia de
grandeza en aquel que Dios designó como Su anfitrión. Dar el don de Dios está
más allá de tu pequeñez, pero no más allá de ti, pues Dios quiere darse a Sí
Mismo a través de ti. Él se extiende
desde ti hacia todo el mundo, y más allá de todo el mundo hasta las creaciones
de Su Hijo sin abandonarte. Se extiende eternamente mucho más allá de tu
insignificante mundo, aunque sin dejar de estar en ti. No obstante, te ofrece
todas Sus extensiones, pues eres Su anfitrión.
8. ¿Es acaso un sacrificio dejar atrás la pequeñez y dejar de
deambular en vano? Despertar a la gloria no es un sacrificio. Pero sí es un
sacrificio aceptar cualquier cosa que no sea la gloria. Trata de aprender que
no puedes sino ser digno del Príncipe de la Paz, nacido en ti en honor de Aquel
de Quien eres anfitrión. Desconoces el significado del amor porque has
intentado comprarlo con baratijas, valorándolo así demasiado poco como para poder
comprender su grandeza. El amor no es insignificante, y mora en ti que eres el
anfitrión de Dios. Ante la grandeza que
reside en ti, la poca estima en que te tienes a ti mismo y todas las pequeñas
ofrendas que haces se desvanecen en la nada.
9. Bendita Criatura de Dios, ¿cuándo vas a aprender que solo la santidad puede hacerte feliz y darte
paz? Recuerda que no aprendes únicamente
para ti, de la misma manera en que yo tampoco lo hice. Puedes aprender de mí únicamente porque yo
aprendí por ti. Tan solo deseo enseñarte
lo que ya es tuyo, para que juntos podamos reemplazar la miserable pequeñez que
mantiene al anfitrión de Dios cautivo de la culpa y la debilidad, por la gozosa
conciencia de la gloria que mora en él. Mi nacimiento en ti es tu despertar a la
grandeza. No me des la bienvenida en un pesebre, sino en el Altar de la
Santidad, en el que Ésta mora en perfecta paz. Mi Reino no es de este mundo, puesto que está
en ti. Y tú eres de tu Padre. Unámonos
en honor a ti, que no puedes sino permanecer para siempre más allá de la
pequeñez.
10. Decide como yo que decidí morar contigo. Mi voluntad dispone lo mismo que la de mi
Padre, pues sé que Su Voluntad no varía y que se encuentra eternamente en paz
consigo misma. Nada que no sea Su Voluntad
podrá jamás satisfacerte. No aceptes
menos y recuerda que todo lo que aprendí es tuyo. Lo que mi Padre ama, yo lo amo del mismo modo
que Él; y al igual que Él, no puedo aceptarlo como lo que no es. Ni tú tampoco. Cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres,
no inventarás otros regalos para ofrecértelos a ti mismo, pues sabrás que eres
íntegro, que no tienes necesidad de nada y que eres incapaz de aceptar nada
para ti. 8 Y habiendo recibido, darás gustosamente. El anfitrión de Dios no tiene que ir en pos de
nada, pues no hay nada que él tenga que encontrar.
11. Si estás completamente dispuesto a dejar que la salvación se lleve
a cabo de acuerdo con el plan de Dios y te niegas a tratar de obtener la paz
por tu cuenta, alcanzarás la salvación. Mas no pienses que puedes substituir Su plan
por el tuyo. En vez de eso, únete a mí en el Suyo para que juntos podamos
liberar a todos aquellos que prefieren permanecer cautivos, y proclamar que el
Hijo de Dios es Su anfitrión. Así pues,
no dejaremos que nadie se olvide de lo que tú quieres recordar, y de este modo, lo recordarás.
12. Evoca en todos únicamente el recuerdo de Dios y el del Cielo que
mora en ellos. Allí donde desees que tu
hermano esté, allí creerás estar tú. No
respondas a su petición de pequeñez y de infierno, sino solo a su llamamiento a la grandeza y al
Cielo. No te olvides de que su llamamiento
es el tuyo y contéstale junto conmigo. El Poder de Dios está a favor de Su anfitrión
eternamente, pues su único cometido es proteger la paz en la que Él mora. No deposites la ofrenda de la pequeñez ante Su
santo altar, el cual se eleva más allá de las estrellas hasta el mismo Cielo
por razón de lo que le es dado.
IV. La práctica del
instante santo
1. Es posible aprender este curso inmediatamente a no ser que creas
que lo que Dios dispone requiere tiempo. Y esto solo puede significar que prefieres seguir
demorando reconocer el hecho de que lo que Su Voluntad dispone ya se ha
cumplido. El instante santo es este mismo
instante y cada instante. El que deseas que sea santo, lo es. El que no deseas
que lo sea, lo desperdicias. En tus
manos está decidir qué instante ha de ser santo. No demores esta decisión, pues más allá del pasado y del futuro, donde
no podrías encontrar el instante santo, éste espera ansiosamente tu aceptación.
Sin embargo, no puedes tener una conciencia feliz de él mientras no lo desees,
pues encierra dentro de sí la total liberación
2. Tu práctica, por lo tanto, debe apoyarse en tu buena voluntad de dejar
a un lado toda pequeñez. El instante en
que la grandeza ha de descender sobre ti se encuentra tan lejos como tu deseo
de ella. Mientras no la desees y en su
lugar prefieras valorar la pequeñez, ésa será la distancia a la que se
encontrará de ti. En la medida en que la
desees, en esa misma medida harás que se aproxime a ti. No pienses que puedes ir en busca de la salvación
a tu manera y alcanzarla. Abandona
cualquier plan que hayas elaborado para tu salvación y substitúyelo por el de Dios.
Su plan te satisfará. No hay nada más que pueda brindarte paz, pues la paz es de Dios y de nadie más que de
Él.
3. Sé humilde ante Él y, sin embargo, grande en Él. No antepongas ningún plan del ego al plan de
Dios, pues con tu decisión de formar parte de cualquier otro plan que no sea el
Suyo dejas vacante tu lugar en Su plan, que debes ocupar si quieres unirte a
mí. Te exhorto a que cumplas el santo
papel que te corresponde desempeñar en el plan que Él dio al mundo para
liberarlo de la pequeñez. Dios desea que
Su anfitrión more en perfecta libertad. Cualquier fidelidad a un plan de
salvación distinto del Suyo disminuye en tu propia mente el valor de lo que Su Voluntad
ha dispuesto para ti. Sin embargo, es tu
mente la que es Su anfitrión.
4. ¿Quieres saber cuán perfecto
e inmaculado es el santo Altar en el que tu Padre se ha ubicado a Sí Mismo? Te darás cuenta de esto en el instante santo,
en el que gustosamente y de buena voluntad renuncias a todo plan que no sea el
Suyo. Pues en el instante santo se
encuentra la paz, perfectamente diáfana porque has estado dispuesto a
satisfacer sus condiciones. Puedes reclamar el instante santo en cualquier momento
y lugar en que lo desees. En tu
práctica, procura abandonar cualquier plan que hayas aceptado a fin de encontrar
grandeza en la pequeñez. No se encuentra
ahí. Utiliza el instante santo solo para reconocer que por tu cuenta no
puedes saber dónde está, y que lo único que harías, sería engañarte a ti mismo.
5. Yo me encuentro dentro del instante santo tan claramente como tú
quieres que esté. Y el tiempo que tardes
en aprender a aceptarme, será el mismo que tardarás en hacer tuyo el instante
santo. Te exhorto a que hagas que el
instante santo pase a ser tuyo de inmediato, pues liberar la mente del
anfitrión de Dios de la pequeñez no depende del tiempo, sino de la buena
voluntad que se tenga para ello.
6. La razón de que este curso sea simple es que la verdad es simple. La
complejidad forma parte del ámbito del ego y no es más que un intento por su
parte de querer nublar lo que es obvio. Podrías vivir en el instante santo para
siempre, empezando desde ahora hasta la eternidad, si no fuera por una razón
muy sencilla. No empañes la simplicidad de esa razón, pues si lo haces, será
únicamente porque prefieres no reconocerla ni abandonarla. La simple razón, llanamente expuesta, es ésta:
el instante santo es un momento en el que se recibe y se da perfecta
comunicación. Esto quiere decir que es
un momento en el que tu mente es receptiva, tanto para recibir como para dar. El instante santo es el reconocimiento de que
todas las mentes están en comunicación. Por lo tanto, tu mente no trata de cambiar
nada, sino simplemente de aceptarlo todo.
7. ¿Cómo puedes hacer esto cuando prefieres abrigar pensamientos privados
y no renunciar a ellos? La única manera
en que podrías hacer esto es negando la perfecta comunicación que hace que el instante
santo sea lo que es. Crees que puedes
abrigar pensamientos que no quieres compartir con nadie y que la salvación
radica en que te los reserves exclusivamente para ti. Crees que en los pensamientos privados que
únicamente tú conoces puedes encontrar una manera de quedarte con lo que deseas
solo para ti y de compartir solo lo que se te antoje. Y luego te preguntas cómo es que no estás en
completa comunicación con los que te rodean o con Dios que os rodea a todos a
la vez.
8. Cada pensamiento que prefieres mantener oculto interrumpe la
comunicación, puesto que eso es lo que quieres. Es imposible reconocer la comunicación
perfecta, mientras interrumpir la comunicación siga teniendo valor para ti. Pregúntate sinceramente: “¿Deseo estar en
perfecta comunicación? ¿Estoy completamente dispuesto a renunciar para siempre a
todo lo que la obstaculiza?” Si la
respuesta es no, entonces no importa cuán dispuesto esté el Espíritu Santo a
concedértela, no será suficiente para que puedas disponer de ella, pues no
estás dispuesto a compartirla con Él. Y
la comunicación perfecta no puede tener lugar en una mente que ha decidido
oponerse a ella. Pues dar el instante
santo así como recibirlo requiere la misma dosis de buena voluntad, al ser la
aceptación de la única Voluntad que gobierna todo pensamiento.
9. La condición necesaria para que el instante santo tenga lugar no
requiere que no abrigues pensamientos impuros. Pero sí requiere que no abrigues
ninguno que desees conservar. La
inocencia no es obra tuya. Se te da en
el momento en que la desees. La Expiación no existiría si no hubiera necesidad
de ella. No serás capaz de aceptar la
comunicación perfecta mientras la quieras ocultar de ti mismo. Pues lo que
deseas ocultar se encuentra oculto para ti. En tu práctica, por consiguiente,
trata solamente de mantenerte alerta contra el engaño, y no trates de proteger
los pensamientos que quieres negarte a compartir. Deja que la pureza del
Espíritu Santo los desvanezca con su fulgor y concéntrate solo en estar listo para la pureza que te
ofrece. De esta manera, Él te preparará para que reconozcas que eres un
anfitrión de Dios y no un rehén de nada ni de nadie.
V. El instante santo
y las relaciones especiales
1. El instante santo es el recurso de aprendizaje más útil de que
dispone el Espíritu Santo para enseñarte el significado del amor, pues su
propósito es la suspensión total de todo juicio. Los juicios se basan siempre en el pasado,
puesto que tus experiencias pasadas constituyen su base. Es imposible juzgar sin el pasado, ya que sin
él no entiendes nada. Por lo tanto, no
intentarías juzgar porque te resultaría obvio que no entiendes el significado
de nada. Esto te da miedo, pues crees que sin el ego, todo sería caótico. Mas yo te aseguro que sin el ego, todo sería
amor.
2. El pasado es el principal recurso de aprendizaje del ego, pues fue
en el pasado cuando aprendiste a definir tus propias necesidades y cuando
adquiriste métodos para satisfacerlas de acuerdo con las condiciones que tú
mismo habías establecido. Hemos dicho que limitar el amor a una parte de la
Filiación produce culpa en tus relaciones y, por lo tanto, las vuelve irreales.
Si intentas aislar ciertos aspectos de la totalidad con vistas a satisfacer tus
imaginadas necesidades, estarás intentando valerte de la separación para
salvarte. ¿Cómo no iba a producirse
entonces culpa? Pues la separación es la
fuente de la culpa, y recurrir a ella para salvarte es creer que estás solo. Estar solo es ser culpable. Pues sentir que estás solo es negar la Unidad
entre Padre e Hijo y, de ese modo, atacar la realidad.
3. No puedes amar solo a
algunas partes de la realidad y al mismo tiempo entender el significado del
amor. Si amases de manera distinta de
como ama Dios, Quien no sabe lo que es el amor especial, ¿cómo ibas a poder
entender lo que es el amor? Creer que
las relaciones especiales, con un amor especial, pueden ofrecerte la salvación,
es creer que la separación es la salvación. Pues la salvación radica en la perfecta
igualdad de la Expiación. ¿Cómo puedes
pensar que ciertos aspectos especiales de la Filiación pueden ofrecerte más que
otros? El pasado te ha enseñado esto. Mas
el instante santo te enseña que no es así.
4. Todas las relaciones especiales contienen elementos de miedo debido
a la culpa. Por eso es por lo que están sujetas a tantos cambios y variaciones.
No se basan exclusivamente en el amor inmutable. Y allí donde el miedo ha hecho acto de
presencia no se puede contar con el amor, pues ha dejado de ser perfecto. El
Espíritu Santo, en Su función de Intérprete de lo que has hecho, se vale de las
relaciones especiales, que tú utilizas para apoyar al ego, para convertirlas en
experiencias educativas que apunten hacia la verdad. Siguiendo Sus enseñanzas, todas las relaciones
se convierten en lecciones de amor.
5. El Espíritu Santo sabe que nadie es especial. Mas percibe también que has entablado
relaciones especiales, que Él desea purificar y no dejar que destruyas. Por muy
profana que sea la razón por la que las entablaste, Él puede transformarlas en
santidad eliminando de ellas tanto miedo como le permitas. Puedes poner bajo Su cuidado cualquier
relación y estar seguro de que no será una fuente de dolor, si estás dispuesto
a ofrecérsela a Él para que no apoye otra necesidad que la Suya. Toda la culpa que hay en tus relaciones procede
del uso que haces de ellas. Todo el
amor, del uso que Él hace de ellas. No temas, por lo tanto, abandonar tus
imaginadas necesidades, las cuales no harían sino destruir la relación. La única necesidad que tienes es la Suya.
6. Si deseas substituir una relación por otra, es que no se la has
ofrecido al Espíritu Santo para que Él haga uso de ella. El amor no tiene substitutos. Cualquier intento de substituir un aspecto del
amor por otro significa que has atribuido menos valor a uno y más a otro. De esta forma, no solo los has separado, sino que los has
condenado a ambos. Mas tuviste que haberte condenado a ti mismo primero o, de
lo contrario, nunca habrías podido pensar que necesitabas que tus hermanos
fuesen diferentes de como son. A no ser que hubieses pensado que estabas falto
de amor, no se te habría ocurrido pensar que ellos estaban tan faltos de amor
como tú.
7. El uso que el ego hace de las relaciones es tan fragmentado, que
con frecuencia va aún más allá: una parte de un aspecto se ajusta a sus
propósitos, pero al mismo tiempo prefiere diferentes partes de otro aspecto. De
esta forma ensambla la realidad de acuerdo con sus caprichos, incitándote a que
vayas en busca de una imagen que no tiene contrapartida real. Pues no hay nada en el Cielo o en la tierra
que se parezca a ella y, así, por mucho que la busques, no podrás encontrarla
porque no es real.
8. Todo el mundo aquí en la tierra ha entablado relaciones especiales,
y aunque en el Cielo no es así, el Espíritu Santo sabe cómo infundirlas de un
toque celestial aquí. En el instante
santo nadie es especial, pues no le impones a nadie tus necesidades personales
para hacer que tus hermanos parezcan diferentes. Sin los valores del pasado, verías que todos
ellos son iguales y semejantes a ti, y
que no hay separación alguna entre ellos y tú. En el instante santo ves lo que
cada relación ha de ser cuando percibas únicamente el presente.
9. Dios te conoce ahora. Él no recuerda nada, pues siempre te ha
conocido exactamente como te conoce ahora. El instante santo refleja Su Conocimiento al
desvanecer todas tus percepciones del pasado y, de esta manera, eliminar el marco
de referencia que inventaste para juzgar a tus hermanos. Una vez que éste ha desaparecido, el Espíritu
Santo lo substituye con Su Propio marco de referencia, el cual es simplemente Dios. La
intemporalidad del Espíritu Santo radica solo en esto. Pues en el instante santo, el cual está libre
del pasado, ves que el amor se encuentra en ti y que no tienes necesidad de
buscarlo en algo externo y de arrebatarlo culpablemente de donde pensabas que
se encontraba.
10. Todas tus relaciones quedan
bendecidas en el instante santo porque la bendición es ilimitada. En el instante santo la Filiación se beneficia
cual una sola, y al quedar unida en tu bendición, se vuelve una para ti. El significado del amor es el que Dios le dio.
Atribúyele cualquier otro significado
que no sea ése y te será imposible entenderlo. Dios ama a cada uno de tus
hermanos como te ama a ti, ni más ni menos. Al igual que tú, tiene necesidad de
todos ellos por igual. Se te ha dicho que mientras estés en el tiempo obres
milagros tal como yo te indique y permitas que el Espíritu Santo te traiga aquellos
que te andan buscando. Mas en el instante santo te unes directamente a Dios, y
todos tus hermanos se unen en Cristo. Aquellos que están unidos en Cristo no están
separados en modo alguno. Pues Cristo es el Ser que la Filiación comparte, de
la misma manera en que Dios comparte Su Ser con Cristo.
11. ¿Crees que puedes juzgar al Ser de Dios? Dios Lo creó inmune a
todo juicio como resultado de Su necesidad de extender Su Amor. Puesto que el
amor se encuentra en ti, no tienes otra necesidad que extenderlo. En el
instante santo no hay conflicto de necesidades, ya que solo hay una necesidad. El instante santo se
extiende hasta la eternidad y hasta la Mente de Dios. Y únicamente ahí tiene
sentido el amor y únicamente ahí puede ser comprendido.
VI. El instante santo
y las Leyes de Dios
1. Es imposible usar una relación a expensas de otra sin sentir
culpabilidad. Y es igualmente imposible
condenar parte de una relación y encontrar paz en ella. De acuerdo con las enseñanzas del Espíritu
Santo, todas las relaciones son compromisos totales, si bien no hay conflicto
alguno entre ellas. Tener absoluta fe en que cada una de ellas tiene la
capacidad de satisfacerte completamente solo puede proceder de una perfecta fe en ti
mismo. Mas no puedes tener fe en ti
mismo mientras sigas sintiendo culpabilidad. Y seguirás sintiendo culpabilidad mientras
aceptes la posibilidad—y la tengas en gran estima—de que puedes hacer que un
hermano sea lo que no es solo porque tú
lo desees.
2. La razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás
dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto.
Y así, buscas afuera lo que no se puede encontrar afuera. Yo te ofrezco la perfecta fe que tengo en ti
en lugar de todas tus dudas. Pero no te olvides de que la fe que tengo en todos
tus hermanos tiene que ser tan perfecta como la que tengo en ti, pues, de lo
contrario, el regalo que te hago sería limitado. En el instante santo compartimos la fe que
tenemos en el Hijo de Dios porque juntos reconocemos que él es completamente
digno de ella, y en nuestro aprecio de su valía no podemos dudar de su
santidad. Y, por lo tanto, le amamos.
3. Toda separación desaparece conforme se comparte la santidad. Pues
la santidad es poder, y cuando se comparte, su fuerza aumenta. Si intentas
satisfacerte gratificando tus necesidades tal como las percibes es porque crees
que la fuerza procede de otro y que lo que tú ganas él lo pierde. Si te percibes como débil, alguien siempre
tiene que salir perdiendo. Sin embargo, hay otra interpretación de las
relaciones que transciende completamente el concepto de pérdida de poder.
4. No te resulta difícil creer que cuando otro le pide amor a Dios tu
propia petición no pierde fuerza. Tampoco crees que cuando Dios le contesta, tus
esperanzas de recibir una respuesta se ven mermadas. Por el contrario, te sientes más inclinado a
considerar el éxito de tu hermano como una prueba de la posibilidad del tuyo. Eso
se debe a que reconoces, aunque sea vagamente, que Dios es una Idea y, por
consiguiente, tu fe en Él se fortalece al compartirla. Lo que te resulta difícil aceptar es el hecho
de que, al igual que tu Padre, tú eres una idea. Y, al igual que Él, te puedes
entregar totalmente sin que ello suponga ninguna pérdida para ti, sino solo ganancias. En esto reside la paz, pues no
hay conflicto.
5. En el mundo de la escasez el amor no significa nada y la paz es
imposible. Pues en él se aceptan tanto la idea de ganar como la de perder y,
por lo tanto, nadie es consciente de que en su interior reside el amor
perfecto. En el instante santo reconoces que la idea del amor mora en ti, y
unes esta idea a la Mente que la pensó y que jamás podría abandonarla. Puesto
que dicha Mente mantiene dentro de sí la idea del amor, no puede haber pérdida
alguna. El instante santo se convierte así en una lección acerca de cómo
mantener a todos tus hermanos en tu mente sin experimentar pérdida alguna, sino
solo compleción. De esto se deduce que solo puedes dar. Y esto es amor, pues
únicamente esto es natural de acuerdo con las Leyes de Dios. En el instante santo prevalecen Sus Leyes, que
son las únicas que tienen sentido. Las
de este mundo, por otra parte, dejan de tenerlo. Cuando el Hijo de Dios acepta
las Leyes de Dios como lo que su propia voluntad gustosamente dispone, es
imposible que se sienta aprisionado o limitado en forma alguna. En ese instante
es tan libre como Dios quiere que sea. Pues en el instante en que se niega a estar
aprisionado, en ese mismo instante deja de estarlo.
6. En el instante santo no ocurre nada que no haya estado ahí siempre.
Lo único que sucede es que se descorre
el velo que cubría la realidad. Nada ha cambiado. Sin embargo, cuando se descorre el velo del
tiempo, la conciencia de inmutabilidad aflora de inmediato. Nadie que aún no
haya experimentado el descorrimiento del velo y se haya sentido
irresistiblemente atraído hacia la luz que se encuentra tras él, puede tener fe
en el amor sin experimentar miedo alguno. Mas el Espíritu Santo te da esa fe
porque me la ofreció a mí y yo la acepté. No tengas miedo de que se te vaya a negar el
instante santo, pues yo no lo negué. Y a través de mí, el Espíritu Santo te lo
dará a ti, del mismo modo en que tú habrás de darlo. No permitas que ninguna necesidad que percibas
nuble la necesidad que tienes del instante santo. Pues en él reconocerás la
única necesidad que los Hijos de Dios comparten por igual, y por medio de este
reconocimiento te unirás a mí para ofrecer lo único que es necesario.
7. La paz llegará a través de nosotros. Únete a mí en la idea de la paz, pues las
mentes se comunican por medio de ideas. Si te entregaras tal como tu Padre
entrega Su Ser, entenderías lo que es la Conciencia de Ser. Y con ello entenderías el significado del
amor. Pero recuerda que el entendimiento
es algo propio de la mente y solo de la
mente. El Conocimiento, por lo tanto, es
algo propio de la mente y sus condiciones se encuentran en ésta junto con él. Si no fueras una idea y nada más que una idea,
no podrías estar en plena comunicación con todo lo que alguna vez haya
existido. Sin embargo, mientras
prefieras ser otra cosa o intentes no ser nada más y al mismo tiempo ser algo
más, no podrás recordar el lenguaje de la comunicación, si bien lo conoces
perfectamente.
8. En el instante santo se recuerda a Dios, y con Él se recuerda el
lenguaje con el que te comunicas con todos tus hermanos. Pues la comunicación se recuerda en unión con
otro, al igual que la verdad. No hay
exclusión en el instante santo porque el pasado desaparece, y con él desaparece
también la base de la exclusión. Sin su fuente, la exclusión se desvanece. Y esto permite que la Fuente que tú y tus
hermanos compartís la reemplace en tu conciencia. Dios y Su Poder ocuparán el
lugar que les corresponde ocupar en ti, y tú experimentarás la plena
comunicación de ideas con ideas. Mediante tu capacidad para hacer esto te darás
cuenta de lo que eres, pues empezarás a entender lo que tu Creador es y lo que
es Su Creación junto con Él.
VII. El sacrificio
innecesario
1. Más allá de la débil atracción que la relación de amor especial
ejerce, y empañada siempre por ella, se encuentra la poderosa atracción que el
Padre ejerce sobre Su Hijo. Ningún otro
amor puede satisfacerte porque no hay ningún otro amor. Ése es el único amor que se da plenamente y
que es plenamente correspondido. Puesto
que goza de plenitud, no pide nada. Puesto que es totalmente puro, todos los que
se unen a él lo tienen todo. Esto no es
así en ninguna relación que el ego entabla. Pues toda relación que el ego
entabla es siempre especial.
2. El ego entabla relaciones con el solo propósito de obtener algo. Y mantiene al dador aferrado a él mediante la
culpa. Al ego le es imposible entablar
ninguna relación sin ira, pues cree que la ira le gana amigos. No es eso lo que afirma, aunque ése es su
propósito. Pues el ego cree realmente
que puede obtener algo y conservarlo haciendo que otros se sientan culpables. Ésta es la única atracción que ejerce, pero es
una atracción tan débil que no podría subsistir si no fuese porque nadie se
percata de ello. Pues el ego siempre
parece atraer mediante el amor, pero no ejerce atracción alguna sobre aquellos
que perciben que atrae mediante la culpabilidad.
3. La enfermiza atracción que ejerce la culpabilidad tiene que ser
reconocida como lo que es. Pues al haberse convertido en algo real para ti, es
esencial que la examines detenidamente y aprendas a abandonarla dejándote de
interesar por ella. Nadie abandonaría lo
que considera valioso. Pero la atracción
de la culpabilidad es algo valioso para ti debido únicamente a que no has
examinado lo que es y, por lo tanto, la has juzgado completamente a ciegas. A medida que la llevemos ante la luz, tu única
pregunta será: “¿Cómo es posible que alguna vez la hubiese podido desear?” No tienes nada que perder si la examinas
detenidamente, pues a una monstruosidad como ésa no le corresponde estar en tu
santa mente. Este anfitrión de Dios no
puede estar realmente interesado en algo semejante.
4. Dijimos anteriormente que el
propósito del ego es conservar e incrementar la culpa, pero de forma tal que no
te des cuenta de lo que ello te ocasiona. Pues la doctrina fundamental del ego es que te
escapas de aquello que les haces a otros. El ego no le desea el bien a nadie. No obstante, su supervivencia depende de que
tú creas que estás exento de sus malas intenciones. Te dice, por lo tanto, que
si accedes a ser su anfitrión, te permitirá proyectar su ira afuera y, de este
modo, te protegerá. Y así se embarca en una interminable e insatisfactoria
cadena de relaciones especiales, forjadas con ira y dedicadas exclusivamente a
fomentar la creencia descabellada de que cuanta más ira descargues fuera de ti
mismo, más a salvo te encontrarás.
5. Ésa es la cadena que ata al Hijo de Dios a la culpa, y la que el
Espíritu Santo quiere eliminar de tu santa mente. Pues esta infame cadena no
tiene por qué estar aprisionando a aquel que Dios ha elegido como Su anfitrión,
quien no puede convertirse a sí mismo en anfitrión del ego. En el nombre de su
liberación y en el Nombre de Aquel que desea liberarlo, examinemos más
detenidamente las relaciones que el ego urde y dejemos que el Espíritu Santo
las juzgue verdaderamente. Pues es
indudable que si las examinas, se las ofrecerás gustosamente a Él. Lo que Él
puede hacer de ellas tú no lo sabes, pero estarás dispuesto a averiguarlo si
primero estás dispuesto a percibir lo que tú has hecho de ellas.
6. De una forma u otra, toda relación que el ego entabla está basada
en la idea de que sacrificándose a sí mismo él se engrandece. El “sacrificio”,
que él considera una purificación, es de hecho la raíz de su amargo
resentimiento. Pues preferiría atacar de inmediato y no demorar más lo que
realmente desea hacer. No obstante, dado
que el ego se relaciona con la realidad tal como él la ve, se da cuenta de que
nadie podría interpretar un ataque directo como un acto de amor. Mas hacer sentir culpable a otro es un ataque
directo aunque no parezca serlo. Pues los que se sienten culpables esperan ser
atacados y, habiendo pedido eso, se sienten atraídos por el ataque.
7. En tales relaciones dementes, la atracción de lo que no deseas parece
ser mucho mayor que la atracción de lo que sí deseas. Pues cada uno piensa que ha sacrificado algo
por el otro y lo odia por ello. Eso, no obstante, es lo que cree que quiere. No
está enamorado del otro en absoluto. Simplemente cree estar enamorado del
sacrificio. Y por ese sacrificio que se
impone a sí mismo, exige que el otro acepte la culpa y que se sacrifique a sí
mismo también. El perdón se hace
imposible, pues el ego cree que perdonar a otro es perderlo. De la única manera
en que el ego puede asegurar la continuidad de la culpa que mantiene a todas
sus relaciones intactas es atacando y negando el perdón.
8. Sin embargo, tales relaciones tan solo dan la impresión de estar intactas, pues
para el ego una relación es que los cuerpos están juntos. Esto es lo que el ego
siempre exige, y no objeta adónde se dirige la mente o lo que piensa, pues eso
no parece ser importante. Mientras el cuerpo esté ahí para recibir su
sacrificio, él es feliz. Para él la
mente es algo privado, y el cuerpo es lo único que se puede compartir. Las ideas son básicamente algo sin
importancia, salvo si con ellas se puede atraer o alejar el cuerpo de otro. Y
ése es el criterio del que se vale para juzgar si las ideas son buenas o malas.
Todo aquello que hace que el otro se
sienta culpable y que le impida irse debido a la culpabilidad es “bueno”. Lo que lo libera de la culpabilidad es “malo”,
pues en ese caso dejaría de creer que los cuerpos se pueden comunicar y, por lo
tanto, se “marcharía”.
9. El sufrimiento y el sacrificio son los regalos con los que el ego
“bendice” toda unión. Y aquellos que se
unen ante su altar aceptan el sufrimiento y el sacrificio como precio de su
unión. En sus iracundas alianzas, nacidas del miedo a la soledad, aunque
dedicadas a la perpetuación de la misma, cada cual busca aliviar su
culpabilidad haciendo que el otro se sienta más culpable. Pues cada uno cree que
eso mitiga su propia culpa. El otro siempre parece estar atacándole e
hiriéndole, tal vez con minucias, tal vez “inconscientemente”, mas sin nunca
dejar de exigir sacrificio. La furia de los que se han unido en el altar del
ego es mucho mayor de lo que te imaginas. Pues no te das cuenta de lo que el
ego realmente quiere.
10. Cada vez que te enfadas puedes estar seguro de que has entablado
una relación especial que el ego ha “bendecido”, pues la ira es su bendición. La
ira se manifiesta de muchas formas, pero no puede seguir engañando por mucho
tiempo a los que se han dado cuenta de que el amor no produce culpabilidad en
absoluto, y de que lo que produce culpabilidad no puede ser amor, sino ira. La
ira no es más que un intento de hacer que otro se sienta culpable, y este
intento constituye la única base que el ego acepta para las relaciones
especiales. La culpa es la única necesidad del ego, y mientras te sigas
identificando con él, la culpa te seguirá atrayendo. Mas recuerda esto: estar con un cuerpo no es
estar en comunicación. Y si crees que lo
es, te sentirás culpable con respecto a la comunicación y tendrás miedo de oír
al Espíritu Santo, al reconocer en Su Voz tu propia necesidad de comunicarte.
11. El Espíritu Santo no puede enseñar valiéndose del miedo. ¿Cómo iba a poder entonces comunicarse contigo
mientras creas que comunicarte equivale a quedarte solo? Obviamente es una locura creer que si te comunicas
vas a ser abandonado. Sin embargo, son
muchos los que creen esto. Pues creen
que sus mentes tienen que ser algo privado o, de lo contrario, las perderían,
pero que si son únicamente sus cuerpos los que están juntos sus mentes siguen
siendo suyas. La unión de los cuerpos se
convierte, por lo tanto, en la forma de mantener la separación de las mentes. Pues
los cuerpos son incapaces de perdonar, solo pueden hacer lo que la mente les
ordena.
12. La ilusión de que el cuerpo goza de autonomía y de que es capaz de
superar la soledad es tan solo una
estratagema del ego para establecer su propia autonomía. Mientras creas que
estar con otro cuerpo es tener compañía, te verás obligado a tratar de reducir
a tu hermano a su cuerpo y a confinarlo allí mediante la culpa. Y te sentirás a
salvo en la culpabilidad y en peligro cuando te comunicas, pues el ego siempre enseña que la soledad se
supera mediante la culpa y que la comunicación es la causa de la soledad. Y a pesar de la evidente demencia de esta
lección, son muchos los que la han aprendido.
13. El perdón radica en la comunicación tan inexorablemente como la condenación
radica en la culpa. La función docente
del Espíritu Santo consiste en enseñar que la comunicación es la salvación a
aquellos que creen que es condenación. Y llevará a cabo Su función, pues el
Poder de Dios en Él y en ti están unidos en una relación real tan santa y tan
poderosa, que puede superar incluso esa creencia sin temor alguno.
14. A través del instante santo es como se logra lo que parece ser
imposible, haciendo que resulte evidente que no lo es. En el instante santo la culpabilidad no ejerce
ninguna atracción, puesto que se ha reanudado la comunicación. Y la culpabilidad, cuyo único propósito es
interrumpir la comunicación, no tiene ningún propósito en él. No hay nada en el instante santo que esté
oculto ni hay en él pensamientos privados. El estar dispuesto a entablar comunicación
atrae a la comunicación y supera la soledad completamente. Ahí el completo perdón tiene lugar, pues no
hay ningún deseo de excluir a nadie de tu compleción, al reconocer de súbito
cuán importante es el papel que todos desempeñan en ella. Bajo la protección de
tu plenitud, se invita a todo el mundo y se le da la bienvenida. Y comprendes
que tu compleción es la de Dios, Cuya única necesidad es que tú estés completo.
Pues tu compleción hace que cobres conciencia
de que eres Suyo. Y en ese momento es cuando te experimentas a ti mismo tal
como fuiste creado y tal como eres.
VIII. La única
relación real
1. El instante santo no reemplaza tu necesidad de aprender, pues el
Espíritu Santo no puede dejar de ser tu Maestro hasta que el instante santo se
haya extendido mucho más allá del tiempo. A fin de llevar a cabo Su tarea
docente, el Espíritu Santo tiene que valerse de todo lo que hay en este mundo
para tu liberación. Tiene que aprovechar cualquier señal o indicación de que
estás dispuesto a aprender de Él lo que es la verdad. No se demora en utilizar cualquier cosa que le
ofrezcas en favor de eso. Su interés por
ti y el cuidado que te profesa son ilimitados. En vista del miedo que tienes del perdón, que
Él percibe con la misma claridad con la que sabe que el perdón libera, te
enseñará a recordar que el perdón no conlleva ninguna clase de pérdida, sino
que, por el contrario, es tu salvación. Y te enseñará asimismo que perdonando
completamente, es decir, reconociendo que no hay nada que necesite ser
perdonado, quedas completamente absuelto.
2. Escúchale gustosamente, y aprende de Él que no tienes necesidad de
relaciones especiales en absoluto. Lo
único que buscas en ellas es aquello que desechaste. Y a través de ellas nunca podrás aprender el
valor de lo que descartaste, lo cual, sin embargo, sigues anhelando con todo tu
corazón. Unámonos para hacer que el
instante santo sea lo único que hay, al desear que sea lo único que hay. El
Hijo de Dios tiene tanta necesidad de que estés dispuesto a tratar de lograr
esto, que es imposible concebir una necesidad mayor. Contempla la única necesidad que Dios y Su
Hijo comparten y que quieren satisfacer juntos.
No estás solo en esto. La voluntad de tus creaciones te llama para que
compartas tu voluntad con ellas. Por lo tanto, dale la espalda a la culpa en
paz, y dirígete hacia Dios y hacia tus creaciones.
3. Relaciónate únicamente con lo que nunca te abandonará y con lo que
nunca podrías abandonar. La soledad del Hijo de Dios es la soledad de su Padre.
No rechaces la conciencia de tu compleción ni procures restituírtela tú mismo. No
tengas miedo de poner la redención en manos del Amor de tu Redentor. Él no te
fallará, pues viene de parte de Uno que no puede fallar. Acepta tu sensación de
fracaso como una simple equivocación con respecto a quién eres. Pues el santo
anfitrión de Dios se encuentra más allá de todo fracaso y nada que su voluntad
disponga puede ser negado. Estás eternamente en una relación tan santa, que
invoca a todo el mundo a escaparse de la soledad y a unirse a ti en tu amor. Y
todo el mundo tiene que buscar el lugar donde estás y encontrarte allí.
4. Piensa en esto por un instante: Dios te dio la Filiación para asegurar
tu perfecta creación. Ése fue Su regalo, pues tal como no se negó a darse a Sí
Mismo a ti, tampoco se negó a darte Su Creación. Todo lo que fue creado es
tuyo. Tu única relación es la relación
que tienes con todo el universo. Y ese universo, al ser de Dios, está mucho más
allá de la mísera suma de todos los cuerpos separados que percibes. Pues todas
las partes del universo están unidas en Dios a través de Cristo, donde se vuelven
semejantes a su Padre. Cristo sabe que Él no está separado de Su Padre, Quien
constituye Su única relación, en la que Él da tal como Su Padre le da a Él.
5. El Espíritu Santo es el intento de Dios de liberarte de lo que Él
no entiende. Y por razón de la Fuente del intento, éste no puede fracasar. El
Espíritu Santo te pide que respondas tal como Dios lo hace, pues quiere enseñarte
lo que no entiendes. Dios responderá a toda necesidad, sea cual fuere la forma
en que ésta se manifieste. El Espíritu Santo, por consiguiente, mantiene este
canal abierto para recibir la comunicación de Dios a ti y la tuya a Él. Dios no
entiende tu problema de comunicación, pues no lo comparte contigo. Tú eres el
único que cree que es comprensible. El Espíritu Santo sabe que no lo es y, sin
embargo, lo entiende porque tú lo inventaste.
6. La conciencia de lo que Dios no puede saber y de lo que tú no
entiendes reside únicamente en el Espíritu Santo. Su santa función consiste en
aceptar ambas cosas y, al eliminar de ellas todo elemento de desacuerdo,
unirlas en una sola. Él hará eso porque ésa es Su función. Deja, por lo tanto,
lo que a ti te parece imposible en manos de Aquel que sabe que sí es posible,
toda vez que ésa es la Voluntad de Dios. Y permite que Aquel Cuyas enseñanzas
son solo en favor de Dios te enseñe el
único significado de las relaciones. Pues Dios creó la única relación que tiene
significado, y esa relación es la relación que Él tiene contigo.
IX. El instante santo
y la atracción de Dios
1. Tal como el ego quiere que la percepción que tienes de tus hermanos
se limite a sus cuerpos, de igual modo el Espíritu Santo quiere liberar tu
visión para que puedas ver los Grandes Rayos que refulgen desde ellos, los
cuales son tan ilimitados que llegan hasta Dios. Este cambio de la percepción a la visión es lo
que se logra en el instante santo. Mas es necesario que aprendas exactamente lo
que dicho cambio entraña, para que por fin llegues a estar dispuesto a hacer
que sea permanente. Una vez que estés dispuesto, esta visión no te abandonará
nunca, pues es permanente. Cuando la hayas aceptado como la única percepción
que deseas, se convertirá en Conocimiento debido al papel que Dios Mismo
desempeña en la Expiación, pues es el único paso en ella que Él entiende. Esto,
por lo tanto, no se hará esperar una vez que estés listo. Dios ya está listo. Tú
no.
2. Nuestra tarea consiste en continuar, lo más rápidamente posible, el
ineludible proceso de hacer frente a cualquier interferencia y de verlas a
todas exactamente como lo que son. Pues es imposible que reconozcas que lo que
crees que quieres no te ofrece absolutamente ninguna gratificación. El cuerpo es el símbolo del ego, tal como el
ego es el símbolo de la separación. Y ambos no son más que intentos de
entorpecer la comunicación y, por lo tanto, de imposibilitarla. Pues la comunicación tiene que ser ilimitada
para que tenga significado, ya que si no tuviera significado te dejaría
insatisfecho. La comunicación sigue siendo, sin embargo, el único medio por el
que puedes entablar auténticas relaciones, que al haber sido establecidas por
Dios, son ilimitadas.
3. En el instante santo, en el que los Grandes Rayos reemplazan al
cuerpo en tu conciencia, se te concede poder reconocer lo que son las
relaciones ilimitadas. Mas para ver esto, es necesario renunciar a todos los
usos que el ego hace del cuerpo y aceptar el hecho de que el ego no tiene
ningún propósito que tú quieras compartir con él. Pues el ego quiere reducir a todo el mundo a
un cuerpo para sus propios fines, y mientras tú creas que el ego tiene algún
fin, elegirás utilizar los medios por los que él trata de que su fin se haga
realidad. Mas esto nunca tendrá lugar. Sin embargo, debes haberte dado cuenta
de que el ego, cuyos objetivos son absolutamente inalcanzables, luchará por
conseguirlos con todas sus fuerzas, y lo hará con la fortaleza que tú le has
prestado.
4. Es imposible dividir tu fuerza entre el Cielo y el infierno o entre
Dios y el ego, y liberar el poder que se te dio para crear, que es para lo
único que se te dio. El amor siempre
producirá expansión. El ego es el que exige límites, y éstos representan su
empeño en querer empequeñecer e incapacitar. Si te limitas a ver a tu hermano
como un cuerpo, que es lo que harás mientras no quieras liberarlo del mismo,
habrás rechazado el regalo que él te puede hacer. Su cuerpo es incapaz de
dártelo y no debes buscarlo a través del
tuyo. Entre vuestras mentes, no
obstante, hay continuidad, y lo único que es necesario es que se acepte su
unión para que la soledad desaparezca del Cielo.
5. Solo con que le permitieras
al Espíritu Santo hablarte del amor que Dios te profesa y de la necesidad que
tienen tus creaciones de estar contigo para siempre, experimentarías la
atracción de lo eterno. Nadie puede oír al Espíritu Santo hablar de esto y
seguir estando dispuesto a demorarse aquí por mucho más tiempo. Pues tu voluntad es estar en el Cielo, donde
no te falta nada y donde te sientes en paz, en relaciones tan seguras y
amorosas que es imposible que en ellas haya límite alguno. ¿No desearías
intercambiar tus irrisorias relaciones por esto? Pues el cuerpo es insignificante y limitado, y
solo aquellos que desees ver libres de
los límites que el ego quisiera imponerles pueden ofrecerte el regalo de la
libertad.
6. No tienes la menor idea de los límites que le has impuesto a tu
percepción ni de toda la belleza que podrías ver. Pero recuerda esto: la atracción de la
culpabilidad es lo opuesto a la atracción de Dios. La atracción que Dios siente
por ti sigue siendo ilimitada, pero puesto que tu poder es el Suyo y, por lo
tanto, tan grande como el de Él, puedes darle la espalda al amor. La importancia que le das a la culpa se la
quitas a Dios. Y tu visión se torna
débil, tenue y limitada, pues has tratado de separar al Padre del Hijo y de
limitar Su comunicación. No busques la
Expiación en una mayor separación ni límites
tu visión del Hijo de Dios a lo que interfiere en su liberación y a lo que el
Espíritu Santo tiene que des-hacer para liberarlo. 8 Pues es su propia creencia
en la limitación lo que lo ha aprisionado.
7. Cuando el cuerpo deje de atraerte y ya no le concedas ningún valor
como medio de obtener algo, dejará entonces de haber interferencia en la
comunicación y tus pensamientos serán tan libres como los de Dios. A medida que le permitas al Espíritu Santo
enseñarte a utilizar el cuerpo solo como
un medio de comunicación y dejes de valerte de él para fomentar la separación y
el ataque—que es la función que el ego le ha asignado— aprenderás que no tienes
necesidad del cuerpo en absoluto. En el
instante santo no hay cuerpos, y lo único que se experimenta es la atracción de
Dios. Al aceptarla como algo
completamente indiviso te unes a Él por completo en un instante, pues no
quieres imponer ningún límite en tu unión con Él. La realidad de esta relación
se convierte en la única verdad que podrías jamás desear. Toda verdad reside en
ella.
X. La hora del
renacer
1. Mientras estés en el tiempo, tendrás el poder de demorar la
perfecta unión que existe entre Padre e Hijo. Pues en este mundo, la atracción de la
culpabilidad se interpone entre ellos. En la eternidad, ni el tiempo ni las
estaciones del año tienen significado alguno. Pero aquí, la función del Espíritu Santo es
valerse de ambas cosas, mas no como lo hace el ego. Ésta es la temporada en la
que se celebra mi nacimiento en el mundo. Mas no sabes cómo celebrarlo. Deja que el
Espíritu Santo te enseñe, y déjame celebrar tu nacimiento a través de Él. El único regalo que puedo aceptar de ti es el
regalo que yo te hice. Libérame tal como yo elijo liberarte a ti. Celebramos la
hora de Cristo juntos, pues ésta no significa nada si estamos separados.
2. El instante santo es verdaderamente la hora de Cristo. Pues en ese
instante liberador, no se culpa al Hijo de Dios por nada y, de esta manera, se
le restituye su poder ilimitado. ¿Qué
otro regalo puedes ofrecerme cuando yo elijo ofrecerte solo éste? Verme a mí supone verme en todo el mundo y
ofrecerles a todos el regalo que me ofreces a mí. Soy tan incapaz de recibir sacrificios como lo
es Dios, y todo sacrificio que te exiges a ti mismo me lo exiges a mí también. Debes
reconocer que cualquier clase de sacrificio no es sino una limitación que se le
impone al acto de dar. Y mediante esa
limitación limitas la aceptación del regalo que yo te ofrezco.
3. Nosotros que somos uno, no podemos dar por separado. Cuando estés
dispuesto a reconocer que nuestra relación es real, la culpabilidad dejará de
ejercer atracción sobre ti. Pues en nuestra unión aceptarás a todos nuestros
hermanos. Nací con el solo propósito de dar el regalo de la unión. Dámelo a mí,
para que así puedas disponer de él. La
hora de Cristo es la hora señalada para el regalo de la libertad que se le
ofrece a todo el mundo. Y al tú aceptarla, se la ofreces a todos.
4. En tus manos está hacer que esta época del año sea santa, pues en
tus manos está hacer que la hora de Cristo tenga lugar ahora. Es posible hacer
esto de inmediato, pues lo único que ello requiere es un cambio de percepción,
ya que únicamente cometiste un error. Parecen haber sido muchos, pero todos ellos
son en realidad el mismo. Pues aunque el ego se manifiesta de muchas formas, es
siempre la expresión de una misma idea: lo
que no es amor es siempre miedo y nada más que miedo.
5. No es necesario seguir al miedo por todas las tortuosas rutas
subterráneas en las que se oculta en la obscuridad, para luego emerger en
formas muy diferentes de lo que es. Pero sí es necesario examinar cada una de
ellas mientras aún conserves el principio que las gobierna a todas. Cuando
estés dispuesto a considerarlas, no como manifestaciones independientes, sino
como diferentes expresiones de una misma idea, la cual ya no deseas,
desaparecerán al unísono. La idea es
simplemente ésta: crees que es posible ser anfitrión del ego o rehén de Dios. Éstas son las opciones que crees tener ante
ti, y crees asimismo que tu decisión tiene que ser entre una y otra. No ves
otras alternativas, pues no puedes aceptar el hecho de que el sacrificio no
aporta nada. El sacrificio es un
elemento tan esencial en tu sistema de pensamiento, que la idea de salvación
sin tener que hacer algún sacrificio no significa nada para ti. Tu confusión entre lo que es el sacrificio y
lo que es el amor es tan aguda que te resulta imposible concebir el amor sin
sacrificio. Y de lo que debes darte
cuenta es de lo siguiente: el sacrificio no es amor, sino ataque. Solo con que
aceptases esta idea, tu miedo al amor desaparecería. Una vez que se ha
eliminado la idea del sacrificio ya no podrá seguir habiendo culpabilidad. Pues
si hay sacrificio, alguien siempre tiene que pagar para que otro gane. Y la única cuestión pendiente es a qué precio
y a cambio de qué.
6. Como anfitrión del ego, crees que puedes descargar tu culpa siempre
que así lo desees y de esta manera comprar paz. Y no pareces ser tú el que
paga. Y aunque si bien es obvio que el ego exige un pago, nunca parece que es a
ti a quien se lo exige. No estás
dispuesto a reconocer que el ego, a quien tú invitaste, traiciona únicamente a
los que creen ser su anfitrión. El ego
nunca te permitirá percibir esto, ya que este reconocimiento lo dejaría sin
hogar. Pues cuando este reconocimiento
alboree claramente, ninguna apariencia que el ego adopte para ocultarse de tu
vista te podrá engañar. Toda apariencia
será reconocida tan solo como una
máscara de la única idea que se oculta tras todas ellas: que el amor exige
sacrificio y es, por lo tanto, inseparable del ataque y del miedo. Y que la culpa es el costo del amor, el cual
se paga con miedo.
7. ¡Cuán temible, pues, se ha vuelto Dios para ti! a ¡Y cuán grande el
sacrificio que crees que Su Amor exige! Pues amar totalmente supondría un sacrificio
total. Y de este modo, el ego parece
exigirte menos que Dios, y de entre ellos, consideras al ego el menor de los
dos males; a uno de ellos tal vez se le deba temer un poco, pero al otro, a ése
hay que destruirlo. Pues consideras que
el amor es destructivo, y lo único que te preguntas es: ¿quién va a ser
destruido, tú u otro? Buscas la
respuesta a esta pregunta en tus relaciones especiales, en las que en parte
pareces ser destructor y en parte destruido, aunque incapaz de ser una u otra
cosa completamente. Y crees que esto te
salva de Dios, Cuyo absoluto Amor te destruiría completamente.
8. Crees que todo el mundo exige algún sacrificio de ti, pero no te
das cuenta de que eres tú el único que exige sacrificios, y únicamente de ti
mismo. Exigir sacrificios, no obstante, es algo tan brutal y tan temible que no
puedes aceptar dónde se encuentra dicha exigencia. El verdadero costo de no
aceptar este hecho ha sido tan grande, que antes que mirarlo de frente has
preferido renunciar a Dios. Pues si Dios te exigiera un sacrificio total,
parecería menos peligroso proyectarlo a Él al exterior y alejarlo de ti, que
ser Su anfitrión. A Él le atribuiste la
traición del ego, e invitaste a éste a ocupar Su lugar para que te protegiera
de Él. Y no te das cuenta de que a lo
que le abriste las puertas es precisamente lo que te quiere destruir y lo que
exige que te sacrifiques totalmente. Ningún sacrificio parcial puede aplacar a este
cruel invitado, pues es un invasor que tan solo aparenta ser bondadoso, pero siempre con
vistas a hacer que el sacrificio sea total.
9. No lograrás ser un rehén parcial del ego, pues él no cumple sus promesas
y te desposeerá de todo. Tampoco puedes
ser su anfitrión solo en parte. Tienes que elegir entre la libertad absoluta y
la esclavitud absoluta, pues éstas son las únicas alternativas que existen. Has intentado transigir miles de veces a fin
de evitar reconocer la única alternativa por la que te tienes que decidir. Sin
embargo, reconocer esta alternativa tal como es, es lo que hace que elegirla
sea tan fácil. La salvación es simple,
por ser de Dios, y es, por lo tanto, muy fácil de entender. No trates de proyectarla y verla como algo que
se encuentra en el exterior. En ti se
encuentran tanto la pregunta como la respuesta, lo que te exige sacrificio así
como la Paz de Dios.
XI. La Navidad como
símbolo del fin del sacrificio
1. No temas reconocer que la idea del sacrificio no es sino tu propia
invención ni trates de protegerte a ti mismo buscando seguridad donde no la
hay. Tus hermanos y tu Padre se han vuelto muy temibles para ti. Y estás
dispuesto a regatear con ellos por unas cuantas relaciones especiales, en las
que crees ver ciertos vestigios de seguridad. No sigas tratando de mantener tus
pensamientos separados del Pensamiento que se te ha dado. Cuando aquellos se ponen al lado de Éste y se
perciben allí donde realmente se encuentran, elegir entre ellos no es más que
un dulce despertar, tan simple como abrir los ojos a la luz del día cuando ya
no tienes más sueño.
2. El símbolo de la Navidad es una estrella; una luz en la obscuridad.
No la veas como algo que se encuentra fuera de ti, sino como algo que refulge
en el Cielo interno, y acéptala como la señal de que la hora de Cristo ha llegado.
Cristo llega sin exigir nada. No le
exige a nadie ningún tipo de sacrificio. En Su Presencia la idea de sacrificio deja de
tener significado, pues Él es el
Anfitrión de Dios. Y tú no tienes más
que invitar a Aquel que ya se encuentra ahí, al reconocer que Su Anfitrión es
Uno y que ningún pensamiento ajeno a Su Unicidad puede residir allí con Él. El
amor tiene que ser total para que se Le pueda dar la bienvenida, pues la
Presencia de la Santidad es lo que crea la santidad que lo envuelve. Ningún
temor puede asaltar al anfitrión que le abre los brazos a Dios en la hora de
Cristo, pues el anfitrión es tan santo como la Perfecta Inocencia que Cristo
protege y Cuyo poder a su vez lo protege a él.
3. Esta Navidad entrégale al Espíritu Santo todo lo que te hiere. Permítete a ti mismo ser sanado completamente
para que puedas unirte a Él en la curación, y celebremos juntos nuestra
liberación liberando a todo el mundo junto con nosotros. Inclúyelo todo, pues la liberación es total, y
cuando la hayas aceptado junto conmigo la darás junto conmigo todo dolor, sacrificio y pequeñez
desaparecerá de nuestra relación, que es tan inocente como la relación que
tenemos con nuestro Padre e igual de poderosa. Todo dolor que se traiga ante nuestra
presencia desaparecerá, y sin dolor no puede haber sacrificio. Y allí donde no hay sacrificio, allí está el
amor.
4. Tú que crees que el sacrificio es amor debes aprender que el
sacrificio no hace sino alejarnos del amor. Pues el sacrificio conlleva culpabilidad
tan inevitablemente como el amor brinda paz. La culpabilidad es la condición que da lugar
al sacrificio, de la misma manera en que la paz es la condición que te permite
ser consciente de tu relación con Dios. Mediante la culpabilidad excluyes a tu
Padre y a tus hermanos de ti mismo. Mediante la paz los invitas de nuevo al darte
cuenta de que ellos se encuentran allí donde tú les pides que estén. Lo que excluyes de ti mismo parece temible,
pues lo imbuyes de temor y tratas de deshacerte de ello, si bien forma parte de
ti. ¿Quién puede percibir parte de sí mismo como despreciable y al mismo tiempo
vivir en paz consigo mismo? ¿Y quién
puede tratar de resolver su “conflicto” interno entre el Cielo y el infierno
expulsando al Cielo y dotándolo de los atributos del infierno sin sentirse
incompleto y solo?
5. Mientras percibas el cuerpo como tu realidad, te percibirás a ti
mismo como un ser solitario y desposeído. Y te percibirás también como una víctima del
sacrificio y creerás que está justificado sacrificar a otros. Pues ¿quién podría rechazar al Cielo y a su
Creador sin experimentar una sensación de sacrificio y de pérdida? ¿Y quién podría ser objeto de sacrificios y
pérdidas sin tratar de rehacerse a sí mismo? No obstante, ¿cómo ibas a poder hacer esto por
tu cuenta, cuando la base de tus intentos es que crees en la realidad de la
privación? Sentirse privado de algo
engendra ataque, al ser la creencia de que el ataque está justificado. Y
mientras prefieras conservar la privación, el ataque se vuelve salvación y el
sacrificio amor.
6. Y así resulta que, en tu búsqueda de amor, vas en busca de
sacrificio y lo encuentras. Mas no
encuentras amor. Es imposible negar lo que es el amor y al mismo tiempo
reconocerlo. El significado del amor
reside en aquello de lo que te desprendiste, lo cual no tiene significado
aparte de ti. Lo que prefieres conservar
es lo que no tiene significado, mientras que lo que quieres mantener alejado de
ti encierra todo el significado del universo y lo conserva intacto dentro de su
propio significado. Si el universo no
estuviese unido en ti, estaría separado de Dios, y estar sin Él es carecer de
significado.
7. En el instante santo se satisface la condición del amor, pues las
mentes se unen sin la interferencia del cuerpo, y allí donde hay comunicación
hay paz. El Príncipe de la Paz nació
para restablecer la condición del amor, enseñando que la comunicación continúa
sin interrupción aunque el cuerpo sea destruido, siempre y cuando no veas al
cuerpo como el medio indispensable para la comunicación. Y si entiendes esta
lección, te darás cuenta de que sacrificar el cuerpo no es sacrificar nada, y
de que la comunicación, que es algo solo
propio de la mente, no puede ser sacrificada. ¿Dónde está entonces el sacrificio? Nací para enseñar la lección de que el
sacrificio no está en ningún lugar y que el amor está en todas partes, y ésta
es la lección que todavía quiero enseñarles a todos mis hermanos. Pues la comunicación lo abarca todo, y en la
paz que restablece, el amor viene por su propia voluntad.
8. No permitas que la desesperanza opaque la alegría de la Navidad,
pues la hora de Cristo no tiene sentido si no va acompañada de alegría. Unámonos en la celebración de la paz no
exigiéndole a nadie ningún sacrificio, pues de esta manera me ofreces el amor
que yo te ofrezco. ¿Qué podría hacernos más felices que percibir que no
carecemos de nada? Ése es el mensaje de
la hora de Cristo, que yo te doy para que tú lo puedas dar y se lo devuelvas al
Padre, que me lo dio a mí. Pues en la
hora de Cristo se restablece la comunicación, y Él se une a nosotros para
celebrar la creación de Su Hijo.
9. Dios le da las gracias al santo anfitrión que desee recibirle y le
deje entrar y morar allí donde Él desea estar. Y al tú darle la bienvenida, Él te acoge en Sí
Mismo, pues lo que se encuentra en ti que le das la bienvenida, se le devuelve
a Él. Y nosotros no hacemos sino celebrar Su Plenitud cuando le damos la bienvenida
dentro de nosotros. Los que reciben al
Padre son uno con Él, al ser los anfitriones de Aquel que los creó. Y al abrirle las puertas, Su recuerdo llega
con Él, y así recuerdan la única relación que han tenido jamás y la que siempre
querrán tener.
10. Ésta es la época en la que muy pronto dará comienzo un nuevo año del
calendario cristiano. Tengo absoluta confianza en que lograrás todo lo que te
propongas hacer. Nada te ha de faltar, y
tu voluntad será completar, no destruir.
Dile, entonces, a tu hermano:
Te entrego al Espíritu Santo
como parte de mí mismo. Sé que te
liberarás, a menos que quiera valerme de ti para aprisionarme a mí mismo. En
nombre de mi libertad elijo tu liberación porque reconozco que nos vamos a
liberar juntos.
De esta forma damos comienzo al año con alegría y en libertad. Es
mucho lo que aún nos queda por hacer, y llevamos mucho retraso. Acepta el
instante santo con el nacimiento de este año, y ocupa tu lugar—por tanto tiempo
vacante—en el Gran Despertar. Haz que este año sea diferente al hacer que todo
sea lo mismo. Y permite que todas tus relaciones
sean santificadas. Ésta es nuestra voluntad. Amén.
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