Capítulo
21
RAZÓN Y
PERCEPCIÓN
Introducción
1.
La proyección da lugar a la percepción. El mundo que ves se compone de aquello con lo
que tú lo dotaste. Nada más. Pero si bien no es nada más, tampoco es menos. Por
ende, es importante para ti. Es el testimonio de tu estado mental, la imagen
externa de una condición interna. Tal como el hombre piense, así percibirá. No
trates, por lo tanto, de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de
parecer acerca de él. La percepción es
un resultado, no una causa. Por eso es
por lo que el concepto de grados de dificultad en los milagros no tiene
sentido. Todo lo que se contempla a través de la visión es sano y santo. Nada
que se perciba sin ella tiene significado. Y donde no hay significado, hay
caos.
2.
La condenación es un juicio que emites acerca de ti mismo, y eso es lo que
proyectas sobre el mundo. Si lo ves como algo condenado, lo único que verás es
lo que tú has hecho para herir al Hijo de Dios. Si contemplas desastres y catástrofes, es que
has tratado de crucificarlo. Si ves
santidad y esperanza, es que te has unido a la Voluntad de Dios para liberarlo.
Éstas son las únicas alternativas que tienes ante ti. Y lo que veas dará
testimonio de tu elección y te permitirá reconocer cuál de ellas elegiste. El
mundo que ves tan solo te muestra cuánta dicha te has permitido ver en ti y
aceptar como tuya. Y si ése es su significado, el poder de dar dicha tiene
entonces que encontrarse en ti.
I. La
canción olvidada
1.
No te olvides nunca de que el mundo que “ven” los ciegos tiene que ser
imaginario, pues desconocen el verdadero aspecto del mundo. Tienen que inferir
lo que se puede ver basándose en datos que son siempre indirectos, y reformular
sus deducciones según tropiezan y se caen debido a lo que no reconocieron o
bien pasar sin sufrir daño alguno a través de puertas abiertas que ellos creían
cerradas. Y lo mismo ocurre contigo. Tú no ves. Las indicaciones en las que te
basas para llegar a tus conclusiones son erróneas, y por eso tropiezas y te
caes encima de las piedras que no viste, sin darte cuenta de que puedes
atravesar las puertas que, aunque creías que estaban cerradas, se encuentran
abiertas para los ojos que no ven, esperando a darte la bienvenida.
2.
¡Qué descabellado es tratar de juzgar aquello que simplemente se podría ver! No es necesario imaginar qué aspecto debe
tener el mundo. Antes de que lo puedas
reconocer como lo que es, tienes que verlo. Se te puede mostrar qué puertas están abiertas
para que así puedas ver dónde radica la seguridad, qué camino conduce a las
tinieblas y cuál a la luz. Los juicios
siempre te darán indicaciones falsas, pero la visión te muestra por dónde ir. ¿Por qué tratar de adivinarlo?
3.
No hay que sufrir para aprender. Las
lecciones benévolas se asimilan con júbilo y se recuerdan felizmente. Deseas aprender lo que te hace feliz y no
olvidarte de ello. No es esto lo que
niegas. Lo que te preguntas es si los
medios a través de los cuales se aprende este curso conducen a la felicidad que
promete o no. Si creyeses que sí, no
tendrías dificultad alguna para aprender el curso. Todavía no eres un
estudiante feliz porque aún no estás seguro de que la visión pueda aportarte
más de lo que los juicios te ofrecen, y has aprendido que no puedes tener ambas
cosas.
4.
Los ciegos se acostumbran a su mundo adaptándose a él. Creen saber cómo
desenvolverse en él. Han aprendido a hacerlo, pero no a través de lecciones
gozosas, sino a través de la dura necesidad impuesta por las limitaciones que
no creían poder superar. Y como todavía lo siguen creyendo, tienen en gran
estima a esas lecciones y se aferran a ellas porque no pueden ver. No entienden
que son las lecciones en sí las que los mantienen ciegos. Eso no lo creen. Y
así, conservan el mundo que aprendieron a “ver” en su imaginación, creyendo que
solo pueden elegir entre eso o nada. Odian el mundo que aprendieron a conocer mediante
el dolor. Y todo lo que creen que habita en él solo sirve para recordarles que
están incompletos y que se les ha privado injustamente de algo.
5.
Por lo tanto, definen su vida y donde viven, y se adaptan a ello tal como creen
que deben hacerlo, temerosos de perder lo poco que tienen. Y lo mismo ocurre
con todos aquellos que consideran que lo único que tienen tanto ellos como sus
hermanos es el cuerpo. Tratan de comunicarse entre sí, y fracasan una y otra
vez. Y se adaptan a la soledad, pues creen que conservar el cuerpo es proteger
lo poco que tienen. Presta atención, y mira a ver si te puedes acordar de lo
que vamos a hablar ahora.
6.
Escucha... tal vez puedas captar un leve atisbo de un estado inmemorial que no
has olvidado del todo; tal vez sea un poco nebuloso, mas no te es totalmente
desconocido: como una canción cuyo título olvidaste hace mucho tiempo, así como
las circunstancias en las que la oíste. No puedes acordarte de toda la canción,
sino solo de algunas notas de la melodía, y no puedes asociarla con ninguna
persona o lugar ni con nada en particular. Pero esas pocas notas te bastan para
recordar cuán bella era la canción, cuán maravilloso el paraje donde la
escuchaste y cuánto amor sentiste por los que allí estaban escuchándola
contigo.
7.
Las notas no son nada. Sin embargo, las has conservado, no por ellas mismas,
sino como un dulce recordatorio de lo que te haría llorar si recordases cuán
querido era para ti. Podrías acordarte, pero tienes miedo, pues crees que
perderías el mundo que desde entonces has aprendido a conocer. Sin embargo,
sabes que nada en este mundo es ni la sombra de aquello que tanto amaste. Escucha,
y mira a ver si te acuerdas de una canción muy vieja que sabías hace mucho
tiempo y que te era más preciada que cualquier otra melodía que te hayas
enseñado a ti mismo desde entonces.
8.
Más allá del cuerpo, del sol y las estrellas; más allá de todo lo que ves y,
sin embargo, en cierta forma familiar para ti, hay un arco de luz dorada que al
contemplarlo se extiende hasta volverse un círculo enorme y luminoso. El
círculo se llena de luz ante tus ojos. Sus bordes desaparecen, y lo que había dentro
deja de estar contenido. La luz se expande y envuelve todo, extendiéndose hasta
el infinito y brillando eternamente sin interrupciones ni límites de ninguna
clase. Dentro de ella todo está unido en una continuidad perfecta. Es imposible
imaginar que pueda haber algo que no esté dentro de ella, pues no hay lugar del
que esta luz esté ausente.
9.
Ésta es la visión del Hijo de Dios, a quien conoces bien. He aquí lo que ve el
que conoce a su Padre. He aquí el recuerdo de lo que eres: una parte de ello que
contiene todo ello dentro de sí, y que está tan inequívocamente unida a todo
como todo está unido en ti. Acepta la visión que te puede mostrar esto y no el
cuerpo. Te sabes esa vieja canción, y te la sabes muy bien. Nada te será jamás
tan querido como este himno inmemorial de amor que el Hijo de Dios todavía le
canta a su Padre.
10.
Y ahora los ciegos pueden ver, pues esa misma canción que entonan en honor de
su Creador los alaba a ellos también. La ceguera que inventaron no podrá
resistir el vibrante recuerdo de esta canción. Y contemplarán la visión del
Hijo de Dios, al recordar Quién es Aquel al que cantan. ¿Qué es un milagro sino
este recordar? ¿Y hay alguien en quien no se encuentre esta memoria? La luz en uno despierta la luz en los demás. Y
cuando la ves en tu hermano, la recuerdas por todos.
II. Somos
responsables de lo que vemos
1.
Hemos repetido cuán poco se te pide para que aprendas este curso. Es la misma
pequeña dosis de buena voluntad que necesitas para que toda tu relación se
transforme en dicha; el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo a
cambio del cual Él te da todo, lo poco sobre lo que se basa la salvación, el
pequeño cambio de mentalidad por el que la crucifixión se transforma en
resurrección. Y puesto que es cierto, es tan simple que es imposible que no se
entienda perfectamente. Puede ser rechazado, pero no es ambiguo. Y si decides
oponerte a ello, no es porque sea incomprensible, sino más bien porque ese
pequeño costo parece ser, a tu juicio, un precio demasiado alto para pagar por
la paz.
2.
Esto es lo único que tienes que hacer para que se te conceda la visión, la
felicidad, la liberación del dolor y poder escapar completamente del pecado. Di
únicamente esto, pero dilo de todo corazón y sin reservas, pues en ello radica
el poder de la salvación: Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos
que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece
sucederme yo mismo lo he pedido y se me concede tal como lo pedí. No te engañes
por más tiempo pensando que eres impotente ante lo que se te hace. Reconoce
únicamente que estabas equivocado y todos los efectos de tus errores
desaparecerán.
3.
Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a
él. Es imposible que él mismo no haya elegido las cosas que le suceden. Su
poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece
encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. Y ni las coincidencias ni las casualidades son
posibles en el universo tal como Dios lo creó, fuera del cual no existe nada. Si sufres, es porque decidiste que tu meta era
el pecado. Si eres feliz, porque pusiste
tu poder de decisión en manos de Aquel que no puede sino decidir a favor de
Dios por ti. Éste es el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo, e
incluso eso Él te lo da para que te lo des a ti mismo. Pues mediante este
regalo se te concede el poder de liberar a tu salvador para que él a su vez te
pueda dar la salvación a ti.
4.
No resientas tener que dar esta pequeña ofrenda, pues si no la das seguirás
viendo el mundo tal como lo ves ahora. Mas si la das, todo lo que ves
desaparecerá junto con él. Nunca se dio tanto a cambio de tan poco. Este
intercambio se efectúa y se conserva en el instante santo. Ahí, el mundo que no
deseas se lleva ante el que sí deseas. Y el mundo que sí deseas se te concede,
puesto que lo deseas. Mas para que esto tenga lugar, debes primero reconocer el
poder de tu deseo. Tienes que aceptar su fuerza, no su debilidad. Tienes que percibir que lo que es tan poderoso
como para construir todo un mundo puede también abandonarlo, y puede asimismo
aceptar corrección si está dispuesto a reconocer que estaba equivocado.
5.
El mundo que ves no es sino el testigo fútil de que tenías razón. Es un testigo
demente. Le enseñaste cuál tenía que ser su testimonio, y cuando te lo repitió,
lo escuchaste y te convenciste a ti mismo de que lo que decía haber visto era
verdad. Has sido tú quien se ha causado todo esto a sí mismo. Solo con que
comprendieras esto, comprenderías también cuán circular es el razonamiento en
que se basa tu “visión”. Eso no fue algo que se te dio. Ése fue el regalo que
tú te hiciste a ti mismo y que le hiciste a tu hermano. Accede, entonces, a que
se le quite y a que sea reemplazado por la Verdad. Y a medida que observes el cambio que tiene
lugar en él, se te concederá poder verlo en ti mismo.
6.
Tal vez no veas la necesidad de hacer esta pequeña ofrenda. Si ése es el caso,
examina más detenidamente lo que dicha ofrenda representa. Y no veas en ella
otra cosa que el absoluto intercambio de la separación por la salvación. El ego
no es más que la idea de que es posible que al Hijo de Dios le puedan suceder
cosas en contra de su voluntad y, por ende, en contra de la Voluntad de su
Creador, la cual no puede estar separada de la suya. Con esta idea fue con lo
que el Hijo de Dios reemplazó su voluntad, en rebelión demente contra lo que no
puede sino ser eterno. Dicha idea es la declaración de que él puede privar a
Dios de Su Poder y quedarse con él para sí mismo, privándose de este modo de lo
que Dios dispuso para él. Y es esta descabellada idea la que has entronado en
tus altares y a la que rindes culto. Y todo lo que supone una amenaza para ella
parece atacar tu fe, pues en ella es donde la has depositado. No pienses que te
falta fe, pues tu creencia y confianza en dicha idea son ciertamente firmes.
7.
El Espíritu Santo puede hacer que tengas fe en la santidad y darte visión para
que la puedas ver fácilmente. Mas no has dejado libre y despejado el altar
donde a estos dones les corresponde estar. Y donde ellos debieran estar has
colocado tus ídolos, los cuales has consagrado a otra cosa. A esa otra “voluntad” que parece decirte lo
que ha de ocurrir, le confieres realidad. Por lo tanto, aquello que te
demostraría lo contrario no puede por menos que parecerte irreal. Lo único que
se te pide es que le hagas sitio a la Verdad. No se te pide que inventes o que
hagas algo que está más allá de tu entendimiento. Lo único que se te pide es que dejes entrar a
la verdad, que ceses de interferir en lo que ha de acontecer de por sí y que
reconozcas nuevamente la presencia de lo que creíste haber desechado.
8.
Accede, aunque solo sea por un instante, a dejar tus altares libres de lo que
habías depositado en ellos, y no podrás sino ver lo que realmente se encuentra
allí. El instante santo no es un instante de creación, sino de reconocimiento. Pues
el reconocimiento procede de la visión y de la suspensión de todo juicio. Solo
entonces es posible mirar dentro de uno mismo y ver lo que no puede sino estar
allí, claramente a la vista y completamente independiente de cualquier
inferencia o juicio. Des-hacer no es tu función, pero sí depende de ti el que
le des o no la bienvenida. La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo
cree en lo que desea.
9.
Ya hemos dicho que hacerse ilusiones es la manera en que el ego lidia con lo
que desea para tratar de convertirlo en realidad. No hay mejor demostración del
poder del deseo y, por ende, de la fe, para hacer que sus objetivos parezcan
reales y posibles. La fe en lo irreal conduce a que se tengan que hacer ajustes
en la realidad para que se amolde al objetivo de la locura. El objetivo del
pecado induce a la percepción de un mundo temible para justificar su propósito.
Verás aquello que desees ver. Y si la realidad de lo que ves es falsa, lo
defenderás no dándote cuenta de todos los ajustes que has tenido que hacer para
que sea como lo ves.
10.
Cuando se niega la visión, la confusión entre causa y efecto es inevitable. El
propósito ahora es mantener la causa oculta del efecto y hacer que el efecto
parezca ser la causa. Esta aparente autonomía del efecto permite que se le
considere algo independiente, capaz de ser la causa de los sucesos y sentimientos
que su hacedor cree que el efecto suscita. Anteriormente hablamos de tu deseo
de crear tu propio Creador, y de ser Su padre y no Su Hijo. Éste es el mismo
deseo. El Hijo es el Efecto que quiere negar su Causa. Y así, él parece ser la
causa y producir efectos reales. Pero lo cierto es que no puede haber efectos
sin causa, y confundir ambas cosas es simplemente no entender ninguna de las
dos.
11.
Es tan esencial que reconozcas que tú has fabricado el mundo que ves, como que
reconozcas que tú no te creaste a ti mismo. Pues se trata del mismo error. Nada que tu Creador no haya creado puede ejercer
influencia alguna sobre ti. Y si crees que lo que hiciste puede dictar lo que
debes ver y sentir, y tienes fe en que puede hacerlo, estás negando a tu Creador
y creyendo que tú te hiciste a ti mismo. Pues si crees que el mundo que
construiste tiene el poder de hacer de ti lo que se le antoje, estás
confundiendo Padre e Hijo, Fuente y Efecto.
12.
Las creaciones del Hijo son semejantes a las de su Padre. Mas al crearlas, el
Hijo no se engaña a sí mismo pensando que él es independiente de su Fuente. Su
unión con Ella es la fuente de su capacidad para crear. Aparte de esto no tiene
poder para crear, y lo que hace no tiene ningún significado; no altera nada en
la Creación, depende enteramente de la locura de su hacedor y ni siquiera podría
servir para justificarla. Tu hermano cree que él fabricó el mundo junto
contigo. De este modo, niega la Creación, y cree, al igual que tú, que el mundo
que fabricó lo engendró a él. De este
modo, niega haberlo fabricado.
13. Mas la verdad es que tanto tú como él fueron creados por un Padre amoroso, que os creó juntos y como uno solo. Ve lo que “prueba” lo contrario, y estarás negando toda tu realidad. Reconoce en cambio que fuiste tú quien fabricó todo lo que aparentemente se interpone entre tú y tu hermano y os mantiene separados al uno del otro, y a los dos de vuestro Padre, y tu instante de liberación habrá llegado. Todos los efectos de eso que hiciste desaparecerán porque su fuente se habrá puesto al descubierto. La aparente autonomía de su fuente es lo que te mantiene prisionero. Ése es el mismo error que pensar que eres independiente de la Fuente mediante la cual fuiste creado y que nunca has abandonado.
III. Fe,
creencia y visión
1.
Todas las relaciones especiales tienen como meta el pecado, pues son tratos que
se hacen con la realidad, a la que la aparente unión se adapta. No te olvides
de esto: hacer tratos es fijar límites, y no podrás sino odiar a cualquier hermano
con el que tengas una relación parcial. Quizá trates de respetar el trato en
nombre de lo que es “justo”, exigiendo a veces ser tú el que pague, aunque lo
más frecuente es que se lo exijas al otro. Al hacer lo que es ‘’justo”, pues,
tratas de mitigar la culpabilidad que emana del propósito que aceptaste para la
relación. Y por eso el Espíritu Santo tiene que cambiar su propósito para que
sea de utilidad para Él e inofensiva para ti.
2.
Si aceptas este cambio, habrás aceptado la idea de hacerle sitio a la verdad.
La fuente del pecado habrá desaparecido. Tal vez te imagines que todavía
experimentas sus efectos, pero el pecado ha dejado de ser tu propósito y ya no
lo deseas más. Nadie permite que su propósito sea reemplazado mientras todavía
lo siga deseando, pues nada se quiere y se protege más que un objetivo que la mente
haya aceptado. Lo perseguirá, sombría o felizmente, pero siempre con fe y con
la perseverancia que la fe inevitablemente trae consigo. El poder de la fe
jamás se puede reconocer si se deposita en el pecado. Pero siempre se reconoce si se deposita en el
amor.
3.
¿Por qué te resulta tan extraño que la fe pueda mover montañas? En realidad,
ésa es una hazaña insignificante para semejante poder. Pues la fe puede
mantener al Hijo de Dios encadenado mientras él crea que lo está. Mas cuando se
libre de las cadenas será simplemente porque habrá dejado de creer en ellas, al
retirar su fe de la idea de que lo podían aprisionar y depositarla en cambio en
su libertad. Es imposible tener fe en dos orientaciones opuestas. La fe que depositas en el pecado se la quitas
a la santidad. Y lo que le ofreces a la
santidad se lo has quitado al pecado.
4.
La fe, la creencia y la visión son los medios por los que se alcanza el
objetivo de la santidad. A través de ellos el Espíritu Santo te conduce al
mundo real, alejándote de todas las ilusiones en las que habías depositado tu
fe. Ése es su rumbo, el único que Él ve. Y cuando te desvías, Él te recuerda
que no hay ningún otro. Su fe, Su creencia y Su visión son para ti. Y cuando las hayas aceptado completamente en
lugar de las tuyas, ya no tendrás necesidad de ellas. Pues la fe, la creencia y la visión únicamente
tienen sentido antes de que se alcance la certeza. En el Cielo son
desconocidas. El Cielo, no obstante, se alcanza a través de ellas.
5.
No es posible que al Hijo de Dios le falte fe, pero sí puede elegir dónde desea
depositarla. La falta de fe no es realmente falta de fe, sino fe que se ha depositado
en lo que no es nada. La fe que se deposita en las ilusiones no carece de
poder, pues debido a ello el Hijo de Dios cree ser impotente. De manera que no
tiene fe en sí mismo, pero sí una gran fe en las ilusiones que abriga acerca de
sí mismo. Pues tú inventaste la fe, la
percepción y la creencia a fin de perder la certeza y encontrar el pecado. Este
rumbo demente fue tu propia elección, y al depositar tu fe en lo que habías
elegido, fabricaste lo que deseabas.
6.
El Espíritu Santo puede valerse de todos los medios que has empleado para ir en
pos del pecado. Pero tal como Él se vale
de ellos, te alejan del pecado porque Su propósito apunta en dirección
contraria. Él ve los medios que empleas,
pero no el propósito para el que los inventaste. Su intención no es quitártelos, pues reconoce
su valor y los ve como un medio de alcanzar lo que Él dispone para ti. Inventaste la percepción a fin de poder elegir
entre tus hermanos e ir en busca del pecado con ellos. El Espíritu Santo ve la percepción como un
medio de enseñarte que la visión de la relación santa es lo único que deseas ver.
Pues entonces depositarás toda tu fe en
la santidad, al desearla y creer en ella por razón de tu deseo.
7.
La fe y la creencia se unen a la visión, ya que todos los medios que una vez
sirvieron para los fines del pecado se canalizan ahora hacia la santidad. Pues aquello a lo que tú llamas pecado, no es
más que una limitación, y odias a todo aquel que tratas de reducir a un cuerpo
porque le temes. Al negarte a perdonarlo, lo condenas al cuerpo porque tienes en
gran estima los medios del pecado. Y así, depositas toda tu fe y creencia en el
cuerpo. Pero la santidad quiere liberar a tu hermano y eliminar el odio
eliminando el miedo, no en el nivel de los síntomas, sino de raíz.
8.
Aquellos que quieren liberar a sus hermanos del cuerpo no tienen miedo. Pues
han renunciado a los medios del pecado al elegir que se eliminen todas sus
limitaciones. Puesto que desean ver a
sus hermanos bajo el manto de la santidad, el poder de su creencia y de su fe
ve más allá del cuerpo, facilitando la visión, no obstruyéndola. Pero antes de
eso decidieron reconocer lo mucho que su fe había limitado su entendimiento del
mundo, y desearon depositarla en otro lugar en caso de que se les ofreciera
otro punto de vista. Los milagros que siguen a esta decisión nacen también de
la fe. Pues a todos aquellos que eligen apartar su mirada del pecado se les
concede la visión y se les conduce a la santidad.
9.
Aquellos que creen en el pecado deben pensar que el Espíritu Santo exige
sacrificios, pues creen que ésa es la manera de alcanzar su objetivo. Hermano,
el Espíritu Santo sabe que el sacrificio no aporta nada. Él no hace tratos. Y
si intentas imponerle límites, lo odiarás porque tendrás miedo de Él. El regalo
que Él te ha hecho es mucho más valioso que cualquier otra cosa a este lado del
Cielo. El momento en que esto ha de
reconocerse está al llegar. Une tu conciencia a lo que ya está unido. La fe que
depositas en tu hermano puede lograrlo, pues Aquel que ama el mundo lo está
viendo por ti, sin ninguna mancha de pecado sobre él y envuelto en una
inocencia tal que contemplarlo es contemplar la belleza del Cielo.
10.
Tu fe en el sacrificio ha hecho que éste tenga gran poder ante tus ojos, salvo
que no te das cuenta de que no puedes ver debido a él. Pues solo se le puede exigir sacrificio al
cuerpo, y solo otro cuerpo podría exigirlo. La mente, de por sí, no podría ni exigirlo ni
recibirlo. El cuerpo tampoco. La
intención está en la mente, que trata de valerse del cuerpo para poner en
práctica los medios del pecado en los que ella cree. Y así, los que valoran el pecado no pueden
sino creer que la mente y el cuerpo están unidos. Y de este modo, el sacrificio es,
invariablemente, un medio para imponer límites y, por consiguiente, para odiar.
11.
¿Crees acaso que al Espíritu Santo le preocupa eso? Él no te da aquello de lo
que, de acuerdo con Su propósito, te quiere apartar. Tú crees que Él te quiere
privar de algo por tu propio bien. Pero los términos “bien” y “privación” son
opuestos, y no pueden reconciliarse de ninguna forma que tenga significado. Es
como decir que la luna y el sol son una misma cosa porque vienen de noche y de
día respectivamente, y que, por lo tanto, no pueden sino formar una unidad. Mas
ver uno de ellos significa que el otro ya no se puede ver. Tampoco es posible
que lo que irradia luz sea lo mismo que lo que depende de la obscuridad para
poder ser visto. Ninguno de ellos exige el sacrificio del otro. Cada uno de
ellos, no obstante, depende de la ausencia del otro.
12.
El cuerpo se concibió para que sirviera de sacrificio al pecado, y así es como
aún se le considera en las tinieblas. A la luz de la visión, no obstante, se le
considera de manera muy distinta. Puedes confiar en que servirá fielmente al
propósito del Espíritu Santo, y puedes conferirle poder para que se vuelva un
instrumento de ayuda a fin de que los ciegos puedan ver. Mas cuando vean,
mirarán más allá de él, al igual que tú. A la fe y a la creencia que
depositaste en el cuerpo les corresponde estar más allá de él. Transferiste tu
percepción, tu creencia y tu fe de la mente al cuerpo. Deja que éstas le sean
devueltas ahora a aquello que las produjo y que todavía puede valerse de ellas
para salvarse de lo que inventó.
IV. El
miedo a mirar dentro
1. El Espíritu Santo jamás te enseñará que
eres un pecador. Corregirá tus errores, pero eso no es algo que le pueda causar
temor a nadie. Tienes un gran temor a mirar en tu interior y ver el pecado que
crees que se encuentra allí. No tienes miedo de admitir esto. El ego considera muy apropiado que se asocie
el miedo con el pecado, y sonríe con aprobación. No teme dejar que te sientas avergonzado. No
pone en duda la creencia y la fe que tienes en el pecado. Sus templos no se tambalean por razón de ello.
Tu certeza de que dentro de ti anida el pecado no hace sino dar fe de tu deseo
de que esté allí para que se pueda ver. Sin embargo, esto tan solo aparenta ser la
fuente del temor.
2.
Recuerda que el ego no está solo. Su dominio está circunscrito y teme a su
“enemigo” desconocido, a Quien ni siquiera puede ver. Te pide imperiosamente que no mires dentro de
ti, pues si lo haces tus ojos se posarán sobre el pecado y Dios te cegará. Esto es lo que crees, por lo tanto, no miras. Mas no es éste el temor secreto del ego ni
tampoco el tuyo que eres su siervo. El
ego, vociferando destempladamente y demasiado a menudo, profiere a gritos que
lo es. Pues bajo ese constante griterío
y esas declaraciones disparatadas, el ego no tiene ninguna certeza de que lo
sea. Tras tu temor de mirar en tu interior por razón del pecado, se oculta
todavía otro temor y uno que hace temblar al ego.
3.
¿Qué pasaría si miraras en tu interior y no vieras ningún pecado? Esta
“temible” pregunta es una que el ego nunca plantea. Y tú que la haces ahora
estás amenazando demasiado seriamente todo su sistema defensivo como para que
él se moleste en seguir pretendiendo que es tu amigo. Aquellos que se han unido
a sus hermanos han abandonado la creencia de que su identidad reside en el ego.
Una relación santa es aquella en la que te unes con lo que en verdad forma
parte de ti. Tu creencia en el pecado ha sido quebrantada, y ya no estás
totalmente reacio a mirar dentro de ti y no ver pecado alguno.
4.
Tu liberación no es aún total: todavía es parcial e incompleta, aunque ya ha
despuntado en ti. Al no estar completamente loco, has estado dispuesto a
contemplar una gran parte de tu demencia y a reconocer su locura. Tu fe está
comenzando a interiorizarse más allá de la demencia hacia la razón. Y lo que tu
razón te dice ahora, el ego no lo quiere oír. El propósito del Espíritu Santo
fue aceptado por aquella parte de tu mente que el ego no conoce y que tú tampoco conocías. Sin embargo, esa parte, con la que ahora te
identificas, no teme mirarse a sí misma.
No conoce el pecado. ¿De qué otra forma, si no, habría estado dispuesta
a considerar el propósito del Espíritu Santo como el suyo propio?
5.
Esta parte ha visto a tu hermano y lo ha reconocido perfectamente desde los
orígenes del tiempo. Y no ha deseado más
que unirse a él y ser libre nuevamente, como una vez lo fue. Ha estado
esperando el nacimiento de la libertad, la aceptación de la liberación que te
espera. Y ahora reconoces que no fue el ego el que se unió al propósito del
Espíritu Santo y, por lo tanto, que tuvo que haber sido otra cosa. No creas que
esto sea una locura, pues es lo que te dice la razón y se deduce perfectamente
de lo que ya has aprendido.
6.
En las enseñanzas del Espíritu Santo no hay inconsistencias. Éste es el razonamiento de los cuerdos. Has percibido la locura del ego, y no te ha
dado miedo porque elegiste no compartirla.
Pero aún te engaña a veces. No obstante, en tus momentos más lúcidos,
sus desvaríos no producen ningún terror en tu corazón. Pues te has dado cuenta
de que no quieres los regalos que el ego te quitaría de rabia por tu
“presuntuoso” deseo de querer mirar dentro de ti. Todavía quedan unas cuantas
baratijas que parecen titilar y atraer tu atención. No obstante, ya no “venderías” el Cielo por
ellas.
7.
Y ahora el ego tiene miedo. Mas lo que él oye aterrorizado, la otra parte de tu
mente lo oye como la más dulce melodía: el canto que añoraba oír desde que el
ego se presentó en tu mente por primera vez. La debilidad del ego es su fortaleza. El himno
de la libertad, que canta en alabanza de otro mundo, le brinda esperanzas de
paz. Pues recuerda al Cielo, y ve ahora que el Cielo por fin ha descendido a la
tierra, de donde el dominio del ego lo había mantenido alejado por tanto
tiempo. El Cielo ha llegado porque encontró un hogar en tu relación en la
tierra. Y la tierra no puede retener por
más tiempo lo que se le ha dado al Cielo como suyo propio.
8.
Contempla amorosamente a tu hermano, y recuerda que la debilidad del ego se
pone de manifiesto ante vuestra vista. Lo que el ego pretendía mantener separado se
ha encontrado y se ha unido, y ahora contempla al ego sin temor. Criatura inocente de todo pecado, sigue el
camino de la certeza jubilosamente. No
dejes que te detenga la demente insistencia del miedo a que la certeza resida
en la duda. Eso no tiene sentido. ¿Qué importa cuán imperiosamente se proclame? Lo que es insensato no cobra sentido porque se
repita o se aclame. El camino de la paz está libre y despejado. Síguelo
felizmente y no pongas en duda lo que no puede sino ser cierto.
V. La
función de la razón
1.
La percepción selecciona y configura el mundo que ves. Literalmente lo selecciona
siguiendo las directrices de la mente. Las leyes del tamaño, de la forma y de
la luminosidad tendrían validez, quizá, si otras cosas fuesen iguales. Pero no
lo son. Pues es mucho más probable que halles lo que buscas que lo que
prefieres pasar por alto. La apacible y queda Voz que habla en favor de Dios no
se ve ahogada por los estridentes gritos e insensatos arranques de furia con
los que el ego acosa a aquellos que desean escucharla. La percepción es una
elección, no un hecho. Pero de esta elección depende mucho más de lo que te has
dado cuenta hasta ahora. Pues tu creencia acerca de Quién eres depende
enteramente de la voz que elijas escuchar y de los panoramas que elijas ver. La
percepción da testimonio únicamente de esto, nunca de la realidad. Puede
mostrarte, no obstante, bajo qué condiciones es posible tener conciencia de la
realidad o aquellas en las que nunca sería posible.
2.
La realidad no necesita tu cooperación para ser lo que es. Pero tu conciencia
de ella necesita tu ayuda, ya que tener esa conciencia es algo que tú eliges. Si
le prestas oídos a los dictados del ego y ves lo que él te indica ver, no
podrás sino considerarte a ti mismo insignificante, vulnerable y temeroso. Experimentarás
depresión, una sensación de no valer nada, así como sentimientos de
inestabilidad e irrealidad. Creerás que eres la desvalida víctima de fuerzas
que están más allá de tu control y que son mucho más poderosas que tú. Y
creerás que el mundo que fabricaste rige tu destino. Pues tendrás fe en eso.
Pero no creas que el tener tu fe puesta en eso, hace que sea real.
3.
Hay otra Visión y otra Voz en las que reside tu libertad y que solo están a la
espera de tu decisión. Si depositas tu fe en Ellas, percibirás otro Ser en ti. Este
otro Ser considera que los milagros son algo natural, pues son tan simples y
naturales para él como respirar lo es para el cuerpo. Constituyen la respuesta
obvia a las peticiones de ayuda, que es la única que él ofrece. Los milagros le parecen antinaturales al ego
porque no entiende cómo es posible que mentes separadas puedan influenciarse
unas a otras. Y si estuvieran separadas
ciertamente no podrían hacerlo. Pero las mentes no pueden estar separadas. Este
otro ser es perfectamente consciente de esto. Y así, reconoce que los milagros
no afectan la mente de otro, sino la suya propia. Los milagros siempre cambian
tu mente, pues no hay ninguna otra.
4.
No te das cuenta de hasta qué punto la idea de la separación ha interferido en
el ejercicio de la razón. La razón mora en el otro ser que has excluido de tu
conciencia. Y nada de lo que has permitido que permanezca en ella es capaz de
razonar. ¿Cómo va a ser posible que aquel segmento de la mente que está
desprovisto de razón pueda entender lo que es la razón o comprender la información
que ésta le podría suministrar? De ese segmento pueden surgir todo tipo de
preguntas, pero dado que la pregunta básica solo puede proceder de la razón, él
jamás la podrá plantear. Al igual que todo lo que procede de la razón, la
pregunta básica es simple y obvia, si bien, aún no se ha planteado. Mas no
creas que la razón no la podría contestar.
5.
El plan de Dios para tu salvación no se habría podido establecer sin tu
voluntad y consentimiento. Tuvo que haber sido aceptado por el Hijo de Dios, pues
lo que Dios dispone para él, él no puede sino aceptarlo. Y Dios no dispone nada
sin Su Hijo ni Su Voluntad depende del tiempo para consumarse. Por lo tanto, lo
que se unió a la Voluntad de Dios tiene que encontrarse en ti ahora, puesto que
es eterno. Tienes que haber reservado un lugar en el que el Espíritu Santo
puede morar y donde ya se encuentra. Tiene que haber estado ahí desde que
surgió la necesidad de Él, la cual quedó satisfecha en ese mismo instante. Eso
es lo que tu razón te diría, si escuchases. Mas es claro que ése no es el
razonamiento del ego. El hecho de que la naturaleza de tu razón le sea ajena al
ego es prueba de que no hallarás la respuesta en él. No obstante, si esto es
así, dicha respuesta tiene que existir. Y si existe para ti, y su propósito es
tu libertad, debes ser libre de encontrarla.
6.
El plan de Dios es muy simple; nunca es indirecto ni se derrota a sí mismo. Dios
no tiene otros pensamientos excepto los que extienden Su Ser, y en esto tu
voluntad tiene que estar incluida. Así pues, debe haber una parte en ti que
conoce Su Voluntad y la comparte. No tiene sentido preguntar si lo que tiene
que ser como es, lo es. Pero sí tiene sentido preguntar por qué no eres
consciente de lo que no puede sino ser como es, pues debe haber una respuesta
para ello si al plan de Dios para tu salvación no le falta nada. Y no puede
faltarle nada porque su Fuente no conoce la
incompleción.
7.
¿Y dónde podría encontrarse la respuesta sino en la Fuente? ¿Y dónde estás tú sino allí donde se encuentra
esa misma respuesta? Tu Identidad, que
es un Efecto tan verdadero de esa Fuente como lo es la respuesta, tiene, por lo
tanto, que estar unida a Ella y ser lo mismo que Ella. Por supuesto que sabes
esto, y mucho más que esto. Pero cualquier parte del Conocimiento supone una
amenaza tan seria para la disociación como todo el Conocimiento en sí. Y
dispondrás de todo el Conocimiento con cualquier parte de él. He aquí la parte
que tú puedes aceptar. Puedes ver lo que la razón te señala porque los testigos
a su favor son inequívocos. Solo aquellos que son completamente dementes
podrían hacer caso omiso de ellos, y tú ya has dejado atrás esa etapa. La razón
es un medio que sirve para los fines del Espíritu Santo por derecho propio. No
se puede reinterpretar ni recanalizar para que se ajuste a la meta del pecado,
tal como se hace con otros medios. Pues la razón está más allá del alcance de
los medios del ego.
8.
La fe, la percepción y la creencia pueden estar mal ubicadas y servir de apoyo
tanto para las necesidades del gran embaucador como para las de la Verdad. Pero
la razón no tiene cabida en la locura ni se puede adaptar a sus fines en modo
alguno. La fe y la creencia están firmemente arraigadas en la locura, y
conducen la percepción hacia aquello que la mente ha considerado valioso. Pero
la razón no participa en esto en absoluto. Pues si se aplicase la razón, la
percepción cesaría instantáneamente. La razón no forma parte de la demencia,
pues ésta depende enteramente de la ausencia de aquella. El ego nunca hace uso de la razón porque no es
consciente de su existencia. 8 Los que son parcialmente locos tienen acceso a
ella y solo ellos la necesitan. El Conocimiento no depende de la razón, y la
locura no la deja pasar.
9.
La parte de la mente donde reside la razón se consagró, de acuerdo con tu
voluntad en unión con la de tu Padre, al des-hacimiento de la demencia. Ahí el
propósito del Espíritu Santo se aceptó y consumó simultáneamente. La razón le es ajena a la demencia, y aquellos
que hacen uso de ella han adquirido un medio que no puede emplearse para el
pecado. El Conocimiento está mucho más
allá de lo que se puede lograr. Pero la razón puede servir para abrir las
puertas que tú le cerraste.
10.
Ya estás muy cerca de esto. Tu fe y tus creencias han cambiado y has hecho la
pregunta que el ego nunca haría. ¿No te
dice tu razón ahora que la pregunta debe haber emanado de algo que tú no
conoces, pero que aun así debe ser parte de ti? La fe y la creencia, apoyadas por la razón,
producen forzosamente un cambio en tu percepción. Y con este cambio se le hace sitio a la
visión. La visión se extiende más allá
de sí misma, tal como lo hace el propósito al que sirve, así como todos los
medios para su consecución.
VI. La
razón en contraposición a la locura
1.
La razón no puede ver pecados, pero puede ver errores y propicia su corrección.
No les otorga valor, pero sí otorga valor a su corrección. La razón te diría
también que cuando crees estar pecando, estás de hecho pidiendo ayuda. No
obstante, si no aceptas la ayuda que estás pidiendo, tampoco creerás que puedas
darla. De modo que no la darás, y así no renunciarás a esa creencia. Pues
cualquier clase de error que no haya sido corregido, te engaña con respecto al
poder que reside en ti para llevar a cabo la corrección. Si dicho poder puede
llevar a cabo la corrección y tú no se lo permites, te estás negando la
corrección a ti mismo así como a tu hermano. Y si él comparte contigo esta
misma creencia, ambos creeréis estar condenados. Puedes evitarle esto a él y
evitártelo a ti, pues la razón no facilitaría la corrección únicamente en ti.
2.
No puedes aceptar o rechazar la corrección sin incluir a tu hermano. El pecado
mantendría que sí puedes. Mas la razón
te dice que no puedes considerar a tu hermano o considerarte a ti mismo como un
pecador y seguir percibiéndolo a él o percibiéndote a ti como inocente. ¿Quién
que se considere a sí mismo culpable podría ver un mundo libre de pecado? ¿Y
quién puede ver un mundo pecaminoso y considerarse al mismo tiempo ajeno a ese
mundo? El pecado mantendría que tú y tu
hermano no podéis sino estar separados. Pero la razón te dice que esto tiene que ser
un error. Pues si estáis unidos, ¿cómo ibais a poder tener pensamientos
privados? ¿Y cómo podría ser que los pensamientos que se adentran en lo que
solo parece ser tuyo no tuvieran ningún efecto en lo que sí es tuyo? Si las mentes están unidas, eso es imposible.
3.
Nadie puede pensar por separado, tal como Dios no piensa sin Su Hijo. Eso sería
posible únicamente si Ambos morasen en cuerpos. Tampoco podría ninguna mente
pensar por separado a menos que el cuerpo fuera la mente. Pues únicamente los
cuerpos pueden estar separados y, por lo tanto, ser irreales. La morada de la
demencia no puede ser la morada de la razón. Pero es fácil abandonarla si ves la
razón. No puedes abandonar la demencia
trasladándote a otro lugar. La abandonas
simplemente aceptando la razón en el lugar que antes ocupaba la locura. La locura y la razón ven las mismas cosas,
pero es indudable que las contemplan de modo diferente.
4.
La locura es un ataque contra la razón que la expulsa de la mente y ocupa su
lugar. La razón no ataca, sino que,
calladamente, ocupa el lugar de la locura y la reemplaza si los dementes
deciden escucharla. Pero los dementes no
conocen su propia voluntad, pues creen ver el cuerpo y permiten que su propia
locura les diga que éste es real. La razón sería incapaz de eso. Y si defiendes
el cuerpo en contra de tu razón, no entenderás lo que es el cuerpo ni lo que
eres tú.
5.
El cuerpo no te separa de tu hermano, y si crees que lo hace estás loco. Pero la locura tiene un propósito, y cree
también disponer de los medios que lo pueden convertir en realidad. Ver el cuerpo como una barrera que separa
aquello que la razón te dice que no puede sino estar unido, solo puede ser una
locura. Y no lo podrías ver de ese modo
si escuchases la voz de la razón. ¿Qué
puede haber que se interponga entre lo que es un continuo? Y si nada se
interpone, ¿cómo se podría excluir de otras partes lo que pasa a formar parte
de cualquiera de ellas? Esto es lo que
la razón te diría. Mas piensa en lo que
tendrías que admitir si esto fuese así.
6.
Si eliges el pecado en vez de la curación, estás condenando al Hijo de Dios a
algo que jamás puede ser corregido. Le dices, con tu elección, que está
condenado, separado de ti y de su Padre para siempre y sin ninguna esperanza de
poder jamás retornar. Eso es lo que le enseñas, y aprenderás de él exactamente
lo que le enseñes. Pues lo único que le
puedes enseñar es que él es como tú quieres que sea, y lo que eliges que él sea
es lo que eliges para ti. Mas no pienses que esto es temible. Que estás unido a
él es un hecho, no una interpretación. ¿Cómo puede un hecho ser temible a menos
que esté en desacuerdo con lo que tienes en más estima que a la Verdad? La razón te diría que ese hecho es tu
liberación.
7.
Ni tu hermano ni tú pueden ser atacados por separado. Tampoco puede ninguno aceptar un milagro sin que el otro no sea
igualmente bendecido por él y curado del dolor. La razón, al igual que el amor,
desea tranquilizarte, y no es su intención infundirte temor. El poder de curar
al Hijo de Dios se te concede porque él no puede sino ser uno contigo. Tú eres responsable de cómo él se ve a sí
mismo. Y la razón te dice que se te ha
concedido poder transformar su mente por completo—la cual es una contigo—en
solo un instante. Y cualquier instante sirve para llevar a cabo una completa
corrección de todos sus errores y restituirle su plenitud. El instante en que
elijas ser curado, en ese mismo instante se verá que él se ha salvado completamente
junto contigo. Se te ha dado la razón
para que entiendas que esto es así. Pues
la razón, que es tan benévola como la finalidad para la que se emplea, te aleja
constantemente de la locura y te conduce hacia el objetivo de la Verdad. Y ahí
te desharás de la carga que supone negar la Verdad. ¡Y ésa es la carga que es
terrible, no la Verdad!
8.
En el hecho de que tú y tu hermano estáis unidos reside vuestra salvación: el
regalo del Cielo, no el del miedo. ¿Consideras acaso que el Cielo es una carga
para ti? En la locura lo es. Sin
embargo, lo que la locura ve tiene que ser disipado por la razón. La razón te
asegura que el Cielo es lo que quieres y lo único que quieres. Escucha a Aquel que te habla con raciocinio y
que pone tu razón en armonía con la Suya. Resuélvete a dejar que la razón, sea
el medio por el que Él te indique cómo dejar atrás la demencia. No te ocultes
tras la demencia para escapar de la razón. Lo que la locura encubriría, el
Espíritu Santo lo pone al descubierto para que todo el mundo lo contemple con
júbilo.
9.
Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato
hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente. Y lo que el
Amor planea es semejante a Sí Mismo en esto: al estar unido a ti, Él desea que
aprendas lo que no puedes sino ser. Y dado que eres uno con Él, se te tiene que
haber encomendado dar lo que Él ha dado, y todavía sigue dando. Dedica aunque solo sea un instante a la grata
aceptación de lo que se te ha encomendado darle a tu hermano, y reconoce con él
lo que se os ha dado a ambos. Dar no es más bendito que recibir, pero tampoco
es menos.
10.
Al Hijo de Dios se le bendice siempre cual uno solo. Y a medida que su gratitud
llega hasta ti que le bendijiste, la razón te dirá que es imposible que tú estés
excluido de la bendición. La gratitud
que él te ofrece te recuerda las gracias que tu Padre te da por haberlo
completado a Él. Y la razón te dice que
solo así puedes entender lo que tú no puedes sino ser. Tu Padre está tan cerca
de ti como tu hermano. Sin embargo, ¿qué podría estar más cerca de ti que tu
propio Ser?
11.
El poder que ejerces sobre el Hijo de Dios no supone una amenaza para su
realidad. Por el contrario, solo da testimonio de ella. Y si él ya es libre,
¿dónde podría radicar su libertad sino en él mismo? ¿Y quién podría encadenarle sino él a sí mismo
cuando se niega la libertad? De Dios nadie se burla, ni tampoco puede Su Hijo
ser aprisionado, salvo por su propio deseo. Y por su propio deseo es también
como se libera. En eso radica su fuerza, no su debilidad. Él está a merced de sí mismo. Y cuando elige ser misericordioso, en ese
momento se libera. Mas cuando elige condenarse a sí mismo, se convierte en un
prisionero que, encadenado, espera su propio perdón para poder liberarse.
VII. La
última pregunta que queda por contestar
1.
¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de
que eres impotente? Ser impotente es el precio del pecado. La impotencia es la
condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer
en él. Solo los impotentes podrían creer en el pecado. La enormidad no tiene
atractivo, excepto para los insignificantes. Y solo los que primero creen ser
insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. Traicionar al Hijo de Dios
es la defensa de los que no se identifican con él. Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo
amas o lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido
como consecuencia de tu ataque.
2.
Nadie cree que el Hijo de Dios sea impotente. Y aquellos que se ven a sí mismos
como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. ¿Qué podrían ser,
entonces, sino su enemigo? ¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder y,
como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? Éstos son
los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e
incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los
aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. Se unen al ejército de los impotentes para
librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que se
vuelva uno con ellos. Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a
quién odian. Son en verdad un ejército deplorable, cada uno de ellos tan capaz
de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez
todos creyeron tener una causa común.
3.
Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser vociferantes y
fuertes. Mas no saben quién es su “enemigo”, sino solo que lo odian. El odio
los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. Pues si lo hubieran
hecho no serían capaces de abrigar odio. El ejército de los impotentes se
desbanda en presencia de la fortaleza. Los que son fuertes son incapaces de
traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de
exteriorizarlos. ¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? De
cualquier manera. Podría vérsele
atacando a cualquiera con cualquier cosa. Los sueños son completamente
irracionales. En ellos, una flor se
puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón rugir
como un león. Y con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. Esto no
es un ejército, sino una casa de locos. Lo que parece ser un ataque concertado
no es más que un pandemónium.
4.
El ejército de los impotentes es en verdad débil. No tiene armas ni enemigo. Puede
ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. Pero jamás podrá encontrar lo
que no existe. Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste
cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inmediato a
buscar otro y nunca consigue cantar victoria. Y a medida que corre se vuelve
contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que
siempre elude su ataque asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. ¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que
cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!
5.
El odio, no obstante, tiene que tener un blanco. No se puede tener fe en el
pecado sin un enemigo. ¿Quién, que crea
en el pecado, podría atreverse a creer que no tiene enemigos? ¿Podría admitir que nadie lo ha hecho sentirse
impotente? La razón seguramente le diría
que dejara de buscar lo que no se puede encontrar. Sin embargo, tiene primero que estar dispuesto
a percibir un mundo donde no hay enemigos. No es necesario que entienda cómo sería
posible que él pudiera ver un mundo así. Ni siquiera debería tratar de entenderlo. Pues
si pone su atención en lo que no puede entender, no hará sino agudizar su
sensación de impotencia y dejar que el pecado le diga que su enemigo debe ser
él mismo. Pero deja que se haga a sí mismo las siguientes preguntas con
respecto a las cuales tiene que tomar una decisión, para que esto se lleve a
cabo por él: ¿Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me
gobierna a mí? ¿Deseo un mundo en el que
soy poderoso en lugar de uno en el que soy impotente? ¿Deseo un mundo en el que
no tengo enemigos y no puedo pecar? ¿Y
deseo ver aquello que negué precisamente porque es la verdad?
6.
Tal vez ya hayas contestado las tres primeras preguntas, pero todavía no has
contestado la última. Pues ésta aún parece temible y distinta de las demás. Mas
la razón te aseguraría que todas son la misma pregunta. Dijimos que en este año se haría hincapié en
la igualdad de las cosas que son iguales. Esta última pregunta, que es en verdad la
última con respecto a la cual tienes que tomar una decisión, todavía parece
encerrar una amenaza para ti que las otras ya no poseen. Y esta diferencia
imaginaria da testimonio de tu creencia de que a lo mejor la verdad es el
enemigo con el que aún te puedes topar. En esto parece residir, pues, la última
esperanza de encontrar pecado y de no aceptar el poder.
7.
No olvides que la elección entre el pecado y la verdad o la impotencia y el
poder, es la elección entre atacar y curar. Pues la curación emana del poder, y
el ataque, de la impotencia. Es imposible que quieras curar a quien atacas. Y
el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese a salvo
del ataque. ¿Y qué otra cosa podría ser
esta decisión sino la elección entre verle a través de los ojos del cuerpo o
bien permitir que te sea revelado a través de la visión? La manera en que esta decisión da lugar a sus
efectos no es tu problema. Pero tú
decides lo que quieres ver. Éste es un
curso acerca de causas, no de efectos.
8.
Considera detenidamente qué respuesta vas a dar a esa última pregunta que
todavía no has contestado. Y deja que la razón te diga que debe ser contestada
y que la respuesta se encuentra en las otras tres. Te resultará evidente entonces que cuando
observes los efectos del pecado en cualquiera de sus formas, lo único que
necesitarás hacer es simplemente preguntarte a ti mismo lo siguiente: ¿Es esto lo que quiero ver? ¿Es esto lo que
deseo?
9.
Ésta es la única elección que tienes, la base de lo que ocurre. No tiene nada
que ver con la manera en que ocurre, pero sí con el por qué. Pues sobre esto
tienes control. Y si eliges ver un mundo donde no tienes enemigos y donde no
eres impotente, se te proveerán los medios para que lo veas.
10.
¿Por qué es tan importante esta última pregunta? La razón te dirá por qué. Es
igual a las otras tres, salvo en lo que respecta al tiempo. Las otras son
decisiones que puedes tomar, volverte atrás y luego volverlas a tomar. Pero la verdad es constante, e implica un
estado en el que las vacilaciones son imposibles. Puedes desear un mundo en el
que tú gobiernas y no uno que te gobierna a ti, y luego cambiar de parecer. Puedes
desear intercambiar tu impotencia por poder y luego perder ese deseo cuando un
ligero destello de pecado te atrae. Y puedes desear ver un mundo incapaz de
pecar y, sin embargo, permitir que un “enemigo” te tiente a usar los ojos del
cuerpo y a cambiar de parecer.
11.
El contenido de todas esas preguntas es el mismo. Pues cada una de ellas te pregunta si estás
dispuesto a intercambiar el mundo del pecado por lo que el Espíritu Santo ve,
puesto que es esto lo que el mundo del pecado niega. Los que ven el pecado, por
lo tanto, están viendo la negación del mundo real. Sin embargo, la última pregunta suma a tu
anhelo de querer ver el mundo real, el deseo de permanencia, de tal forma que
ese deseo se convierta en el único que tengas. Si contestas esta última pregunta con un “sí”,
añades sinceridad a las decisiones que ya has tomado con respecto a las demás. Pues
solo entonces habrás renunciado a la opción de poder cambiar de parecer
nuevamente. Cuando eso deje de interesarte, las otras preguntas quedan
perfectamente contestadas.
12.
¿Por qué crees que no estás seguro de que las otras preguntas hayan sido
contestadas? ¿Sería acaso necesario plantearlas con tanta frecuencia si ya se
hubiesen contestado? Hasta que no se haya tomado la decisión final, la
respuesta será a la vez un “sí” y un “no”. Pues has contestado sin darte cuenta de que
“sí” quiere decir que has dicho “no al no”. Nadie decide en contra de su propia
felicidad, pero puede hacerlo si no se da cuenta de que eso es lo que está
haciendo. Y si él ve su felicidad como
algo que cambia constantemente, es decir, ahora es esto, luego otra cosa y más
tarde una sombra elusiva que no está vinculada a nada, no podrá sino decidir en
contra de ella.
13.
La felicidad elusiva, la que cambia de forma según el tiempo o el lugar, es una
ilusión que no significa nada. La
felicidad tiene que ser constante porque se alcanza mediante el abandono del deseo
de lo que no es constante. La dicha no
se puede percibir excepto a través de una visión constante. Y la visión constante solo se les concede a aquellos
que desean la constancia. El poder del
deseo del Hijo de Dios sigue siendo la prueba de que todo aquel que se
considera a sí mismo impotente está equivocado. Desea lo que quieres, y eso será lo que contemplarás
y creerás que es real. No hay un solo
pensamiento que esté desprovisto del poder de liberar o de matar. 8 Ni ninguno
que pueda abandonar la mente del pensador o dejar de tener efectos sobre él.
VIII. El
cambio interno
1.
¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? ¡Para los cuerpos sí! Los pensamientos que parecen destruir son
aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. Y así, “muere”
por razón de lo que aprendió. Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de
que valoró lo efímero más que lo constante. Seguramente creyó que quería la
felicidad. Mas no la deseó porque la
felicidad es la verdad y, por lo tanto, no puede sino ser constante.
2.
Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. Sin
embargo, si pudieras imaginar cómo sería, la desearías aunque no la
entendieses. En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios
de ninguna clase. Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su
Creación. Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él
sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. No ve lo efímero, pues
desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. Nada tiene el poder de alterar
su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. Les llega a aquellos que comprenden que la
última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo
modo en que la paz no puede sino llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.
3.
La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente. Pues si lo que deseas se te concede, y la
felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para
gozar de ella eternamente. Y si siendo
lo que es no gozas de ella siempre, es que no la pediste. Pues nadie deja de pedir
lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo. Tal vez esté
equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo pide. No obstante, pedirá porque desear algo es una
solicitud, una petición, hecha por alguien a quien Dios Mismo nunca dejaría de
responder. Dios ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. Mas aquello de
lo que no está seguro, Dios no se lo puede dar. Pues mientras siga estando
inseguro es que no lo desea realmente, y el otorgamiento de Dios no podría ser
completo a menos que se reciba.
4.
Tú que completas la Voluntad de Dios y que eres Su Felicidad; tú cuya voluntad
es tan poderosa como la Suya y cuyo poder no puedes perder ni en tus ilusiones,
piensa detenidamente por qué razón no has decidido todavía cómo vas a contestar
la última pregunta. Tu respuesta a las otras te ha ayudado a estar parcialmente
cuerdo. Es la última, no obstante, la que realmente pregunta si estás dispuesto
a estar completamente cuerdo.
5.
¿Qué es el instante santo sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que
Él te ha dado? He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo
que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. He
aquí la paz constante que podrías experimentar siempre. He aquí revelado ante
ti lo que la negación ha negado. Pues aquí la última pregunta ya está contestada,
y lo que pides, concedido. Aquí el
futuro es ahora, pues el tiempo es impotente ante tu deseo de lo que nunca ha
de cambiar. Pues has pedido que nada se interponga entre la santidad de tu
relación y tu conciencia de esa santidad.
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