Capítulo 27
LA CURACIÓN DEL SUEÑO
I. El cuadro de la
crucifixión
1. El deseo de ser tratado injustamente es un intento de querer
transigir combinando el ataque con la inocencia. ¿Quién podría combinar lo que
es totalmente incompatible y formar una unidad con lo que jamás puede unirse? Si
recorres el camino de la bondad, no tendrás miedo del mal ni de las sombras de
la noche. Mas no pongas símbolos de terror en tu senda, pues, de lo contrario,
tejerás una corona de espinas de la que ni tu hermano ni tú se podrán librar. No
puedes crucificarte solo a ti mismo. Y si eres tratado injustamente, tu hermano
no puede sino pagar por la injusticia que tú percibes. No puedes sacrificarte solo
a ti mismo, pues el sacrificio es total. Si de alguna manera el sacrificio
fuese posible, incluiría a toda la Creación de Dios y al Padre junto con Su
bienamado Hijo.
2. En tu liberación del sacrificio se pone de manifiesto la de tu
hermano, haciéndose así evidente que tu liberación es la suya. Mas cada vez que
sufres ves en ello la prueba de que él es culpable de haberte atacado. De esta
manera, te conviertes a ti mismo en la evidencia de que él ha perdido su
inocencia y de que solo necesita contemplarte para darse cuenta de que ha sido
condenado. Pero la justicia se encargará de que él pague por todas las injusticias
cometidas contra ti. La injusta venganza por la que tú estás pagando ahora, es
él quien debería pagar por ella y cuando recaiga sobre él, tú te liberarás. No
desees hacer de ti mismo un símbolo viviente de su culpabilidad, pues no te
podrás escapar de la sentencia de muerte a la que lo condenes. Mas en su
inocencia hallarás la tuya.
3. Siempre que consientes sufrir, sentir privación, ser tratado
injustamente o tener cualquier tipo de necesidad, no haces sino acusar a tu
hermano de haber atacado al Hijo de Dios. Presentas ante sus ojos el cuadro de
tu crucifixión, para que él pueda ver que sus pecados están escritos en el
Cielo con tu sangre y con tu muerte, y que van delante de él, cerrándole el
paso al umbral celestial y condenándolo al infierno. Mas esto solo está escrito
así en el infierno, no en el Cielo, donde te encuentras a salvo del ataque y eres
la prueba de su inocencia. La imagen que le ofreces de ti, te la muestras a ti
mismo y le impartes toda tu fe. El Espíritu Santo, en cambio, te ofrece una
imagen de ti para que se la muestres a tu hermano, en la que no hay dolor ni
reproche alguno. Y aquello de lo que se hizo un mártir para que diera
testimonio de su culpabilidad se convierte ahora en el perfecto testigo de su
inocencia.
4. El poder de un testigo trasciende toda creencia debido a la
convicción que trae consigo. Se le cree porque apunta más allá de sí mismo
hacia lo que representa. Tu sufrimiento y tus enfermedades no reflejan otra
cosa que la culpabilidad de tu hermano, y son los testigos que le presentas no
sea que se olvide del daño que te ocasionó, del que juras jamás escapará. Aceptas
esta lamentable y enfermiza imagen siempre que sirva para castigarle. Los
enfermos no sienten compasión por nadie e intentan matar por contagio. La
muerte les parece un precio razonable si con ello pueden decir: “Mírame hermano,
por tu culpa muero”. Pues la enfermedad da testimonio de la culpabilidad de su
hermano, y la muerte probaría que sus errores fueron realmente pecados. La
enfermedad no es sino una “leve” forma de muerte, una forma de venganza que
todavía no es total. No obstante, habla con certeza en nombre de lo que
representa. La amarga y desolada imagen que le has presentado a tu hermano, tú
la has contemplado con pesar. Y has creído todo lo que dicha imagen le mostró
porque daba testimonio de su culpabilidad, la cual tú percibiste y amaste.
5. Ahora el Espíritu Santo deposita, en las manos que mediante su
contacto con Él se han vuelto mansas, una imagen de ti muy diferente. Sigue
siendo la imagen de un cuerpo, pues lo que realmente eres no se puede ver ni
imaginar. No obstante, esta imagen no se ha usado para atacar, por lo tanto,
jamás ha experimentado sufrimiento alguno. Da testimonio de la eterna verdad de
que nada te puede herir y apunta más allá de sí misma hacia tu inocencia y la
de tu hermano. Muéstrale esto, y él se dará cuenta de que toda herida ha sanado
y de que todas las lágrimas han sido enjugadas felizmente y con amor. Y tu
hermano contemplará su propio perdón allí, y con ojos que han sanado mirará más
allá de la imagen hacia la inocencia que ve en ti. He aquí la prueba de que nunca pecó; de que
nada de lo que su locura le ordenó hacer ocurrió jamás ni tuvo efectos de
ninguna clase; de que ningún reproche que haya albergado en su corazón estuvo
jamás justificado y de que ningún ataque podrá jamás hacerle sentir el venenoso
e inexorable aguijón del temor.
6. Sé un testigo de su inocencia y no de su culpabilidad. Tu curación
es su consuelo y su salud porque demuestra que las ilusiones no son reales. El
factor motivante de este mundo no es la voluntad de vivir, sino el deseo de
morir. El único propósito que tiene es probar que la culpa es real. Ningún
pensamiento, acto o sentimiento mundano tiene otra motivación que ésa. Éstos
son los testigos que se convocan para que se crea en ellos y para que
corroboren el sistema que representan y en favor del cual hablan. Y cada uno de
ellos tiene muchas voces, y les hablan a ti y a tu hermano en diferentes
lenguas. Sin embargo, el mensaje que les dan a ambos es el mismo. Engalanar el
cuerpo es una forma de mostrar cuán hermosos son los testigos de la culpa. Preocuparte
por el cuerpo demuestra cuán frágil y vulnerable es tu vida; cuán fácilmente puede
quedar destruido lo que amas. La depresión habla de muerte, y la vanidad, de
tener un gran interés por lo que no es nada.
7. La enfermedad, no importa en qué forma se manifieste, es el testigo
más convincente de la futilidad y el que refuerza a todos los demás y les ayuda
a pintar un cuadro en el que el pecado está justificado. Los enfermos creen que todas sus extrañas
necesidades y todos sus deseos antinaturales están justificados. Pues “¿quién
podría amar una vida que queda truncada tan pronto y no atribuirle valor a los
gozos pasajeros? ¿Qué placer hay que sea
duradero? ¿No tienen los débiles el derecho de creer que cada migaja de placer
robado constituye su justa retribución por la brevedad de sus vidas? Pues pagarán con su muerte por todos sus
placeres tanto si disfrutan de ellos como si no. A la vida siempre le llega su
fin, sea cual sea la forma en que ésta se viva”. Por lo tanto, se deleitan con lo pasajero y lo
efímero.
8. Nada de esto es un pecado, sino un testigo de la absurda creencia
de que el pecado y la muerte son reales y de que tanto la inocencia como el
pecado acabarán igualmente en la tumba. Si esto fuera cierto, tendrías
ciertamente motivos para contentarte con ir en pos de gozos pasajeros y
disfrutar de cada pequeño placer siempre que tuvieras la oportunidad. No
obstante, en este cuadro no se percibe al cuerpo como algo neutral y desprovisto
de un objetivo intrínseco. Pues se convierte en el símbolo del reproche y en la
prueba de la culpabilidad, cuyas consecuencias aún están ahí a la vista, de
modo que la causa jamás se pueda negar.
9. Tu función consiste en mostrarle a tu hermano que el pecado carece
de causa. ¡Cuán fútil tiene que ser verte a ti mismo como la prueba fehaciente
de que lo que tu función es, jamás se podrá realizar! La imagen que te ofrece
el Espíritu Santo no convierte al cuerpo en algo que éste no es. Lo único que
hace es purificarlo de todo vestigio de acusación y reproche. Al
representársele como algo carente de propósito, no se le puede considerar ni
enfermo ni saludable, ni bueno ni malo. No da lugar a que se le pueda juzgar en
modo alguno. No tiene vida, pero tampoco está muerto. Cualquier experiencia de
amor o de miedo le es ajena. Pues ahora no da testimonio de nada, al no tener
ningún propósito y al encontrarse la mente libre otra vez para determinar cuál
debe ser su propósito. Ahora el cuerpo no está condenado, sino en espera de que
se le confiera un propósito, de modo que pueda llevar a cabo la función que se
le ha de encomendar.
10. En este espacio vacío, del que el objetivo de pecado ha sido
erradicado, se puede recordar el Cielo. Ahora su paz puede descender hasta aquí
y la perfecta curación reemplazar a la muerte. El cuerpo puede convertirse en
un símbolo de vida, en una promesa de redención y en un hálito de inmortalidad
para aquellos que están cansados de respirar el fétido hedor de la muerte. Deja
que su propósito sea sanar. De esta manera, pregonará el mensaje que recibió y,
mediante su salud y belleza, proclamará la verdad y el valor de lo que
representa. Deja que reciba el poder de representar una vida que no tiene fin,
por siempre a salvo del ataque. Y deja que su mensaje para tu hermano sea:
“Contémplame hermano, gracias a ti vivo”.
11. La manera más fácil de dejar que esto se logre es simplemente
ésta: no permitas que el cuerpo tenga ningún propósito procedente del pasado,
cuando estabas seguro de que sabías que su propósito era fomentar la culpa. Pues
esto—afirma tu imagen enfermiza—es un símbolo duradero de lo que el cuerpo
representa. Y ello impide que se le pueda conferir una perspectiva diferente,
un propósito distinto. Tú no sabes cuál es su propósito. No hiciste sino darle
la ilusión de un propósito a una cosa que concebiste para ocultar de ti mismo
tu función. Esta cosa sin propósito no puede ocultar la función que el Espíritu
Santo te encomendó. Deja, pues, que el propósito del cuerpo y tu función se
reconcilien finalmente y se consideren lo mismo.
II. El temor a sanar
1. ¿Es atemorizante sanar? Sí, para muchos lo es. Pues la acusación es
un obstáculo para el amor, y los cuerpos enfermos son ciertamente acusadores. Obstruyen
completamente el camino de la confianza y de la paz, proclamando que los
débiles no pueden tener confianza y que los lesionados no tienen motivos para
gozar de paz. “¿Quién que haya sido herido por su hermano podría amarlo aún y
confiar en él? Pues su hermano lo atacó y lo volverá a hacer. No lo protejas,
ya que tu cuerpo lesionado demuestra que es a ti a quien se debe proteger de
él. Tal vez perdonarlo sea un acto de caridad, pero no es algo que él se
merezca. Se le puede compadecer por su culpabilidad, pero no puede ser eximido.
Y si le perdonas sus transgresiones, no haces sino añadir otro fardo más a la
culpa que realmente ya ha acumulado.”
2. Los que no han sanado no pueden perdonar. Pues son los testigos de
que el perdón es injusto. Prefieren conservar las consecuencias de la culpa que
no reconocen. No obstante, nadie puede perdonar un pecado que considere real. Y
lo que tiene consecuencias tiene que ser real porque lo que ha hecho está ahí a
la vista. El perdón no es piedad, la cual no hace sino tratar de perdonar lo
que cree que es verdad. No se puede
devolver bondad por maldad, pues el perdón no establece primero que el pecado sea
real para luego perdonarlo. Nadie que esté hablando en serio diría: “Hermano,
me has herido. Sin embargo, puesto que de los dos yo soy el mejor, te perdono
por el dolor que me has ocasionado”. Perdonarle y seguir sintiendo dolor es
imposible, pues ambas cosas no pueden coexistir. Una niega a la otra y hace que
sea falsa.
3. Ser testigo del pecado y al mismo tiempo perdonarlo es una paradoja
que la razón no puede concebir. Pues afirma que lo que se te ha hecho no merece
perdón. Y si lo concedes, eres clemente con tu hermano, pero conservas la
prueba de que él no es realmente inocente. Los enfermos siguen siendo acusadores.
No pueden perdonar a sus hermanos ni perdonarse a sí mismos. Nadie sobre quien
el verdadero perdón descanse puede sufrir, pues ya no exhibe la prueba del pecado
ante los ojos de su hermano. Por lo tanto, debe haberlo pasado por alto y
eliminado de su vista. El perdón no puede ser para uno y no para el otro. El
que perdona se cura. Y en su curación radica la prueba de que ha perdonado
verdaderamente y de que no guarda traza alguna de condenación que todavía
pudiera utilizar contra sí mismo o contra cualquier ser vivo.
4. El perdón no es real a menos que les brinde curación a tu hermano y
a ti. Debes dar testimonio de que sus pecados no tienen efecto alguno sobre ti
para así demostrar que no son reales. ¿De qué otra manera podría ser él inocente?
¿Y cómo podría estar justificada su inocencia a menos que sus pecados
carecieran de los efectos que confirmarían su culpabilidad? Los pecados están
más allá del perdón simplemente porque entrañarían efectos que no podrían
cancelarse ni pasarse por alto completamente. En el hecho de que puedan
cancelarse radica la prueba de que son simplemente errores. Permítete ser
curado para que de este modo puedas perdonar y ofrecer salvación a tu hermano y
ofrecértela a ti.
5. Un cuerpo enfermo demuestra que la mente no ha sanado. Un milagro
de curación prueba que la separación no tiene efectos. Creerás en aquello que le
quieras probar a tu hermano. El poder de tu testimonio procede de tus
creencias. Y todo lo que dices, haces o piensas no hace sino dar testimonio de
lo que le enseñas. Tu cuerpo puede ser el medio para demostrarle que nunca ha
sufrido por su causa. Y al sanar puede ofrecerle un mudo testimonio de su
inocencia. Este testimonio es el que puede hablar con más elocuencia que mil
lenguas juntas, pues le prueba que ha sido perdonado.
6. Un milagro no le puede ofrecer menos a él de lo que te ha dado a
ti. De esta manera, tu curación demuestra que tu mente ha sanado y que ha
perdonado lo que tu hermano no hizo. Y así, él se convence de que jamás perdió
su inocencia y sana junto contigo. El milagro des-hace de este modo todas las
cosas que, según el mundo, jamás podrían des-hacerse. Y la desesperanza y la
muerte no pueden sino desaparecer ante el ancestral clarín que llama a la Vida.
Esta llamada es mucho más poderosa que las débiles y miserables súplicas de la
muerte y la culpabilidad. La ancestral Llamada que el Padre le hace a Su Hijo,
y el Hijo a los suyos, será la última trompeta que el mundo oirá. Hermano, la
muerte no existe. Y aprenderás esto cuando tu único deseo sea mostrarle a tu hermano
que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas con tu sangre y,
por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle,
mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un absurdo
sueño.
7. ¡Cuán justos son los milagros! Pues les otorgan a ti y a tu hermano
el mismo regalo de absoluta liberación de la culpa. Tu curación les evita dolor
a ti y a él, y sanas porque le deseaste el bien. Ésta es la ley que el milagro
obedece: la curación no ve diferencias en absoluto. No procede de la compasión,
sino del amor. Y el amor quiere demostrar que todo sufrimiento no es sino una
vana imaginación, un absurdo deseo sin consecuencia alguna. Tu salud es uno de
los resultados de tu deseo de no ver a tu hermano con las manos manchadas de
sangre ni de ver culpabilidad en su corazón que se ha vuelto pesado por la
prueba del pecado que carga. Y lo que deseas se te concede para que lo puedas
ver.
8. El “costo” de tu serenidad es la suya. Éste es el “precio” que el
Espíritu Santo y el mundo interpretan de manera diferente. El mundo lo percibe
como una afirmación del “hecho” de que con tu salvación se sacrifica la suya. El
Espíritu Santo sabe que tu curación da testimonio de la suya y de que no puede
hallarse aparte de ella en absoluto. Mientras tu hermano consienta sufrir tú no
podrás sanar. Mas le puedes mostrar que su sufrimiento no tiene ningún
propósito ni causa alguna. Muéstrale que has sanado, y él no consentirá sufrir
por más tiempo. Pues su inocencia habrá quedado clara ante sus propios ojos y
ante los tuyos. Y la risa reemplazará sus lamentos, pues el Hijo de Dios habrá
recordado que él es el Hijo de Dios.
9. ¿Quién tiene entonces miedo de sanar? Solo aquellos para quienes el
sacrificio y el dolor de su hermano representan su propia serenidad. Su propia
impotencia y debilidad les sirven de base para justificar el dolor de su
hermano. El constante aguijón de la culpa que éste experimenta les sirve para
probar que él es un esclavo, pero que ellos son libres. El constante dolor que
sufren es la prueba de que son libres porque mantienen cautivo a su hermano. Y
desean la enfermedad para evitar que la balanza del sacrificio se incline a
favor de él. ¿Cómo se podría persuadir al Espíritu Santo para que se detuviese
por un instante, o incluso menos, a razonar con semejantes argumentos en favor
de la enfermedad? ¿Y es acaso menester demorar tu curación porque te detengas a
escuchar a la demencia?
10. Tu función no es corregir. La función de corregir le corresponde a
Uno que conoce la justicia, no la culpabilidad. Si asumes el papel de
corrector, ya no puedes llevar a cabo la función de perdonar. Nadie puede
perdonar hasta que aprende que corregir es tan solo perdonar, nunca acusar. Por
tu cuenta, no podrás percatarte de que son lo mismo y de que, por lo tanto, no
es a ti a quien corresponde corregir. Identidad y función son una misma cosa, y
mediante tu función te conoces a ti mismo. De modo que si confundes tu función
con la función de Otro, es que estás confundido con respecto a ti mismo y con
respecto a Quién eres. ¿Qué es la
separación sino un deseo de arrebatarle a Dios Su función y negar que sea Suya?
Mas si no es Su función, tampoco es la tuya, pues no puedes por menos que
perder aquello de lo que te apropias.
11. En una mente escindida, la Identidad no puede sino dar la impresión
de que está dividida. Nadie puede percibir que una función está unificada, si
ésta tiene propósitos conflictivos y objetivos diferentes. Para una mente tan
dividida como la tuya, corregir no es sino una manera de castigar a otro por
los pecados que crees son tus propios pecados. Y de este modo, el otro se
convierte en tu víctima, no en tu hermano, diferente de ti por el hecho de ser
más culpable y tener, por lo tanto, necesidad de que lo corrijas, al ser tú más
inocente que él. Esto separa su función de la tuya y les da a ambos un papel
diferente. Y así, no pueden ser percibidos como uno y con una sola función, lo cual
querría decir que comparten una misma identidad y un solo objetivo.
12. La corrección que tú quisieras llevar a cabo no puede sino causar
separación, ya que ésa es la función que tú le otorgaste. Cuando percibas que
la corrección es lo mismo que el perdón, sabrás también que la Mente del
Espíritu Santo y la tuya son una. 3 Y de esta manera, habrás hallado tu
Identidad. No obstante, Él tiene que operar con lo que se le da, y tú solo le
permites ocupar la mitad de tu mente. Y así, Él representa la otra mitad, y
parece tener un propósito diferente de aquel que abrigas y crees que es el
tuyo. De este modo, tu función parece estar dividida, con una de sus mitades en
oposición a la otra. Esas dos mitades parecen representar la separación de un
ser que se percibe dividido en dos.
13. Observa cómo esta percepción de ti mismo no puede sino extenderse,
y no pases por alto el hecho de que todo pensamiento se extiende porque ése es
su propósito debido a lo que es. De la idea de que el ser se compone de dos
partes, surge necesariamente el punto de vista de que su función está dividida
entre las dos. Pero lo que quieres corregir es solamente la mitad del error,
que tú crees que es todo el error. Los pecados de tu hermano se convierten, de
este modo, en el blanco central de la corrección, no vaya a ser que tus errores
y los suyos se vean como el mismo error. Los tuyos son equivocaciones, pero los
suyos son pecados y, por ende, no son como los tuyos. Los suyos merecen
castigo, mientras que los tuyos, si vamos a ser justos, deberían pasarse por
alto.
14. De acuerdo con esta interpretación de lo que significa corregir no
podrás ver tus propios errores. Pues habrás trasladado el blanco de la
corrección fuera de ti mismo, sobre uno que no puede ser parte de ti mientras
esa percepción perdure. Aquel al que se
condena jamás puede volver a formar parte del que lo acusa, quien lo odiaba y
todavía lo sigue odiando por ser un símbolo de su propio miedo. He aquí a tu
hermano, el blanco de tu odio, quien no es digno de formar parte de ti, y es,
por lo tanto, algo externo a ti: la otra mitad, la que se repudia. Y solo lo
que se deja privado de su presencia se percibe como todo lo que tú eres. El Espíritu Santo tiene que representar esta otra
mitad hasta que tú reconozcas que es la otra mitad. Y Él hace esto asignándoles a ti y a tu hermano la misma función y no una diferente.
15. Corregir es la función que se les ha dado a ambos, pero no a
ninguno por separado. Y cuando la llevan a cabo reconociendo que es una función
que comparten, no puede sino corregir los errores de ambos. No puede dejar
errores sin corregir en uno y liberar al otro. Eso sería un propósito dividido
que, por lo tanto, no podría compartirse ni ser el objetivo en el que el Espíritu
Santo ve el Suyo Propio. Y puedes estar seguro de que Él no llevará a cabo una
función que no vea y reconozca como Propia. Pues solo así puede mantener la de ustedes
intacta, a pesar de sus diferentes puntos de vista con respecto a lo que es su
función. Si Él apoyase una función dividida, estarían ciertamente perdidos. La
incapacidad del Espíritu Santo de ver Su objetivo dividido y como algo distinto
para cada uno, te resguarda de volverte consciente de una función que no es la
tuya. De esta manera, la curación se les concede a los dos.
16. La corrección debe dejarse en manos de Uno que sabe que la corrección
y el perdón son lo mismo. Cuando solo se
dispone de la mitad de la mente, esto es incomprensible. Deja, pues, la
corrección en manos de la Mente que está unida y que opera cual una sola porque
su propósito es indiviso y únicamente puede concebir como Suya una sola
función. He aquí la función que se le dio, concebida para que fuese la Suya y
no algo aparte de lo que su Dador conserva precisamente porque es una función
que se ha compartido. En Su aceptación de esta función residen los medios a
través de los cuales tu mente se unifica. Este único propósito unifica las dos
mitades de ti que tú percibes como separadas. Y cada uno perdona al otro, a fin
de poder aceptar su otra mitad como parte de sí mismo.
III. Más allá de todo
símbolo
1. El poder no puede oponerse a nada. Pues ello lo debilitaría, y la
idea de un poder debilitado es una contradicción intrínseca. Una fuerza débil
es algo que no tiene sentido, y si el poder se utiliza con el propósito de
debilitar, se está utilizando para limitar. Por lo tanto, no puede sino ser
limitado y débil, ya que ése es su propósito. Para ser lo que es, el poder no
puede tener opuestos. Ninguna debilidad puede adentrarse en él sin convertirlo
en algo que no es. Debilitar es limitar e imponer un opuesto que contradice al
concepto que ataca. Y eso añade al concepto algo que es ajeno a él y lo hace ininteligible.
¿Quién podría entender conceptos tan contradictorios como “un poder-débil” o
“un amor-odioso”?
2. Has decidido hacer de tu hermano el símbolo de un “amor-odioso”, de
un “poder-débil”, pero sobre todo, de una “muerte-viviente”. Y así, él no significa
nada para ti, pues simboliza algo que no tiene sentido. Representa un pensamiento que se compone de
dos partes, en el que una de ellas anula la otra. Sin embargo, la mitad que se
anula contradice de inmediato a la otra, de modo que ambas desaparecen. Y ahora
él no representa nada. Los símbolos que no representan otra cosa que ideas
inexistentes no pueden sino representar la vacuidad y la nada. Sin embargo, la
vacuidad y la nada no pueden ser una interferencia. Lo que puede interferir en
la conciencia de la realidad es la creencia de que hay algo en ellas.
3. La imagen que ves de tu hermano no significa nada. No hay nada en
ella que atacar o negar, amar u odiar, dotar de poder o considerar débil. La
imagen ha sido completamente obliterada porque era el símbolo de una
contradicción que anulaba al pensamiento que representaba. Por lo tanto, la
imagen no tiene causa en absoluto. ¿Quién puede percibir efectos sin causa? ¿Qué
puede ser aquello que carece de causa sino la nada? La imagen de tu hermano que
tú ves jamás ha estado ahí ni jamás ha existido. Deja, pues, que el espacio
vacío que ocupa se reconozca como vacante, y que el tiempo que se haya dedicado
a verla se perciba como un tiempo desperdiciado en vano, un intervalo de tiempo
en blanco.
4. Un espacio vacío que no se percibe ocupado y un intervalo de tiempo
que no se considere usado ni completamente empleado, se convierten en una
silenciosa invitación a la verdad para que entre y se sienta como en su casa. No
se puede hacer ningún preparativo que aumente el verdadero atractivo de esta
invitación. Pues lo que se deja vacante Dios lo llena, y allí donde Él está
tiene que morar la Verdad. La Creación es un poder que no se puede debilitar y
que no tiene opuestos. Para esto no hay símbolos. Nada puede apuntar hacia lo
que está más allá de la Verdad, pues, ¿qué podría representar lo que es más que
todo? El verdadero des-hacimiento, no obstante, tiene que ser benévolo. Por lo
tanto, la primera imagen que reemplaza a la tuya, es otra clase de imagen.
5. De la misma manera en que la nada no puede ser representada,
tampoco existe un símbolo que pueda representar la totalidad. La realidad, en
última instancia, solo se puede conocer libre de cualquier forma, sin imágenes
que la representen y sin ser vista. El perdón aún no se reconoce como un poder
completamente exento de límites. Sin embargo, no fija ninguno de los límites
que tú has decidido imponer. El perdón es el medio que representa a la verdad
temporalmente. Le permite al Espíritu Santo llevar a cabo un intercambio de
imágenes, mientras los recursos de aprendizaje aún tengan sentido y el aprendizaje
no haya concluido. Ningún recurso de aprendizaje es útil una vez que se alcanza
el objetivo del aprendizaje, pues entonces deja de tener utilidad. Pero durante
el aprendizaje se utiliza de una manera que ahora temes, pero que llegarás a
amar.
6. La imagen de tu hermano que se te ha dado para que ocupe el lugar
que tan recientemente dejaste desocupado y vacante no necesitará defensa de
ninguna clase. Pues le darás una preferencia abrumadora. No te demorarás ni un
instante en decidir que ésa es la única imagen de él que quieres. No representa
conceptos contradictorios, y aunque no
es más que la mitad de la imagen y está incompleta, en sí misma es homogénea. La
otra mitad de lo que representa sigue siendo desconocida, pero no se ha
anulado. Y de este modo, Dios queda en libertad para dar el paso final. Para
esto no necesitas imágenes ni recursos de aprendizaje. Y lo que en última
instancia habrá de ocupar el lugar de todo recurso de aprendizaje,
sencillamente será.
7. El perdón se desvanece y los símbolos caen en el olvido, y nada que
los ojos hayan visto o los oídos escuchado permanece ahí para ser percibido. Un
poder completamente ilimitado ha venido, no a destruir, sino a recibir lo suyo.
En lo que respecta a tu función, no hay opciones entre las que elegir en
ninguna parte. La opción que temes perder, nunca la tuviste. Sin embargo, eso
es lo único que parece ser un obstáculo para el poder ilimitado y los pensamientos
homogéneos, los cuales gozan de plenitud y felicidad y no tienen opuestos. No
conoces la paz del poder que no se opone a nada. Sin embargo, ninguna otra
clase de poder puede existir en absoluto. Dale la bienvenida al Poder que yace
más allá del perdón y del mundo de los símbolos y las limitaciones. Él prefiere
simplemente ser y, por lo tanto, simplemente es.
IV. La callada
respuesta
1. En la quietud todas las cosas reciben respuesta y todo problema
queda resuelto serenamente. Pero en medio del conflicto no puede haber
respuesta ni se puede resolver nada, pues su propósito es asegurarse de que no
haya solución y de que ninguna respuesta sea simple. Ningún problema puede
resolverse dentro del conflicto, pues se le ve de diferentes maneras. Y lo que
sería una solución desde un punto de vista, no lo es desde otro. Tú estás en
conflicto. Por lo tanto, es evidente que no puedes resolver nada en absoluto,
pues los efectos del conflicto no son parciales. No obstante, si Dios dio una
solución, de alguna manera tus problemas tienen que haberse resuelto, pues lo
que Su Voluntad dispone ya se ha hecho.
2. Por eso es por lo que el tiempo no está involucrado en la solución
de ningún problema, ya que cualquiera de ellos se puede resolver ahora mismo. Y
por eso es también por lo que, en tu estado mental, ninguna solución es
posible. Dios tiene que haberte dado, por lo tanto, una manera de alcanzar otro
estado mental en el que se encuentra la solución. Tal es el instante santo. Ahí
es donde debes llevar y dejar todos tus problemas. Ahí es donde les corresponde
estar, pues ahí se encuentra su solución. Y si su solución se encuentra ahí, el
problema tiene que ser simple y fácil de resolver. No tiene objeto tratar de
resolver un problema donde es imposible que se encuentre su solución. Mas es
igualmente seguro que se resolverá si se lleva donde ésta se encuentra.
3. No intentes resolver ningún problema excepto desde la seguridad del
instante santo. Pues ahí el problema tiene solución y queda resuelto. Fuera de
él no habrá solución, pues fuera de él no puede hallarse respuesta alguna. No
hay lugar fuera de él donde jamás se pueda plantear ni una sola pregunta
sencilla. El mundo solo puede hacer preguntas que se componen de dos partes.
Una pregunta con muchas respuestas no tiene respuesta. Ninguna de ellas sería
válida. El mundo no hace preguntas con la intención de que sean contestadas,
sino solo para reiterar su propio punto de vista.
4. Las preguntas que se hacen
en este mundo no son realmente preguntas, sino solo una manera de ver las
cosas. Ninguna pregunta que se haga con odio puede ser contestada porque de por
sí ya es una respuesta. Una pregunta que
se compone de dos partes, pregunta y responde simultáneamente, y ambas cosas
dan testimonio de lo mismo aunque de forma diferente. El mundo tan solo hace
una pregunta y es ésta: “De todas estas ilusiones, ¿cuál es verdad? ¿Cuáles proclaman
paz y ofrecen dicha? ¿Y cuál puede ayudarte a escapar de todo el dolor del que
este mundo está hecho?” Independientemente
de la forma que adopte la pregunta, su propósito es siempre el mismo: pregunta solo
para establecer que el pecado es real y responde en forma de preferencias.
“¿Qué pecado prefieres? Éste es el que debes elegir. Los otros no son verdad. ¿Qué
quieres que el cuerpo obtenga para ti que tú deseas por encima de todo? Él es tu
siervo y también tu amigo. Dile simplemente lo que quieres y te servirá amorosa
y diligentemente.” Esto no es una pregunta, pues te dice lo que quieres y a
donde debes ir para encontrarlo. No da lugar a que sus creencias se puedan
poner en tela de juicio. Lo único que hace es exponer lo que afirma en forma de
pregunta.
5. Una pseudopregunta carece de respuesta, pues dicta la respuesta al
mismo tiempo que hace la pregunta. Toda pregunta que se hace en el mundo es,
por lo tanto, una forma de propaganda a favor de él. Y así como los testigos
del cuerpo son sus propios sentidos, así también las respuestas a las preguntas
que el mundo plantea están implícitas en las preguntas que hace. Cuando la
respuesta es lo mismo que la pregunta, no aporta nada nuevo ni se aprende nada
de ella. Una pregunta honesta es un medio de aprendizaje que inquiere sobre
algo que tú desconoces. No establece los parámetros a los que se debe ajustar
la respuesta, sino que simplemente pregunta cuál es la respuesta. Mas nadie que
se encuentre en un estado conflictivo es libre de hacer esta clase de pregunta,
pues no desea una respuesta honesta que ponga fin a su conflicto.
6. Solo dentro del instante santo se puede plantear honestamente una
pregunta honesta. Y del significado de la pregunta se derivará todo el
significado que pueda tener la respuesta. Es posible entonces separar tus
deseos de la respuesta, para que ésta se te pueda dar y también para que la
puedas aceptar. La respuesta se ofrece por doquier. Mas solo se puede oír en el
instante santo. Una respuesta honesta no exige sacrificios porque solo contesta
preguntas verdaderas. Las preguntas que hace el mundo tan solo quieren saber a
quién se le debe exigir sacrificio y no si el sacrificio tiene sentido o no. Y
así, a menos que la respuesta indique “a quién se le debe exigir el
sacrificio”, no se reconocerá ni será escuchada, y de este modo la pregunta
seguirá en pie, ya que se contestó a sí misma. El instante santo es aquel en el
que la mente está lo suficientemente serena para poder escuchar una respuesta
que no está implícita en la pregunta; una que ofrece algo nuevo y distinto. ¿Cómo
iba a poderse contestar una pregunta que no hace sino repetirse a sí misma?
7. No trates, por lo tanto, de solventar problemas en un mundo del que
se ha excluido la solución. Lleva más bien el problema al único lugar en el que
se halla la respuesta y en el que se te ofrece amorosamente. En él se
encuentran las respuestas que solventarán tus problemas, pues no forman parte
de ellos y toman en cuenta lo que puede ser contestado: lo que la pregunta
realmente es. Las respuestas que el mundo ofrece no hacen sino suscitar otra
pregunta, si bien dejan la primera sin contestar. En el instante santo puedes
llevar la pregunta a la respuesta y recibir la respuesta que fue formulada
expresamente para ti.
V. El ejemplo de la
curación
1. La única manera de curar es ser curado. El milagro se extiende sin
tu ayuda, pero tú eres esencial para que pueda dar comienzo. Acepta el milagro
de curación y se extenderá por razón de lo que es. Su naturaleza es extenderse
desde el instante en que nace. Y nace en el instante en que se ofrece y se
recibe. Nadie puede pedirle a otro que sane. Pero puede permitirse a sí mismo a
ser sanado, y así ofrecerle al otro lo que él ha recibido. ¿Quién podría
ofrecer a otro lo que él mismo no tiene? ¿Y quién podría compartir lo que se
niega a sí mismo? El Espíritu Santo te habla a ti, no a otro. Y al escucharle, Su Voz se
extiende porque has aceptado lo que dice.
2. La salud es el testigo de la salud. Mientras no se dé testimonio de
ella, no será convincente. Sirve de prueba solo cuando ha sido demostrada, por
lo que tiene que proveer un testigo que nos induzca a creer. Nadie se cura con
mensajes contradictorios. Te curas cuando lo único que deseas es curar. Tu
propósito indiviso hace que esto sea posible. Pero si tienes miedo de la
curación, entonces no puede efectuarse a través de ti. Lo único que se requiere
para que se efectúe es que no haya miedo. Los temerosos no se han curado, por
lo tanto, no pueden curar. Esto no quiere decir que para que puedas curar tenga
que haber desaparecido del todo el conflicto de tu mente. Pues si así fuese, no habría entonces
necesidad de curación. Mas sí quiere decir que, aunque solo sea por un
instante, tienes que amar sin atacar. Un instante es suficiente. Los milagros
no están circunscritos al tiempo.
3. El instante santo es la morada de los milagros. Desde ahí, cada
milagro viene a este mundo como testigo de un estado mental que ha trascendido
el conflicto y alcanzado la paz. El instante santo lleva el consuelo de la paz
al campo de batalla, demostrando así que la guerra no tiene efectos. Pues todo
el dolor que la guerra ha tratado de ocasionar, los cuerpos despedazados y los
miembros mutilados, los moribundos gimientes y los muertos silenciosos son
dulcemente elevados y consolados.
4. Allí donde un milagro ha venido a sanar no hay tristeza. Y lo único
que se requiere para que todo esto ocurra es un instante de tu amor sin traza
alguna de ataque. En ese instante sanas y en ese mismo instante se consuma toda
curación. ¿Qué podría estar separado de ti una vez que has aceptado la
bendición que el instante santo brinda? No tengas miedo de bendecir, pues Aquel
que te bendice ama al mundo y no deja nada en él que pueda ser motivo de temor.
Pero si te niegas a dar tu bendición, el mundo te parecerá ciertamente temible,
pues le habrás negado su paz y su consuelo y lo habrás condenado a la muerte.
5. Aquel que pudo haber salvado a un mundo tan penosamente despojado
de todo, pero que se volvió atrás por temor a ser curado, ¿no vería acaso a ese
mundo como una condenación? Los ojos de
los moribundos reflejan reproche, y el sufrimiento susurra: “¿De qué tienes
miedo?” Examina detenidamente su
pregunta. La hace en tu nombre. El mundo
agonizante tan solo te pide que dejes de atacarte a ti mismo por un instante
para que él pueda sanar.
6. Ven al instante santo y sé curado, pues nada de lo que recibes ahí
se olvida cuando regresas al mundo. Y al
haber sido bendecido, traerás bendiciones contigo. Se te da vida para que se la impartas al mundo
moribundo. Y los ojos dolientes ya no acusarán, sino que brillarán con agradecimiento
hacia ti que los bendijiste. El fulgor del instante santo iluminará tus ojos y
les dará visión para que puedan ver más allá del sufrimiento y, en su lugar,
contemplar la faz de Cristo. La curación reemplaza al sufrimiento. El que ve la
faz de Cristo no lo puede percibir, pues ambas cosas no pueden estar presentes
a la vez. Y el mundo será el testigo de lo que veas y dará testimonio de ello.
7. Así, pues, lo único que el mundo requiere para poder sanar es tu curación.
Solo necesita una lección que se haya
aprendido perfectamente. Y de esta manera, cuando tú la olvides, el mundo te
recordará dulcemente lo que le enseñaste. Debido a su agradecimiento, no dejará
de prestarte apoyo a ti que te dejaste curar para que él pudiera vivir. Invocará
a sus testigos para mostrarte la faz de Cristo a ti que les trajiste la visión,
gracias a la cual ellos la presenciaron. El mundo de acusación es reemplazado
por otro en el que todos los ojos se vuelven amorosamente hacia el Amigo que
les trajo su liberación. Y tu hermano percibirá felizmente los muchos amigos
que antes consideraba enemigos.
8. Aunque los problemas no son algo concreto, se manifiestan en formas
concretas, y son estas formas las que configuran el mundo. Nadie entiende la
naturaleza de su problema, pues, de lo contrario, ya no estaría ahí para que él
lo pudiese ver. La naturaleza misma del problema es que no es un problema. Sin
embargo, mientras él lo perciba así, no podrá verlo tal como es. La curación,
en cambio, es evidente en situaciones concretas y se generaliza para incluirlas
a todas. Esto se debe a que todas ellas son realmente la misma situación, a pesar
de sus diferentes formas. La finalidad de todo aprendizaje es la transferencia,
la cual se consuma cuando dos situaciones distintas se ven como la misma, ya
que lo único que se puede encontrar en ellas son elementos comunes. Esto, no
obstante, solo lo puede lograr Uno que no ve las diferencias que tú ves. No
eres tú quien lleva a cabo la transferencia de lo que has aprendido. Pero el
hecho de que dicha transferencia ya se haya llevado a cabo, a pesar de todas
las diferencias que ves, te convence de que esas diferencias no podían ser
reales.
9. Tu curación se extenderá y se aplicará a problemas que no creías
eran tus problemas. Y resultará evidente
también que todos tus diferentes problemas se resolverán tan pronto como te
hayas librado de uno solo de ellos. No puede ser que sus diferencias sean las
que hayan hecho que esto sea posible, pues el aprendizaje no puede saltar de
una situación a su opuesto y obtener los mismos resultados. Toda curación debe
proceder de manera ordenada, de acuerdo con leyes que han sido percibidas
correctamente y que no se han violado. No dejes que la manera en que las percibes
te haga sentir miedo. Estás equivocado, pero hay Alguien dentro de ti que está
en lo cierto.
10. Deja, pues, la transferencia de tu aprendizaje en manos de Aquel
que realmente entiende sus leyes y que se asegurará de que permanezcan
invioladas e ilimitadas. Tu papel consiste simplemente en aplicarte a ti mismo
lo que Él te ha enseñado y Él hará el resto. Así es como los diferentes y
numerosos testigos de tu aprendizaje te demostrarán el poder de lo que has
aprendido. El primer testigo que verás será a tu hermano, pero tras él habrá
miles, y tras cada uno de éstos mil más. Puede que cada uno de ellos parezca
tener un problema distinto del de los demás. Mas todos se resolverán al
unísono. Y su común resolución demostrará que las preguntas no podían haber
sido distintas.
11. ¡Que la paz sea contigo a quien se le ofrece curación! Y
comprenderás que se te da la paz cuando aceptas la curación para ti mismo. No
necesitas ser consciente de toda su valía para entender que te has beneficiado
de ella. Lo que ocurrió en aquel instante en que el amor entró sin ninguna
traza de ataque, permanecerá contigo para siempre. Tu curación, así como la de
tu hermano, será uno de sus efectos. Dondequiera que vayas contemplarás sus
múltiples efectos. Todos los testigos que contemples, no obstante, serán solo
una fracción de los que realmente existen. La infinitud no se puede entender
contando todas sus partes separadas. Dios te da las gracias por tu curación,
pues Él sabe que es un regalo de amor para Su Hijo y, por lo tanto, un regalo
que se le hace a Él.
VI. Los testigos del
pecado
1. El dolor demuestra que el cuerpo no puede sino ser real. Es una voz
estridente y ensordecedora, cuyos alaridos intentan ahogar lo que el Espíritu
Santo dice e impedir que Sus palabras lleguen hasta tu conciencia. El dolor
exige atención, quitándosela así al Espíritu Santo y centrándola en sí mismo. Su
propósito es el mismo que el del placer, pues ambos son medios de otorgar
realidad al cuerpo. Lo que comparte un mismo propósito es lo mismo. Esto es lo
que estipula la ley que rige todo propósito, el cual une dentro de sí a todos
aquellos que lo comparten. El placer y el dolor son igualmente ilusorios, ya
que su propósito es inalcanzable. Por lo tanto, son medios que no llevan a
ninguna parte, pues su objetivo no tiene sentido. Y comparten la falta de
sentido de que adolece su propósito.
2. El pecado oscila entre el dolor y el placer y de nuevo al dolor. Pues
cualquiera de esos testigos es el mismo y solo tienen un mensaje: “Te
encuentras aquí, dentro de un cuerpo, y se te puede hacer daño. También puedes
tener placer, pero el coste de éste es el dolor”. A estos testigos se unen
muchos más. Cada uno de ellos parece diferente porque tiene un nombre distinto
y, así, parece responder a un sonido diferente. A excepción de esto, los
testigos del pecado son todos iguales. Llámale dolor al placer y dolerá. Llámale
placer al dolor y no sentirás el dolor que se oculta tras el placer. Los
testigos del pecado no hacen sino cambiar de un término a otro, según uno de
ellos ocupa el primer plano y el otro retrocede al segundo. Es irrelevante, no
obstante, cuál de ellos tenga primacía en cualquier momento dado. Los testigos
del pecado solo oyen la llamada de la muerte.
3. El cuerpo, que de por sí carece de propósito, contiene todas tus
memorias y esperanzas. Te vales de sus ojos para ver y de sus oídos para oír, y
dejas que te diga lo que siente. Mas él no lo sabe. Cuando convocas a los
testigos de su realidad, te repite únicamente los nombres de éstos que le diste
para que él los usara. No puedes elegir cuál de entre ellos es real, pues
cualquiera que elijas es igual que los demás. Lo único que puedes hacer es
decidir llamarlo por un nombre o por otro, pero eso es todo. No puedes hacer
que un testigo sea verdadero solo porque lo llames con el nombre de la Verdad. La
verdad se encuentra en él si eso es lo que representa. De lo contrario, miente,
aunque lo llames con el santo Nombre de Dios Mismo.
4. El Testigo de Dios no ve testigos contra el cuerpo. Tampoco presta
atención a los testigos que con otros nombres hablan de manera diferente en favor
de la realidad del cuerpo. Él sabe que no es real. Pues nada podría contener lo
que crees que el cuerpo contiene dentro de sí. El cuerpo no puede decirle a una
parte de Dios cómo debe sentirse o cuál es su función. El Espíritu Santo, sin embargo, no puede sino
amar aquello que tú tienes en gran estima. Y por cada testigo de la muerte del
cuerpo, te envía un testigo de la vida que tienes en Aquel que no conoce la
muerte. Cada milagro que trae es un testigo de la irrealidad del cuerpo. Él
cura a éste de sus dolores y placeres por igual, pues todos los testigos del
pecado son reemplazados por los Suyos.
5. El milagro no hace distinciones entre los nombres con los que se llama
a los testigos del pecado. Demuestra simplemente que lo que ellos representan
no tiene efectos. Y puede demostrar esto porque sus propios efectos han venido
a substituirlos. Sea cual sea el término que hayas utilizado para referirte a
tu sufrimiento, éste ya no existe. Aquel que es portador del milagro percibe
que todos esos términos son uno y lo mismo y los llama miedo. De la misma
manera en que el miedo es el testigo de la muerte, el milagro es el testigo de
la vida. Es un testigo que nadie puede refutar, pues los efectos que trae
consigo son los de la vida. Gracias a él los moribundos se recuperan, los
muertos resucitan y todo dolor desaparece. Un milagro, no obstante, no habla en
nombre propio, sino solo en Nombre de lo que representa.
6. El amor, asimismo, tiene símbolos en el mundo del pecado. El
milagro perdona porque representa lo que yace más allá del perdón, lo cual es
verdad. ¡Cuán absurdo y demente es pensar que un milagro pueda estar limitado
por las mismas leyes que vino exclusivamente a abolir! Las leyes del pecado
tienen diferentes testigos con distintos puntos fuertes. Y estos testigos dan
testimonio de diferentes clases de sufrimiento. No obstante, para Aquel que
envía los milagros a fin de bendecir el mundo, una leve punzada de dolor, un
pequeño placer mundano o la agonía de la muerte no son sino el mismo
estribillo: una petición de curación, una llamada de socorro en un mundo de
sufrimiento. De esa similitud es de lo que el milagro da testimonio. Esa similitud es lo que prueba. Las leyes que
consideraban que todas esas cosas eran diferentes son abolidas, lo cual
demuestra su impotencia. El propósito del milagro es lograr esto. Y Dios Mismo
ha garantizado el poder de los milagros por razón de lo que atestiguan.
7. Sé, pues, un testigo del milagro y no de las leyes del pecado. No
hay necesidad de que sigas sufriendo. Pero sí de que sanes, ya que el
sufrimiento y la angustia del mundo han hecho que sea sordo a su propia
necesidad de salvación y liberación.
8. La resurrección del mundo aguarda hasta que sanes y seas feliz para
que puedas demostrar que el mundo ha sanado. El instante santo substituirá todo
pecado solo con que lleves sus efectos contigo. Y nadie elegirá sufrir más. ¿A
qué función mejor que ésta podrías servir? Sana para que así puedas sanar y
evítate el sufrimiento que conllevan las leyes del pecado. Y la verdad te será
revelada a ti que elegiste dejar que los símbolos del amor ocupasen los del
pecado.
VII. El soñador del
sueño
1. Sufrir es poner énfasis en todo lo que el mundo ha hecho para
hacerte daño. En esto puede verse claramente la versión descabellada que el mundo
tiene de la salvación. Al igual que en un sueño de castigo en el que el soñador
no es consciente de lo que provocó el ataque contra él, éste se ve a sí mismo atacado
injustamente y por algo que no es él. Es la víctima de ese “algo”, una cosa
externa a él, por la que no tiene por qué sentirse responsable en absoluto. Él
debe ser inocente porque no sabe lo que hace, sino solo lo que le hacen a él. Su
ataque contra sí mismo, no obstante, aún es evidente, pues es él quien sufre. Y no puede escapar porque ve la causa de su
sufrimiento fuera de sí mismo.
2. Ahora se te está mostrando que sí puedes escapar. Lo único que
necesitas hacer es ver el problema tal como es y no de la manera en que lo has
urdido. ¿Qué otra manera podría haber de resolver un problema que en realidad
es muy simple, pero que se ha envuelto en densas nubes de complicación,
concebidas para que el problema siguiera sin resolverse? Sin las nubes, el
problema se vería en toda su elemental simplicidad. La elección, entonces, no
sería difícil porque una vez que el problema se ve claramente, resulta obvio
que es absurdo. Nadie tiene dificultad alguna en dejar que un problema sencillo
sea resuelto si ve que le está haciendo daño y que se puede resolver
fácilmente.
3. El “razonamiento” que da lugar al mundo, sobre el que descansa y
mediante el cual se mantiene vigente es simplemente éste: “Tú eres la causa de
lo que yo hago. Tu sola presencia justifica mi ira, y existes y piensas aparte
de mí. Yo debo ser el inocente, ya que eres tú el que ataca. Y lo que me hace
sufrir son tus ataques”. Todo el que examina este “razonamiento” exactamente
como es se da cuenta de que es incongruente y de que no tiene sentido. Sin
embargo, da la impresión de ser razonable, ya que ciertamente parece como si el
mundo te estuviese hiriendo. Y así, no parece necesario buscar la causa más
allá de lo obvio.
4. Pero ciertamente hay necesidad de ello. La necesidad de liberar al
mundo de la condenación en la que se halla inmerso es algo que todos los que
habitan en él comparten. Sin embargo, no reconocen esta necesidad común. Pues
cada uno piensa que si desempeña su papel, la condenación del mundo recaería
sobre él. Y esto es lo que percibe debe ser su papel en la liberación del
mundo. La venganza tiene que tener un blanco. De lo contrario, el cuchillo del
vengador se encontraría en sus propias manos, apuntando hacia sí mismo. Pues
para poder ser la víctima de un ataque que él no eligió, tiene que ver el arma
en las manos de otro. Y así, sufre por razón de las heridas que le infligió un
cuchillo que él no estaba empuñando.
5. Ése es el propósito del mundo que ve. Y desde este punto de vista,
el mundo provee los medios por los que dicho propósito parece alcanzarse. Los
medios dan testimonio del propósito, pero no son de por sí la causa. Ni la causa puede cambiar porque se la vea
separada de sus efectos. La causa produce los efectos, los cuales dan luego
testimonio de ella, no de sí mismos. Mira, pues, más allá de los efectos. No es
en ellos donde radica la causa del sufrimiento y del pecado. No centres tu
atención en el sufrimiento ni en el pecado, ya que no son sino reflejos de lo
que los causa.
6. El papel que desempeñas en el proceso de salvar al mundo de la
condenación es la manera en que te escapas tú. Recuerda que el testigo del
mundo del mal solo puede hablar en favor de aquello que vio la necesidad del
mal en el mundo. Y ahí es donde contemplaste tu culpabilidad por primera vez. El
primer ataque contra ti mismo tuvo lugar cuando te separaste de tu hermano. Y
de esto es de lo que el mundo da testimonio. No busques otra causa ni recurras
a las poderosas legiones de sus testigos para des-hacerla. Ellos apoyan la
fidelidad que la separación te exige. Y a lo que oculta la verdad no es adonde
debes dirigirte a fin de encontrar la verdad.
7. Los testigos del pecado ocupan un reducido espacio. Y es ahí donde
encuentras la causa de la perspectiva que tienes acerca del mundo. Hubo un
tiempo en que no eras consciente de cuál era la causa de todo lo que el mundo
parecía hacerte sin tú haberlo pedido o provocado. De lo único que estabas
seguro era de que entre las numerosas causas que percibías como responsables de
tu dolor y sufrimiento, tu culpabilidad no era una de ellas. Ni tampoco eran el
dolor y el sufrimiento algo que tú mismo hubieses pedido en modo alguno. Así es
como surgieron todas las ilusiones. El que las teje no se da cuenta de que es
él mismo quien las urde ni cree que la realidad de éstas dependa de él. Cualquiera
que sea su causa, es algo completamente ajeno a él y su mente no tiene nada que
ver con lo que él percibe. No puede dudar de la realidad de sus sueños porque
no se da cuenta del papel que él mismo desempeña en su fabricación y en hacer
que parezcan reales.
8. Nadie puede despertar de un sueño que el mundo esté soñando por él.
Pues en ese caso él se ha convertido en parte del sueño de otro. No puede
elegir despertar de un sueño que él no urdió. Es la víctima impotente de un sueño concebido
y preciado por otra mente, la cual no se
preocupa por él en absoluto, y es tan indiferente a su paz y a su felicidad
como lo es el tiempo o la hora del día. No lo ama, sino que caprichosamente lo
obliga a desempeñar cualquier papel que satisfaga su sueño. Es tan poca su
valía que él no es más que una sombra danzante, que sube y baja al compás de un
guion disparatado concebido dentro del fútil sueño del mundo.
9. Ésta es la única imagen que puedes ver, la única opción que tienes
ante ti, la otra posible causa si es que tú no eres el soñador de tus propios
sueños. Y esto es lo que eliges cuando niegas que la causa del sufrimiento esté
en tu mente. Alégrate de que lo esté, pues de esta manera tú eres el único que
puede determinar tu destino en el tiempo. Las únicas alternativas que tienes
ante ti son o bien una muerte durmiente y sueños de maldad por una parte o bien
un feliz despertar y la alegría de la vida por otra.
10. ¿Qué otras alternativas tienes ante ti sino la vida o la muerte,
despertar o dormir, la guerra o la paz, tus sueños o tu realidad? Existe el
riesgo de pensar que la muerte te puede brindar paz porque el mundo equipara el
cuerpo con el Ser que Dios creó. No obstante, una cosa jamás puede ser su
propio opuesto. Y la muerte es lo opuesto a la paz porque es lo opuesto a la
vida. Y la vida es paz. Despierta y
olvida todos los pensamientos de muerte, y te darás cuenta de que ya gozas de
la Paz de Dios. Sin embargo, si es cierto que realmente puedes elegir, tienes
entonces que ver las causas de las cosas entre las que eliges exactamente como
son y dónde se encuentran.
11. ¿Qué elección puede hacerse entre dos estados cuando solo se reconoce
claramente uno de ellos ¿Quién es libre
de elegir entre dos efectos si cree que solo puede escoger uno de ellos? Una
elección honesta nunca podría percibirse como una en la que la elección es
entre un insignificante tú y un mundo enorme, cuyos sueños acerca de tu verdad
son diferentes. La brecha que separa a la realidad de los sueños no se
encuentra entre el sueño del mundo y lo que tú sueñas en secreto. Pues en ambos
casos se trata del mismo sueño. El sueño del mundo no es sino una parte de tu
propio sueño de la que te desprendiste y luego viste como si fuese el principio
y el final del tuyo. No obstante, lo que dio comienzo al sueño del mundo fue tu
propio sueño secreto, lo cual no percibes, si bien es lo que causó la parte que
ves, de cuya realidad no dudas. ¿Cómo podrías dudar de ello si aún estás
dormido, soñando en secreto que su causa es real?
12. Sueñas que tu hermano está separado de ti, que es un viejo
enemigo, un asesino que te acecha en la noche y planea tu muerte, deseando además
que sea lenta y atroz. Mas bajo este sueño yace otro, en el que tú te vuelves
el asesino, el enemigo secreto, el sepultador y destructor de tu hermano así
como del mundo. He aquí la causa del sufrimiento, la brecha entre tus míseros
sueños y tu realidad. La pequeña grieta que ni siquiera ves, la cuna de las
ilusiones y del miedo, el momento de terror y de un odio ancestral, el instante
del desastre, están todos aquí. He aquí la causa de la irrealidad. Mas es aquí
donde se des-hará.
13. Tú eres el soñador del mundo de los sueños. Éste no tiene ninguna
otra causa ni la tendrá jamás. Todo lo que aterrorizó al Hijo de Dios y le hizo
pensar que había perdido su inocencia, repudiado a su Padre y entrado en guerra
consigo mismo no es más que un sueño fútil. Mas ese sueño es tan temible y tan
real en apariencia, que él no podría despertar a la realidad sin verse inundado
por el frío sudor del terror y sin dar gritos de pánico, a menos que un sueño
más dulce precediese su despertar y permitiese que su mente se calmara para
poder acoger—no temer—la Voz que con amor lo llama a despertar; un sueño más
dulce en el que su sufrimiento cesa y en el que su hermano es su amigo. Dios
dispuso que su despertar fuera dulce y jubiloso, y le proporcionó los medios
para que pudiera despertar sin miedo.
14. Acepta el sueño que Él te dio en lugar del tuyo. No es difícil
cambiar un sueño una vez que se ha identificado al soñador. Descansa en el
Espíritu Santo y permite que Sus dulces sueños reemplacen a los que soñaste
aterrorizado, temiéndole a la muerte. El Espíritu Santo te brinda sueños de
perdón, en los que la elección no es entre quién es el asesino y quién la
víctima. Los sueños que te ofrece no son de asesinatos ni de muerte. El sueño
de culpabilidad está desapareciendo de tu vista, aunque tus ojos están
cerrados. Una sonrisa ha venido a iluminar tu rostro durmiente. Duermes
apaciblemente ahora, pues éstos son sueños felices.
15. Sueña dulcemente con tu hermano inocente, quien se une a ti en
santa inocencia. Y el Mismo Señor de los Cielos despertará a Su Hijo bienamado
de este sueño. Sueña con la bondad de tu hermano en vez de concentrarte en sus
errores. Elige soñar con todas las atenciones que ha tenido contigo, en vez de
contar todo el dolor que te ha ocasionado. Perdónale sus ilusiones y dale
gracias por toda la ayuda que te ha prestado. Y no desprecies los muchos
regalos que te ha hecho solo porque en tus sueños él no sea perfecto. Él
representa a su Padre, a Quien ves ofreciéndote tanto vida como muerte.
16. Hermano, lo único que Él da es vida. Sin embargo, los regalos que
crees que tu hermano te ofrece representan los regalos que sueñas que tu Padre
te hace a ti. Ve todos los regalos que tu hermano te hace a la luz de la caridad
y bondad que se te ofrece. Y no dejes que ningún dolor perturbe tu sueño de
profunda gratitud por los regalos que te hace.
VIII. El “héroe” del
sueño
1. El cuerpo es el personaje central en el sueño del mundo. Sin él no
hay sueño ni él existe sin el sueño en el que actúa como si fuera una persona
digna de ser vista y creída. Ocupa el lugar central de cada sueño en el que se
narra la historia de cómo fue concebido por otros cuerpos, cómo vino a un mundo
externo al cuerpo, cómo vive por un corto tiempo hasta que muere para luego
convertirse en polvo junto con otros cuerpos que, al igual que él, también
mueren. En el breve lapso de vida que se le ha concedido busca otros cuerpos
para que sean sus amigos o enemigos. Su seguridad es su mayor preocupación; su
comodidad, la ley por la que se rige. Trata de buscar placer y de evitar todo
lo que le pueda ocasionar dolor. Pero por encima de todo, trata de enseñarse a
sí mismo que sus dolores y placeres son dos cosas diferentes y que es posible
distinguir entre ellos.
2. El sueño del mundo adopta innumerables formas porque el cuerpo
intenta probar de muchas maneras que es autónomo y real. Se engalana a sí mismo
con objetos que ha comprado con discos de metal o con tiras de papel moneda que
el mundo considera reales y de gran valor. Trabaja para adquirirlos, haciendo
cosas que no tienen sentido, y luego los despilfarra intercambiándolos por cosas
que ni necesita ni quiere. Contrata a otros cuerpos para que lo protejan y para
que coleccionen más cosas sin sentido que él pueda llamar suyas. Busca otros
cuerpos especiales que puedan compartir su sueño. A veces sueña que es un
conquistador de cuerpos más débiles que él. Pero en algunas fases del sueño, él
es el esclavo de otros cuerpos que quieren hacerle sufrir y torturarlo.
3. Las aventuras del cuerpo, desde su nacimiento hasta su muerte, son
el tema de todo sueño que el mundo siempre ha tenido. El “héroe” de este sueño
nunca cambiará y su propósito tampoco. Y aunque el sueño en sí adopta muchas
formas y parece presentar una gran variedad de lugares y situaciones en los que
su “héroe” cree encontrarse, el sueño no tiene más que un propósito, el cual se
enseña de muchas maneras. Ésta es la lección que trata de enseñar una y otra
vez: que el cuerpo es causa y no efecto. Y que tú que eres su efecto, no puedes
ser su causa.
4. De esta manera, tú no eres el soñador, sino el sueño. Y así, deambulas
fútilmente entrando y saliendo de lugares y situaciones que él maquina. Que
esto es todo lo que el cuerpo hace, es cierto, pues no es más que una figura en
un sueño. Mas ¿quién reaccionaría ante las figuras de un sueño a no ser que
creyera que son reales? En el instante en que las reconoce como lo que
verdaderamente son, dejan de tener efectos sobre él porque entiende que fue él
mismo quien les dio los efectos que tienen, al causarlas y hacer que parecieran
reales.
5. ¿Cuán dispuesto estás a escaparte de los efectos de todos los sueños
que el mundo haya tenido? ¿Es tu deseo impedir que ningún sueño parezca ser la
causa de lo que haces? Examinemos, pues, el comienzo del sueño, ya que la parte
que ves no es sino la segunda, cuya causa se encuentra en la primera. Nadie que
esté dormido y soñando en el mundo recuerda el ataque que se infligió a sí
mismo. Nadie cree que realmente hubo un tiempo en el que no sabía nada de
cuerpos y en el que no habría podido concebir que este mundo fuese real. De
otro modo, se habría dado cuenta de inmediato de que estas ideas son una mera
ilusión, tan ridículas que no sirven para nada, excepto para reírse de ellas. ¡Cuán
serias parecen ahora! Y nadie puede recordar aquel entonces cuando habrían sido
motivo de risa e incredulidad. Pero lo podemos recordar solo con que contemplemos
su causa directamente. Y al hacerlo, veremos que, en efecto, son motivo de risa
y no de temor.
6. Devolvámosle al soñador el sueño del que se desprendió, el cual él
percibe como algo que le es ajeno y que se le está haciendo a él. Una diminuta
y alocada idea, de la que el Hijo de Dios olvidó reírse, se adentró en la
eternidad, donde todo es uno. A causa de su olvido ese pensamiento se convirtió
en una idea seria, capaz de lograr algo, así como de producir efectos “reales”.
Juntos podemos hacer desaparecer ambas cosas riéndonos de ellas, y darnos
cuenta de que el tiempo no puede afectar a la eternidad. Es motivo de risa
pensar que el tiempo pudiese llegar a circunscribir a la eternidad, cuando lo
que ésta significa es que el tiempo no existe.
7. Una intemporalidad en la que se otorga realidad al tiempo; una
parte de Dios que puede atacarse a sí misma; un hermano separado al que se
considera un enemigo y una mente dentro de un cuerpo son todos diferentes
aspectos de un círculo vicioso, cuyo final empieza en su comienzo y concluye en
su causa. El mundo que ves te muestra exactamente lo que creíste haber hecho. Excepto
que ahora crees que lo que hiciste se te está haciendo a ti. La culpa que
sentiste por lo que habías pensado, la proyectaste fuera de ti sobre un mundo
culpable que es el que entonces sueña tus sueños y piensa tus pensamientos por
ti. Es su venganza la que recae sobre ti, no la tuya. Te mantiene estrechamente
confinado a un cuerpo, al que castiga por todos los actos pecaminosos que éste
comete en su sueño. Y no puedes hacer que el cuerpo deje de cometer sus actos
depravados porque tú no eres su hacedor y, por lo tanto, no puedes controlar
sus acciones, su propósito o su destino.
8. El mundo no hace sino demostrar una verdad ancestral: creerás que
otros te hacen a ti exactamente lo que tú crees haberles hecho a ellos. Y una
vez que te hayas engañado a ti mismo culpándolos, no verás la causa de sus
actos porque desearás que la culpa recaiga sobre ellos. ¡Cuán infantil es la
insolente maniobra de querer defender tu inocencia descargando tu culpa fuera
de ti mismo, aunque sin deshacerte de ella! No es fácil percibir tal ironía
cuando lo que tus ojos ven a tu alrededor son sus graves consecuencias, mas no
su frívola causa. Separados de su causa, los efectos parecen ciertamente ser
tristes y graves. Sin embargo, no son más que consecuencias. Su causa, en
cambio, es lo que no es consecuencia de nada, al no ser más que una farsa.
9. El Espíritu Santo, sonriendo dulcemente, percibe la causa y no presta
atención a los efectos. ¿De qué otra manera podría corregir tu error, cuando
has pasado por alto la causa enteramente? Él te exhorta a que lleves todo
efecto temible ante Él para que juntos miren su descabellada causa y se rían
juntos por un rato. Tú juzgas los efectos, pero Él ha juzgado su causa. Y
mediante Su juicio se eliminan los efectos. Tal vez vengas con los ojos
arrasados en lágrimas, mas óyele decir: “Hermano mío, santo Hijo de Dios,
contempla tu sueño fútil en el que solo algo así podría ocurrir”. Y saldrás del
instante santo riendo, con tu risa y la de tu hermano unida a la de Él.
10. El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se
está haciendo todo esto a sí mismo. No importa cuál sea la forma del ataque,
eso sigue siendo verdad. No importa quién desempeñe el papel de enemigo y quién
el de agresor, eso sigue siendo verdad. No importa cuál parezca ser la causa de
cualquier dolor o sufrimiento que sientas, eso sigue siendo verdad. Pues no
reaccionarías en absoluto ante las figuras de un sueño si supieras que eres tú
el que lo está soñando. No importa cuán odiosas y cuán depravadas sean, no
podrían tener efectos sobre ti a no ser que no te dieras cuenta de que se trata
tan solo de tu propio sueño.
11. Basta con que aprendas esta lección para que te libres de todo
sufrimiento, no importa la forma en que éste se manifieste. El Espíritu Santo
repetirá esta lección inclusiva de liberación hasta que la aprendas,
independientemente de la forma de sufrimiento que te esté ocasionando dolor. Esta
simple verdad será Su respuesta, sea cual sea el dolor que lleves ante Él. Pues
esta respuesta elimina la causa de cualquier forma de pesar o dolor. La forma
no afecta Su respuesta en absoluto, pues Él quiere mostrarte la única causa de
todo sufrimiento, no importa cuál sea su forma. Y comprenderás que los milagros
reflejan esta simple afirmación: “Yo mismo fabriqué esto y es esto lo que
quiero des-hacer”.
12. Lleva, pues, toda forma de sufrimiento ante Aquel que sabe que
cada una de ellas es como las demás. Él no ve diferencias donde no las hay, y
te enseñará cuál es la causa de todas ellas. Ninguna tiene una causa diferente
de las demás, y todas se des-hacen fácilmente con una sola lección que
realmente se haya aprendido. La salvación es un secreto que solo tú has
ocultado de ti mismo. Así lo proclama el universo. Pero haces caso omiso de sus
testigos porque de lo que ellos dan testimonio es algo que prefieres no saber. Parecen
mantenerlo oculto de ti. Sin embargo, no necesitas sino darte cuenta de que
fuiste tú quien eligió no escuchar ni ver.
13. ¡Qué diferente te parecerá el mundo cuando reconozcas esto! Cuando
le perdones al mundo tu culpabilidad, te liberarás de ella. Su inocencia no
exige que tú seas culpable ni tu inocencia se basa en sus pecados. Esto es
obvio, y es un secreto que no le has ocultado a nadie salvo a ti mismo. Y es
esto lo que te ha mantenido separado del mundo y lo que ha mantenido a tu
hermano separado de ti. Ahora solo necesitas reconocer que los dos son o
inocentes o culpables. Lo que es imposible es que sea diferente el uno del otro;
o que sean ambas cosas. Éste es el único secreto que aún te queda por aprender.
Mas no será un secreto que has sanado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario