Capítulo
20
LA VISIÓN
DE LA SANTIDAD
I. La
Semana Santa
1.
Hoy es Domingo de Ramos, la celebración de la victoria y la aceptación de la
verdad. No nos pasemos esta Semana Santa lamentando la crucifixión del Hijo de
Dios, sino celebrando jubilosamente su liberación. Pues la Pascua de Resurrección es el signo de
la paz, no del dolor. Un Cristo
asesinado no tiene sentido. Pero un
Cristo resucitado se convierte en el símbolo de que el Hijo de Dios se ha
perdonado a sí mismo; en la señal de que se considera a sí mismo sano e
íntegro.
2.
Esta semana empieza con ramos y termina con azucenas, el signo puro y santo de
que el Hijo de Dios es inocente. No permitas que ningún signo lúgubre de
crucifixión se interponga entre la jornada y su propósito, entre la aceptación
de la verdad y su expresión. Esta semana
celebramos la vida, no la muerte. Y
honramos la perfecta pureza del Hijo de Dios, no sus pecados. Hazle a tu
hermano la ofrenda de las azucenas, no la de una corona de espinas; el regalo
del amor, no el “regalo” del miedo. Te
encuentras a su lado, con espinas en una mano y azucenas en la otra, indeciso
con respecto a cuál le vas a dar. Únete
a mí ahora, deshazte de las espinas y, en su lugar, ofrécele las azucenas. Lo que quiero esta Pascua es el regalo de tu
perdón, que tú me concedes y yo te devuelvo. No podemos unirnos en la crucifixión ni en la
muerte. Ni tampoco puede consumarse la resurrección hasta que tu perdón
descanse sobre Cristo, junto con el mío.
3.
Una semana es poco tiempo, sin embargo, la Semana Santa simboliza la jornada
que el Hijo de Dios emprendió. Él comenzó con el signo de la victoria, la
promesa de la resurrección, la cual ya se le había concedido. No dejes que
caiga en la tentación de la crucifixión ni que se demore allí. Ayúdale a seguir adelante en paz más allá de
ella, con la luz de su propia inocencia alumbrando el camino hacia su redención
y liberación. No le obstruyas el paso con clavos y espinas cuando su redención
está tan cerca. Deja, en cambio, que la blancura de tu radiante ofrenda de
azucenas lo acelere en su camino hacia la resurrección.
4. La Pascua no es la celebración del coste
del pecado, sino la celebración de su final. Si al mirar entre los níveos
pétalos de las azucenas que has recibido y ofrecido como tu regalo vislumbras
tras el velo la faz de Cristo, estarás contemplando la faz de tu hermano y
reconociéndola. Yo era un extraño y tú
me acogiste, a pesar de que no sabías Quién era. Mas lo sabrás por razón de tu ofrenda de
azucenas. En el perdón que le concedes a
ese forastero, que aunque es un extraño para ti es tu Amigo ancestral, reside
su liberación y tu redención junto con él. La temporada de Pascua es una temporada de
júbilo, no de duelo. Contempla a tu
Amigo resucitado y celebra su santidad junto conmigo. Pues la Pascua es la temporada de tu
salvación, junto con la mía.
II. La
ofrenda de azucenas
1.
Observa todas las baratijas que se confeccionan para colgarse del cuerpo, o para
cubrirlo o para que las use. Contempla todas las cosas inútiles que se han
inventado para que sus ojos las vean. Piensa en las muchas ofrendas que se le
hacen para su deleite, y recuerda que todas ellas se concibieron para que
aquello que aborreces pareciera hermoso. ¿Utilizarías eso que aborreces para cautivar
a tu hermano y atraer su atención? Date cuenta de que lo único que le ofreces
es una corona de espinas, al no reconocer el cuerpo como lo que es y al tratar
de justificar la interpretación que haces de su valor basándote en la
aceptación que tu hermano hace de él. Aun así, el regalo proclama el poco valor que
le concedes a él, del mismo modo en que el agrado con que él lo acepta refleja
el poco valor que se concede a sí mismo.
2.
Si los regalos se han de dar y recibir de verdad, no se pueden dar a través del
cuerpo. El cuerpo no puede ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar
nada. Solo la mente puede evaluar, y solo ella puede decidir lo que quiere
recibir y lo que quiere dar. Y cada regalo que ofrece depende de lo que ella
misma desea. La mente engalanará con gran esmero lo que ha elegido como hogar y
lo preparará para que reciba los regalos que ella desea obtener,
ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho hogar o a aquellos que quiere
atraer a él. Y allí intercambiarán sus
regalos, ofreciendo y recibiendo lo que sus mentes hayan juzgado como digno de
ellos.
3.
Cada regalo es una evaluación tanto del que recibe como del que da. No hay nadie que no considere como un altar a
sí mismo aquello que ha elegido como su hogar. Y no hay nadie que no desee atraer devotos a
lo que ha depositado allí, haciendo que sea digno de su devoción. Y todo el mundo ha puesto una luz sobre su
altar para que otros puedan ver lo que ha depositado en él y lo hagan suyo. Éste es el valor que le concediste a tu
hermano y que te concediste a ti mismo. Éste es el regalo que le haces a él y que te
haces a ti mismo: el veredicto acerca del Hijo de Dios por lo que él es. No te olvides de que es a tu salvador a quien
le ofreces el regalo. Ofrécele espinas y te crucificas a ti mismo. Ofrécele
azucenas y es a ti mismo a quien liberas.
4.
Tengo gran necesidad de azucenas, pues el Hijo de Dios no me ha perdonado. Mas ¿me negaría acaso a ofrecerle perdón aun
cuando él me ofrece espinas? Aquel que
le ofrece espinas a alguien está todavía contra mí, mas ¿quién podría ser
íntegro sin él? Sé su amigo en mi
nombre, para que yo pueda ser perdonado y tú puedas ver que el Hijo de Dios
goza de plenitud. Pero examina primero el altar del hogar que has elegido y
observa lo que allí has depositado para ofrecérmelo a mí. Si son espinas cuyas puntas refulgen en una
luz de color sangre, has elegido al cuerpo como hogar y lo que me ofreces es
separación. Las espinas, no obstante, han desaparecido. Examínalas más de cerca ahora y podrás ver que
tu altar ya no es lo que era antes.
5.
Todavía miras con los ojos del cuerpo, y éstos solo pueden ver espinas. Sin
embargo, has pedido ver otra cosa y se te ha concedido. Aquellos que aceptan el
propósito del Espíritu Santo como su propósito comparten asimismo Su visión. Y
lo que le permite a Él ver irradiar Su propósito desde cada altar es algo tan
tuyo como Suyo. Él no ve extraños, sino tan solo amigos entrañables y amorosos.
Él no ve espinas, sino únicamente azucenas que refulgen en el dulce resplandor
de la paz, la cual irradia su luz sobre todo lo que Él contempla y ama.
6.
Durante estas Pascuas contempla a tu hermano con otros ojos. Tú me has
perdonado ya. Sin embargo, no puedo
hacer uso de tu regalo de azucenas mientras tú no las veas. Ni tú puedes hacer
uso de lo que te he dado mientras no lo compartas. La visión del Espíritu Santo no es un regalo
nimio ni algo con lo que se juega por un rato para luego dejarse de lado. Presta gran atención a esto, y no creas que es
solo un sueño, una idea pueril con la que entretenerte por un rato o un juguete
con el que juegas de vez en cuando y del que luego te olvidas. Pues si eso es lo que crees, eso es lo que
será para ti.
7. Gozas ya de la visión que te permite ver
más allá de las ilusiones. Se te ha concedido para que no veas espinas ni
extraños ni ningún obstáculo a la paz. El temor a Dios ya no significa nada para ti. ¿Quién temería enfrentarse a las ilusiones,
sabiendo que su salvador está a su lado? Con él a tu lado tu visión se ha convertido en
el poder más grande que Dios Mismo puede conceder para desvanecer las
ilusiones, pues lo que Dios le dio al
Espíritu Santo, tú lo has recibido. El
Hijo de Dios cuenta contigo para su liberación. Pues has pedido —y se te ha concedido—la
fortaleza para poder enfrentarte a este último obstáculo y no ver clavos ni
espinas que crucifiquen al Hijo de Dios y lo coronen como rey de la muerte.
8.
El hogar que has elegido está al otro lado, más allá del velo. Ha sido
cuidadosamente preparado para ti y ahora está listo para recibirte. No lo verás con los ojos del cuerpo. Sin embargo, ya dispones de todo cuanto puedas
necesitar. Tu hogar te ha estado llamando desde los orígenes del tiempo y nunca
has sido completamente sordo a su llamada. Oías, pero no sabías cómo mirar ni hacia
dónde. Pero ahora sabes. El Conocimiento se encuentra en ti, presto a
ser revelado y liberado de todo el terror que lo mantenía oculto. En el amor no hay cabida para el miedo. El himno de la Pascua es el grato estribillo
que dice que al Hijo de Dios nunca se le crucificó. Alcemos juntos la mirada, no con miedo, sino
con fe. Y no tendremos miedo, pues no veremos ninguna ilusión, sino una senda
que conduce a las puertas del Cielo, el hogar que compartimos en un estado de
quietud y donde moramos dulcemente y en paz como uno solo.
9.
¿No te gustaría que tu santo hermano te condujese hasta allí? Su inocencia
alumbrará tu camino, ofreciéndote su luz guiadora y absoluta protección, y
refulgiendo desde el santo altar en su interior donde tú depositaste las
azucenas del perdón. Permite que sea él
quien te salve de tus ilusiones, y contémplalo con la nueva visión que ve las azucenas
y te brinda felicidad. Iremos más allá
del velo del temor, alumbrándonos mutuamente el camino. La santidad que nos guía se encuentra dentro
de nosotros, al igual que nuestro hogar. De este modo hallaremos lo que Aquel
que nos guía dispuso que hallásemos.
10.
Éste es el camino que conduce al Cielo y a la paz de la Pascua, donde nos
unimos en gozosa conciencia de que el Hijo de Dios se ha liberado del pasado y
ha despertado al presente. Ahora es libre, y su comunión con todo lo que se
encuentra dentro de él es ilimitada. Ahora las azucenas de su inocencia no se ven
mancilladas por la culpabilidad, pues están perfectamente resguardadas del frío
estremecimiento del miedo, así como de la perniciosa influencia del pecado. Tu regalo lo ha salvado de las espinas y de
los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para conducirte a salvo a
través de ellos hasta el otro lado. Camina con él ahora lleno de regocijo, pues el
que te salva de las ilusiones ha venido a tu encuentro para llevarte consigo a
casa.
11.
He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la crucifixión,
libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. No te abandonará ni
dejará a su salvador a merced del dolor. Y gustosamente caminarán juntos por la
senda de la inocencia, cantando según contemplan las puertas del Cielo abiertas
de par en par y reconocen el hogar que los llamó. Concédele a tu hermano
felizmente libertad y fortaleza para que te pueda conducir hasta allí. Y ven
ante su santo altar, donde la fortaleza y la libertad te aguardan para que
ofrezcas y recibas la radiante conciencia que te conduce a tu hogar. La lámpara está encendida en ti para que le
des luz a tu hermano. Y las mismas manos
que se la dieron a él, te conducirán más allá del miedo al amor.
III. El
pecado como ajuste
1.
La creencia en el pecado es un ajuste. Y
un ajuste es un cambio: una alteración en la percepción o la creencia de que lo
que antes era de una manera ahora es distinto. Cada ajuste es, por lo tanto, una distorsión,
y tiene necesidad de defensas que lo sostengan en contra de la realidad. El
Conocimiento no requiere ajustes y, de hecho, se pierde si se lleva a cabo cualquier
cambio o alteración, pues eso lo reduce de inmediato a ser simplemente una
percepción: una forma de ver en la que se ha dejado de tener certeza y donde se
ha infiltrado la duda. En esta condición deficiente es necesario hacer ajustes
porque la condición en sí no es verdad. ¿Quién necesita ajustarse a la Verdad,
si para ser entendida solo apela a lo que uno es?
2.
Los ajustes, sean de la clase que sean, siempre forman parte del ámbito del
ego. Pues la creencia fija del ego es que todas las relaciones dependen de que
se hagan ajustes, para así hacer de ellas lo que él quiere que sean. Las relaciones directas, en las que no hay interferencia,
él siempre las considera peligrosas. El ego se ha nombrado a sí mismo mediador
de todas las relaciones, y hace todos los ajustes que cree necesarios y los
interpone entre aquellos que se han de conocer, a fin de mantenerlos separados
e impedir su unión. Esta planeada
interferencia es lo que hace que te resulte tan difícil reconocer tu santa
relación tal como es.
3.
Los que son santos no interfieren en la verdad. No le tienen miedo, pues en la
verdad es donde reconocen su santidad y donde se regocijan debido a lo que ven.
La contemplan directamente, sin tratar de adaptarse a ella ni de que ella se
adapte a ellos. Y así se dan cuenta de
que se encontraba en ellos, al no haber decidido de antemano dónde debería
estar. El hecho mismo de que ellos la
busquen plantea una pregunta, y lo que ven es lo que les responde. Tú fabricas el mundo, y luego te adaptas a él y
haces que él se adapte a ti. Y no hay
ninguna diferencia entre él y tú en tu percepción, la cual os inventó a los
dos.
4.
Todavía queda una pregunta por contestar, la cual es muy simple. ¿Te gusta lo que has fabricado? a Un mundo de
asesinatos y de ataque por el que te abres paso tímidamente en medio de
constantes peligros, solo y temeroso, esperando a lo sumo a que la muerte se demore
un poco antes de que se abalance sobre ti y desaparezcas. Todo eso son
fabricaciones tuyas. Es un cuadro de lo
que crees ser; de cómo te ves a ti mismo. Los asesinos están aterrorizados y
los que matan tienen miedo de la muerte. Todas estas cosas no son sino los temibles
pensamientos de aquellos que se amoldan a un mundo que se ha vuelto temible
debido a los ajustes que ellos mismos hicieron. Y lo contemplan con pesar desde su propia
tristeza interior, y ven la tristeza en él.
5.
¿Te has preguntado alguna vez cómo es realmente el mundo y qué aspecto tendría
si se contemplase con ojos felices? El mundo que ves no es sino un juicio con
respecto a ti mismo. No existe en absoluto. Tus juicios, no obstante, le
imponen una sentencia, la justifican y hacen que sea real. Ése es el mundo que
ves: un juicio contra ti, que tú mismo has emitido. El ego protege celosamente
esa imagen enfermiza de ti mismo, pues ésa es su imagen y lo que él ama, y la
proyecta sobre el mundo. Y tú te ves obligado a adaptarte a ese mundo mientras
sigas creyendo que esa imagen es algo externo a ti y que te tiene a su merced. Ese mundo es despiadado, y si se encontrara
fuera de ti, tendrías ciertamente motivos para estar atemorizado. Pero fuiste tú quien hizo que fuera
inclemente, y si ahora esa inclemencia parece volverse contra ti, puede ser
corregida.
6.
¿Quién, que se encuentre en una relación santa, podría seguir siendo no santo
por mucho más tiempo? El mundo que ven
los santos es uno con ellos, de la misma forma en que el mundo que ve el ego es
semejante a él. El mundo que ven los
santos es hermoso porque lo que ven en él es su propia inocencia. Ellos no le impusieron lo que tenía que ser ni
hicieron ajustes para que se amoldara a sus mandatos. Simplemente le preguntaron con un leve
susurro: “¿Qué eres?” Y Aquel que cuida de toda percepción les respondió. No aceptes los juicios del mundo como la
respuesta a la pregunta: “¿Qué soy?” El mundo cree en el pecado, pero la
creencia que lo fabricó tal como tú lo ves no se encuentra fuera de ti.
7.
No procures que el Hijo de Dios se adapte a su demencia. En él reside un
extraño que, mientras vagaba sin rumbo, entró en la morada de la Verdad, mas
tal como vino así se irá. Vino sin
ningún propósito, pero no podrá permanecer ante la radiante luz que el Espíritu
Santo te ofreció y que tú aceptaste. Pues bajo esa luz el extraño se queda sin
hogar y a ti se te da la bienvenida. No
le preguntes a ese transeúnte: “¿Qué soy?” Él es la única cosa en todo el universo que no
lo sabe. No obstante, es a él a quien se
lo preguntas y es a su respuesta a la que deseas amoldarte. Este pensamiento torvo y ferozmente arrogante
y, sin embargo, tan ínfimo y carente de significado que su pasar a través del
universo de la verdad ni siquiera se nota, se vuelve tu guía. A él te diriges
para preguntarle el significado del universo. Y a lo único que es ciego en todo el universo
vidente de la verdad le preguntas: “¿Cómo debo contemplar al Hijo de Dios?”
8.
¿Se le puede pedir que emita juicios a lo que está desprovisto de todo juicio? Y si ya lo has hecho, ¿creerías la respuesta
que te da y te ajustarías a ella como si fuera cierta? El mundo que ves a tu
alrededor es la respuesta que te dio, y tú le has conferido el poder de hacer
los ajustes necesarios en el mundo para que su respuesta sea cierta. Le preguntaste a ese soplo de locura que te
explicara el significado de tu relación no santa e hiciste que ésta se ajustara
a su descabellada respuesta. ¿Te hizo
eso feliz? ¿Te reuniste acaso jubilosamente con tu hermano para bendecir al
Hijo de Dios y darle las gracias por toda la felicidad que les ha brindado? ¿Has
reconocido acaso a tu hermano como el eterno regalo que Dios te dio? ¿Has visto
la santidad que irradia en cada uno de ustedes para bendecir al otro? Ése es el propósito de tu relación santa. No
le preguntes cuáles son los medios necesarios para su consecución a la única
cosa que haría todo lo posible para que siguiera siendo no santa. No le otorgues el poder de adaptar los medios
al fin.
9.
Los que llevan años aprisionados con pesadas cadenas, hambrientos y demacrados,
débiles y exhaustos, con los ojos aclimatados a la obscuridad desde hace tanto
tiempo que ni siquiera recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el
instante en que son liberados. Tardan
algún tiempo en comprender lo que es la libertad. Andabas a tientas en el polvo
y encontraste la mano de tu hermano, indeciso de si soltarla o bien asirte a la
vida por tanto tiempo olvidada. Agárrate aún con más fuerza y levanta la mirada
para que puedas contemplar a tu fuerte compañero, en quien reside el
significado de tu libertad. Él parecía
estar crucificado a tu lado. Sin
embargo, su santidad ha permanecido intacta y perfecta, y, con él a tu lado,
este día entrarás en el Paraíso y conocerás la Paz de Dios.
10.
Eso es lo que mi voluntad dispone para ti y para tu hermano, y para cada uno de
ustedes con respecto al otro y con respecto a sí mismo. Ahí solo se puede
encontrar santidad y unión sin límites. Pues ¿qué es el Cielo sino unión, directa y
perfecta, y sin el velo del temor sobre ella? Ahí somos uno, y ahí nos contemplamos a
nosotros mismos, y el uno al otro, con perfecta dulzura. Ahí no es posible
ningún pensamiento de separación entre nosotros. Tú que eras un prisionero en
la separación eres ahora libre en el Paraíso. Y allí me uniré a ti, que eres mi
amigo, mi hermano y mi propio Ser.
11.
El regalo que le has hecho a tu hermano me ha dado la certeza de que pronto nos
uniremos. Comparte, pues, esta fe conmigo, y no dudes de que está justificada.
En el amor perfecto no hay cabida para el miedo porque el amor perfecto no
conoce el pecado y solo puede ver a los demás como se ve a sí mismo. Si mira dentro de sí mismo con caridad, ¿qué
podría inspirarle temor afuera? Los
inocentes ven seguridad, y los puros de corazón ven a Dios en Su Hijo y apelan
al Hijo para que los guíe al Padre. ¿Y a qué otro lugar querrían ir sino allí
donde anhelan estar? Tú y tu hermano se
conducirán el uno al otro hasta el Padre tan irremediablemente como que Dios
creó santo a Su Hijo y así lo conservó. En tu hermano se encuentra la luz de la
eterna promesa de inmortalidad que Dios te hizo. No veas pecado en él, y el miedo no podrá
apoderarse de ti.
IV. La
entrada al arca
1.
Nada puede herirte a no ser que le confieras ese poder. Mas tú confieres poder según las leyes de este
mundo interpretan lo que es dar: que al dar, pierdes. No obstante, no es a ti a quien corresponde
conferir poder a nada. Todo poder es de
Dios; Él lo otorga, y el Espíritu Santo, que sabe que al dar no puedes sino
ganar, lo revive. Él no le confiere
poder alguno al pecado, que, por consiguiente, no tiene ninguno; tampoco le
confiere poder a sus resultados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte,
la aflicción y el dolor. Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el Espíritu
Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. Así es como te
mantiene a salvo de ellas. Al no tener
ninguna ilusión acerca de lo que eres, el Espíritu Santo sencillamente pone
todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. Lo que no es verdad Él ni lo ha recibido ni lo
ha dado.
2.
El pecado no tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados serían algo ajeno a
éste y donde ni ellos ni su fuente podrían entrar. Y en esto reside tu
necesidad de no ver pecado en tu hermano.
El Cielo se encuentra en él. Si
ves pecado en él, pierdes de vista el Cielo. Mas contémplalo tal como es, y lo que es tuyo
irradiará desde él hasta ti. Tu salvador te ofrece solo amor, pero lo que
recibes de él depende de ti. Él tiene el
poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia
salvación. Y lo mismo sucede con la
tuya. La salvación es una lección en dar, tal como el Espíritu Santo la
interpreta. La salvación es el re-despertar
de las Leyes de Dios en mentes que han promulgado otras leyes a las que han
otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no creó.
3.
Tus desquiciadas leyes fueron promulgadas para garantizar que cometieses
errores y que éstos tuvieran poder sobre ti al aceptar sus consecuencias como
tu justo merecido. ¿Qué puede ser esto sino una locura? ¿Y es esto acaso lo que
quieres ver en aquel que te puede salvar de la demencia? Él está tan libre de ello como tú, y en la
libertad que ves en él ves la tuya. Pues la libertad es algo que compartís. Lo que Dios ha dado obedece Sus Leyes y solo
Sus Leyes. Es imposible que aquellos que las obedecen puedan sufrir las
consecuencias de cualquier otra causa.
4.
Los que eligen la libertad experimentarán únicamente sus resultados. Pues el poder del que gozan procede de Dios, y
solo le otorgarán ese poder a lo que Dios ha dado, a fin de compartirlo con
ellos. Nada excepto esto puede
afectarles, pues es lo único que ven, y comparten su poder con ello de acuerdo
con la Voluntad de Dios. Y de esta manera es como se establece y se mantiene
vigente su libertad, la cual prevalece por encima de cualquier tentación de
querer aprisionar a otros o de ser aprisionados. Debes preguntar qué es la libertad a aquellos
que han aprendido lo que es. No le preguntes a un gorrión cómo se eleva el
águila, pues los alicortos no han aceptado para sí mismos el poder que pueden
compartir contigo.
5.
Los que son incapaces de pecar dan tal como han recibido. Ve en tu hermano,
pues, el poder de la impecabilidad y comparte con él el poder de la liberación
del pecado que le concediste. A todo el
que camina por la tierra en aparente soledad se le ha dado un salvador, cuya
función especial aquí es liberarlo, para así liberarse él a sí mismo. En el mundo de la separación se le asigna esa
función a cada uno por separado, aunque todos ellos son uno solo. Pero los que
saben que todos ellos son uno solo no tienen necesidad de salvación. Y cada uno encuentra a su salvador cuando está
listo para contemplar la faz de Cristo y ver que Éste está libre de pecado.
6.
No es éste un plan que tú hayas elaborado, y no tienes que hacer nada, salvo
aprender el papel que se te asignó. Pues
Aquel que conoce todo lo demás se ocupará de ello sin tu ayuda. Pero no pienses que Él no tiene necesidad del
papel que te corresponde desempeñar para que lo asista a Él en lo demás. Pues del desempeño de tu papel depende todo el
plan, y ningún papel está completo sin el tuyo ni tampoco puede lo que es todo
estar completo sin él. Al arca de la paz
se entra de dos en dos. Sin embargo, el comienzo de otro mundo los acompaña. Toda
relación santa tiene que entrar aquí para aprender la función especial que le
corresponde desempeñar en el plan del Espíritu Santo ahora que comparte Su
propósito. Y a medida que ese propósito se alcanza, surge un nuevo mundo en el
que el pecado no tiene cabida, y donde el Hijo de Dios puede entrar sin miedo y
descansar por un rato para olvidar su esclavitud y recordar su libertad. Mas
¿cómo iba a poder entrar a descansar y a recordar si tú no le acompañas? A
menos que estés allí, él no está completo. Y es su compleción lo que él
recuerda allí.
7.
Éste es el propósito que se te encomendó. No pienses que perdonar a tu hermano
beneficia solo a ustedes dos. Pues el nuevo mundo en su totalidad descansa en
las manos de cada dos seres que entren allí a descansar. Y mientras descansan,
la faz de Cristo refulge sobre ellos, y ellos recuerdan las Leyes de Dios,
olvidándose de todo lo demás y anhelando únicamente que Sus Leyes se cumplan
perfectamente en ellos y en todos sus hermanos. ¿Crees que podrías descansar
sin ellos una vez que esto se haya realizado? No podrías dejar ni a uno solo
afuera tal como yo tampoco podría dejarte a ti afuera, y olvidarme así de una
parte de mí mismo.
8.
Tal vez te preguntes cómo vas a poder estar en paz si, mientras estés en el
tiempo, aún queda tanto por hacer antes de que el camino que lleva a la paz
esté libre y despejado. Quizá te parezca
que esto es imposible. Pero pregúntate si es posible que Dios hubiese podido
elaborar un plan para tu salvación que pudiera fracasar. Una vez que aceptes Su
plan como la única función que quieres desempeñar, no habrá nada de lo que el
Espíritu Santo no se haga cargo por ti sin ningún esfuerzo por tu parte. Él irá
delante de ti despejando el camino, y no dejará escollos en los que puedas
tropezar ni obstáculos que pudieran obstruir tu paso. Se te dará todo lo que
necesites. Toda aparente dificultad
simplemente se desvanecerá antes de que llegues a ella. No tienes que
preocuparte por nada, sino, más bien, desentenderte de todo, salvo del único propósito
que quieres alcanzar. De la misma manera en que éste te fue dado, asimismo su
consecución se llevará a cabo por ti. La promesa de Dios se mantendrá firme
contra todo obstáculo, pues descansa sobre la certeza, no sobre la
contingencia. Descansa en ti. ¿Y qué
puede haber que goce de más certeza que un Hijo de Dios?
V. Los
heraldos de la eternidad
1.
En este mundo, el Hijo de Dios se acerca al máximo a sí mismo en una relación
santa. Ahí comienza a encontrar la confianza que su Padre tiene en él. Y ahí encuentra su función de restituir las
Leyes de su Padre a lo que no está operando bajo ellas y de encontrar lo que se
había perdido. Solo en el tiempo se puede perder algo, pero nunca para siempre.
Así pues, las partes separadas del Hijo
de Dios se unen gradualmente en el tiempo, y con cada unión el final de éste se
aproxima aún más. Cada milagro de unión
es un poderoso heraldo de la eternidad. Nadie que tenga un solo propósito,
unificado y firme, puede sentir miedo. Nadie que comparta con él ese mismo propósito
podría dejar de ser uno con él.
2.
Cada heraldo de la eternidad anuncia el fin del pecado y del miedo. Cada uno de
ellos habla en el tiempo de lo que se encuentra mucho más allá de éste. Dos
voces que se alzan juntas hacen un llamamiento al corazón de todos para que se
hagan de un solo latir. Y en ese latir se proclama la unidad del amor y se le
da la bienvenida. ¡Que la paz sea con su
relación santa, la cual tiene el poder de conservar intacta la unidad del Hijo
de Dios! Lo que le das a tu hermano es para todos, y todo el mundo se regocija
gracias a tu regalo. No te olvides de
Aquel que te dio los regalos que das, y al no olvidarte de Él, recordarás a
Aquel que le dio los regalos para que Él te los diera a ti.
3.
Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. Solo el ego hace eso, pero
ello solo quiere decir que desea al otro para sí mismo y, por lo tanto, que lo
valora demasiado poco. Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede
ser evaluado. ¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo
que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes
ver? No juzgues lo que es invisible para ti o, de lo contrario, nunca lo podrás
ver. Más bien, aguarda con paciencia su llegada. Se te concederá poder ver la valía de tu
hermano cuando lo único que le desees sea la paz. Y lo que le desees a él es lo
que recibirás.
4.
¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? ¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te
ofrece? Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de
ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. Lo que se
encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente
lo amarás y te regocijarás. No se te ocurrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver
la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? Pues esa
insistencia es propia de aquellos que no ven. Puedes elegir ver o juzgar, pero
nunca ambas cosas.
5.
El cuerpo de tu hermano tiene tan poca utilidad para ti como para él. Cuando se
usa únicamente de acuerdo con las enseñanzas del Espíritu Santo, no tiene
función alguna. Pues las mentes no necesitan el cuerpo para comunicarse. La
visión que ve al cuerpo no le es útil al propósito de la relación santa. Y mientras sigas viendo a tu hermano como un
cuerpo, los medios y el fin no estarán en armonía. ¿Por qué se han de necesitar tantos instantes
santos para alcanzar una relación santa cuando con uno solo bastaría? No hay más que uno. El pequeño aliento de
eternidad que atraviesa el tiempo como una luz dorada es solo uno: no ha habido
nada antes ni nada después.
6.
Ves cada instante santo como un punto diferente en el tiempo. Mas es siempre el
mismo instante. Todo lo que alguna vez hubo o habrá en él se encuentra aquí
ahora mismo. El pasado no le resta nada y el futuro no le añadirá nada más. En
el instante santo, entonces, se encuentra todo. En él se encuentra la belleza
de tu relación, con los medios y el fin perfectamente armonizados ya. En él se
te ha ofrecido ya la perfecta fe que algún día habrás de ofrecerle a tu
hermano; en él se ha concedido ya el ilimitado perdón que le concederás; y en
él es visible ya la faz de Cristo que algún día habrás de contemplar.
7.
¿Cómo ibas a poder calcular la valía de quien te ofrece semejante regalo? ¿Cambiarías ese regalo por otro? Ese regalo
restituye las Leyes de Dios nuevamente a tu memoria. Y solo por recordarlas, te olvidas de las
leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. No es éste un
regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. El velo que oculta el
regalo, también lo oculta a él. Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. Tú
tampoco lo sabes. Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu
hermano lo ofrecerá y lo recibirá por ustedes dos. Y a través de Su visión lo verás, y a través
de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.
8.
Consuélate, y siente cómo el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta
confianza en lo que ve. Él conoce al
Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo descansa a
salvo y en paz en sus tiernas manos. Consideremos ahora lo que tiene que
aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. ¿Quién
es él para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que
en ellas está a salvo? Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. Sin
embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su
confianza.
VI. El
templo del Espíritu Santo
1. El significado del Hijo de Dios reside
exclusivamente en la relación que tiene con su Creador. Si residiese en
cualquier otra cosa estaría basado en lo contingente, pero no hay nada más. Y
este hecho es totalmente amoroso y eterno. El Hijo de Dios, no obstante, ha
inventado una relación no santa entre él y su Padre. Su verdadera relación es una de perfecta unión
e ininterrumpida continuidad. La
relación que inventó es parcial, egoísta, fragmentada y llena de temor. La que
su Padre creó se abarca y se extiende totalmente a sí misma. La que él inventó es totalmente
autodestructiva y se limita a sí misma.
2.
Nada puede mostrar mejor este contraste que la experiencia de ambas clases de
relación, la santa y la no santa. La
primera se basa en el amor, y descansa sobre él tranquila y serena. El cuerpo no se inmiscuye en ella en absoluto.
Ninguna relación en la que el cuerpo
forma parte está basada en el amor, sino en la idolatría. El amor desea ser conocido, y completamente
comprendido y compartido. No guarda
secretos ni hay nada que desee mantener aparte y oculto. Camina en la luz, sereno y con los ojos
abiertos, y acoge todo con una sonrisa en sus labios y con una sinceridad tan
pura y tan obvia que no podría interpretarse erróneamente.
3.
Mas los ídolos no comparten. Aceptan,
pero lo que aceptan no es correspondido. Se les puede amar, pero ellos no pueden amar. No
entienden lo que se les ofrece, y cualquier relación en la que entran a formar
parte deja de tener significado. El amor que se les tiene ha hecho que el amor
no tenga significado. Viven en secreto,
detestando la luz del sol, felices, no obstante, en la penumbra del cuerpo,
donde pueden ocultarse y mantener sus secretos ocultos junto con ellos mismos. Y
no tienen relaciones, pues allí no se le da la bienvenida a nadie. No le sonríen a nadie ni ven a los que les
sonríen a ellos.
4.
El amor no tiene templos sombríos donde mantener misterios en la obscuridad,
ocultos de la luz del sol. No va en
busca de poder, sino de relaciones. El cuerpo es el arma predilecta del ego
para obtener poder mediante las relaciones que entabla. Y sus relaciones solo
pueden ser profanas, pues lo que verdaderamente son, él ni siquiera lo ve. Las
desea exclusivamente como ofrendas con las que sus ídolos medran. Todo lo demás
simplemente lo desecha, pues él no le otorga ningún valor a lo que le podría
ofrecer. Al estar desamparado, el ego
trata de acumular tantos cuerpos como pueda para que sirvan de altares para sus
ídolos, y así convertirlos en templos consagrados a sí mismo.
5.
El templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación. El cuerpo es
una aislada mota de obscuridad; una alcoba secreta y oculta; una diminuta
mancha de misterio que no tiene sentido; un recinto celosamente protegido, pero
que aun así no oculta nada. Aquí es donde la relación no santa se escapa de la
realidad y donde va en busca de migajas para sobrevivir. Ahí quiere arrastrar a
sus hermanos, a fin de mantenerlos atrapados en la idolatría. Ahí se siente a salvo, pues el amor no puede
entrar. El Espíritu Santo no edifica Sus
templos allí donde el amor jamás podría estar. ¿Escogería Aquel que ve la faz de Cristo como
Su hogar el único lugar en el universo donde ésta no se puede ver?
6.
Tú no puedes hacer del cuerpo el templo del Espíritu Santo, y el cuerpo nunca
podrá ser la sede del amor. Es la morada del idólatra y de lo que condena al
amor. Pues ahí el amor se vuelve algo temible y se pierde toda esperanza. Incluso los ídolos que ahí son adorados están
revestidos de misterio y se les mantiene aparte de aquellos que les rinden
culto. Éste es el templo consagrado a la negación de las relaciones y de la
reciprocidad. Ahí se percibe con asombro el “misterio” de la separación y se le
contempla con reverencia. Lo que Dios no dispuso que fuese se mantiene ahí “a
salvo” de Él. Pero de lo que no te das cuenta es de que aquello que temes en tu
hermano y te niegas a ver en él, es lo que hace que Dios te parezca temible y
que no Lo conozcas.
7.
Los idólatras siempre tendrán miedo del amor, pues nada los amenaza tanto como
su proximidad. Deja que el amor se les
acerque y pase por alto el cuerpo, como sin duda hará, y corren despavoridos,
sintiendo cómo empiezan a estremecerse y a tambalearse los cimientos aparentemente
sólidos de su templo. Hermano, tú
tiemblas con ellos. Sin embargo, de lo
que tienes miedo es del heraldo de la libertad. Ese lugar de sombras no es tu
hogar. Tu templo no está en peligro. Ya no eres un idólatra. El propósito del
Espíritu Santo está a salvo en tu relación y no en tu cuerpo. Te has escapado del cuerpo. El cuerpo no
puede entrar allí donde tú estás, pues ahí es donde el Espíritu Santo ha
establecido Su templo.
8.
Las relaciones no admiten grados. O son o no son. Una relación no santa no es
una relación. Es un estado de aislamiento que aparenta ser lo que no es. Eso es
todo. En el instante en que pareció posible que la idea descabellada de hacer
que tu relación con Dios fuese profana, todas tus relaciones dejaron de tener
significado. En ese instante profano nació el tiempo, y se concibieron los
cuerpos para albergar esa idea descabellada y conferirle la ilusión de
realidad. Y así, pareció tener un hogar que duraba por un cierto período de
tiempo, para luego desaparecer del todo. Pues ¿qué otra cosa sino un fugaz
instante podría dar albergue a esa loca idea que se opone a la realidad?
9.
Los ídolos desaparecerán y no quedará rastro de ellos tras su partida. El instante profano de su aparente poder es
tan frágil como un copo de nieve, pero sin su belleza. ¿Es éste el substituto
que deseas en lugar de la eterna bendición del instante santo y su ilimitada
beneficencia? ¿Es la malevolencia de la
relación no santa, tan aparentemente poderosa y mal comprendida, y tan
revestida de una falsa atracción lo que prefieres en lugar del instante santo,
que te ofrece entendimiento y paz? Deja
a un lado el cuerpo entonces, y elevándote al encuentro de lo que realmente
deseas, trasciéndelo serenamente. Y
desde Su templo santo, no mires atrás a aquello de lo que has despertado. Pues
no hay ilusiones que puedan resultarle atractivas a la mente que las ha trascendido
y dejado atrás.
10.
La relación santa refleja la verdadera relación que el Hijo de Dios tiene con
su Padre en la realidad. El Espíritu Santo mora dentro de ella con la certeza
de que es eterna. Sus firmes cimientos están eternamente sostenidos por la
verdad, y el amor brilla sobre ella con la dulce sonrisa y tierna bendición que
ofrece a lo que es suyo. Aquí el
instante no santo se intercambia gustosamente por uno santo y de absoluta
reciprocidad. He aquí tiernamente
despejado el camino que conduce a las verdaderas relaciones, por el que tú y tu
hermano camináis juntos dejando atrás el cuerpo felizmente para descansar en
los Eternos Brazos de Dios. Los Brazos del Amor están abiertos para recibirte y
brindarte paz eterna.
11.
El cuerpo es el ídolo del ego, la creencia en el pecado hecha carne y luego
proyectada afuera. Esto produce lo que parece ser una muralla de carne
alrededor de la mente, que la mantiene prisionera en un diminuto confín de
espacio y tiempo hasta que llegue la muerte, y disponiendo de solo un instante
en el que suspirar, sufrir y morir en honor de su amo. Y este instante no santo
es lo que parece ser la vida: un instante de desesperación, un pequeño islote
de arena seca, desprovisto de agua y sepultado en el olvido. Aquí se detiene brevemente el Hijo de Dios
para hacer su ofrenda a los ídolos de la muerte y luego fallecer. Sin embargo, aquí está más muerto que vivo. No obstante, es aquí también donde vuelve a
elegir entre la idolatría y el amor. Aquí se le da a escoger entre pasar dicho
instante rindiéndole culto al cuerpo o permitir que se le libere de él. Aquí
puede aceptar el instante santo que se le ofrece como substituto del instante
no santo que antes había elegido. Y aquí
puede finalmente darse cuenta de que las relaciones son su salvación y no su
ruina.
12.
Tú que estás aprendiendo esto puede que aún tengas miedo, pero no estás
inmovilizado. El instante santo tiene ahora para ti mucho más valor que su
aparente contrapartida, y te has dado cuenta de que realmente solo deseas uno
de ellos. Este no es un período de tristeza. Tal vez de confusión, pero no de
desaliento. Tienes una verdadera relación,
la cual tiene significado. Es tan
similar a tu verdadera relación con Dios, como lo son entre sí todas las cosas
que gozan de igualdad. La idolatría
pertenece al pasado y no tiene significado. Quizá aún le tienes un poco de miedo a tu
hermano; quizá te acompaña todavía una sombra del temor a Dios. Mas ¿qué
importancia tiene eso para aquellos a quienes se les ha concedido tener una
verdadera relación que trasciende el cuerpo? ¿Y se les podría privar por mucho
más tiempo de contemplar la faz de Cristo? ¿Y podrían ellos seguir privándose a
sí mismos del recuerdo de la relación que tienen con su Padre y mantener la
memoria de Su Amor fuera de su conciencia?
VII. La
correspondencia entre medios y fin
1.
Hemos hablado mucho acerca de las discrepancias que puede haber entre los
medios y el fin, y de la necesidad de que éstos concuerden antes de que tu
relación santa pueda brindarte únicamente dicha. Pero hemos dicho también que
los medios para alcanzar el objetivo del Espíritu Santo emanarán de la misma Fuente
de donde procede Su propósito. En vista de lo simple y directo que es este
curso, no hay nada en él que no sea consistente. Las aparentes inconsistencias, o las partes
que te resultan más difíciles de entender, apuntan meramente a aquellas áreas
donde todavía hay discrepancias entre los medios y el fin. Y esto produce un
gran desasosiego. Mas esto no tiene porqué ser así. Este curso apenas requiere
nada de ti. Es imposible imaginarse algo que pida tan poco o que pueda ofrecer
más.
2.
El período de desasosiego que sigue al cambio súbito que se produce en una
relación cuando su propósito pasa a ser la santidad en lugar del pecado, tal
vez esté llegando a su fin. En la medida en que todavía experimentes
desasosiego, en esa misma medida estarás negándote a poner los medios en manos
de Aquel que cambió el propósito de la relación. Reconoces que deseas alcanzar
el objetivo. ¿Cómo no ibas a estar entonces igualmente dispuesto a aceptar los
medios? Si no lo estás, admitamos que eres tú el que no es consistente. Todo objetivo se logra a través de ciertos
medios, y si deseas lograr un objetivo tienes que estar igualmente dispuesto a
desear los medios. ¿Cómo podría uno ser sincero y decir: “Deseo esto por encima
de todo lo demás, pero no quiero aprender cuáles son los medios necesarios para
lograrlo?”
3.
Para alcanzar el objetivo, el Espíritu Santo pide en verdad muy poco. Y pide
igualmente poco para proporcionar los medios. Los medios son secundarios con respecto al
objetivo. Cuando dudas, es porque el propósito
te atemoriza, no los medios. Recuerda esto, pues, de lo contrario, cometerás el
error de creer que los medios son difíciles. Sin embargo, ¿cómo van a ser
difíciles cuando son algo que simplemente se te proporciona? Los medios
garantizan el objetivo y concuerdan perfectamente con él. Antes de que los
examinemos más detenidamente, recuerda que si piensas que son imposibles, tu
deseo de lograr el objetivo se ve menoscabado. Pues si es posible alcanzar un
objetivo, los medios para lograrlo tienen que ser posibles también.
4.
Es imposible ver a tu hermano libre de pecado y al mismo tiempo verlo como si
fuese un cuerpo. ¿No es esto perfectamente consistente con el objetivo de la
santidad? Pues la santidad es simplemente el resultado de dejar que se nos
libere de todos los efectos del pecado, de modo que podamos reconocer lo que
siempre ha sido verdad. Es imposible ver un cuerpo libre de pecado, ya que la
santidad es algo positivo y el cuerpo es simplemente neutral. No es pecaminoso,
pero tampoco es impecable. Y como realmente no es nada, no se le puede revestir
significativamente con los atributos de Cristo o del ego. Tanto una cosa como
la otra sería un error, pues en ambos casos se le estarían adjudicando
atributos a algo que no los puede poseer. Y ambos errores tendrían que ser
corregidos en aras de la verdad.
5.
El cuerpo es el medio a través del cual el ego trata de hacer que la relación
no santa parezca real. El instante no santo es el tiempo de los cuerpos. Y su
propósito aquí es el pecado. Mas éste no
se puede alcanzar salvo en fantasías, por lo tanto, la ilusión de que un
hermano es un cuerpo está en perfecta consonancia con el propósito de lo que no
es santo. Debido a esta correspondencia,
los medios no se ponen en duda mientras se siga atribuyendo valor a la
finalidad. La visión se amolda a lo que
se desea, pues la visión siempre sigue al deseo. Y si lo que ves es el cuerpo,
es que has optado por los juicios en vez de por la visión. Pues la visión, al igual que las relaciones,
no admite grados. O ves o no, ves.
6.
Todo aquel que ve el cuerpo de un hermano ha juzgado a su hermano y no lo ve. No
es que realmente lo vea como un pecador, es que sencillamente no lo ve. En la
obscuridad del pecado su hermano es invisible. Ahí solo puede ser imaginado, y
es ahí donde las fantasías que tienes acerca de él no se comparan con su
realidad. Ahí es donde las ilusiones se
mantienen separadas de la realidad. Ahí las ilusiones nunca se llevan ante la
verdad y siempre se mantienen ocultas de ella. Y ahí, en la obscuridad, es
donde te imaginas que la realidad de tu hermano es un cuerpo, el cual ha
entablado relaciones no santas con otros cuerpos y sirve a la causa del pecado
por un instante antes de morir.
7.
Existe ciertamente una clara diferencia entre este vano imaginar y la visión. La
diferencia no estriba en ellos, sino en su propósito. Ambos son únicamente
medios, y cada uno de ellos es adecuado para el fin para el que se emplea. Ninguno
de los dos puede servir para el propósito del otro, pues cada uno de ellos es
en sí la elección de un propósito, que se emplea para propiciarlo. Cada uno de
ellos carece de sentido sin el fin para el que fue concebido y, aparte de su
propósito, no tiene valor propio. Los medios parecen reales debido al valor que
se le adjudica al objetivo. Y los juicios carecen de valor a menos que el
objetivo sea el pecado.
8.
El cuerpo no se puede ver, excepto a través de juicios. Ver el cuerpo es señal de que te falta visión
y de que has negado los medios que el Espíritu Santo te ofrece para que sirvas
a Su propósito. ¿Cómo podría lograr su
objetivo una relación santa si se vale de los medios del pecado? Tú te enseñaste a ti mismo a juzgar; mas tener
visión es algo que se aprende de Aquel que quiere anular lo que has aprendido. Su
visión no puede ver el cuerpo porque no puede ver el pecado. Y de esta manera, te conduce a la realidad. Tu santo hermano—a quien verlo de este modo supone
tu liberación—no es una ilusión. No
intentes verlo en la obscuridad, pues ahí lo que te imagines acerca de él
parecerá real. Cerraste los ojos para excluirlo. Tal fue tu propósito, y
mientras ese propósito parezca tener sentido, los medios para su consecución se
considerarán dignos de ser vistos y, por lo tanto, no verás.
9.
Tu pregunta no debería ser: “¿Cómo puedo ver a mi hermano sin su cuerpo?”, sino “¿Deseo realmente verlo como alguien
incapaz de pecar?” Y al preguntar esto,
no te olvides de que en el hecho de que él es incapaz de pecar radica tu
liberación del miedo. La salvación es la
meta del Espíritu Santo. El medio es la
visión. Pues lo que contemplan los que
ven está libre de pecado. Nadie que ama puede juzgar, por lo tanto, lo que ve
está libre de toda condena. Y lo que él
ve no es obra suya, sino que le fue dado para que lo viera, tal como se le dio
la visión que le permitió ver.
VIII. La
visión de la impecabilidad
1.
Al principio, la visión te llegará en forma de vislumbres, pero eso bastará
para mostrarte lo que se te concede a ti que ves a tu hermano libre de pecado. La
verdad se restituye en ti al tú desearla, tal como la perdiste al desear otra
cosa. Abre las puertas del santo lugar que cerraste al haber valorado ésa “otra
cosa”, y lo que nunca estuvo perdido regresará calladamente. Ha sido
salvaguardado para ti. La visión no sería necesaria si no se hubiese concebido
la idea de juzgar. Desea ahora que ésta
sea eliminada completamente y así se hará.
2.
¿Deseas conocer tu Identidad? ¿No
intercambiarías gustosamente tus dudas por la certeza? ¿No estarías dispuesto a estar libre de toda
aflicción y aprender de nuevo lo que es la dicha? Tu relación santa te ofrece
todo esto. Tal como se te dio, así también
se te darán sus efectos. Y del mismo modo en que no fuiste tú quien concibió su
santo propósito, tampoco fuiste tú quien concibió los medios para lograr su
feliz desenlace. Regocíjate de poder disponer de lo que es tuyo solo con
pedirlo, y no pienses que tienes que ser tú quien debe concebir los medios o el
fin. Todo ello se te da a ti que quieres
ver a tu hermano libre de pecado. Todo ello se te da, y solo espera a que
desees recibirlo. La visión se le otorga
libremente a todo aquel que pide ver.
3.
La impecabilidad de tu hermano se te muestra en una luz brillante para que la
veas con la visión del Espíritu Santo y para que te regocijes con ella junto
con Él. Pues la paz vendrá a todos aquellos que la pidan de todo corazón y sean
sinceros en cuanto al propósito que comparten con el Espíritu Santo y de un
mismo sentir con Él con respecto a lo que es la salvación. Estáte dispuesto,
pues, a ver a tu hermano libre de pecado para que Cristo pueda aparecer ante tu
vista y colmarte de felicidad. Y no le
otorgues ningún valor al cuerpo de tu hermano, el cual no hace sino condenarlo
a fantasías de lo que él es. Él desea
ver su impecabilidad, tal como tú deseas ver la tuya. Bendice al Hijo de Dios en tu relación, y no
veas en él lo que tú has hecho de él.
4.
El Espíritu Santo garantiza que lo que Dios dispuso para ti y te concedió, será
tuyo. Éste es tu propósito ahora, y la
visión que hace que sea posible solo espera a que la recibas. Ya dispones de la visión que te permite no ver
el cuerpo. Y al contemplar a tu hermano verás en él un altar a tu Padre tan
santo como el Cielo, refulgiendo con radiante pureza y con el destello de las
deslumbrantes azucenas que allí depositaste. ¿Qué otra cosa podría tener más
valor para ti? ¿Por qué piensas que el
cuerpo es un mejor hogar, un albergue más seguro, para el Hijo de Dios? ¿Por qué preferirías ver el cuerpo en vez de
la Verdad? ¿Cómo es posible que esa máquina de destrucción sea lo que prefieres
y lo que eliges para reemplazar el santo hogar que te ofrece el Espíritu Santo
y donde morará contigo?
5.
El cuerpo es el signo de la debilidad, de la vulnerabilidad y de la pérdida de
poder. ¿Qué ayuda te puede prestar un
salvador así? ¿Le pedirías ayuda a un desvalido en momentos de angustia y de
necesidad? ¿Es lo infinitamente pequeño la mejor alternativa a la que recurrir
en busca de fortaleza? Tus juicios parecerán debilitar a tu salvador. Mas eres
tú quien tiene necesidad de su fortaleza. No hay problema, acontecimiento, situación o
perplejidad que la visión no pueda resolver. Todo queda redimido cuando se ve a
través de la visión. Pues no es tu visión, y trae consigo las amadas Leyes de
Aquel Cuya visión es.
6.
Todo lo que se contempla a través de la visión cae suavemente en su sitio, de
acuerdo con las leyes que acompañan Su serena y certera mirada. La finalidad de
todo lo que Él contempla es siempre indudable. Pues servirá a Su propósito, al contemplarse
sin ajuste alguno y al estar perfectamente adaptada al mismo. Bajo Su bondadosa mirada, lo destructivo se
vuelve benigno y el pecado se convierte en una bendición. ¿Qué poder tienen los
ojos del cuerpo para corregir lo que perciben? Los ojos del cuerpo se ajustan al pecado, pues
son incapaces de pasarlo por alto en ninguna de sus formas, al verlo por todas
partes y en todas las cosas. Mira a
través de sus ojos y todo quedará condenado ante ti. Y jamás podrás ver todo lo que te podría
salvar. Tu santa relación, la fuente de tu salvación, queda desprovista de todo
significado, y su más santo propósito desposeído de los medios para su
consecución.
7.
Los juicios no son sino juguetes, caprichos, instrumentos insensatos para jugar
al juego fútil de la muerte en tu imaginación. La visión, en cambio, enmienda
todas las cosas y las pone dulcemente bajo el tierno dominio de las Leyes del
Cielo. ¿Qué pasaría si reconocieras que este mundo es tan solo una alucinación?
¿O si realmente entendieras que fuiste tú quien lo inventó? ¿Y qué pasaría si
te dieras cuenta de que los que parecen deambular por él, para pecar y morir,
atacar, asesinar y destruirse a sí mismos son totalmente irreales? ¿Podrías
tener fe en lo que ves si aceptaras esto? ¿Y lo verías?
8.
Las alucinaciones desaparecen cuando se reconocen como lo que son. Ésa es la
cura y el remedio. No creas en ellas, y desaparecen. Lo único que necesitas
reconocer es que todo ello es tu propia fabricación. Una vez que aceptas este
simple hecho y recuperas el poder que les habías otorgado, te liberas de ellas.
Pero de esto no hay duda: las alucinaciones tienen un propósito, mas cuando dejan
de tenerlo, desaparecen. La pregunta,
por lo tanto, no es nunca si las deseas o no, sino si deseas el propósito que
apoyan. Este mundo parece tener muchos
propósitos, todos ellos diferentes entre sí y con diferentes valores. Sin embargo, son todos el mismo. Una vez más,
no hay grados, sino solo una aparente jerarquía de valores.
9.
Solo dos propósitos son posibles: el pecado y la santidad. No existe nada
entremedias, y el que elijas determinará lo que veas. Pues lo que ves
simplemente demuestra cómo has elegido alcanzar tu objetivo. Las alucinaciones
sirven para alcanzar el objetivo de la locura. Son el medio a través del cual
el mundo externo, proyectado desde dentro, se ajusta al pecado y parece dar fe
de su realidad. Aún sigue siendo cierto, no obstante, que no hay nada afuera. Sin
embargo, es sobre esta nada donde se lanzan todas las proyecciones. Pues es la proyección la que le confiere a la
“nada” todo el significado que parece tener.
10.
Lo que carece de significado no puede ser percibido. Y el significado siempre busca dentro de sí
para encontrar significado, y luego mira hacia fuera. Todo el significado que
tú le confieres al mundo externo tiene que reflejar, por lo tanto, lo que viste
dentro de ti o, mejor dicho, si es que realmente viste o simplemente emitiste
un juicio en contra de lo que viste. La
visión es el medio a través del cual el Espíritu Santo transforma tus
pesadillas en sueños felices y reemplaza tus dementes alucinaciones—que te muestran
las terribles consecuencias de pecados imaginarios—por plácidos y
reconfortantes paisajes. Estos plácidos paisajes y sonidos se ven con agrado y
se oyen con alegría. Son Sus substitutos
para todos los aterradores panoramas y pavorosos sonidos que el propósito del
ego le trajo a tu horrorizada conciencia. Te alejan del pecado y te recuerdan
que no es la realidad lo que te asusta y que los errores que cometiste se
pueden corregir.
11.
Cuando hayas contemplado lo que parecía infundir terror y lo hayas visto
transformarse en paisajes de paz y hermosura; cuando hayas presenciado escenas
de violencia y de muerte y las hayas visto convertirse en serenos panoramas de
jardines bajo cielos despejados, con aguas diáfanas, portadoras de vida, que
corren felizmente por ellos en arroyuelos danzantes que nunca se secan, ¿qué
necesidad habrá de persuadirte para que aceptes el don de la visión? Y una vez
que la visión se haya alcanzado, ¿quién podría rehusar lo que necesariamente ha
de venir después? Piensa solo en esto
por un instante: puedes contemplar la santidad que Dios le dio a Su Hijo. Y nunca jamás tendrás que pensar que hay algo
más que puedas ver.
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