Capítulo 25
LA JUSTICIA DE DIOS
Introducción
1. El Cristo en ti no habita en un cuerpo. Sin embargo, está en ti. De
ello se deduce, por lo tanto, que no tú estás dentro de un cuerpo. Lo que se
encuentra dentro de ti no puede estar afuera. Y es cierto que no puedes estar
aparte de lo que constituye el centro mismo de tu vida. Lo que te da vida no
puede estar alojado en la muerte, de la
misma manera en que tú tampoco puedes estarlo. Cristo se encuentra dentro de un marco de
santidad cuyo único propósito es permitir que Él se pueda poner de manifiesto
ante aquellos que no le conocen y así llamarlos a que vengan a Él y lo vean
allí donde antes creían que estaban sus cuerpos. Sus cuerpos entonces desaparecerán, de modo
que Su santidad pase a ser su marco.
2. Nadie que lleve a Cristo dentro de sí puede dejar de reconocerlo en
cualquier parte. Excepto en cuerpos. Pero
mientras alguien crea estar en un cuerpo, Cristo no podrá estar donde él cree
estar. Y así, lo llevará consigo sin
darse cuenta, pero no Lo pondrá de manifiesto. Y de este modo no reconocerá dónde se
encuentra. El hijo del hombre no es el
Cristo resucitado. El Hijo de Dios, no
obstante, mora exactamente donde el hijo del hombre está, y camina con él
dentro de su santidad, la cual es tan fácil de ver como lo es la manifestación
de su deseo de ser especial en su cuerpo.
3. El cuerpo no tiene necesidad de curación. Pero la mente que cree ser un cuerpo,
ciertamente está enferma. Y aquí es donde Cristo suministra el remedio. Su
propósito envuelve al cuerpo en Su luz y lo llena con la santidad que irradia
desde Él. Y nada que el cuerpo diga o
haga deja de ponerlo a Él de manifiesto. De este modo, el cuerpo lleva a
Cristo, dulce y amorosamente, ante aquellos que no lo conocen, para así sanar sus
mentes. Tal es la misión que tu hermano tiene con respecto a ti. Y tu misión con respecto a él no puede sino
ser la misma.
I. El vínculo con la
Verdad
1. No puede ser difícil llevar
a cabo la tarea que Cristo te encomendó, pues es Él Quien la desempeña. Y a
medida que la llevas a cabo, aprendes que el cuerpo solo aparenta ser el medio
para ejecutarla. Pues la Mente es Suya. Por lo tanto, tiene que ser tuya. Su santidad
dirige el cuerpo por medio de la mente que es una con Él. Y tú te pones de
manifiesto ante tu santo hermano tal como él lo hace ante ti. He aquí el
encuentro del santo Cristo Consigo Mismo, donde no se percibe ninguna
diferencia que se interponga entre ninguno de los aspectos de Su santidad, los
cuales se encuentran, se funden y elevan a Cristo hasta Su Padre, íntegro, puro
y digno de Su Amor eterno.
2. ¿De qué otra manera podrías poner de manifiesto al Cristo en ti
sino contemplando la santidad y viéndolo a Él en ella? La percepción te dice
que tú te pones de manifiesto en lo que ves. Si contemplas el cuerpo, creerás
que ahí es donde te encuentras tú. Y todo cuerpo que veas te recordará a ti
mismo: tu pecaminosidad, tu maldad, pero sobre todo, tu muerte. ¿No
aborrecerías e incluso intentarías matar a quien te dijese algo así? El mensaje
y el mensajero son uno. Y no puedes sino ver a tu hermano como te ves a ti
mismo. Enmarcado en su cuerpo, verás su pecaminosidad, en la que tú te alzas
condenado. En su santidad, el Cristo en él se proclama a Sí Mismo como lo que
eres tú.
3. La percepción es la elección de lo que quieres ser, del mundo en el
que quieres vivir y del estado en el que crees que tu mente se encontrará
contenta y satisfecha. La percepción elige dónde crees que reside tu seguridad,
de acuerdo con tu decisión. Te revela lo que eres tal como tú quieres ser. Y es
siempre fiel a tu propósito, del que nunca se aparta, y no da el más mínimo
testimonio de nada que no esté de acuerdo con el propósito de tu mente. Lo que
percibes es parte de lo que tienes como propósito contemplar, pues los medios y
el fin no están nunca separados. Y así aprendes que lo que parece tener una
vida aparte en realidad no tiene vida en absoluto.
4. Tú eres el medio para llegar a Dios; no algo separado, ni con una
vida aparte de la Suya. Su Vida se pone de manifiesto en ti que eres Su Hijo. Cada
uno de Sus aspectos está enmarcado en santidad y pureza perfectas, y en un amor
celestial tan absoluto que solo anhela liberar todo lo que contempla para que
se una a él. Su resplandor brilla a través de cada cuerpo que contempla, y
lleva toda la obscuridad de éstos ante la luz al mirar simplemente más allá de
ella hacia la luz. El velo se descorre mediante su ternura y nada oculta la faz
de Cristo de los que la contemplan. Tu hermano y tú os encontráis ante Él
ahora, para dejar que Él descorra el velo que parece manteneros separados y
aparte.
5. Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti como
algo separado también. No es que lo esté realmente, sino que se presenta así a
fin de que el vínculo que se te ha dado para que te unas a la verdad pueda
llegar hasta ti a través de lo que entiendes. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno,
de la misma manera en que todos tus hermanos están unidos en la verdad cual uno
solo. Cristo y Su Padre jamás han estado
separados; y Cristo mora en tu entendimiento, en aquella parte de ti que comparte
la Voluntad de Su Padre. El Espíritu Santo es el vínculo entre la otra parte—el
diminuto y demente deseo de estar separado, de ser diferente y especial—y el Cristo,
para hacer que la unicidad le resulte clara a lo que es realmente uno. En este
mundo esto no se entiende, pero se puede enseñar.
6. El Espíritu Santo apoya el propósito de Cristo en tu mente, de
forma que tu deseo de ser especial pueda ser corregido allí donde se encuentra
el error. Debido a que Su propósito
sigue siendo el mismo que el del Padre y el del Hijo, Él conoce la Voluntad de
Dios, así como lo que tú realmente quieres. Pero esto solo lo puede comprender
la mente que se percibe a sí misma como una y que, consciente de que es una,
así lo experimenta. La función del
Espíritu Santo es enseñarte cómo experimentar esta unicidad, qué tienes que
hacer para conseguirlo y adónde debes dirigirte para lograrlo.
7. De acuerdo con esto, se considera al tiempo y al espacio como si
fueran distintos, pues mientras pienses que una parte de ti está separada, el
concepto de una unicidad unida cual una sola no tendrá sentido. Es obvio que
una mente así de dividida jamás podría ser el Maestro de la Unicidad que une a todas
las cosas dentro de Sí. Por lo tanto, lo que está dentro de esta mente, y en
efecto une a todas las cosas, no puede sino ser su Maestro. Él necesita, no
obstante, utilizar el idioma que dicha mente entiende, debido a la condición en
que cree encontrarse. Y tiene que valerse de todo lo que esta mente ha
aprendido para transformar las ilusiones en verdad y eliminar todas tus falsas
ideas acerca de lo que eres, a fin de conducirte hasta la verdad que se
encuentra más allá de ellas. Todo lo cual puede resumirse muy simplemente de la
siguiente manera: Lo que es lo mismo no puede ser diferente y lo que es uno no
puede tener partes separadas.
II. El que te salva
de las tinieblas
1. ¿No es evidente que lo que perciben los ojos te infunde miedo? Tal
vez pienses que aún puedes encontrar en ello alguna esperanza de satisfacción. Tal
vez tengas fantasías de poder alcanzar cierta paz y satisfacción en el mundo
tal como lo percibes. Mas ya te debe resultar evidente que el desenlace es
siempre el mismo. A pesar de tus esperanzas y fantasías, el resultado final es
siempre la desesperación. Y en esto no hay excepciones ni nunca las habrá. Lo
único de valor que el pasado te puede ofrecer es que aprendas que jamás te dio
ninguna recompensa que quisieras conservar. Pues solo así estarás dispuesto a
renunciar a él y a que desaparezca para siempre.
2. ¿No es extraño que aún abrigues esperanzas de hallar satisfacción
en el mundo que ves? Pues se mire como se mire, tu recompensa, en todo momento
y situación, no ha sido sino miedo y culpabilidad. ¿Cuánto tiempo necesitas
para darte cuenta de que la posibilidad de que esto cambie no justifica el que
sigas posponiendo el cambio que puede dar lugar a algo mejor? Pues una cosa es
segura: la manera en que ves y has estado viendo por largo tiempo, no te ofrece
nada en que basar tus esperanzas acerca del futuro ni indicación alguna de que
vayas a tener éxito. Poner tus esperanzas en algo que no te ofrece ninguna esperanza
no puede sino hacerte sentir desesperanzado. No obstante, esta desesperanza es
tu elección, y persistirá mientras sigas buscando esperanzas allí donde jamás
puede haber ninguna.
3. Mas ¿no es cierto también que aparte de esto has encontrado alguna esperanza,
un cierto vislumbre— inconstante y variable, aunque levemente visible—de que
está justificado tener esperanzas basándote en razones que no son de este
mundo? Sin embargo, tu esperanza de que puedes encontrar satisfacción en este
mundo te impide abandonar la infructuosa e imposible tarea que te impusiste a
ti mismo. ¿Cómo iba a tener sentido albergar la creencia fija de que hay
razones para seguir buscando lo que nunca dio resultado, basándose en la idea
de que de repente tendrá éxito y te proporcionará lo que nunca antes te había
dado?
4. En el pasado siempre fracasó. Alégrate de que haya desaparecido de tu mente
y de que ya no nuble lo que se encuentra allí. No confundas la forma con el
contenido, pues la forma no es más que un medio para el contenido. Y el marco
no es sino el medio para sostener el cuadro de manera que éste se pueda ver. Pero
el marco que oculta al cuadro no sirve para nada. No puede ser un marco si es
eso lo que ves. Sin el cuadro, el marco no tiene sentido, pues su propósito es
realzar el cuadro, no realzarse a sí mismo.
5. ¿Quién colgaría un marco vacío en la pared y se pararía delante de
él contemplándolo con la más profunda reverencia, como si de una obra maestra
se tratase? Mas si ves a tu hermano como un cuerpo, eso es lo que estás
haciendo. La obra maestra que Dios ha situado dentro de este marco es lo único
que se puede ver. El cuerpo la contiene por un tiempo, pero no la empaña en
absoluto. Mas lo que Dios ha creado no necesita marco, pues lo que Él ha
creado, Él lo apoya y lo enmarca dentro de Sí Mismo. Él te ofrece Su obra
maestra para que la veas. ¿Preferirías ver el marco en su lugar y no ver el
cuadro?
6. El Espíritu Santo es el marco que Dios ha puesto alrededor de
aquella parte de Él que tú quisieras ver como algo separado. Ese marco, no
obstante, está unido a su Creador y es uno con Él y con Su obra maestra. Ése es
su propósito, y tú no puedes convertir el marco en un cuadro solo porque elijas
ver el marco en su lugar. El marco que Dios le ha proporcionado apoya
únicamente Su propósito, no el tuyo separado del Suyo. Es ese otro propósito
que tienes lo que empaña el cuadro y lo que, en lugar de éste, tiene al marco
en gran estima. Mas Dios ha ubicado Su obra maestra en un marco que durará para
siempre, después de que el tuyo se haya desmoronado y convertido en polvo. No
creas, no obstante, que el cuadro será destruido en modo alguno. Lo que Dios
crea está a salvo de toda corrupción y permanece inmutable y perfecto en la
eternidad.
7. Acepta el marco de Dios en vez del tuyo y verás la obra maestra. Contempla
su belleza y entiende la Mente que la concibió, no en carne y hueso, sino en un
marco tan bello como ella misma. Su santidad ilumina la impecabilidad que el
marco de las tinieblas oculta, y arroja un velo de luz sobre la faz del cuadro
que no hace sino reflejar la luz que desde ella se irradia hacia su Creador. No
creas que por haberla visto en un marco de muerte esta faz estuvo alguna vez
nublada. Dios la mantuvo a salvo para que pudieras contemplarla y ver la
santidad que Él le otorgó.
8. Vislumbra dentro de la obscuridad al que te salva de las tinieblas,
y entiende a tu hermano tal como te lo muestra la Mente de tu Padre. Al
contemplarlo, él emergerá de las tinieblas y ya nunca más verás la obscuridad. Las
tinieblas no lo afectaron, como tampoco te afectaron a ti que lo extrajiste de ellas
para poderlo contemplar. Su impecabilidad no hace sino reflejar la tuya. Su
mansedumbre se vuelve tu fortaleza, y ambos miran en su interior gustosamente y
verán la santidad que debe estar ahí por razón de lo que viste en él. Él es el
marco en el que está montada tu santidad, y lo que Dios le dio a él tuvo que
habérsete dado a ti. Por mucho que él pase por alto la obra maestra en sí mismo
y vea solo un marco de tinieblas, tu única función sigue siendo ver en él lo
que él no ve. Y al hacer esto, compartes la visión que contempla a Cristo en
lugar de a la muerte.
9. ¿Cómo no iba a complacer al Señor de los Cielos que aprecies Su
obra maestra? ¿Qué otra cosa podría hacer sino darte las gracias a ti que amas
a Su Hijo como Él lo ama? ¿No te daría a conocer Su Amor solo con que te
unieras a Él para alabar lo que Él ama? Dios ama la Creación como el perfecto
Padre que es. Y de esta manera, Su Júbilo es total cuando cualquier parte de Él
se une a Sus alabanzas para compartirlo con Él. Este hermano es el perfecto
regalo que te hace. Y Dios se siente feliz y agradecido cuando le das las
gracias a Su perfecto Hijo por razón de lo que es. Y todo Su agradecimiento y
regocijo refulgen sobre ti que haces que Su Júbilo sea total, junto con él. Y así,
el tuyo se vuelve total. Aquellos cuya voluntad es que la felicidad del Padre
sea absoluta y la suya propia junto con la de Él, no pueden ver ni un solo rayo
de obscuridad. Dios Mismo ofrece Su gratitud libremente a todo aquel que comparte
Su Propósito. Su Voluntad no es estar solo. Ni la tuya tampoco.
10. Perdona a tu hermano, y no podrás separarte de él ni de su Padre. No
necesitas perdón, pues los que son totalmente puros jamás han pecado. Da,
entonces, lo que Él te ha dado para que puedas ver que Su Hijo es uno, y dale
gracias a su Padre como Él te las da a ti. No creas que Sus alabanzas no son
para ti también. Pues lo que tú das es Suyo, y al darlo, comienzas a entender
el don que te dio. Dale al Espíritu Santo lo que Él le ofrece al Padre y al
Hijo por igual. Nada tiene poder sobre ti excepto Su Voluntad y la tuya, la
cual no hace sino extender la Suya. Para eso fuiste creado, al igual que tu
hermano, quien es uno contigo.
11. Son lo mismo, tal como Dios Mismo es Uno, al no estar Su Voluntad
dividida. Y no podrán sino tener un solo propósito, puesto que Él les dio el
mismo a ambos. Su Voluntad se unifica a medida que unes tu voluntad a la de tu
hermano, a fin de que se restaure tu plenitud al ofrecerle a él la suya. No
veas en él la pecaminosidad que él ve, antes bien, hónrale para que puedas
apreciarte a ti mismo así como a él. Se les ha otorgado a cada uno de ustedes
el poder de salvar para que así escapar de las tinieblas a la luz sea algo que
puedan compartir y para que puedan ver
como Uno lo que nunca ha estado separado ni excluido de todo el Amor de Dios,
el cual Él da a todos por igual.
III. Percepción y
elección
1. En la medida en que atribuyas valor a la culpabilidad, en esa misma
medida percibirás un mundo en el que el ataque está justificado. En la medida
en que reconozcas que la culpa no tiene sentido, en esa misma medida percibirás
que el ataque no puede estar justificado. Esto concuerda con la ley fundamental de la
percepción: ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres
que lo esté. La percepción no está
regida por ninguna otra ley que ésa. Todo lo demás se deriva de ella, para
sustentarla y darle apoyo. Ésta es la
forma que, ajustada a este mundo, adopta la percepción de la ley más básica de
Dios: que el amor crea amor y nada más que amor.
2. Las Leyes de Dios no pueden gobernar directamente en un mundo
regido por la percepción, pues un mundo así no pudo haber sido creado por la
Mente para la cual la percepción no tiene sentido. Sus Leyes, no obstante, se
ven reflejadas por todas partes. No es que el mundo donde se ven reflejadas sea
real en absoluto. Es real solo porque Su Hijo cree que lo es, y Dios no pudo
permitirse a Sí Mismo separarse completamente de lo que Su Hijo cree. Él no
pudo unirse a la demencia de Su Hijo, pero sí pudo asegurarse de que Su Cordura
lo acompañara siempre, para que no se pudiese perder eternamente en la locura
de su deseo.
3. La percepción se basa en elegir, pero el Conocimiento no. El
Conocimiento está regido por una sola ley porque solo tiene un Creador. Pero
este mundo fue construido por dos hacedores que no lo ven de la misma manera. Para
cada uno de ellos el mundo tiene un propósito diferente, y es el medio perfecto
para apoyar el objetivo para el que se percibe. Para aquel que desea ser
especial, es el marco perfecto en el que manifestar su deseo: el campo de
batalla perfecto para librar sus guerras y el perfecto refugio para las
ilusiones que quiere hacer reales. No hay ninguna ilusión que en su percepción
no sea válida ni ninguna que no esté plenamente justificada.
4. El mundo tiene otro Hacedor, el Corrector simultáneo de la creencia
desquiciada de que es posible establecer y sostener algo sin un vínculo que lo
mantenga dentro de las Leyes de Dios, no como la Ley en sí conserva al universo
tal como Dios lo creó, sino en una forma que se adapte a las necesidades que el
Hijo de Dios cree tener. No obstante, error corregido es error eliminado. 3 Y
de este modo, Dios ha seguido protegiendo a Su Hijo, incluso en su error.
5. En el mundo al que el error dio lugar existe otro propósito porque
el mundo tiene otro Hacedor que puede reconciliar el objetivo del mundo con el
propósito de Su Creador. En Su
percepción del mundo, no hay nada que no justifique el perdón y la visión de la
perfecta impecabilidad; nada que pueda
ocurrir que no encuentre perdón instantáneo y total ni nada que pueda
permanecer un solo instante para empañar la impecabilidad que brilla inmutable
más allá de los fútiles intentos del especialismo de expulsarla de la
mente—donde no puede sino estar—e iluminar el cuerpo en su lugar. Los luceros
del Cielo no son para que tu mente elija dónde los quiere ver. Si elige verlos
en otra parte que no sea su hogar, como si estuvieran arrojando su luz sobre un
lugar donde jamás podrían estar, entonces el Hacedor del mundo tiene que
corregir tu error, pues de otro modo te quedarías en las tinieblas, donde los
luceros no están.
6. Todo aquel que se encuentra aquí ha venido a las tinieblas, pero
nadie ha venido solo ni necesita quedarse más de un instante. Pues cada uno ha
traído la Ayuda del Cielo consigo, lista para liberarlo de las tinieblas y
llevarlo a la luz en cualquier momento. Esto puede ocurrir en cualquier momento que él
decida, pues la ayuda está aquí, esperando tan solo su decisión. Y cuando
decida hacer uso de lo que se le dio, verá entonces que todas las situaciones
que antes consideraba como medios para justificar su ira se han convertido en eventos
que justifican su amor. Oirá claramente que las llamadas a la guerra que antes
oía son realmente llamamientos a la paz. Percibirá que lo que antes atacó no es
sino otro altar en el que puede, con la misma facilidad y con mayor dicha,
conceder perdón. Y reinterpretará cualquier tentación simplemente como otra
oportunidad más de ser feliz.
7. ¿Cómo podría ser que una percepción errónea fuese un pecado? Deja
que todos los errores de tus hermanos sean para ti solo una oportunidad más de
ver las obras del Ayudante que se te dio para que vieras el mundo que Él
construyó en vez del tuyo. ¿Qué puede estar entonces justificado? ¿Qué es lo
que quieres? Pues estas dos preguntas son la misma pregunta. Y cuando hayas
visto que son la misma, habrás tomado una decisión. Pues ver ambas preguntas como una sola es lo
que te libera de la creencia de que hay dos maneras de ver. Este mundo tiene mucho que ofrecerle a tu paz
y son muchas las oportunidades que te brinda para extender tu perdón. Tal es el
propósito que encierra para aquellos que desean ver la paz y el perdón
descender sobre ellos y ofrecerles la luz.
8. El Hacedor del mundo de la mansedumbre tiene absoluto poder para
contrarrestar el mundo de violencia y odio que parece interponerse entre Su
mansedumbre y tú. Dicho mundo no existe ante Sus ojos indulgentes. Y por lo
tanto, no tiene por qué existir ante los tuyos. El pecado es la creencia fija
que lo percibido no puede cambiar. Lo que ha sido condenado está condenado para
siempre, al ser eternamente imperdonable. Si entonces se perdona, quiere decir
que tuvo que haber sido un error percibirlo como un pecado. Y es esto lo que hace
que el cambio sea posible. El Espíritu Santo, asimismo, sabe que lo que Él ve
se encuentra mucho más allá de cualquier posibilidad de cambio. Pero el pecado
no puede inmiscuirse en Su visión, pues ha quedado corregido gracias a ella. Por
lo tanto, tuvo que haber sido un error, no un pecado. Pues lo que el pecado
afirmaba que nunca podría ocurrir, ha ocurrido. El pecado se ataca con
castigos, y de esta manera se perpetúa. Mas perdonarlo es cambiar su estado, de
manera que de ser un error pase a ser la verdad.
9. El Hijo de Dios no puede pecar, pero puede desear lo que le haría
daño. Y tiene el poder de creer que
puede ser herido. ¿Qué podría ser todo esto sino una percepción falsa de sí
mismo? ¿Y es esto acaso un pecado o simplemente un error? ¿Es perdonable? 6
¿Necesita él ayuda o condenación? ¿Es tu propósito que se salve o que sea
condenado? No olvides que lo que decidas que él es para ti, determinará tu
futuro. Pues estás construyendo tu futuro ahora: el instante en el que todo el
tiempo se convierte en un medio para alcanzar cualquier objetivo. Elige, pues,
pero reconoce que mediante esa elección se elige el propósito del mundo que
ves, el cual se justificará.
IV. La luz que traes
contigo
1. Las mentes que están unidas, y que reconocen que lo están, no
pueden sentir culpabilidad. Pues no pueden atacar, y se regocijan de que así
sea, al ver que su seguridad reside en ese hecho feliz. Su alegría radica en la
inocencia que ven. Y por eso la buscan, puesto que su propósito es contemplarla
y regocijarse. Todo el mundo anda en pos de lo que le proporcionaría alegría,
según cada uno la define. No es el objetivo en sí lo que varía. Sin embargo, la
manera en que se ve el objetivo es lo que determina la elección de los medios,
y lo que hace que éstos no puedan cambiar a no ser que se cambie el objetivo. Si éste cambia, se escogen otros medios, ya
que lo que ha de proporcionar felicidad se define de otra manera y se busca de
forma distinta.
2. Podría afirmarse, por lo tanto, que la ley básica de la percepción
es: “Te regocijarás con lo que veas, pues lo ves para regocijarte”. Y mientras
creas que el sufrimiento y el pecado te pueden proporcionar alegría, seguirán
estando ahí para que los veas. Nada es perjudicial o beneficioso aparte de cómo
tú desees que sea. Tu deseo es lo que determina los efectos que ha de tener
sobre ti, pues lo elegiste como un medio
para obtener esos efectos, creyendo que eran los portadores del regocijo y la
dicha. Esta ley rige incluso en el Cielo. El Hijo de Dios crea para ser feliz,
puesto que comparte con su Padre el propósito que Éste tuvo al crearlo a fin de
que su dicha fuera cada vez mayor y la de Dios junto con la suya.
3. Tú que eres el hacedor de un mundo que no es así, descansa y halla
solaz en otro mundo donde mora la paz. Ése es el mundo que le llevas a todos
los ojos fatigados y a todos los corazones desfallecidos que contemplan el
pecado y entonan su triste estribillo. De ti puede proceder su descanso. De ti
puede surgir un mundo cuya contemplación los hará felices y donde sus corazones
estarán rebosantes de dicha. De ti procede una visión que se extiende hasta
todos ellos, envolviéndolos con dulzura y luz. Y en este creciente mundo de
luz, las tinieblas que ellos pensaban que estaban ahí se desplazan hasta
convertirse en sombras lejanas y distantes, que no se recordarán por mucho
tiempo una vez que el sol las haya desvanecido. Y todos sus pensamientos
“malvados” y esperanzas “pecaminosas”, sus sueños de culpabilidad y venganza
despiadada, así como todo deseo de herir, matar y morir desaparecerán ante el
sol que traes contigo.
4. ¿No desearías hacer esto por el Amor de Dios? ¿Y por ti mismo? Piensa en lo que ello representaría para
ti. Pues los pensamientos “malvados” que
ahora te atormentan te parecerán cada vez más remotos y alejados de ti. Y esto
es así porque el sol que mora en ti ha despuntado para desvanecerlos con su
luz. Persisten por un corto tiempo en formas enrevesadas, demasiado distantes
como para que se puedan reconocer y luego desaparecen para siempre. Y en la luz
del sol te alzarás sereno, lleno de inocencia y sin temor alguno. Y desde ti,
el descanso que encontraste se extenderá para que tu paz jamás pueda abandonarte
y dejarte desamparado. Aquellos que ofrecen paz a todo el mundo han encontrado
un hogar en el Cielo que el mundo no puede destruir. Pues es lo suficientemente
grande como para contener al mundo entero dentro de su paz.
5. En ti reside el Cielo en su totalidad. A cada hoja seca que cae se
le confiere vida en ti. Cada pájaro que alguna vez cantó cantará de nuevo en
ti. Y cada flor que alguna vez floreció ha conservado su perfume y hermosura
para ti. ¿Qué objetivo puede suplantar a la Voluntad de Dios y a la de Su Hijo
de que el Cielo le sea restituido a aquel para quien fue creado como su único
hogar? No ha habido nada ni antes ni después. No ha habido ningún otro lugar,
ningún otro estado ni ningún otro tiempo. Nada que esté más allá o más acá.
Nada más. En ninguna forma. Esto se lo puedes brindar al mundo entero y a todos
los pensamientos erróneos que se adentraron en él y permanecieron allí por un
tiempo. ¿De qué mejor manera se podrían llevar tus errores ante la verdad, mas
que estando dispuesto a llevar la luz del Cielo contigo, según te diriges más
allá del mundo de las tinieblas hacia la luz?
V. El estado de
impecabilidad
1. El estado de impecabilidad es simplemente esto: todo deseo de
atacar ha desaparecido, de modo que no hay razón para percibir al Hijo de Dios
de ninguna otra forma excepto como es. La necesidad de que haya culpa ha
desaparecido porque ya no tiene propósito, y sin el objetivo de pecado no tiene
sentido. El ataque y el pecado son una misma ilusión, pues cada uno es la
causa, el objetivo y la justificación del otro. Por su cuenta ninguno de los
dos tiene sentido, si bien parecen derivar sentido del otro. Cada uno depende
del otro para conferirle el significado que parece tener. Y nadie podría creer
en uno de ellos a menos que el otro fuese verdad, pues cada uno de ellos da fe
de que el otro tiene que ser cierto.
2. El ataque convierte a Cristo en tu enemigo y a Dios junto con Él.
¿Cómo no ibas a estar atemorizado con semejantes “enemigos”? ¿Y cómo no ibas a tener miedo de ti mismo? Pues
te has hecho daño, y has hecho de tu Ser tu “enemigo”. Y ahora no puedes sino
creer que tú no eres tú, sino algo ajeno a ti mismo, “algo distinto”, “algo”
que hay que temer en vez de amar. ¿Quién atacaría lo que percibe como
completamente inocente? ¿Y quién que desease atacar podría dejar de sentirse
culpable por abrigar ese deseo aunque anhelara la inocencia? Pues ¿quién podría
considerar al Hijo de Dios inocente y al mismo tiempo desear su muerte? Cada
vez que contemplas a tu hermano, Cristo se halla ante ti. Él no se ha marchado
porque tus ojos estén cerrados. Mas ¿qué podrías ver si buscas a tu Salvador y
lo contemplas con ojos que no ven?
3. No es a Cristo a quien contemplas cuando miras de esa manera. A
quien ves es al “enemigo”, que confundes con Cristo. Y lo odias porque no puedes
ver en él pecado alguno. Tampoco oyes su llamada suplicante, cuyo contenido no
cambia sea cual sea la forma en que la llamada se haga, rogándote que te unas a
él en inocencia y en paz. Sin embargo, tras los insensatos alaridos del ego,
tal es la llamada que Dios le ha encomendado que te haga, a fin de que puedas
oír en él Su Llamada a ti y la contestes devolviéndole a Dios lo que es Suyo.
4. El Hijo de Dios solo te pide esto: que le devuelvas lo que es suyo,
para que así puedas participar de ello con él. Por separado ni tú ni él lo
tienen. Y así, no les sirve de nada a ninguno de los dos. Pero si disponen de
ello juntos, les proporcionará a cada uno de ustedes la misma fuerza para
salvar al otro y para salvarse a sí mismo junto con él. Si lo perdonas, tu salvador
te ofrece salvación. Si lo condenas, te ofrece la muerte. Lo único que ves en
cada hermano es el reflejo de lo que elegiste que él fuese para ti. 8 Si
decides contra su verdadera función—la única que tiene en realidad—lo estarás
privando de toda la alegría que habría encontrado de haber podido desempeñar el
papel que Dios le encomendó. Pero no pienses que solo él pierde el Cielo. Y
éste no se puede recuperar a menos que le muestres el camino a través de ti,
para que así tú puedas encontrarlo, caminando con él.
5. Su salvación no supone ningún sacrificio para ti, pues mediante su libertad
tú obtienes la tuya. Permitir que su función se realice es lo que permite que
se realice la tuya. Y así, caminas en dirección al Cielo o al infierno, pero no
vas solo. ¡Cuán bella será su impecabilidad cuando la percibas! ¡Y cuán grande
tu alegría cuando él sea libre para ofrecerte el don de la visión que Dios le
dio para ti! Él no tiene otra necesidad que ésta: que le permitas completar la
tarea que Dios le encomendó. Recuerda únicamente esto: que lo que él hace tú lo
haces junto con él. Y tal como lo consideres, así definirás su función con
respecto a ti hasta que lo veas de otra manera y dejes que él sea para ti lo
que Dios dispuso que fuera.
6. Frente al odio que el Hijo de Dios pueda tener contra sí mismo, se
encuentra la creencia de que Dios es impotente para salvar lo que Él creó del
dolor del infierno. Pero en el amor que él se muestra a sí mismo, Dios es
liberado para que se haga Su Voluntad. Ves en tu hermano la imagen de lo que
crees que es la Voluntad de Dios para ti. Al perdonar entenderás cuánto te ama
Dios, pero si atacas creerás que te odia, al pensar que el Cielo es el
infierno. Mira a tu hermano otra vez, pero con el entendimiento de que él es el
camino al Cielo o al infierno, según lo percibas. Y no te olvides de esto: el
papel que le adjudiques se te adjudicará a ti, y por el camino que le señales
caminarás tú también porque ése es tu juicio acerca de ti mismo.
VI. Tu función
especial
1. La Gracia de Dios descansa dulcemente sobre los ojos que perdonan,
y todo lo que éstos contemplan le habla de Dios al espectador. Él no ve maldad ni nada que temer en el mundo
o nadie que sea diferente de él. Y de la misma manera en que ama a otros con
amor y con dulzura, así se contempla a sí mismo. No se condenaría por sus errores tal como
tampoco condenaría a otro. No es un árbitro de venganzas ni un castigador de
pecadores. La dulzura de su mirada descansa sobre sí mismo con toda la ternura
que les ofrece a los demás. Pues solo quiere curar y bendecir. Y puesto que
actúa en armonía con la Voluntad de Dios, tiene el poder de curar y bendecir a
todos los que contempla con la Gracia de Dios en su mirada.
2. Los ojos se acostumbran a la obscuridad, y la luz de un día soleado
les resulta dolorosa a los ojos aclimatados desde hace mucho a la tenue
penumbra que se percibe durante el crepúsculo. Dichos ojos esquivan la luz del sol y la
claridad que ésta arroja a todo lo que contemplan. La penumbra parece mejor:
más fácil de ver y de reconocer. De alguna manera lo vago y lo sombrío parece ser
más fácil de contemplar y menos doloroso para los ojos que lo que es completamente
claro e inequívoco. Éste, no obstante, no es el propósito de los ojos, y ¿quién
puede decir que prefiere la obscuridad y al mismo tiempo afirmar que desea ver?
3. Tu deseo de ver hace que la
Gracia de Dios descienda sobre tus ojos, trayendo consigo el regalo de luz que
hace que la visión sea posible. ¿Quieres realmente contemplar a tu hermano? A
Dios le complacería que lo hicieras. No es Su Voluntad que no reconozcas a tu
salvador. Tampoco es Su Voluntad que tu salvador no desempeñe la función que Él
le encomendó. No dejes que se siga sintiendo solo por más tiempo, pues los que
se sienten solos son aquellos que no ven ninguna función en el mundo que ellos
puedan desempeñar, ningún lugar en el que se les necesite ni ningún objetivo
que solo ellos puedan alcanzar perfectamente.
4. Ésta es la percepción benévola que el Espíritu Santo tiene del
deseo de ser especial: valerse de lo que tú hiciste, para sanar en vez de para
hacer daño. Él le asigna a cada cual una función especial en la salvación que solo
él puede desempeñar, un papel exclusivamente para él. Y el plan no se habrá
llevado a término hasta que cada cual descubra su función especial y desempeñe
el papel que se le asignó para completarse a sí mismo en un mundo donde rige la
incompleción.
5. Aquí, donde las Leyes de Dios no rigen de forma perfecta, él
todavía puede hacer una cosa perfectamente y llevar a cabo una elección
perfecta. Y por este acto de lealtad especial hacia uno que percibe como
diferente de sí mismo, se da cuenta de que el regalo se le otorgó a él y, por
lo tanto, de que ambos tienen que ser necesariamente uno. El perdón es la única
función que tiene sentido en el tiempo. Es el medio del que el Espíritu Santo
se vale para transformar el especialismo, de modo que de pecado pase a ser
salvación. El perdón es para todos. Mas solo es completo cuando descansa sobre
todos, y toda función que este mundo tenga se completa con él. Entonces el
tiempo cesa. No obstante, mientras se esté en el tiempo, es mucho lo que
todavía queda por hacer. Y cada uno tiene que hacer lo que se le asignó, pues
todo el plan depende de su papel. Cada
cual tiene un papel especial en el tiempo, pues eso fue lo que eligió, y al
elegirlo, hizo que fuese así para él. No se le negó su deseo, sino que se
modificó la forma del mismo, de manera que redundara en beneficio de su hermano
y de él, y se convirtiera de ese modo en un medio para salvar en vez de para
llevar a la perdición.
6. La salvación no es más que un recordatorio de que este mundo no es
tu hogar. No se te imponen sus leyes ni sus valores son los tuyos. Y nada de lo
que crees ver en él se encuentra realmente ahí. Esto se ve y se entiende a
medida que cada cual desempeña su papel en el des-hacimiento del mundo, tal
como desempeñó un papel en su fabricación. Cada cual dispone de los medios para
ambas posibilidades, tal como siempre ha dispuesto de ellos. Dios dispuso que
el especialismo que Su Hijo eligió para hacerse daño a sí mismo fuera
igualmente el medio para su salvación desde el preciso instante en que tomó esa
decisión. Su pecado especial pasó a ser
su gracia especial. Su odio especial se convirtió en su amor especial.
7. El Espíritu Santo necesita que desempeñes tu función especial, de
modo que la Suya pueda consumarse. No pienses que no tienes un valor especial
aquí. Tú lo quisiste, y se te concedió. Todo lo que has hecho se puede
utilizar, fácil y provechosamente, a favor de la salvación. El Hijo de Dios no
puede tomar ninguna decisión que el Espíritu Santo no pueda emplear a su favor,
en vez de contra él. Solo en la obscuridad parece ser un ataque tu deseo de ser
especial. En la luz, lo ves como la función especial que te corresponde
desempeñar en el plan para salvar al Hijo de Dios de todo ataque y hacerle
entender que está a salvo, tal como siempre lo estuvo y lo seguirá estando,
tanto en el tiempo como en la eternidad. Ésa es la función que se te encomendó
con respecto a tu hermano. Acéptala dulcemente de su mano, y deja que la
salvación se consume perfectamente en ti. Haz solo esto y todo se te dará.
VII. La roca de la
salvación
1. No obstante, si el Espíritu Santo puede convertir cada sentencia
que te impusiste a ti mismo en una bendición, entonces no pudo haber sido un
pecado. El pecado es lo único en todo el mundo que no puede cambiar. Es
inmutable. Y de su inmutabilidad depende el mundo. La magia del mundo parece
ocultar de los pecadores el dolor del pecado y engañar con falsos destellos y
con ardides. Mas todo el mundo sabe que el costo del pecado es la muerte. Y
ciertamente lo es. Pues el pecado es una petición de muerte, un deseo de hacer
que los cimientos de este mundo sean tan firmes como el amor, tan dignos de
confianza como el Cielo y tan fuertes como Dios Mismo. Todo aquel que cree que
es posible pecar mantiene al mundo excluido del amor. Y esto no cambiará. Sin
embargo, ¿sería posible que lo que Dios no creó compartiera los atributos de Su
Creación cuando es lo opuesto a Ella desde cualquier punto de vista?
2. Es imposible que el deseo de morir del “pecador” sea tan fuerte
como la Voluntad de Dios por la vida. Tampoco es posible que los cimientos de
un mundo que Él no creó fueran tan firmes y seguros como el Cielo. ¿Cómo iba
ser posible que el Cielo y el infierno fuesen lo mismo? ¿Y cómo podría ser que
lo que Su Voluntad no dispuso no se pudiese cambiar? ¿Qué otra cosa aparte de
Su Voluntad es inmutable? ¿Y qué puede compartir sus atributos, excepto ella
misma? ¿Qué deseo puede alzarse contra Su Voluntad y ser inmutable? Si pudieses
darte cuenta de que lo único que es inmutable es la Voluntad de Dios, este curso
no te resultaría difícil. No obstante, eso es precisamente lo que no crees. Sin
embargo, no podrías creer nada más si tan solo vieses lo que realmente es.
3. Volvamos a lo que anteriormente dijimos, y pensemos en ello más
detenidamente. Debe ser, o bien que Dios está loco o bien que este mundo es un
manicomio. Ni uno solo de los Pensamientos de Dios tiene sentido en este mundo.
Y nada de lo que el mundo acepta como cierto tiene sentido alguno en Su Mente.
Lo que no tiene sentido ni significado es demente. Y lo que es demente no puede
ser la verdad. Si una sola de las creencias que en tanta estima se tienen aquí
fuese cierta, entonces todo Pensamiento que Dios haya tenido sería una ilusión.
Pero si uno solo de Sus Pensamientos es cierto, entonces todas las creencias a
las que el mundo otorga significado son falsas y absurdas. Ésta es la elección
que tienes ante ti. No trates de verla de otra manera ni hacer de ella lo que
no es. Pues lo único que puedes hacer es tomar una decisión. El resto depende
de Dios, no de ti.
4. Justificar uno solo de los valores que el mundo sostiene es negar
la cordura de tu Padre y la tuya. Pues Dios y Su Hijo bienamado no piensan de
manera diferente. Y es esta concordancia en el pensar de Ambos lo que hace que
el Hijo sea un co-creador con la Mente cuyo Pensamiento lo creó a él. De modo
que si elige creer en un solo pensamiento que se oponga a la verdad, habrá
decidido que él no es el Hijo de su Padre porque el Hijo está loco, y la
cordura tiene que ser algo ajeno al Padre y al Hijo. Esto es lo que crees. No
pienses que esta creencia depende de la forma en que se manifieste. El que de
alguna manera crea que el mundo es cuerdo, que algunas de las cosas que piensa
están justificadas o que está sustentado por algún tipo de razón, cree que eso
es cierto. El pecado no es real porque ni el Padre ni el Hijo son dementes. Este
mundo no tiene sentido porque se basa en el pecado. ¿Quién podría crear lo
inmutable a menos que estuviera basado en la verdad?
5. El Espíritu Santo tiene el poder de transformar todos los cimientos
del mundo que ves en algo distinto: en una base que no sea demente, sobre la
que se puedan sentar los cimientos de una percepción sana y desde la que se
puede percibir otro mundo: un mundo en el que nada se opone a lo que conduciría
al Hijo de Dios a la cordura y a la felicidad; un mundo en el que nada da
testimonio de la muerte ni de la crueldad; de la separación o de las
diferencias. Pues ahí todo se percibe como uno y nadie tiene que perder para
que otro gane.
6. Pon a prueba todas tus creencias a la luz de este único requisito,
y entiende que todo lo que satisface esta única petición es digno de tu fe.
Nada más lo es. Lo que no es amor es pecado, y cada uno de ellos percibe al otro
como demente y sin sentido. El amor es la base de un mundo que los pecadores
perciben como completamente demente, ya que creen que el camino que ellos
siguen es el que conduce a la cordura. Mas el pecado es igualmente demente a
los ojos del amor, que dulcemente prefieren mirar más allá de la locura y
descansar serenamente en la verdad. Tanto el amor como el pecado ven un mundo
inmutable, según cada uno define la inalterable y eterna verdad de lo que eres.
Y cada uno refleja un punto de vista de lo que el Padre y el Hijo deben ser
para que ese punto de vista sea significativo y cuerdo.
7. Tu función especial es aquella forma en particular que a ti te
parece más significativa y sensata para demostrar el hecho de que Dios no es
demente. El contenido es el mismo. La forma se adapta a tus necesidades
particulares; al tiempo y lugar concretos en los que crees encontrarte y donde
puedes ser liberado de estos conceptos, así como de todo lo que crees que te
limita. El Hijo de Dios no puede estar limitado por el tiempo, por el espacio
ni por ninguna cosa que la Voluntad de Dios no haya dispuesto. No obstante, si
se cree que lo que Su Voluntad dispone es una locura, entonces la forma de
cordura que la hace más aceptable para los que son dementes requiere una
decisión especial. Esta decisión no la pueden tomar los dementes, cuyo problema
es que sus decisiones no son libres ni las toman guiados por la razón a la luz
del sentido común.
8. Sería ciertamente una locura poner la salvación en manos de los
dementes. Pero puesto que Dios no está loco, ha designado a Uno tan cuerdo como
Él para que le presente un mundo de mayor cordura a todo aquel que eligió la
demencia como su salvación. A Él le es dado elegir la forma más apropiada para
ayudar al demente: una que no ataque el mundo que éste ve, sino que se adentre
en él calladamente y le muestre que está loco. El Espíritu Santo no hace sino
señalarle otra alternativa, otra forma de contemplar lo que antes veía, que él
reconoce como el mundo en el que vive, el cual creía entender.
9. Ahora tiene que poner todo esto en tela de juicio, pues la forma de
la alternativa es una que no puede negar, pasar por alto ni dejar de percibir
en absoluto. La función especial de cada uno está diseñada de modo que se
perciba como algo factible, como algo que se desea cada vez más a medida que se
le demuestra que es una alternativa que realmente desea. Desde esta
perspectiva, su pecaminosidad así como todo el pecado que ve en el mundo,
tienen cada vez menos que ofrecerle. Y por fin llega a entender que todo ello
le ha costado su cordura y que se interpone entre él y cualquier esperanza de
volver a ser cuerdo. Puesto que tiene un papel especial en la liberación de
todos sus hermanos, no se le deja sin la posibilidad de escapar de la locura.
Sería tan inaudito que se le excluyera y se le dejara sin una función especial
en la esperanza de alcanzar la paz, como lo sería que el Padre ignorara a Su
Hijo y lo pasara de largo sin ningún miramiento.
10. ¿En qué otra cosa se puede confiar sino en el Amor de Dios? ¿Y
dónde mora la cordura sino en Él? Aquel
que habla por Dios puede mostrarte esto en la alternativa que eligió
especialmente para ti. La Voluntad de Dios es que recuerdes esto, y que pases
así del más profundo desconsuelo al júbilo perfecto. Acepta la función que se te ha asignado en el
plan de Dios para mostrarle a Su Hijo que el infierno y el Cielo son
diferentes, no lo mismo. Mas en el Cielo
son lo mismo, pues carecen de las diferencias que habrían hecho del Cielo un
infierno y del infierno un cielo, si tal demencia hubiese sido posible.
11. La creencia de que es posible perder no es sino el reflejo de la
premisa subyacente de que Dios está loco. Pues en este mundo parece que alguien
tiene que perder porque otro ganó. Si esto fuese cierto, entonces Dios estaría
loco. Mas ¿qué es esa creencia sino una forma de la premisa más básica según la
cual, “El pecado es real y es lo que rige al mundo”? Por cada pequeña ganancia
que se obtenga, alguien tiene que perder y pagar el importe exacto con sangre y
sufrimiento. Pues, de lo contrario, el mal triunfaría y la destrucción sería el
costo total de cualquier ganancia. Tú que crees que Dios está loco, examina
esto detenidamente y comprende que, o bien Dios es demente o bien lo es esta
creencia, pero no ambas cosas.
12. La salvación es el renacimiento de la idea de que nadie tiene que
perder para que otro gane. Y todo el mundo tiene que ganar, si es que uno solo
ha de ganar. Con esto queda restaurada la cordura. Y sobre esta única roca de
verdad la fe puede descansar con perfecta confianza y en perfecta paz en la
eterna cordura de Dios. La razón queda satisfecha, pues con esto todas las
creencias dementes pueden ser corregidas. Y si esto es verdad, el pecado no
puede sino ser imposible. Ésta es la roca sobre la que descansa la salvación,
el punto estratégico desde el que el Espíritu Santo le confiere significado y
dirección al plan en el que tu función especial tiene un papel que desempeñar. Pues
aquí tu función especial se vuelve íntegra porque comparte la función de la
totalidad.
13. Recuerda que toda tentación no es más que esto: la creencia
descabellada de que la demencia de Dios te volvería cuerdo y te daría lo que
quisieras; y de que o bien tú o Dios tendrían que perder ante la demencia
porque sus objetivos son irreconciliables. La muerte exige vida, pero no la puede
mantener a ningún precio. Nadie tiene que sufrir para que la Voluntad de Dios
se haga. La salvación es Su Voluntad porque tú la compartes con Él. No es solo
para ti, sino para el Ser que es el Hijo de Dios. Éste no puede perder, pues si
pudiese, supondría una pérdida para su Padre, y para Él la pérdida es
imposible. Y esto es cuerdo porque es la verdad.
VIII. La restitución
de la justicia al amor
1. El Espíritu Santo puede usar todo lo que le ofreces para tu
salvación. Pero no puede usar lo que te niegas a entregarle, ya que no puede
quitártelo sin tu consentimiento. Pues si lo hiciera, creerías que te lo arrebató
en contra de tu voluntad. Y así, no aprenderías que tu voluntad es no tenerlo. Él
no necesita que estés completamente dispuesto a entregárselo, pues si ése fuera
el caso, no tendrías ninguna necesidad de Él. Pero sí necesita que prefieras
que Él lo tome a que tú te lo quedes solo para ti, y que reconozcas que no
sabes qué es lo que no supone una pérdida para nadie. Eso es lo único que se
tiene que añadir a la idea de que nadie tiene que perder para que tú ganes. Nada
más.
2. He aquí el único principio que la salvación requiere. No es necesario
que tu fe en él sea firme e inquebrantable ni que esté a salvo del ataque de
todas las creencias que se oponen a él. No tienes una lealtad fija. Pero
recuerda que los que ya se han salvado no tienen necesidad de salvación. No se
te pide que hagas lo que le resultaría imposible a alguien que todavía está
dividido contra sí mismo. No esperes poder encontrar sabiduría en semejante
estado mental. Pero siéntete agradecido de que lo único que se te pide es que
tengas un poco de fe. ¿Qué les puede quedar a los que todavía creen en el
pecado sino un poco de fe? ¿Qué podrían saber del Cielo y de la justicia de los
que se han salvado?
3. Existe una clase de justicia en la salvación de la que el mundo no
sabe nada. Para el mundo, la justicia y la venganza son lo mismo, pues los
pecadores ven la justicia únicamente como el castigo que merecen, por el que
tal vez otro debe pagar, pero del que no es posible escapar. Las leyes del
pecado exigen una víctima. Quién ha de ser esa víctima es irrelevante. Pero el
costo no puede ser otro que la muerte, y tiene que pagarse. Esto no es
justicia, sino demencia. Sin embargo, allí donde el amor significa odio, y la
muerte se ve como la victoria y el triunfo sobre la eternidad, la
intemporalidad y la vida, ¿cómo se podría definir la justicia sin que la
demencia formase parte de ella?
4. Tú que no sabes lo que es la justicia puedes todavía preguntar lo
que es y así aprenderlo. La justicia contempla a todos de la misma manera. No
es justo que a alguien le falte lo que otro tiene. Pues eso es venganza, sea cual
sea la forma que adopte. La justicia no exige ningún sacrificio, pues todo
sacrificio se hace a fin de perpetuar y conservar el pecado. El sacrificio es
el pago que se ofrece por el costo del pecado, pero no es el costo total. El
resto se toma de otro y se deposita al lado de tu pequeño pago, para así
“expiar” por todo lo que quieres conservar y no estás dispuesto a abandonar. De
esta forma, consideras que tú eres en parte la víctima, pero que alguien más lo
es en mayor medida. Y en el costo total, cuanto más grande sea la parte que el
otro pague, menor será la tuya. Y la justicia, al ser ciega, queda satisfecha
cuando recibe su pago, sin que le importe quién es el que paga.
5. ¿Cómo iba a ser eso justicia? 2 Dios no sabe nada de esa justicia. Pero
sí sabe lo que es la Justicia y lo sabe muy bien. Pues Él es totalmente justo
con todo el mundo. La venganza es algo ajeno a la Mente de Dios precisamente porque
Él conoce la Justicia. Ser justo es ser equitativo, no vengativo. Es imposible
que la equidad y la venganza puedan coexistir, pues cada una de ellas
contradice a la otra y niega su realidad. No puedes compartir la justicia del
Espíritu Santo mientras de alguna manera tu mente pueda concebir ser especial. Sin
embargo, ¿sería Él justo si condenase a un pecador por los crímenes que éste no
cometió aunque él crea que los cometió? ¿Y a dónde habría ido a parar la
justicia si Él les exigiera a los que están obsesionados con la idea del
castigo que, sin ninguna ayuda, la dejaran a un lado y percibiesen que no es
verdad?
6. A los que todavía creen que el pecado tiene sentido les resulta
extremadamente difícil entender la justicia del Espíritu Santo. No pueden sino
creer que Él comparte su confusión y, por lo tanto, no pueden evadir la
venganza que forzosamente comporta su propia creencia de lo que es la justicia.
Y así, tienen miedo del Espíritu Santo y perciben en Él la “ira” de Dios. Y no
pueden confiar en que no los va a aniquilar con rayos extraídos de las “llamas”
del Cielo por la Propia Mano iracunda de Dios. Pues creen que el Cielo es el
infierno y tienen miedo del amor. Y cuando se les dice que nunca han pecado,
les invade una profunda sospecha y les sobrecoge el escalofrío del miedo. Su
mundo depende de la estabilidad del pecado. Y perciben la “amenaza” de lo que
Dios entiende por justicia como algo más destructivo para ellos y para su mundo
que la venganza, la cual comprenden y aman.
7. Y así, piensan que perder el pecado sería una maldición. Y huyen
del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que fue
enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer recaer sobre
ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños. ¿Qué otra cosa
podría ser Él para ellos sino un demonio que se viste de ángel para engañarlos?
¿Y qué escape les puede ofrecer sino la puerta que conduce al infierno, la
cual, sin embargo, parece ser la puerta al Cielo?
8. La justicia, no obstante, no puede castigar a aquellos que, aunque
claman por castigo, tienen un Juez que sabe que en realidad son completamente
inocentes. Él está obligado en justicia a liberarlos y a darles todo el honor
que merecen y que se han negado a sí mismos al no ser justos y no poder
entender que son inocentes. El amor no es comprensible para los pecadores
porque creen que la justicia se escindió del amor y que representa algo
distinto. Y de esta manera, se percibe al amor como algo débil y a la venganza
como muestra de fortaleza. Pues el amor perdió cuando el juicio se separó de su
lado y ahora es demasiado débil para poder salvar a nadie del castigo. Pero la
venganza sin amor ha cobrado fuerza al estar separada y aparte del amor. ¿Y qué
otra cosa sino la venganza puede ser ahora lo que ayuda y salva, mientras que
el amor es un espectador pasivo, impotente, injusto, endeble e incapaz de
salvar?
9. ¿Y qué puede pedirte el Amor a ti que piensas que todo esto es
verdad? ¿Podría Él, siendo justo y amoroso, creer que en tu confusión tienes
algo que dar? No se te pide que tengas mucha confianza en Él, sino la misma que
ves que Él te ofrece y que reconoces que no podrías tener en ti mismo. Él ve
todo aquello de lo que eres merecedor a la luz de la Justicia de Dios, pero
también se da cuenta de que no puedes aceptarlo. Su función especial consiste
en ofrecerte los regalos que los inocentes merecen. Y cada regalo que aceptas
le brinda alegría a Él y a ti. Él sabe que el Cielo se enriquece con cada
regalo que aceptas. Y Dios se alegra cuando Su Hijo recibe lo que la amorosa justicia
sabe que le corresponde. Pues el amor y la justicia no son diferentes. Y
precisamente porque son lo mismo la misericordia se encuentra a la derecha de
Dios y le da a Su Hijo el poder de perdonarse a sí mismo sus pecados.
10. ¿Cómo se le iba a poder privar de algo a aquel que todo lo merece?
Pues eso sería una injusticia, y ciertamente no sería justo para toda la
santidad que hay en él, por mucho que no la reconozca. Dios no sabe de injusticias.
Él no permitiría que Su Hijo fuera juzgado por aquellos que quieren destruirlo
y que no pueden ver su valía en absoluto. ¿Qué testigos fidedignos podrían
convocar para que hablaran en su defensa? ¿Y quién vendría a interceder en su
favor, en lugar de abogar por su muerte? Tú no le harías justicia. No obstante, Dios se aseguró de que se hiciese
justicia con el Hijo que Él ama y de que ésta lo protegiese de cualquier
injusticia que tratases de cometer contra él, al creer que la venganza es su
merecido.
11. De la misma manera en que al especialismo no le importa quién paga
el costo del pecado con tal de que se pague, al Espíritu Santo le es
indiferente quién es el que por fin contempla la inocencia, con tal de que ésta
se vea y se reconozca. Pues con un solo testigo basta. La simple justicia no
pide nada más. El Espíritu Santo le pregunta a cada uno si quiere ser ese
testigo, de forma que la justicia pueda ser restituida al amor y quede allí
satisfecha. Cada función especial que Él asigna es solo para que cada uno
aprenda que el amor y la justicia no están separados y que su unión los
fortalece a ambos. Sin amor, la justicia está llena de prejuicios y es débil. Y
el amor sin justicia es imposible. Pues el amor es justo y no puede castigar
sin causa. ¿Y qué causa podría haber que justificase un ataque contra los que
son inocentes? El amor, entonces, corrige todos los errores con justicia, no
con venganza. Pues eso sería injusto para con la inocencia.
12. Tú puedes ser un testigo perfecto del poder del amor y de la
justicia, si comprendes que es imposible que el Hijo de Dios merezca venganza. No
necesitas percibir que esto es verdad en toda circunstancia. Tampoco necesitas
corroborarlo con tu experiencia del mundo, que no es sino una sombra de todo lo
que realmente está sucediendo dentro de ti. El entendimiento que necesitas no
procede de ti, sino de un Ser más grande, tan excelso y santo que no podría dudar
de Su propia Inocencia. Tu función especial es invocarlo, para que te sonría a
ti cuya inocencia Él comparte. Su entendimiento será tuyo. Y así, la función especial
del Espíritu Santo se habrá consumado. El Hijo de Dios ha encontrado un testigo
de su inocencia y no de sus pecados. ¡Cuán poco necesitas ofrecerle al Espíritu
Santo para que simplemente se te haga justicia!
13. Sin imparcialidad no hay justicia. ¿Cómo iba a poder ser justo el
especialismo? No juzgues, mas no porque tú seas un miserable pecador, sino
porque no puedes. ¿Cómo iban a poder entender los que se creen especiales que
la justicia es igual para todo el mundo? Quitar a uno para dar a otro es una
injusticia contra ambos, pues los dos son iguales ante los ojos del Espíritu
Santo. Su Padre les dio a ambos la misma herencia. El que desea tener más o
tener menos, no es consciente de que lo tiene todo. El que él se crea privado
de algo no le da el derecho de ser juez de lo que le corresponde a otro. Pues
en tal caso, no puede sino sentir envidia y tratar de apoderarse de lo que le
pertenece a aquel a quien juzga. No es imparcial ni puede ver de manera justa
los derechos de otro porque no es consciente de los suyos propios.
14. Tienes derecho a todo el universo, a la paz perfecta, a la
completa absolución de todas las consecuencias del pecado, y a la vida eterna,
gozosa y completa desde cualquier punto de vista, tal como la Voluntad de Dios
dispuso que Su santo Hijo la tuviese. Ésta es la única justicia que el Cielo
conoce y lo único que el Espíritu Santo trae a la tierra. Tu función especial
te muestra que solo la justicia perfecta puede prevalecer sobre ti. Y así,
estás a salvo de cualquier forma de venganza. El mundo engaña, pero no puede
reemplazar la Justicia de Dios con su propia versión. Pues solo el amor es
justo y solo él puede percibir lo que la justicia no puede sino concederle al
Hijo de Dios. Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te
vayas a privar a ti mismo de lo que la Justicia de Dios ha reservado para ti.
IX. La Justicia del
Cielo
1. ¿Qué otra cosa sino la arrogancia podría pensar que la Justicia del
Cielo no puede cancelar tus insignificantes errores? ¿Y qué podría significar
eso sino que son pecados y no errores, eternamente incorregibles y a los que
hay que corresponder con venganza y no con justicia? ¿Estás dispuesto a que se
te libere de todas las consecuencias del pecado? No puedes contestar esta
pregunta hasta que no entiendas todo lo que implica la respuesta. Pues si
contestas “sí” significa que renuncias a todos los valores de este mundo en
favor de la paz del Cielo. Significa también que no vas a conservar ni un solo
pecado, ni a abrigar ninguna duda de que esto es posible que le permitiera al
pecado conservar su lugar. Significa asimismo que ahora la verdad tiene más
valor para ti que todas las ilusiones. Y reconoces que la verdad tiene que
serte revelada, ya que no sabes lo que es.
2. Dar a regañadientes equivale a no recibir el regalo, pues no estás
dispuesto a aceptarlo. Se te guarda hasta que tu renuencia a recibirlo
desaparezca y estés dispuesto a que te sea dado. La Justicia de Dios merece
gratitud, no temor. Ni tú ni nadie puede perder nada que den, sino que todo
ello se atesora y se guarda en el Cielo, donde todos los tesoros que le han
sido dados al Hijo de Dios se conservan para él y se le ofrecen a todo aquel
que simplemente extiende la mano dispuesto a recibirlos. El tesoro no merma al
ser dado. Cada regalo no hace sino aumentar el caudal de su riqueza, pues Dios
es justo. Él no lucha contra la renuencia de Su Hijo a percibir la salvación como
un regalo procedente de Él. Mas Su Justicia no quedará satisfecha hasta que
todos la reciban.
3. Puedes estar seguro de que la solución a cualquier problema que el
Espíritu Santo resuelva será siempre una en la que nadie pierde. Y esto tiene
que ser verdad porque Él no le exige sacrificios a nadie. Cualquier solución
que le exija a alguien la más mínima pérdida no habrá resuelto el problema,
sino que lo habrá empeorado, haciéndolo más difícil de resolver y más injusto. Es
imposible que el Espíritu Santo pueda ver cualquier clase de injusticia como la
solución. Para Él, lo que es injusto tiene que ser corregido porque es injusto.
Y todo error es una percepción en la que, como mínimo, se ve a uno de los Hijos
de Dios injustamente. De esta forma es como se priva de justicia al Hijo de
Dios. Cuando se considera a alguien como un perdedor, se le ha condenado. Y el
castigo, en vez de la justicia, se convierte en su justo merecido.
4. Ver la inocencia hace que el castigo sea imposible y la justicia
inevitable. La percepción del Espíritu Santo no da cabida al ataque. Solo una
pérdida podría justificar el ataque, mas Él no ve pérdidas de ninguna clase. El
mundo resuelve problemas de otra manera. Pues ve la solución a cualquier
problema como un estado en el que se ha decidido quién ha de ganar y quién ha
de perder; con cuánto se va a quedar uno y cuánto puede todavía defender el
perdedor. Mas el problema sigue sin resolverse, pues solo la justicia puede
establecer un estado en el que nadie pierde y en el que nadie es tratado
injustamente o privado de algo, lo cual le daría motivos para vengarse. Ningún
problema se puede resolver mediante la venganza, que en el mejor de los casos
no haría sino dar lugar a otro problema, en el que el asesinato no es obvio.
5. La forma en que el Espíritu Santo resuelve todo problema es la
manera de solventarlos. El problema queda resuelto porque se ha tratado con
justicia. Hasta que esto no se haga, seguirá repitiéndose porque aún no se
habrá solucionado. El principio según el cual la justicia significa que nadie
puede perder es crucial para el objetivo de este curso. Pues los milagros
dependen de la justicia. Mas no como la ve el mundo, sino como la conoce Dios y
como este conocimiento se ve reflejado en la visión que ofrece el Espíritu
Santo.
6. Nadie merece perder. Y es imposible que lo que supone una injusticia
para alguien pueda ocurrir. La curación tiene que ser para todo el mundo, pues
nadie merece ninguna clase de ataque. ¿Qué orden podría haber en los milagros,
si algunas personas merecieran sufrir más y otras menos? ¿Y sería esto justo
para aquellos que son totalmente inocentes? Todo milagro es justo. No es un
regalo especial que se les concede a algunos y se les niega a otros, por ser
éstos menos dignos o estar más condenados y hallarse, por lo tanto, excluidos
de la curación. ¿Quién puede estar excluido de la salvación, si el propósito de
ésta es precisamente acabar con el especialismo? ¿Dónde se encontraría la
justicia de la salvación, si algunos errores fuesen imperdonables y
justificasen la venganza en lugar de la curación y el retorno a la paz?
7. El propósito de la salvación no puede ser ayudar al Hijo de Dios a
que sea más injusto de lo que él ya ha procurado ser. Si los milagros, que son
el don del Espíritu Santo, se otorgaran exclusivamente a un grupo selecto y
especial, pero se negaran a otros por ser éstos menos merecedores de ellos,
entonces Él sería el aliado del especialismo. El Espíritu Santo no da fe de lo
que no puede percibir. Y todos tienen el mismo derecho a Su don de curación,
liberación y paz. Entregarle un problema al Espíritu Santo para que Él lo
resuelva por ti, significa que quieres que se resuelva. Mas no entregárselo a
fin de resolverlo por tu cuenta y sin Su ayuda, es decidir que el problema siga
pendiente y sin resolver, haciendo así que pueda seguir dando lugar a más injusticias
y ataques. Nadie puede ser injusto contigo, a menos que tú hayas decidido ser
injusto primero. En ese caso, es inevitable que surjan problemas que sean un
obstáculo en tu camino y que la paz se vea disipada por los vientos del odio.
8. A menos que pienses que todos tus hermanos tienen el mismo derecho
a los milagros que tú, no reivindicarás tu derecho a ellos, al haber sido
injusto con otros que gozan de los mismos derechos que tú. Si tratas de negarle
algo a otro, sentirás que se te ha negado a ti. 3 Si tratas de privar a alguien
de algo, te habrás privado a ti mismo. Es imposible recibir un milagro que otro
no pueda recibir. Solo el perdón ofrece milagros. Y el perdón tiene que ser
justo con todo el mundo.
9. Los pequeños problemas que ocultas se convierten en tus pecados
secretos porque no elegiste que se te liberase de ellos. Y así, acumulan polvo
y se vuelven cada vez más grandes hasta cubrir todo lo que percibes,
impidiéndote de este modo ser justo con nadie. No crees tener ni un solo
derecho. Y la amargura, al haber justificado la venganza y haber hecho que se
pierda la misericordia, te condena irremisiblemente. Los irredentos no tienen misericordia para con
nadie. Por eso es por lo que tu única responsabilidad es aceptar el perdón para
ti mismo.
10. Das el milagro que recibes. Y cada uno de ellos se convierte en un
ejemplo de la ley en la que se basa la salvación: que si uno solo ha de sanar,
se les tiene que hacer justicia a todos. Nadie puede perder y todos tienen que
beneficiarse. Cada milagro es un ejemplo de lo que la justicia puede lograr
cuando se ofrece a todos por igual, pues se recibe en la misma medida en que se
da. Todo milagro es la conciencia de que dar y recibir es lo mismo. Puesto que
no hace distinciones entre los que son iguales, no ve diferencias donde no las
hay. Y así, es igual con todos porque no ve diferencia alguna entre ellos. Su
ofrecimiento es universal y solo tiene un mensaje: Lo que es de Dios le
pertenece a todo el mundo y es su derecho inalienable.
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