Capítulo 29
EL DESPERTAR
I. La clausura de la
brecha
1. No hay tiempo, lugar ni estado del que Dios esté ausente. No hay
nada que temer. Es imposible que se pudiera concebir una brecha en la Plenitud
de Dios. La transigencia que la más insignificante y diminuta de las brechas
representaría en Su Amor eterno es completamente imposible. Pues querría decir
que Su Amor puede albergar una sombra de odio, que Su Bondad puede a veces
trocarse en ataque y que en ocasiones podría perder Su infinita Paciencia. Esto
es lo que crees cuando percibes una brecha entre tu hermano y tú. ¿Cómo ibas a
poder, entonces, confiar en Dios? “Pues
Su Amor debe ser un engaño. Sé precavido entonces; no dejes que se te acerque
demasiado y mantén una brecha entre Su Amor y tú a través de la cual te puedas
escapar en caso de que tengas necesidad de huir.”
2. He aquí donde más claramente se puede ver el temor a Dios. Pues el
amor es traicionero para aquellos que tienen miedo, ya que el miedo y el odio
van siempre de la mano. Todo aquel que odia tiene miedo del amor y, por ende,
no puede sino tener miedo de Dios. Es indudable que no conoce el significado
del amor. 5 Teme amar y ama odiar y, así, piensa que el amor es temible y que
el odio es amor. Esto es lo que inevitablemente les sucede a todos aquellos que
tienen en gran estima a esta pequeña brecha, creyendo que es su salvación y
esperanza.
3. ¡El temor a Dios! El mayor obstáculo que la paz tiene que salvar no
ha desaparecido todavía. Los demás ya han desaparecido, pero éste todavía sigue
en pie, obstruyendo tu paso y haciendo que el camino hacia la luz parezca
obscuro y temible, peligroso y sombrío. Has decidido que tu hermano es tu
enemigo. Tal vez tu amigo en algunas ocasiones, siempre que sus diferentes
intereses permitan su amistad por algún tiempo. Pero no sin dejar una aparente
brecha entre ustedes en caso de que se vuelva a convertir en tu enemigo. Deja que se te acerque, y te haces atrás;
acércate a él, y él instantáneamente emprende la retirada. El acuerdo que establecieron
fue tener una amistad cautelosa y de limitado alcance, cuya intensidad estuviese
cuidadosamente restringida. De modo que lo único que tú y tu hermano hicieron
fue establecer un pacto condicional en el que uno de sus puntos era una
cláusula de separación que tanto tú como él acordaron no violar. Y convinieron
que violarla sería una infracción del acuerdo de todo punto intolerable.
4. La brecha entre ustedes no es el espacio que hay entre sus cuerpos,
pues ese espacio tan solo da la impresión de dividir sus mentes separadas. La
brecha entre ustedes es el símbolo de una promesa que se han hecho de
encontrarse cuando les parezca, y luego separarse hasta que los dos decidan
encontrarse de nuevo. Y entonces sus cuerpos parecerán ponerse en contacto y concertar
un lugar de encuentro. Pero siempre es posible que cada uno siga su camino. Supeditado
al “derecho” de separarse, acuerdan reunirse de vez en cuando y mantener su
distancia con intervalos de separación que los protejan del “sacrificio” del
amor. El cuerpo los salva, pues los aleja del sacrificio total y les da tiempo
para reconstruir una vez más sus yos separados, que creen que realmente menguan
cuando se reúnen.
5. El cuerpo no podría separar tu mente de la mente de tu hermano a
menos que quisieras que fuese la causa de su separación y distanciamiento. Por
consiguiente, le atribuyes un poder que no posee. Esto es lo que hace que tenga
poder sobre ti. Pues ahora piensas que el cuerpo determina cuándo deben
reunirse y limita su capacidad de estar en comunión con la mente del otro. Y
así, te dice adónde ir y cómo llegar hasta allí; lo que te es factible emprender
y lo que no puedes hacer. Te dice también lo que su salud puede tolerar, así
como lo que lo fatigará y enfermará. Sus “inherentes” debilidades establecen
los límites de lo que puedes hacer y hacen que tu propósito sea débil y
limitado.
6. El cuerpo se avendrá a todo esto, si ése es tu deseo. Permitirá
solamente limitados desahogos de “amor”, intercalados con intervalos de odio. Y
se hará cargo de decidir cuándo puede “amar” y cuándo se debe refugiar en el miedo
para mantenerse a salvo. Enfermará porque no sabes lo que es amar. De este
modo, utilizarás indebidamente toda circunstancia y a todo aquel con quien te
encuentres, y no podrás sino ver en ellos un propósito distinto del tuyo.
7. El amor no exige sacrificios. Pero el miedo exige el sacrificio del
amor, pues no puede subsistir en su presencia. Para perpetuar el odio, es
preciso temerle al amor y limitar su presencia solo a algunas ocasiones,
manteniéndolo alejado el resto del tiempo. De esta manera, se le tiene por
traicionero porque parece ir y venir a su antojo y no ofrecerte ninguna
estabilidad. No te das cuenta de cuán limitada y débil es tu lealtad, y de cuán
a menudo le has exigido al amor que se aleje de ti y te deje solo y en “paz”.
8. El cuerpo, que de por sí no tiene ningún objetivo, es la excusa que
tienes para las diversas metas que abrigas y que le obligas a perseguir. No es su
debilidad lo que te asusta, sino su falta de fuerza o de vigor. ¿No te gustaría
saber que nada se interpone entre tú y él? ¿No te gustaría saber que no hay
brecha tras la que te puedas ocultar? Los que descubren que su salvador ya no
es su enemigo experimentan un sobresalto. Cuando se descubre que el cuerpo no
es real se suscita una cierta aprensión y se experimentan matices de aparente
temor en torno al feliz mensaje de que “Dios es Amor”.
9. Cuando la brecha desaparece, no obstante, lo único que se experimenta
es paz eterna. Nada más que eso, pero tampoco menos. Si no tuvieras miedo de
Dios, ¿qué podría inducirte a que Lo abandonases? ¿Qué juguetes o baratijas
podría haber en la brecha que pudieran privarte por un solo instante de Su
Amor? ¿Permitirías que el cuerpo dijese “no” a la Llamada del Cielo si no
tuvieras miedo de perderte a ti mismo al encontrar a Dios? Mas ¿cómo sería
posible que perdieras tu Ser al hallarlo?
II. La llegada del
Invitado
1. ¿Cómo no ibas a percibir como una liberación del sufrimiento darte
cuenta de que eres libre? ¿Por qué no habrías de aclamar a la verdad en vez de
considerarla un enemigo? ¿Por qué razón te parece ardua, escabrosa y demasiado
difícil de seguir una senda que es fácil y que está tan claramente señalada que
es imposible perderse? ¿No será acaso porque consideras que es el camino al
infierno en vez de una manera sencilla, sin sacrificios ni pérdidas, de
encontrarte en el Cielo y en Dios? Mientras no te des cuenta de que no
renuncias a nada y de que es imposible perder, habrá veces en que te
arrepentirás de haber elegido este camino. Y no verás los muchos beneficios que
tu decisión te ha aportado. No obstante, aunque no los veas, están ahí. Su
causa ya los produjo, y los efectos tienen que estar allí donde su causa ha
hecho acto de presencia.
2. Has aceptado la causa de la curación. Por lo tanto, debes haber
sanado. Y al haber sanado, debes ahora también poseer el poder de sanar. El
milagro no es un incidente aislado que ocurre de repente como si se tratara de
un efecto sin causa. Ni tampoco es en sí una causa. Pero allí donde está su
causa, allí tiene que estar el milagro. Ahora ha sido causado, aunque aún no se
perciba. Y sus efectos se encuentran ahí, aunque aún no se vean. Mira dentro de
ti ahora, y no verás motivo alguno para estar arrepentido, sino razones para
sentir un gran regocijo y abrigar esperanzas de paz.
3. Todo esfuerzo de encontrar esperanzas de paz en un campo de batalla
ha sido en vano. Ha sido fútil pedirle a lo que se concibió precisamente para
que perpetuase el pecado y el dolor que te ayude a escapar de ellos. Pues el
dolor y el pecado son la misma ilusión, tal como el odio y el miedo, el ataque
y la culpa son uno. Allí donde no tienen causa, sus efectos desaparecen, y el
amor llega dondequiera que ellos no estén. ¿Por qué no estás contento? Te has
librado del dolor y de la enfermedad, de la aflicción y de la pérdida, así como
de todos los efectos del odio y del ataque. El dolor ya no es tu amigo ni la
culpa tu dios. Por lo tanto, dale la bienvenida a los efectos del amor.
4. Tu Invitado ha llegado. Lo invitaste y Él vino. No lo oíste entrar
porque la bienvenida que le diste no fue total. Sus dones, no obstante,
llegaron con Él. Y los depositó a tus pies, y ahora te pide que los contemples
y los consideres tuyos. Él necesita tu ayuda para dárselos a todos los que
caminan por su cuenta, creyendo estar solos y separados. Ellos sanarán cuando
tú aceptes tus dones, pues tu Invitado le dará la bienvenida a todo aquel cuyos
pies hayan tocado la tierra santa que tú pisas y donde Él ha puesto Sus dones a
su disposición.
5. No te das cuenta de cuánto puedes dar ahora como resultado de todo
lo que has recibido. No obstante, Aquel que vino únicamente está a la espera de
que vayas allí donde Lo invitaste. No hay ningún otro lugar donde Él pueda
encontrarse con Su anfitrión o Su anfitrión con Él. Ni tampoco hay ningún otro
lugar donde se puedan obtener Sus dones de paz y dicha, así como toda la felicidad
que brinda Su Presencia. Pues Sus dones se hallan allí donde se encuentra Aquel
que los trajo Consigo para concedértelos a ti. No puedes ver a tu Invitado,
pero puedes ver los dones que trajo. Y cuando los contemples, aceptarás que Él
debe estar ahí. Pues lo que ahora puedes hacer no podrías haberlo hecho sin el
amor y la gracia que emanan de Su Presencia.
6. Ésta es la promesa del Dios viviente: que Su Hijo viva, que todo
ser vivo forme parte de él y que nada más tenga vida. Aquello a lo que tú has
dado “vida” no está vivo, y solo simboliza tu deseo de vivir separado de la
vida, de estar vivo en la muerte, y de percibir a ésta como si fuera la vida y
al vivir como la muerte. Aquí las confusiones se suceden una tras otra, pues
este mundo se basa en la confusión y en nada más. Su base es inmutable, si bien
parece estar cambiando continuamente. Mas ¿qué podría ser eso sino lo que
realmente es el estado de confusión? Para los que están confundidos la
estabilidad no tiene sentido, y la variación y el cambio se convierten en la
ley por la que rigen sus vidas.
7. El cuerpo no cambia. Representa el sueño más amplio de que el
cambio es posible. Cambiar es alcanzar un estado distinto de aquel en el que
antes te encontrabas. En la inmortalidad no hay cambios y en el Cielo se
desconocen. Aquí en la tierra, no obstante, los cambios tienen un doble
propósito, pues se pueden utilizar para enseñar cosas contradictorias. Y esas
cosas son un reflejo del maestro que las enseña. El cuerpo puede parecer
cambiar con el tiempo, debido a las enfermedades o al estado de salud o a eventos
que parecen alterarlo. Mas esto solo significa que la mente aún no ha cambiado
de parecer con respecto a cuál es el propósito del cuerpo.
8. La enfermedad es la exigencia de que el cuerpo sea lo que no es. Su
insubstancialidad, no obstante, garantiza que no pueda enfermar. En tu
exigencia de que sea más de lo que es radica la idea de la enfermedad. Pues
dicha exigencia requiere que Dios sea menos de lo que es. ¿Qué va a ser de ti,
entonces, si es a ti a quien se le exige el sacrificio? Pues a Dios se le
informa que una parte de Él ya no le pertenece. Y a Él no le queda ahora otro
remedio que sacrificar tu Ser y, como resultado de Su sacrificio, tú te
engrandeces y Él se empequeñece al perderte a ti. Y lo que ya no Le pertenece
se convierte en tu dios, y te impide ser parte de Él.
9. El cuerpo al que se le pide ser un dios es vulnerable al ataque, ya
que su insubstancialidad no se reconoce. Y así, parece ser algo con poder
propio. Al ser algo, se puede percibir y también se puede pensar que siente y
actúa y que te tiene prisionero en su puño. Y puede que no llegue a ser lo que
le exigiste que fuera. Y lo odiarás por su insignificancia, sin darte cuenta de
que el fracaso no se debe a que sea menos de lo que crees que debe ser, sino
solo a que no te has dado cuenta de que no es nada. No obstante, en el hecho
mismo de que no es nada reside tu salvación, de la cual quieres huir.
10. En cuanto que “algo”, se le pide al cuerpo que sea el enemigo de
Dios y que reemplace lo que Él es con pequeñez, limitaciones y desesperanza. Es
Su pérdida lo que celebras cuando consideras al cuerpo algo que amas o que
odias. Pues si Dios es la suma de todo, entonces lo que no está en Él no
existe, y en Su Compleción radica la insubstancialidad del cuerpo. Tu salvador
no ha muerto ni tampoco mora en lo que se edificó para ser un templo a la
muerte. Él vive en Dios, y esto y solo esto es lo que lo convierte en tu
salvador. La insubstancialidad de su cuerpo libera al tuyo de la enfermedad y
de la muerte. Pues lo que te pertenece a ti no puede ser ni más ni menos que lo
que le pertenece a él.
III. Los testigos de
Dios
1. No condenes a tu salvador porque él crea ser un cuerpo. Pues más
allá de sus sueños se encuentra su realidad. Pero antes de que pueda recordar
lo que es, tiene que aprender que es un salvador. Y tiene que salvar a todo aquel
que quiera ser salvado. Su felicidad depende de que te salve a ti. Pues ¿quién
puede ser un salvador sino aquel que brinda salvación? De este modo aprende que
la salvación es algo que él tiene que ofrecer. Pues a menos que se la conceda a
otro no sabrá que dispone de ella, ya que dar es la prueba de que se tiene. Esto
no lo pueden entender aquellos que creen que con su fuerza pueden menoscabar a
Dios. Pues ¿quién podría dar lo que no tiene? ¿Y quién podría perder al dar
aquello que, por el hecho de darlo, no puede sino incrementarse?
2. ¿Crees acaso que el Padre perdió Su Ser cuando te creó? ¿Crees que se debilitó por haber compartido Su
Amor? ¿Se vio acaso menoscabada Su Plenitud
debido a tu perfección? ¿O no eres tú acaso la prueba de Su Plenitud y
Perfección? No niegues Su testigo en el sueño que Su Hijo prefiere a su propia
realidad. Su Hijo tiene que ser el
salvador del sueño al que él mismo dio lugar para poder así liberarse de él. Tiene
que ver a otro no como un cuerpo, sino como uno con él, sin la muralla que el
mundo ha construido para mantener separados a todos los seres vivos que no
saben que viven.
3. En el sueño de cuerpos y muerte aún puede vislumbrarse un atisbo de
verdad que tal vez no sea más que una pequeña chispa, un espacio de luz creado
en la obscuridad donde Dios todavía refulge. Tú no puedes despertarte a ti
mismo. No obstante, puedes permitir que se te despierte. Puedes pasar por alto
los sueños de tu hermano. Puedes perdonarle sus ilusiones tan perfectamente,
que él se convierte en el que te salva a ti de tus sueños. Y al verlo brillar
en el espacio de luz donde Dios mora dentro de la obscuridad, verás que Dios
Mismo se encuentra allí donde está su cuerpo. Ante esta luz el cuerpo
desaparece, de la misma manera en que las sombras densas ceden ante la luz. La
obscuridad no puede disponer que el cuerpo siga presente. La llegada de la luz
supone su desaparición. Verás entonces a tu hermano en la gloria y entenderás
qué es lo que realmente llena la brecha que por tanto tiempo pensaste que los
mantenía separados. Ahí, en lugar de ella, el testigo de Dios ha trazado el
dulce camino de la bondad para que el Hijo de Dios lo recorra. A todo aquel que
perdonas se le concede el poder de perdonarte a ti tus ilusiones. Mediante tu
regalo de libertad te liberas tú.
4. Hazte a un lado y deja pasar al amor, el cual tú no creaste, pero
sí puedes extender. En la tierra eso quiere decir perdonar a tu hermano para
que las tinieblas desaparezcan de tu mente. Una vez que la luz haya llegado
hasta tu hermano a través de tu perdón, él no se olvidará de su salvador ni lo
dejará sin absolver. Pues fue en tu rostro donde vio la luz que quiere mantener
a su lado, a medida que camina a través de las tinieblas hacia la Luz eterna.
5. ¡Cuán santo debes ser para que el Hijo de Dios pueda ser tu salvador
en medio de sueños de desolación y desastres! Observa cuán deseoso llega,
apartando las densas sombras que lo ocultaban, para poder brillar sobre ti lleno
de gratitud y amor. Él es él mismo, pero no él mismo solo. Y de la misma manera
en que su Padre no perdió parte de él al crearte a ti, así la luz en él es aún
más brillante por tú haberle dado tu luz para salvarlo de las tinieblas. Y
ahora la luz en ti tiene que ser tan brillante como la que refulge en él. Ésta
es la chispa que brilla en el sueño: que tú puedes ayudarle a despertar, y
estar seguro de que sus ojos despiertos se posarán sobre ti. Y con su feliz
salvación, te salvas tú.
IV. La asignación de
papeles en el sueño
1. ¿Crees acaso que la verdad puede ser tan solo meras ilusiones? Las
ilusiones son sueños precisamente porque no son verdad. El hecho de que la
verdad esté ausente de todas ellas por igual es la base del milagro, lo cual
quiere decir que has entendido que los sueños son sueños, y que escaparte de
ellos depende, no del sueño en sí, sino de que despiertes. ¿Cómo iba a ser
posible conservar algunos sueños y despertar de otros? La elección no es entre
qué sueños conservar, sino solo si quieres vivir en sueños o despertar de
ellos. De ahí que el milagro no excluya de su benéfica influencia algunos
sueños. No puedes quedarte con algunos de ellos y despertar de otros, pues o
bien estás dormido o bien despierto. Y soñar tiene que ver únicamente con una
de estas dos posibilidades.
2. Los sueños que te parecen gratos te retrasarán tanto como aquellos
en los que el miedo es evidente. Pues todos los sueños son sueños de miedo, no
importa en qué forma parezcan manifestarse. El miedo se ve dentro o fuera, o en
ambos sitios. O bien puede estar oculto tras formas placenteras. Pero nunca está
ausente del sueño, pues el miedo es el elemento básico de todos los sueños. Puede
que la forma en que éstos se manifiestan cambie, pero es imposible que se compongan
de ninguna otra cosa. El milagro sería ciertamente traicionero si te permitiera
seguir estando amedrentado por no haber reconocido el miedo. Pues no estarías
entonces dispuesto a despertar, que es para lo que el milagro allana el camino.
3. Dicho llanamente, el ataque es la respuesta a una función que no se
ha llevado a cabo tal como tú la percibes. Puede que ello tenga que ver contigo
o con otro; sin embargo, allí donde se perciba, allí se atacará. La depresión o
el ataque no pueden sino ser los temas de todos los sueños, pues el miedo es el
elemento del que se componen. El fino disfraz de placer y alegría en el que tal
vez vayan envueltos apenas cubre el grueso bloque de miedo que constituye su
médula. Y esto es lo que el milagro percibe y no las envolturas que lo cubren.
4. Cuando te invade la ira, ¿no es acaso porque alguien no llevó a cabo
la función que tú le habías asignado? ¿Y no se convierte esto en la “razón” que
justifica tu ataque? Los sueños que crees que te gustan son aquellos en los que
las funciones que asignaste se cumplieron y las necesidades que te adscribiste
fueron satisfechas. No importa si esas necesidades se satisfacen o si son simplemente
algo que se desea. Es la idea de que existen lo que produce miedo. Los sueños
no se desean en mayor o menor medida. Simplemente se desean o no se desean. Y
cada uno representa alguna función que tú le has asignado a algo: algún
objetivo que un acontecimiento, un cuerpo o una cosa debe representar y
alcanzar por ti. Si lo logra crees que el sueño te gusta. Si fracasa crees que
es triste. Pero el que fracase o se logre no es lo que constituye su médula,
sino simplemente su endeble envoltura.
5. ¡Cuán felices serían tus sueños si no le asignaras a cada una de
las figuras que aparecen en ellos el papel que “debe” representar! Es
únicamente la imagen que tienes de alguien lo que puede fracasar, y tener esa
imagen es lo único que constituye una traición. La médula de los sueños que
ofrece el Espíritu Santo no es nunca una de temor. Lo que los envuelve puede parecer ser lo
mismo, pero su significado ha cambiado porque cubre otra cosa. Lo que determina
toda percepción es su propósito, en el sentido de que aparenta ser aquello para
lo que se considera que es. Una sombría figura que ataca se convierte en un
hermano que te ofrece una oportunidad para prestar ayuda, si esto se volviese
la función del sueño. Y de este modo, los sueños de tristeza se transformarían
en sueños de alegría.
6. ¿Para qué es tu hermano? No lo sabes porque tu función aún no te
resulta clara. No le asignes un papel que tú crees que te haría feliz a ti. Y
no trates de herirle cuando él no cumpla el papel que le asignaste en el sueño
que tienes de lo que debería ser tu vida. Él pide ayuda en cada uno de sus
sueños, y tú puedes prestársela si ves la función del sueño tal como la percibe
Aquel que puede utilizar todo sueño en beneficio de la función que se Le
encomendó. Puesto que ama al soñador, y no al sueño, cada sueño se convierte en
una ofrenda de amor. Pues en el centro de cada sueño se halla Su Amor por ti,
iluminando amorosamente cualquier manifestación del sueño.
V. La morada
inmutable
1. Hay un lugar en ti en el que este mundo en su totalidad ha sido
olvidado y en el que no quedan memorias de pecado ni de ilusiones. Hay un lugar
en ti donde el tiempo ha desaparecido y donde se oyen ecos de la eternidad. Hay
un lugar de descanso donde el silencio es tan absoluto que no se oye ningún
sonido, excepto un himno que se eleva hasta el Cielo para brindar júbilo a Dios
el Padre y al Hijo. Allí donde Ambos moran, allí Ambos son recordados. Y allí
donde Ambos están, allí se encuentran el Cielo y la paz.
2. No creas que puedes cambiar el lugar donde Ellos moran. Pues tu
Identidad reside en Ellos, y allí donde están, allí tienes que estar tú para
siempre. La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de
ti, que todas las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse
ni verse. La sosegada infinitud de la paz eterna te envuelve dulcemente en su
tierno abrazo, tan fuerte y serena, tan tranquila en la omnipotencia de su
Creador, que nada puede perturbar al sagrado Hijo de Dios que se encuentra en
tu interior.
3. He aquí el papel que el Espíritu Santo te asigna a ti que sirves al
Hijo de Dios y que quieres contemplar su despertar y regocijarte. Él forma
parte de ti y tú de él porque es el Hijo de su Padre y no por ningún otro propósito
que tú puedas ver en él. Lo único que se te pide es que aceptes lo inmutable y
lo eterno en él, pues tu Identidad reside ahí.
Solo en él puedes encontrar la paz que mora en ti. Y todo pensamiento de amor que le ofreces no
hace sino acercarte más a tu despertar a la paz eterna y a la dicha infinita.
4. Este sagrado Hijo de Dios es como tú: el reflejo del Amor de su
Padre por ti, el tierno recordatorio del Amor de su Padre mediante el que fue
creado, el cual todavía mora en él al igual que en ti. Permanece muy quedo y
escucha la Voz de Dios en él, y deja que esa Voz te diga cuál es su función. Pues
él fue creado para que tú fueras íntegro, pues solo lo que está completo puede
ser parte de la Compleción de Dios, la cual te creó.
5. El único regalo que el Padre te pide es que no veas en la Creación
más que la esplendorosa gloria del regalo que Él te hizo. Contempla a Su Hijo,
Su regalo perfecto, en Quien su Padre refulge eternamente y a Quien toda la
Creación le ha sido dada como propia. Y puesto que dispone de Ella se te da a
ti. Por lo tanto, contempla tu paz allí donde la Creación se encuentra en él. La
calma que te rodea mora en él, y de esa quietud emanan los sueños felices en los
que sus manos se unen candorosamente. Éstas no son las manos usurpadoras de los
sueños de dolor. No empuñan ninguna
espada, pues han abandonado su apego a todas las vanas ilusiones del mundo. Y al estar vacías reciben en cambio la mano de
un hermano en la que yace la plenitud.
6. Si supieras el glorioso objetivo que se halla más allá del perdón,
no conservarías ningún pensamiento por muy leve que parezca ser su roce con la
maldad. Pues entenderías cuán grande es el costo que supone conservar cualquier
cosa que Dios no haya otorgado en las mentes que pueden en cambio dirigir las
manos a bendecir y a conducir al Hijo de Dios a la morada de su Padre. ¿No te
gustaría ser amigo de aquel que fue creado para ser la morada de su Padre? Si
Dios lo considera digno de Sí Mismo, ¿lo atacarías tú con las manos del odio? ¿Quién
que ponga sus ensangrentadas manos sobre el propio Cielo podría esperar
encontrar la paz de éste? Tu hermano cree estar sujetando la mano de la muerte.
Pero no le creas. Reconoce, en cambio, cuán bendito eres tú que lo puedes
liberar solo con ofrecerle la tuya.
7. Se te ofrece un sueño en el que tu hermano es tu salvador, no tu
enemigo acérrimo. Se te ofrece un sueño en el que lo has perdonado por todos
sus sueños de muerte: un sueño de esperanza que compartes con él, en vez de los
sueños de odio y maldad que sueñas por tu cuenta. ¿Por qué parece tan difícil
compartir ese sueño? Porque a menos que sea el Espíritu Santo Quien le otorgue
al sueño la función que debe tener, éste continuará estando al servicio de la
muerte, ya que fue concebido para el odio. Cada forma que adopta es, de alguna
manera, una invocación a la muerte. Y aquellos que sirven al señor de la muerte
han venido a adorarlo en un mundo de separación—cada uno con su diminuta lanza
y enmohecida espada—para cumplir su vieja promesa de morir.
8. Tal es la médula de miedo de cada sueño que no se le haya entregado
a Aquel que otorga a los sueños una función distinta. Cuando los sueños se
comparten, pierden la función de atacar y separar, si bien para esto fue para
lo que se concibieron. En el mundo de los sueños, no obstante, no hay nada que
esté exento de la esperanza de cambio y mejora, pues no es en él donde se
encuentra la inmutabilidad. Alegrémonos en verdad de que esto sea así y no
busquemos lo eterno en este mundo. Los sueños de perdón son medios para dejar
de soñar con un mundo externo a ti. Y conducen finalmente más allá de todo
sueño a la paz de la vida eterna.
VI. El perdón y el
final del tiempo
1. ¿Cuán dispuesto estás a perdonar a tu hermano? ¿Hasta qué punto
deseas la paz en lugar de los conflictos interminables, el sufrimiento y el
dolor? Estas preguntas son en realidad la misma pregunta, aunque formuladas de
manera diferente. En el perdón reside tu paz, pues en él radica el fin de la
separación y del sueño de peligro y destrucción, de pecado y muerte, de locura
y asesinato, así como de aflicción y pérdida. Éste es el “sacrificio” que pide
la salvación y, a cambio de todo ello, gustosamente ofrece la paz.
2. ¡No jures morir, santo Hijo de Dios! Pues eso es hacer un trato que
no puedes cumplir. Al Hijo de la Vida no
se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no puede ser
alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno. A todo
lo que parece eterno le llegará su fin. Las estrellas desaparecerán, y la noche
y el día dejarán de ser. Todas las cosas que van y vienen, la marea, las
estaciones del año y las vidas de los hombres; todas las cosas que cambian con
el tiempo y que florecen y se marchitan se irán para no volver jamás. Lo eterno
no se encuentra allí donde el tiempo ha fijado un final para todo. El Hijo de
Dios jamás puede cambiar por razón de lo que los hombres han hecho de él. Será
como siempre ha sido y como es, pues el tiempo no fijó su destino ni marcó la
hora de su nacimiento ni la de su muerte. El perdón no lo cambiará. No
obstante, el tiempo solo está a la espera del perdón para que las cosas del
tiempo puedan desaparecer, ya que no son de ninguna utilidad.
3. Nada sobrevive a su propósito. Si algo fue concebido para morir,
morirá, a no ser que se niegue a aceptar ese propósito como propio. El cambio
es lo único que se puede convertir en una bendición aquí, donde ningún
propósito es fijo por muy inmutable que parezca ser. No creas que puedes fijar
un objetivo que no concuerde con el propósito que Dios te encomendó, y hacer
que sea inmutable y eterno. Puedes adjudicarte un propósito que no te
corresponde, pero no puedes deshacerte del poder de cambiar de parecer y establecer
otro propósito en tu mente.
4. Poder cambiar es el mayor regalo que Dios le dio a todo lo que tú
quisieras hacer eterno, para asegurarse de que el Cielo fuera lo único que no
desapareciese. No naciste para morir. Y no puedes cambiar, ya que tu función la
fijó Dios. Todos los demás objetivos, excepto uno, operan en el tiempo y
cambian de manera que éste se pueda perpetuar. Pues el perdón no se propone
conservar el tiempo, sino abolirlo una vez que deja de ser de utilidad. Y una
vez que deja de ser útil, desaparece. Y ahí donde una vez parecía reinar, se
restaura ahora a plena conciencia la función que Dios le encomendó a Su Hijo. El
tiempo no puede fijar un final para el cumplimiento de esta función ni para su
inmutabilidad. La muerte no existe porque todo lo que vive comparte la función
que su Creador le asignó. La función de la vida no puede ser morir. Tiene que
ser la extensión de la Vida, para que sea eternamente una para siempre y sin
final.
5. Este mundo te atará de pies y manos y destruirá tu cuerpo,
únicamente si piensas que se construyó para crucificar al Hijo de Dios. Pues
aunque el mundo sea un sueño de muerte, no tienes por qué dejar que sea eso
para ti. Deja que esto cambie y todas las cosas en el mundo no podrán sino
cambiar también. Pues aquí todo se define en función del propósito que tú le
asignas.
6. ¡Qué bello es el mundo cuyo propósito es perdonar al Hijo de Dios! ¡Cuán
libre de miedo está y cuán repleto de bendiciones y felicidad! ¡Y qué dicha es
morar por un tiempo en un lugar tan feliz! Mas no debemos olvidarnos de que en
un mundo así no transcurre mucho tiempo antes de que la intemporalidad venga
calladamente a ocupar el lugar del tiempo.
VII. No busques fuera
de ti mismo
1. No busques fuera de ti mismo. Pues será en vano y llorarás cada vez
que un ídolo se desmorone. El Cielo no se puede encontrar donde no está ni es
posible hallar paz en ningún otro lugar excepto en él. Cuando clamas a Dios,
ninguno de los ídolos que veneras te contestará en Su lugar. Ninguna otra
respuesta que puedas utilizar como substituto te proporcionará la felicidad que
solo Su Respuesta brinda. No busques fuera de ti mismo. Pues todo tu dolor
procede simplemente de buscar en vano lo que deseas y de insistir en que sabes
dónde encontrarlo. ¿Y qué pasaría si no estuviera allí? ¿Preferirías tener
razón a ser feliz? Alégrate de que se te diga dónde reside la felicidad y no la
sigas buscando por más tiempo en ningún otro lugar, pues buscarás en vano. Mas
se te ha concedido conocer la verdad y saber que no la debes buscar fuera de
ti.
2. No hay nadie que venga aquí que no abrigue alguna esperanza, alguna
ilusión persistente o algún sueño de que hay algo fuera de sí mismo que le puede
brindar paz y felicidad. Si todo se encuentra en él, eso no puede ser verdad. Y
así, al venir a este mundo, niega su propia verdad y se dedica a buscar algo
que sea más que lo que lo es todo, como si una parte de ese todo estuviera
desligada y se encontrase donde el resto no está. Éste es el propósito que le
confiere al cuerpo: que busque lo que a él le falta y que le provea de lo que
le restauraría su plenitud. Y así, vaga sin rumbo, creyendo ser lo que no es,
en busca de algo que no puede encontrar.
3. Esta persistente ilusión le impulsará a buscar miles de ídolos, y
más allá de éstos, mil más. Y todos le fallarán, excepto uno: pues morirá y no
sé dará cuenta de que el ídolo que buscaba era su muerte. La forma en que este
ídolo se manifiesta parece ser algo externo a él. No obstante, su intención es
destruir al Hijo de Dios que se encuentra en su interior y así probar que logró
vencerlo. Éste es el propósito de todo ídolo, pues ése es el papel que se le
asignó y ése es el papel que no puede cumplir.
4. Siempre que tratas de alcanzar un objetivo en el que el
mejoramiento del cuerpo es el beneficiario principal, estás buscando la muerte.
Pues crees que puedes experimentar insuficiencia, y la insuficiencia es la
muerte. Sacrificarse es renunciar a algo y, consecuentemente, estar privado de
ello y haber sufrido una pérdida. Y mediante esta renuncia se renuncia a la
vida. No busques fuera de ti mismo. Esa búsqueda implica que te falta plenitud
interna y que temes contemplar tu ruina, por lo que prefieres buscar lo que
eres fuera de ti mismo.
5. Los ídolos no pueden sino desmoronarse precisamente porque no
tienen vida, y lo que no tiene vida es un signo de muerte. Viniste a morir, por
lo tanto, ¿qué puedes esperar sino percibir los signos de la muerte que buscas?
Ni la tristeza ni el sufrimiento proclaman otro mensaje que el de haber hallado
un ídolo que representa una parodia de la vida, el cual, al no tener vida, es
realmente la muerte, a la que se considera real y se le da forma viviente. No
obstante, no hay ídolo que no haya de fracasar, desmoronarse y desintegrarse,
pues ninguna forma de muerte puede ser vida y lo que se sacrifica no puede ser
íntegro.
6. Todos los ídolos de este mundo fueron concebidos para impedirte
conocer la verdad que se encuentra en tu interior y para que le fueses leal al
sueño de que para ser íntegro y feliz tienes que encontrar lo que está fuera de
ti. Es inútil rendirle culto a los ídolos y esperar hallar paz. Dios mora en tu
interior y tu plenitud reside en Él. Ningún ídolo puede ocupar Su lugar. No
recurras a ídolos. No busques fuera de ti mismo.
7. Olvidémonos del propósito que el pasado le ha conferido al mundo. Pues,
de otra manera, el futuro será como el pasado: una serie de sueños deprimentes,
en los que todos los ídolos te irán fallando uno tras otro y donde verás muerte
y desengaño por doquier.
8. Para cambiar todo esto y abrir un camino de esperanza y liberación
en lo que aparenta ser un círculo interminable de desesperación, necesitas tan
solo aceptar que no sabes cuál es el propósito del mundo. Le adjudicas
objetivos que no tiene y, de esta forma, decides cuál es su propósito. Procuras
ver en él un lugar de ídolos que se encuentran fuera de ti, capaces de
completar lo que está dentro dividiendo lo que eres entre lo que está fuera y
lo que está dentro. Eliges los sueños que tienes, pues son la representación de
tus deseos, aunque se perciben como si vinieran de afuera. Tus ídolos hacen lo
que tú quieres y tienen el poder que les adjudicas. Y los persigues fútilmente
en el sueño porque deseas adueñarte de su poder.
9. No obstante, ¿dónde tienen lugar los sueños sino en una mente
dormida? ¿Y podría acaso un sueño hacer que la imagen que proyecta fuera de sí
mismo fuese real? Ahorra tiempo, hermano mío, y aprende para qué sirve. Y haz
que el final de los ídolos venga cuanto antes a un mundo entristecido y enfermo
como consecuencia de los ídolos que se ven en él. Tu santa mente es el Altar a
Dios, y donde Él está no puede haber ídolos. El temor a Dios no es el miedo de
perder tu realidad, sino el miedo de perder tus ídolos. No obstante, has hecho
de tu realidad un ídolo y ahora lo tienes que proteger contra la luz de la
verdad. Y el mundo entero se convierte en el medio para salvar a ese ídolo. De
esta manera, la salvación parece amenazar la vida y ofrecer la muerte.
10. Mas no es así. La salvación trata de probar que la muerte no
existe y que lo único que existe es la vida. Sacrificar la muerte no supone
pérdida alguna. Un ídolo no puede ocupar el lugar de Dios. Deja que Él te
recuerde Su Amor por ti, y no trates de ahogar Su Voz con los cantos de
profunda desesperación que les ofreces a los ídolos de ti mismo. No busques esperanzas
más allá de tu Padre. Pues la esperanza de felicidad no es la desesperación.
VIII. El anti-Cristo
1. ¿Qué es un ídolo? ¿Crees saberlo? Pues los ídolos no se reconocen
como tales y nunca se ven como realmente son. Ése es su único poder. Su
propósito es turbio, y son a la vez temidos y venerados precisamente porque no
sabes para qué son ni para qué se concibieron. Un ídolo es una imagen de tu
hermano a la que atribuyes más valor que a él. Sea cual sea la forma de los
ídolos, los inventas para reemplazar a tu hermano. Y esto es lo que nunca se
percibe o reconoce. Mas así es, trátese de un cuerpo o de una cosa; de un lugar
o de una situación; de una circunstancia o de un objeto que se posea o se
desee; de un derecho que se exija o de uno que ya se tenga.
2. No dejes que las formas que adoptan te engañen, pues los ídolos no
son sino substitutos de tu realidad. De alguna manera crees que completan tu
pequeño yo, ofreciéndote así seguridad en un mundo que percibes como peligroso,
en el que hay fuerzas que se han aglutinado a fin de quebrantar tu confianza y
destruir tu paz. Crees que los ídolos tienen el poder de remediar tus
deficiencias y de proporcionarte la valía que no tienes. Todo aquel que cree en
ellos se convierte en esclavo de la pequeñez y la pérdida. Y así, tiene que
buscar más allá de su pequeño yo la fuerza necesaria para levantar la cabeza y
emanciparse de todo el sufrimiento que el mundo refleja. Ésta es la sanción que
pagas por no buscar en tu interior la certeza y la tranquilidad que te liberan
del mundo y que te permiten alzarte por encima de él, en quietud y en paz.
3. Un ídolo es una falsa impresión o una creencia falsa; alguna forma
de anti-Cristo que constituye una brecha entre el Cristo y lo que tú ves. Un
ídolo es un deseo hecho tangible al que se le ha dado forma, que se percibe
entonces como real y se ve como algo externo a la mente. No obstante, sigue
siendo un pensamiento y no puede abandonar la mente de la que procede. Ni
tampoco su forma es algo separado de la idea que representa. Toda forma de
anti-Cristo se opone a Cristo. Y pende ante Su faz como un obscuro velo que
parece separarte de Él, dejándote solo y desamparado en las tinieblas. La luz,
sin embargo, está ahí. Una nube no puede apagar el sol. Ni un velo puede hacer
desaparecer lo que aparenta separar ni atenuar la luz en lo más mínimo.
4. Este mundo de ídolos es un velo que cubre la faz de Cristo porque
su propósito es separarte de tu hermano. Es un propósito tenebroso y temible y,
sin embargo, es un pensamiento que ni siquiera tiene el poder de cambiar una
brizna de hierba de algo vivo a un signo de muerte. Su forma no está en ninguna
parte, pues su fuente está en aquella parte de tu mente de la que Dios está
ausente. ¿Dónde se encuentra este lugar del que se ha excluido y mantenido
aislado lo que está en todas partes? ¿Qué mano podría alzarse y obstruir los
designios de Dios? ¿De quién es la voz que podría exigir que Él no entrase? Lo
que se cree “más-que-todo” no es algo que deba hacerte temblar o acobardarte. El
enemigo de Cristo no está en ninguna parte. Y nunca podrá adoptar una forma en
la que sea real.
5. ¿Qué es un ídolo? ¡Un ídolo
no es nada! Se necesita creer en él para que parezca cobrar vida y se le tiene
que dotar de poder para que pueda ser temido. Su vida y su poder son el regalo
que le da el que cree en él, y esto es lo que el milagro restituye a lo que sí
tiene vida y poder dignos del don del Cielo y de la paz eterna. El milagro no
restaura la verdad, que es la luz que el velo no pudo apagar. Simplemente
descorre el velo y deja que la verdad brille libremente, al ser lo que es. La
verdad no necesita que se crea en ella para ser lo que es, pues ha sido creada
y, por lo tanto, es.
6. Un ídolo se establece creyendo en él, pero cuando la creencia se
abandona, el ídolo “muere”. Esto es lo que es el anti-Cristo: la extraña idea
de que hay un poder más allá de la omnipotencia, un lugar más allá del infinito
y un tiempo que trasciende lo eterno. Ahí el mundo de los ídolos ha sido
establecido por la idea de que ese poder, lugar y tiempo tienen forma y de que
configuran el mundo en el que lo imposible ha ocurrido. Ahí lo inmortal viene a
morir, lo que abarca todo a sufrir pérdidas y lo eterno a convertirse en
esclavo del tiempo. Ahí lo inmutable cambia, y la Paz de Dios que Él otorgó
para siempre a todo ser vivo, da paso al caos. Y el Hijo de Dios, tan perfecto,
impecable y amoroso como su Padre viene a odiar por un tiempo, a padecer y
finalmente a morir.
7. ¿Dónde están los ídolos? ¡En ninguna parte! ¿Podría haber una
brecha en lo que es infinito? ¿Podría
haber un lugar en el que el tiempo pudiera interrumpir la eternidad? Un paraje de obscuridad allí donde todo es luz
o un sombrío nicho dentro de lo que es infinito, no tienen un lugar donde poder
existir. Los ídolos están más allá de
donde Dios ha establecido todas las cosas para siempre y donde no dejó cabida
para nada más, excepto Su Voluntad. Un ídolo no es nada ni se encuentra en
ninguna parte, mientras que Dios lo es todo y se encuentra en todas partes.
8. ¿Cuál es, entonces, el propósito de los ídolos? ¿Cuál es su
finalidad? Ésta es la única pregunta para la que hay muchas respuestas,
dependiendo de a quién se le haya preguntado.
El mundo cree en ídolos. Nadie
viene a él a menos que los haya venerado y trate todavía de buscar uno que aún
le pueda ofrecer un regalo que la realidad no posee. Todo idólatra abriga la
esperanza de que sus deidades especiales le den más de lo que otras personas
poseen. Tiene que ser más. No importa
realmente de qué se trate: más belleza, más inteligencia, más riqueza o incluso
más aflicción o dolor. Pero para eso es un ídolo, para darte más de algo. Y
cuando uno falla otro viene a ocupar su lugar, y tú esperas que te pueda
conseguir más de alguna otra cosa. No te
dejes engañar por las formas en que esa “otra cosa” se manifiesta. Un ídolo es
un medio para obtener más de algo. Y eso es lo que va en contra de la Voluntad
de Dios.
9. Dios no tiene muchos hijos, sino Uno solo. ¿Quién podría tener más
y a quién se le daría menos? En el Cielo el Hijo de Dios no podría por menos
que reírse de la idea de que un ídolo pudiese interrumpir su paz. El Espíritu
Santo habla en nombre de ese Hijo y te dice que los ídolos no tienen ningún
propósito aquí. Pues más que el Cielo jamás podrás tener. Y si el Cielo se
encuentra en ti, ¿por qué ir en pos de ídolos que lo menoscabarían, creyendo
que te van a dar más de lo que Dios les otorgó a tu hermano y a ti, en cuanto
que son uno con Él? Dios te dio todo lo que existe. Y para asegurarse de que no
lo pudieras perder, se lo dio también a todo ser vivo. Por consiguiente, todo
ser vivo es parte de ti, así como de Él. Ningún ídolo puede hacer que seas más
que Dios. Mas nunca estarás satisfecho siendo menos.
IX. El sueño de
perdón
1. El que es esclavo de ídolos lo es porque está dispuesto a serlo. Y
dispuesto tiene que estar para poderse postrar en adoración ante lo que no
tiene vida y buscar poder en lo que es impotente. ¿Qué le sucedió al santo Hijo
de Dios para que su deseo fuera dejarse caer más bajo que las piedras del suelo
y esperar que los ídolos lo elevasen? Escucha, pues, tu historia en el sueño
que tejiste y pregúntate si no es verdad que no crees que sea un sueño.
2. En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un
sueño de juicios. Y en ese sueño el Cielo se trocó en infierno y Dios se convirtió
en el enemigo de Su Hijo. ¿Cómo puede despertar el Hijo de Dios de este
sueño? Es un sueño de juicios. Para
despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar. Pues el sueño parecerá
prolongarse mientras él forme parte de él. No juzgues, pues el que juzga tiene
necesidad de ídolos para evitar que sus juicios recaigan sobre sí mismo. Tampoco
puede conocer al Ser al que ha condenado. No juzgues, pues si lo haces, pasas a
formar parte de sueños malvados en los que los ídolos se convierten en tu
“verdadera” identidad, así como en la salvación del juicio que, lleno de terror
y culpabilidad, emitiste acerca de ti mismo.
3. Todas las figuras del sueño son ídolos, concebidos para que te
salven del sueño. No obstante, fueron concebidos para salvarte de aquello de lo
que forman parte. De esta manera, el ídolo mantiene el sueño vivo y temible,
pues, ¿quién podría desear un ídolo a no ser que estuviera aterrorizado y lleno
de desesperación? Esto es lo que el ídolo representa. Venerarlo, por lo tanto,
es venerar la desesperación y el terror, así como el sueño de donde éstos
proceden. Todo juicio es una injusticia
contra el Hijo de Dios, “por lo que es justo que el que le juzgue no eluda la
pena que se impuso a sí mismo dentro del sueño que forjó”. Dios sabe de
justicia, no de castigos. Pero en el sueño de juicios tú atacas y te condenas a
ti mismo; y deseas ser el esclavo de ídolos que se interponen entre tus juicios
y la pena que éstos conllevan.
4. No puede haber salvación en el sueño tal como lo estás soñando. Pues
los ídolos no pueden sino ser parte de él, para salvarte de lo que crees haber
hecho y de lo que crees que hiciste para volverte un pecador y extinguir la luz
interna. Criatura de Dios, la luz aún se encuentra en ti. No estás sino
soñando, y los ídolos son los juguetes con los que sueñas que juegas. ¿Quiénes,
sino los niños, tienen necesidad de juguetes? Los niños juegan a gobernar el
mundo, y le otorgan a sus juguetes el poder de moverse, hablar, pensar, sentir
y comunicarse por ellos. Sin embargo, todo lo que los juguetes parecen hacer
solo tiene lugar en las mentes de los que juegan con ellos. No obstante, ansían
olvidarse de que ellos mismos son los autores del sueño en el que los juguetes
son reales, y no quieren reconocer que los deseos de éstos son en realidad los
suyos propios.
5. Las pesadillas son sueños pueriles. En ellos los juguetes se han
vuelto contra el niño que pensó haberles otorgado realidad. Mas ¿tiene acaso un
sueño el poder de atacar? ¿Podría un juguete volverse enorme y peligroso, feroz
y salvaje? Esto es lo que el niño cree, pues tiene miedo de sus pensamientos y
se los atribuye a los juguetes. Y la realidad de éstos se convierte en la suya
propia porque los juguetes parecen salvarlo de sus pensamientos. Sin embargo, los juguetes mantienen sus
pensamientos vivos y reales, pero él los ve fuera de sí mismo, desde donde
pueden volverse contra él puesto que los traicionó. El niño cree que necesita
los juguetes para poder escapar de sus pensamientos porque cree que sus
pensamientos son reales. Y así, convierte todo en un juguete para hacer que su
mundo siga siendo algo externo a él, y pretender que él no es más que una parte
de ese mundo.
6. Llega un momento en que la infancia debería dejarse atrás para
siempre. No sigas aferrándote a los juguetes de la niñez. Deséchalos, pues ya
no tienes necesidad de ellos. El sueño de juicios no es más que un juego de
niños, en el que el niño se convierte en un padre poderoso, pero con la limitada
sabiduría de un niño. Lo que le hiere es destruido; lo que le ayuda, bendecido.
Excepto que juzga con el criterio de un niño que no sabe distinguir entre lo
que le hace daño y lo que le sanaría. Cosas adversas parecen acontecerle, y
tiene miedo del caos que ve en un mundo que cree gobernado por las leyes que él
mismo promulgó. El mundo real, no obstante, no se ve afectado por el mundo que
él cree real ni sus leyes han cambiado porque él no las entienda.
7. El mundo real es también un sueño. Excepto que en él los personajes
han cambiado y no se ven como ídolos traicioneros. El mundo real es un sueño en
el que no se usa a nadie para que sea el substituto de otra cosa ni tampoco se
le interpone entre los pensamientos que la mente concibe y lo que ve. No se usa
a nadie para lo que no es, pues las cosas infantiles hace mucho que se dejaron
atrás. Y lo que una vez fue un sueño de juicios se ha convertido ahora en un
sueño donde todo es dicha porque ése es su propósito. Ahí solo pueden tener
lugar sueños de perdón, pues el tiempo está a punto de finalizar. Y las figuras
que entran a formar parte del sueño se perciben ahora como hermanos, a los que
ya no se juzga, sino que se les ama.
8. No es necesario que los sueños de perdón sean de larga duración. No
se concibieron para separar a la mente de sus pensamientos ni intentan probar
que el sueño lo está soñando otro. En ellos se puede oír una melodía que todos
recuerdan, si bien no la han oído desde antes de los orígenes del tiempo. El
perdón, una vez que es total, hace que la intemporalidad esté tan cerca que
entonces se puede oír el himno del Cielo, no con los oídos, sino con la
santidad que nunca se ausentó del altar que se encuentra eternamente en lo más
profundo del Hijo de Dios. Y cuando éste vuelve a oír este himno, se da cuenta
de que nunca había dejado de escucharlo. ¿Y adónde va a parar el tiempo una vez
que se han abandonado los sueños de juicios?
9. Siempre que tienes miedo, de la clase que sea—y tienes miedo si no
estás experimentando una profunda felicidad, certeza de que dispones de ayuda y
una serena confianza de que el Cielo te acompaña—ten por seguro que has forjado
un ídolo que crees que te va a traicionar. Pues bajo tus esperanzas de que el
ídolo te salve, yace la culpa y el dolor de la auto traición y de la
incertidumbre, tan profundos y amargos, que el sueño no puede ocultar
completamente tu sensación de fracaso. El resultado de tu auto traición tiene
que ser el miedo, pues el miedo es un juicio que inevitablemente conduce a la
frenética búsqueda de ídolos y de la muerte.
10. Los sueños de perdón te recuerdan que estás a salvo y que no te
has atacado a ti mismo. De esta manera, tus terrores infantiles desaparecen y
los sueños se convierten en la señal de que has comenzado de nuevo y no de que
has tratado una vez más de venerar ídolos y de perpetuar el ataque. Los sueños
de perdón son benévolos con todo aquel que forma parte de ellos. Y así, liberan
completamente al soñador de los sueños de miedo. Él deja entonces de tener
miedo de sus propios juicios, pues no ha juzgado a nadie ni ha intentado
liberarse mediante juicios de lo que los propios juicios imponen. Y ahora
recuerda continuamente lo que había olvidado cuando los juicios parecían ser la
manera de salvarle de la sanción que ellos mismos imponen.
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