Capítulo
19
LA
CONSECUCIÓN DE LA PAZ
I. La
curación y la fe
1. Dijimos anteriormente que cuando
una situación se ha dedicado completamente a la verdad, la paz es inevitable. Su
logro es el criterio por medio del cual se puede determinar con seguridad si dicha
dedicación fue total. Mas también hemos
dicho que es imposible alcanzar la paz sin tener fe, pues lo que se le entrega
a la verdad para que ésta sea su único objetivo, se lleva a la verdad mediante
la fe. Esta fe abarca a todo aquel
que esté involucrado en la situación, pues solo de esta manera se percibe la
situación como significativa y como un todo.
Y todo el mundo tiene que estar involucrado, pues, de no ser así,
implicaría que tu fe es limitada y que tu dedicación no es total.
2. Toda situación que se perciba
correctamente se convierte en una oportunidad para sanar al Hijo de Dios. Y éste se cura porque tuviste fe en
él, al entregárselo al Espíritu Santo y liberarlo de cualquier exigencia que tu
ego hubiese querido imponerle. Ves, por consiguiente, que es libre, y el Espíritu
Santo comparte esa visión contigo. Y puesto que la comparte, la ha dado y, así,
Él cura a través de ti. Unirse a Él en
un propósito unificado es lo que hace que ese propósito sea real porque tú lo
completas. Y esto es la curación. El cuerpo se cura porque viniste sin
él y te uniste a la Mente en la que reside toda curación.
3. El cuerpo no puede curarse porque
no puede causarse enfermedades a sí mismo. No tiene necesidad de que se le
cure. El que goce de buena salud o esté enfermo depende enteramente de la forma
en que la mente lo perciba y del propósito para el que lo use. Es obvio que un
segmento de la mente puede verse a sí mismo separado del Propósito Universal. Cuando esto ocurre, el cuerpo se convierte en
su arma, que usa contra ese
Propósito para demostrar el “hecho” de
que la separación tuvo lugar. De este modo, el cuerpo se convierte en el
instrumento de lo ilusorio, actuando en conformidad con ello: viendo lo que no
está ahí, oyendo lo que la verdad nunca dijo y comportándose de forma demente,
al estar aprisionado por la demencia.
4. No pases por alto nuestra
afirmación anterior de que la falta de fe conduce directamente a las ilusiones.
Pues percibir a un hermano como si fuera un cuerpo es falta de fe, y el cuerpo
no puede ser usado para alcanzar la unión. Si ves a tu hermano como un cuerpo, habrás
dado lugar a una condición en la que unirse a él es imposible. Tu falta de fe te ha separado de él y los ha
privado a ambos de la curación. De este modo, tu falta de fe en él se ha
opuesto al propósito del Espíritu Santo y ha dado lugar a que se interpongan
entre ustedes ilusiones centradas en el cuerpo.
Y el cuerpo parecerá estar enfermo, pues lo habrás convertido en un “enemigo”
de la curación y en lo opuesto a la verdad.
5. No puede ser difícil darse cuenta
de que la fe tiene que ser lo opuesto a la falta de fe. Mas la diferencia en cómo ambas operan no es
tan obvia, aunque se deriva directamente de la diferencia fundamental que
existe entre ellas. La falta de fe
siempre limita y ataca; la fe desvanece toda limitación y brinda plenitud. La falta de fe siempre destruye y separa; la
fe siempre une y sana. La falta de fe
interpone ilusiones entre el Hijo de Dios y su Creador; la fe elimina todos los
obstáculos que parecen interponerse entre Ellos. La falta de fe está totalmente
dedicada a las ilusiones; la fe, totalmente a la verdad. Una dedicación parcial es imposible. La verdad es la ausencia de ilusiones; las
ilusiones, la ausencia de la verdad. Ambas no pueden coexistir ni percibirse en
el mismo lugar. Dedicarte a ambas es establecer un objetivo por siempre
inalcanzable, pues parte de él se intenta alcanzar a través del cuerpo, al que
se considera el medio por el que se procura encontrar la realidad mediante el
ataque. La otra parte quiere sanar y,
por lo tanto, apela a la mente y no al cuerpo.
6. La transigencia que inevitablemente
se hace es creer que el cuerpo, y no la mente, es el que tiene que ser curado. Pues
este objetivo dividido ha otorgado la misma realidad a ambos, lo cual sería
posible solo si la mente estuviera limitada al cuerpo y dividida en pequeñas
partes que aparentan ser íntegras, pero que no están conectadas entre sí. Esto no le hará daño al cuerpo, pero mantendrá
intacto en la mente el sistema de pensamiento ilusorio. La mente, pues, es
la que tiene necesidad de curación. Y en ella es donde se encuentra. Pues
Dios no concedió la curación como algo aparte de la enfermedad ni estableció el
remedio donde la enfermedad no puede estar. La enfermedad y el remedio se
encuentran en el mismo lugar, y cuando se ven uno al lado del otro, reconoces
que todo intento de mantener a la verdad y a la ilusión en la mente, donde
ambas necesariamente están, es estar dedicado a las ilusiones. Mas cuando éstas
se llevan ante la verdad y se ve que desde cualquier punto de vista son
completamente irreconciliables con ella, se abandonan.
7. No hay conexión alguna entre la
verdad y las ilusiones. Esto será así eternamente, por mucho que intentes que
haya conexión entre ellas. Pero las ilusiones están siempre conectadas entre
sí, tal como lo está la verdad. Tanto las ilusiones como la verdad gozan de
cohesión interna y constituyen un sistema de pensamiento completo en sí mismo,
aunque totalmente desconectado del otro.
Percibir esto es reconocer dónde se encuentra la separación y dónde debe
subsanarse. El resultado de una idea no
está nunca separado de su fuente. La
idea de la separación dio lugar al cuerpo y permanece conectada a él, haciendo
que éste enferme debido a la identificación de la mente con él. Tú crees que al
ocultar esta conexión estás protegiendo al cuerpo, ya que ocultarla parece
mantener tu identificación a salvo del “ataque” de la verdad.
8. ¡Si solo comprendieras cuánto daño
le ha hecho a tu mente este extraño encubrimiento y cuánta confusión te ha causado
con respecto a tu Identidad! No comprendes la magnitud de la devastación que tu
falta de fe ha ocasionado, pues la falta de fe es un ataque que parece estar justificado
por sus resultados. Pues al negar la fe ves lo que no es digno de ella, y no
puedes mirar más allá de esta barrera a lo que se encuentra unido a ti.
9. Tener fe es sanar. Es la señal de
que has aceptado la Expiación y, por consiguiente, de que deseas compartirla.
Mediante la fe, ofreces el regalo de
liberación del pasado que recibiste. No te vales de nada que tu hermano haya
hecho antes para condenarlo ahora. Eliges
libremente pasar por alto sus errores, al mirar más allá de todas las barreras
que hay entre tú y él y verlos a los dos cual uno solo. Y en esa unidad que
contemplas, tu fe está plenamente justificada. La falta de fe nunca está
justificada. La fe, en cambio, siempre
lo está.
10. La fe es lo opuesto al miedo y
forma parte del amor tal como el miedo forma parte del ataque. La fe es el
reconocimiento de la unión. Es el benévolo reconocimiento de que cada hermano
es un Hijo de tu amorosísimo Padre, amado por Él como lo eres tú y, por lo
tanto, amado por ti como si fueses tú mismo. Su Amor es lo que te une a tu
hermano, y debido a Su Amor no desearías mantener a nadie excluido del tuyo. Cada
hermano aparece tal como se le percibe en el instante santo, unido a ti en tu
propósito de ser liberado de la culpa. Al ver al Cristo en él, él sana porque
contemplas en él lo que hace que tener fe en todos esté justificado
eternamente.
11. La fe es el regalo de Dios, a
través de Aquel que Él te ha dado. La falta de fe contempla al Hijo de Dios y
lo juzga indigno de perdón. Pero a
través de los ojos de la fe, se ve que el Hijo de Dios ya ha sido perdonado y que
está libre de toda la culpa que él mismo se echó encima. La fe lo ve solo como
es ahora porque no se fija en el pasado para juzgarle, sino que
únicamente ve en él lo mismo que vería en ti.
No ve a través de los ojos del cuerpo ni recurre a cuerpos para darse
validez a sí misma. La fe es el heraldo
de la nueva percepción, enviada para congregar testigos que den testimonio de
su llegada y para devolverte sus mensajes.
12. La fe puede intercambiarse tan
fácilmente por el Conocimiento como el mundo real. Pues la fe surge de la percepción del
Espíritu Santo, y es señal de que compartes esa percepción con Él. La fe es un
regalo que le ofreces al Hijo de Dios a través del Espíritu Santo, y es tan
aceptable para el Padre como para el Hijo. Por lo tanto, te lo ofreces a ti
mismo. Tu relación santa, con su nuevo propósito, te ofrece fe para que se la
des a tu hermano. Tu falta de fe los ha separado, y así, no ves tu salvación en
él. La fe, no obstante, los une en la santidad que ves, no a través de los ojos
del cuerpo, sino en la visión de Aquel que los unió y en Quien están unidos.
13. La gracia no se le otorga al
cuerpo, sino a la mente. Y la mente que la percibe mira instantáneamente más
allá del cuerpo y ve el santo lugar donde fue curada. Ahí es donde se alza el altar en el que la
gracia fue otorgada y donde se encuentra. Ofrécele, entonces, gracia y
bendiciones a tu hermano, pues te encuentras en el mismo altar donde se les
otorgó la gracia a ambos. Permitan que la gracia les cure a la vez, para que
puedan curar mediante la fe.
14. En el instante santo tú y tu
hermano se encuentran ante el Altar que Dios se ha erigido a Sí Mismo y a
ustedes dos. Dejen a un lado la falta de
fe y vengan a Él juntos. En él verán el
milagro de su relación tal como fue renovada por la fe. Y en Él se darán cuenta
de que no hay nada que la fe no pueda perdonar.
Ningún error puede obstruir su serena visión, la cual lleva el milagro
de curación a todos los errores con la misma facilidad. Pues lo que se les
encomienda hacer a los mensajeros del amor ellos lo hacen, y regresan con las buenas
nuevas de haberlo consumado en ti y en tu hermano, que se encuentran unidos
ante el Altar desde donde ellos fueron enviados.
15. De la misma manera en que la falta
de fe mantendría vuestros míseros reinos yermos y separados, del mismo modo la
fe ayudará al Espíritu Santo a preparar el terreno para el santísimo jardín en
que Él quiere convertirlo. Pues la fe brinda paz, y así, le pide a la verdad
que entre y embellezca lo que ya fue preparado para la hermosura. La verdad
sigue muy cerca de la fe y a la paz y completa el proceso de embellecimiento
que ellas comienzan. Pues la fe sigue
siendo una de las metas del aprendizaje, que deja de ser necesaria una vez que
la lección se ha aprendido. La verdad, en cambio, jamás se ausentará.
16. Dedícate, por lo tanto, a lo
eterno, y aprende a no ser un obstáculo para ello ni a convertirlo en un
esclavo del tiempo. Pues lo que crees hacerle a lo eterno te lo haces a ti mismo.
Aquel a quien Dios creó como Su Hijo no
es esclavo de nada, pues es señor de todo, junto con su Creador. Puedes esclavizar a un cuerpo, pero las ideas
son libres y no pueden ser aprisionadas o limitadas en algún modo, excepto por
la mente que las concibió. Pues permanecen unidas a su fuente, que se convierte
en su carcelero o en su libertador, según el objetivo que la mente acepte para
sí misma.
II. El
pecado en contraposición al error
1. Es esencial que no se confunda el
error con el pecado, ya que esta distinción es lo que hace que la salvación sea
posible. Pues el error puede ser corregido, y lo torcido, enderezado. Pero el
pecado, de ser posible, sería
irreversible. La creencia en el
pecado está necesariamente basada en la firme convicción de que son las mentes,
y no los cuerpos, las que atacan. Y así,
la mente es culpable y lo será siempre, a menos que una mente que no sea parte
de ella pueda darle la absolución. El pecado exige castigo del mismo modo en
que el error exige corrección, y la creencia de que el castigo es corrección
es claramente una locura.
2. El pecado no es un error, pues el
pecado comporta una arrogancia que la idea del error no posee. Pecar supondría
violar la realidad, y lograrlo. El pecado es la proclamación de que el ataque
es real y de que la culpabilidad está justificada. Da por sentado que el Hijo de Dios es culpable
y que, por lo tanto, ha conseguido perder su inocencia y también convertirse a
sí mismo en algo que Dios no creó. De
este modo, la Creación se ve como algo que no es eterno, y la Voluntad de Dios
como susceptible de ser atacada y derrotada. El pecado es la gran ilusión que
subyace a toda la grandiosidad del ego. Pues debido al pecado, Dios Mismo cambia
y se le priva de Su Plenitud.
3. El Hijo de Dios puede estar
equivocado, engañarse a sí mismo e incluso usar el poder de su mente contra sí
mismo. Pero no puede pecar. No puede hacer nada que en modo alguno
altere su realidad o que haga que realmente sea culpable. Eso es lo que el pecado quisiera hacer, pues
ése es su propósito. Mas a pesar de toda
la salvaje demencia inherente a la idea del pecado, éste sigue siendo
imposible. Pues el costo del pecado es la muerte, mas ¿cómo podría
perecer lo que es inmortal?
4. Uno de los principales dogmas de la
descabellada religión del ego es que el pecado no es un error, sino que es verdad,
y que la inocencia es la que pretende engañarnos. La pureza se considera arrogancia, y la
aceptación de nuestro ser como algo pecaminoso se percibe como santidad. Y es esta doctrina la que substituye a la realidad
del Hijo de Dios tal como su Padre lo creó y tal como dispuso que fuera para
siempre. ¿Es esto humildad? ¿O es más
bien un intento de desgajar a la Creación de la verdad y mantenerla aparte?
5. El ego siempre considerará
injustificable cualquier intento de reinterpretar el pecado como un error. La
idea del pecado es absolutamente sacrosanta en su sistema de pensamiento, y solo
puede abordarse con respeto y temor reverente. Es el concepto más “sagrado” del sistema del
ego: bello y poderoso, completamente cierto, y protegido a toda costa por cada
una de las defensas que el ego tiene a su disposición. Pues en el pecado radica su “mejor” defensa,
a la que todas las demás sirven. El
pecado es su armadura, su protección y el propósito fundamental de la relación
especial tal como el ego la interpreta.
6. Puede ciertamente afirmarse que el
ego edificó su mundo sobre el pecado. Únicamente en un mundo así podría ser
todo a la inversa. Ésta es la extraña
ilusión que hace que las nubes de la culpabilidad parezcan densas e
impenetrables. La solidez que los
cimientos de este mundo parecen tener descansa en ello. Pues el pecado ha hecho que la Creación, de
ser una Idea de Dios, pase a ser un ideal del ego: un mundo que él rige, compuesto
de cuerpos inconscientes y capaces de caer presa de la corrupción y decadencia
más absolutas. Si esto es un error, la
verdad puede des-hacerlo fácilmente, pues todo error puede ser corregido solo con
que se le permita a la verdad juzgarlo. Pero si al error se le otorga el rango
de verdad, ¿ante qué se podría llevar? La “santidad” del pecado se mantiene
intacta debido únicamente a este extraño mecanismo. Si el pecado fuera verdad, sería inviolable,
y todo se llevaría ante él para ser juzgado. Mas si es un error, es él
el que tiene que ser llevado ante la verdad. Es imposible tener fe en el
pecado, pues el pecado es falta de fe. Mas es posible tener fe en el hecho de
que cualquier error puede ser corregido.
7. No hay un solo baluarte en toda la
ciudadela fortificada del ego más celosamente defendido que la idea de que el
pecado es real y de que es la expresión natural de lo que el Hijo de Dios ha
hecho de sí mismo y de lo que es. Para
el ego eso no es un error. Pues ésa es
su realidad: la “verdad” de la que nunca se podrá escapar. Ése es su pasado, su
presente y su futuro. Pues de alguna
manera el Hijo se las ha arreglado para corromper a su Padre y hacerle cambiar
de parecer por completo. ”¡Llora, pues,
la muerte de Dios, Quien el pecado
asesinó!” Éste sería el deseo del ego, que en su demencia cree haberlo logrado.
8. ¿No preferirías que todo esto no
fuera más que una equivocación, completamente corregible, y de la que fuera tan
fácil escapar que rectificarla totalmente sería tan sencillo como atravesar la
neblina y llegar hasta el sol? Pues eso es todo lo que es. Quizá te sientas tentado de coincidir con el
ego en que es mucho mejor ser pecador que estar equivocado. Mas piensa detenidamente antes de permitirte a
ti mismo tomar esa decisión. No la tomes a la ligera, pues es la elección entre
el Cielo y el infierno.
III.
La irrealidad del pecado
1. La atracción de la
culpabilidad reside en el pecado, no en el error. El pecado volverá a repetirse por razón de
esta atracción. El miedo puede hacerse tan agudo que al pecado se le niega su
expresión. Pero mientras la culpabilidad
continúe siendo atractiva, la mente sufrirá y no abandonará la idea del
pecado. Pues la culpa todavía la llama;
y la mente la oye y la desea ardientemente y se deja cautivar voluntariamente
por su enfermiza atracción. El pecado es
una idea de perversidad que no puede ser corregida, pero que, sin embargo, será
siempre deseable. Al ser parte esencial
de lo que el ego cree que eres, siempre la desearás. Y solo un vengador, con una mente diferente de
la tuya, podría acabar con ella valiéndose del miedo.
2. El ego no cree que sea
posible que lo que realmente invoca el pecado es al amor, y no al miedo, y
que el amor siempre responde. Pues el ego lleva el pecado ante el miedo,
exigiendo castigo. Mas el castigo no es sino otra forma de proteger la
culpa, pues lo que merece castigo tuvo que haber sucedido realmente. El castigo
es siempre el gran protector del pecado, al que trata con respeto y a quien
honra por su perversidad. Lo que clama
por castigo, tiene que ser verdad. Y lo que es verdad no puede sino ser eterno,
y seguirá repitiéndose sin cesar. Pues deseas lo que consideras real y
no lo abandonas.
3. Un error, en cambio, no
ejerce atracción. Lo que ves claramente como una equivocación deseas que se
corrija. A veces un pecado se comete una y otra vez, con resultados obviamente
angustiosos, pero sin perder su atractivo. Mas de pronto cambias su condición,
de modo que de ser un pecado pase a ser simplemente un error. Ahora ya no lo
seguirás cometiendo; simplemente no lo volverás a hacer y te desprenderás de
él, a menos que todavía te sigas sintiendo culpable. Y en ese caso no harás sino cambiar una forma
de pecado por otra, reconociendo que era un error, pero impidiendo su
corrección. Eso no supone realmente un cambio en tu percepción, pues es el
pecado, y no el error, el que exige castigo.
4. El Espíritu Santo no
puede castigar el pecado. Reconoce los errores y Su deseo es corregirlos tal
como Dios le encargó que hiciera. Pero no conoce el pecado ni tampoco puede ver
errores que no puedan ser corregidos. Pues la idea de un error incorregible no
tiene sentido para Él. Lo único que el error pide es corrección, y eso es todo.
Lo que pide castigo no está realmente
pidiendo nada. Todo error es necesariamente una petición de amor. ¿Qué es, entonces, el pecado? ¿Qué otra cosa podría ser sino una equivocación
que quieres mantener oculta, una petición de ayuda que no quieres que sea oída
y que, por ende, se queda sin contestar?
5. En el tiempo, el
Espíritu Santo ve claramente que el Hijo de Dios puede cometer errores. En esto
compartes Su visión. Mas no compartes Su
criterio con respecto a la diferencia que existe entre el tiempo y la
eternidad. Y cuando la corrección se
completa, el tiempo se convierte en eternidad. El Espíritu Santo puede enseñarte a ver el
tiempo de manera diferente y a ver más allá de él, pero no podrá hacerlo
mientras sigas creyendo en el pecado. En
el error puedes creer, pues éste puede ser corregido por la mente. Pero el pecado es la creencia de que tu
percepción es inalterable y de que la mente tiene que aceptar como verdadero lo
que le dicta la percepción. Si la mente
no obedece, se la juzga como desquiciada. De ese modo la mente, que es el único
poder que podría cambiar la percepción, se mantiene en un estado de impotencia
y restringida al cuerpo por miedo al cambio de percepción que su Maestro, que
es uno con ella, le brindaría.
6. Cuando te sientas
tentado de pensar que el pecado es real, recuerda esto: si el pecado es real,
ni tú ni Dios lo son. Si la Creación es extensión, el Creador tiene que haberse
extendido a Sí Mismo; y es imposible que lo que forma parte de Él sea completamente
diferente del resto. Si el pecado es real, Dios no puede sino estar en pugna
Consigo Mismo. Tiene que estar dividido, debatiéndose entre el bien y el mal;
ser en parte cuerdo y en parte demente. Pues tiene que haber creado aquello que
quiere destruirlo y que tiene el poder de hacerlo. ¿No sería más fácil creer
que has estado equivocado que creer eso?
7. Mientras creas que tu
realidad o la de tu hermano está limitada a un cuerpo, seguirás creyendo en el
pecado.
Mientras creas que los
cuerpos se pueden unir, seguirás encontrando atractiva a la culpa y
considerando el pecado como algo de inestimable valor. Pues la creencia de que
los cuerpos limitan a la mente conduce a una percepción del mundo en la que la
prueba de la separación parece abundar por todas partes. De este modo, Dios y Su Creación parecen estar
separados y haber sido derrocados. Pues
el pecado demostraría que lo que Dios creó santo no puede prevalecer contra él
ni seguir siendo lo que es ante su poderío.
Al pecado se le percibe como algo más poderoso que Dios, ante el cual
Dios Mismo se tiene que postrar y ofrecer Su Creación a Su conquistador. ¿Es
esto humildad o demencia?
8. Si el pecado es real,
tiene que estar permanentemente excluido de cualquier esperanza de curación.
Pues en ese caso habría un poder que trascendería al de Dios, un poder capaz de
fabricar otra voluntad que puede atacar y derrotar Su Voluntad, así como
conferirle a Su Hijo una voluntad distinta de la Suya y más fuerte. Y cada parte
fragmentada de la Creación de Dios tendría una voluntad diferente, opuesta a la
Suya, y en eterna oposición a Él y a las demás.
Tu relación santa tiene ahora como propósito la meta de demostrar que
eso es imposible. El Cielo le ha
sonreído, y en su sonrisa de amor la creencia en el pecado ha sido erradicada. Todavía
lo ves porque no te das cuenta de que sus cimientos han desaparecido. Su fuente
ya ha sido eliminada, y solo puedes abrigarlo por un breve período de tiempo
antes de que desaparezca del todo. Lo único
que queda es el hábito de buscarlo.
9. Sin embargo, al
contemplar el pecado con la sonrisa del Cielo en tus labios y con la bendición
del Cielo en tu mirada, no seguirás viéndolo por mucho más tiempo. Pues en la nueva percepción, la mente lo
corrige cuando parece presentarse y se vuelve invisible. Los errores se
reconocen de inmediato y se llevan enseguida ante la corrección para que sean
subsanados, no ocultados. Serás curado del pecado y de todas sus atrocidades en
el instante en que dejes de conferirle poder sobre tu hermano. Y lo ayudarás a
superar sus errores al liberarlo jubilosamente de la creencia en el pecado.
10. En el instante santo
verás refulgir la sonrisa del Cielo sobre ti y sobre tu hermano. Y derramarás
luz sobre él, en jubiloso reconocimiento de la gracia que se te ha concedido. Pues el pecado no puede prevalecer contra una
unión que el Cielo ve con beneplácito. Tu percepción sanó en el instante santo que el
Cielo te concedió. Olvídate de lo que has visto y eleva tus ojos con fe hacia
lo que ahora puedes ver. Las barreras que impiden el paso al Cielo
desaparecerán ante tu santa mirada, pues a ti que eras ciego se te ha concedido
la visión y ahora puedes ver. No busques lo que ha sido eliminado, sino la
gloria que ha sido restituida para que la veas.
11. Mira a tu Redentor y
contempla lo que Él quiere que veas en tu hermano, y no permitas que el pecado
se alce nuevamente y ciegue tus ojos. Pues el pecado te mantendría separado de él,
pero tu Redentor quiere que veas a tu hermano como a ti mismo. Vuestra relación es ahora un templo de curación,
un lugar donde todos los que están fatigados pueden venir a descansar. En ella se encuentra el descanso que les
espera a todos después de la jornada. Y gracias a vuestra relación todos ellos
se encuentran más cerca de ese descanso.
IV.
Los obstáculos a la paz
1. A medida que la paz
comience a extenderse desde lo más profundo de tu ser para abarcar a toda la
Filiación y ofrecerle descanso, se topará con muchos obstáculos. Algunos de ellos
los tratarás de imponer tú. Otros parecerán
provenir de otras partes: de tus hermanos o de diversos aspectos del mundo
externo. La paz, no obstante, los envolverá dulcemente a todos, extendiéndose
más allá de ellos sin obstrucción alguna. La extensión del propósito del
Espíritu Santo desde tu relación a otras personas para incluirlas amorosamente dentro
de ella, es la manera en que Él armonizará medios y fin. La paz que Él ha
depositado muy hondo dentro de ti y de tu hermano, se extenderá suavemente a cada
aspecto de sus vidas, rodeándolos a ambos de radiante felicidad y con la
sosegada certeza de que gozan de absoluta protección. Y ustedes llevarán su mensaje
de amor, seguridad y libertad a todo aquel que se acerque a su templo, donde la
curación le espera. No tendrán que esperar para darle esto, pues lo llamarán y
él les responderá, reconociendo en su llamada la Llamada a Dios. Y ustedes lo albergarán y le darán descanso
tal como se les dio a ustedes.
2. Harás todo esto. Para lograrlo, no obstante, la paz que ya mora
en lo más profundo de tu ser debe primero expandirse y transponer los
obstáculos que situaste ante ella. Esto es lo que harás, pues nada que se
emprenda con el Espíritu Santo queda inconcluso. No puedes estar seguro de nada
de lo que ves fuera de ti, pero de esto sí puedes estar seguro: el
Espíritu Santo te pide que le ofrezcas un lugar de reposo donde puedas
descansar en
Él. Él te contestó y entró a formar parte de
vuestra relación. ¿No te gustaría
corresponder a Su gracia y entablar una relación con Él? Pues fue Él Quien le
confirió a tu relación el regalo de la santidad, sin la cual te habría
resultado eternamente imposible apreciar a tu hermano.
3. Él solo te pide que
aceptes por Él la gratitud que le debes. Y cuando contemplas a tu hermano con
tierna benevolencia, lo estás contemplando a Él. Pues estás mirando allí donde
Él está, y no donde no está. No puedes ver al Espíritu Santo, pero
puedes ver a tus hermanos correctamente. Y la luz en ellos te mostrará todo lo
que necesites ver. Cuando la paz que mora en ti se haya extendido hasta abarcar
a todo el mundo, la función del Espíritu Santo aquí se habrá consumado. ¿Qué
necesidad habrá de ver entonces? Cuando Dios Mismo haya dado el paso final, el
Espíritu Santo reunirá todas las gracias que le hayas dado y toda la gratitud que
le hayas ofrecido, y las depositará dulcemente ante Su Creador en Nombre de Su
santísimo Hijo. Y el Padre las aceptará en Su Nombre. ¿Qué necesidad hay de ver en presencia de Su
Gratitud?
A.
El primer obstáculo: El deseo de deshacerte de la paz
1. El primer obstáculo que
la paz debe salvar es tu deseo de deshacerte de ella. Pues no puede extenderse a menos que la
conserves. Tú eres el centro desde donde ella irradia hacia fuera, para invitar
a otros a entrar. Eres su hogar: su tranquila morada desde donde se extiende
serenamente hacia el exterior, aunque sin abandonarte jamás. Si la dejaras sin
hogar, ¿cómo podría entonces morar dentro del Hijo de Dios? Si la paz se ha de
diseminar por toda la Creación, tiene que empezar contigo y desde ti extenderse
a cada hermano que llame, y de este modo llevarle descanso por haberse unido a
ti.
2. ¿Por qué querrías dejar
a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que tendría que desalojar para poder
morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo
que tanto te resistes a pagar? La
pequeña barrera de arena todavía se interpone entre tu hermano y tú. ¿La reforzarías ahora? No se te pide que la abandones solo para
ti. Cristo te lo pide para Sí Mismo. Él quiere llevar paz a todo el mundo, mas
¿cómo lo podría hacer sino a través de ti? ¿Dejarías que un pequeño banco de arena, un
muro de polvo, una aparente y diminuta barrera se interpusiera entre tus
hermanos y la salvación? Sin embargo, este diminuto residuo de ataque que
todavía tienes en tanta estima para poder usarlo contra tu hermano, es el
primer obstáculo con el que la paz que mora en ti se topa en su expansión. Este
pequeño muro de odio todavía quiere oponerse a la Voluntad de Dios y mantenerla
limitada.
3. El propósito del
Espíritu Santo se encuentra en paz dentro de ti. Pero aún no estás dispuesto a
dejar que se una a ti completamente. Todavía te opones un poco a la Voluntad de
Dios. Y esa pequeña oposición es un
límite que quieres imponerle a toda ella. La Voluntad de Dios es una sola, no muchas. No
tiene opuestos, pues aparte de ella no hay ninguna otra. Lo que todavía quieres conservar detrás de tu
pequeña barrera y mantener separado de tu hermano parece ser más poderoso que
el universo, pues da la impresión de restringir a éste y a su Creador. Y lo que este pequeño muro pretende es nublar
el propósito del Cielo y mantenerlo oculto de él.
4. ¿Rechazarías la salvación
que te ofrece el dador de la salvación? Pues eso es lo que estás haciendo. De la misma manera en que la paz no podría
alejarse de Dios, tampoco podría alejarse de ti. No tengas miedo de este pequeño obstáculo, pues no puede frenar la Voluntad de Dios. La paz fluirá a través de él y se unirá a ti
sin impedimentos. No se te puede negar
la salvación. Es tu meta. Aparte de eso
no hay nada más que elegir. No tienes
ninguna meta aparte de la de unirte a tu hermano ni ninguna aparte de aquella
que le pediste al Espíritu Santo que compartiera contigo. El pequeño muro se
derrumbará silenciosamente bajo las alas de la paz. Pues la paz enviará a sus
mensajeros desde ti a todo el mundo, y las barreras se derrumbarán ante su llegada
con la misma facilidad con la que superará aquellas que tú interpongas.
5. Vencer al mundo no es
más difícil que superar tu pequeño muro. Pues en el milagro de tu relación
santa—una vez libre de esa barrera—se encuentran todos los milagros. No hay grados de dificultad en los milagros,
pues todos ellos son el mismo. Cada uno supone una dulce victoria de la
atracción del amor sobre la atracción de la culpabilidad. ¿Cómo no iba a poder
lograrse esto dondequiera que se emprendiera?
La culpa no puede levantar barreras reales contra ello. Y todo lo que parece interponerse entre tu
hermano y tú tiene que desaparecer por razón de la llamada que contestaste.
Desde ti que respondiste, Aquel que te contestó quisiera llamar a otros. Su hogar reside en tu relación santa. No trates
de interponerte entre Él y Su santo propósito, pues es también el tuyo. Permítele, en cambio, que extienda dulcemente
el milagro de vuestra relación a todos los que están incluidos en dicho milagro
tal como fue concedido.
6. Reina un silencio en el
Cielo, una feliz expectativa, un pequeño respiro lleno de júbilo en
reconocimiento del final de la jornada. Pues el Cielo te conoce bien, tal como
tú lo conoces a él. Ninguna ilusión se
interpone ahora entre tu hermano y tú. No pongas tu atención en el pequeño muro de
sombras. El sol se ha elevado por encima de él. ¿Cómo iba a poder una sombra impedir que
vieses el sol? De igual modo, las
sombras tampoco pueden ocultar de ti la luz en la que a las ilusiones les llega
su fin. Todo milagro no es más que el final de una ilusión. Tal fue la jornada; tal su final. Y en la
meta de la verdad que aceptaste, a todas las ilusiones les llegará su fin.
7. El insignificante y
demente deseo de deshacerte de Aquel que invitaste y expulsarlo, no puede
sino generar conflicto. A medida que contemplas el mundo, ese
insignificante deseo, desarraigado y flotando a la deriva, puede posarse
brevemente sobre cualquier cosa, pues ahora no tiene ningún propósito. Antes de
que el Espíritu Santo entrara a morar contigo parecía tener un magno objetivo:
la dedicación fija e inalterable al pecado y a sus resultados. Ahora deambula sin rumbo, vagando a la deriva,
causando tan solo pequeñas interrupciones en la llamada del amor.
8. Este minúsculo deseo,
esta diminuta ilusión, este residuo microscópico de la creencia en el pecado,
es todo lo que queda de lo que en un tiempo pareció ser el mundo. Ya no es una
inexorable barrera a la paz. Su vano deambular
hace que sus resultados parezcan ser más erráticos e impredecibles que antes. Sin
embargo, ¿qué podría ser más inestable que un sistema ilusorio rígidamente
organizado? Su aparente estabilidad no
es otra cosa que la debilidad que lo envuelve, la cual lo abarca todo. La variabilidad que el pequeño residuo produce
indica simplemente cuán limitados son sus resultados.
9. ¿Cuán poderosa puede
ser una diminuta pluma ante las inmensas alas de la verdad? ¿Podría acaso oponerse al vuelo de un águila o
impedir el avance del verano? ¿Podría
interferir en los efectos que el sol veraniego produciría sobre un jardín
cubierto de nieve? Ve con cuánta facilidad se puede levantar y transportar este
pequeño vestigio para no volver jamás. Despídete de él con alegría, no con
pesar, pues de por sí no es nada ni
significaba nada cuando la fe que tenías en su protección era mayor. ¿No preferirías
darle la bienvenida al cálido sol veraniego en lugar de poner tu atención en un
copo de nieve que está derritiéndose y tiritar al acordarte del frío invernal?
i.
La atracción de la culpabilidad
10. La atracción de la
culpabilidad hace que se le tenga miedo al amor, pues el amor nunca se fijaría
en la culpabilidad en absoluto. La
naturaleza del amor es contemplar solamente la verdad—donde se ve a sí mismo
—y fundirse con ella en
santa unión y en compleción. De la misma
forma en que el amor no puede sino mirar más allá del miedo, así el miedo no
puede ver el amor. Pues en el amor
reside el fin de la culpa tan inequívocamente como que el miedo depende de
ella. El amor solo se siente atraído por el Amor. Al pasar por alto completamente a la culpa,
el amor no ve el miedo. Al estar totalmente desprovisto de ataque es imposible
que pueda temer. El miedo se siente
atraído por lo que el amor no ve, y ambos creen que lo que el otro ve no
existe. El miedo contempla la culpabilidad con la misma devoción con la que el
amor se contempla a sí mismo. Y cada uno de ellos envía sus mensajeros, que
retornan con mensajes escritos en el mismo lenguaje que se utilizó al
enviarlos.
11. El amor envía a sus
mensajeros tiernamente, y éstos retornan con mensajes de amor y de ternura. A
los mensajeros del miedo se les ordena con aspereza que vayan en busca de culpa
y que hagan acopio de cualquier retazo de maldad y de pecado que puedan
encontrar sin que se les escape ninguno so pena de muerte, y que los depositen
ante su señor y amo respetuosamente. La percepción no puede obedecer a dos amos
que piden distintos mensajes en lenguajes diferentes. El amor pasa por alto
aquello en lo que el miedo se cebaría. Lo que el miedo exige, el amor ni
siquiera lo puede ver. La intensa atracción que la culpabilidad siente por el miedo
está completamente ausente de la tierna percepción del amor. Lo que el amor
contempla no significa nada para el miedo y es completamente invisible.
12. Las relaciones que se
entablan en este mundo son el resultado de cómo se ve el mundo. Y esto depende
de la emoción a la que se pidió que enviara sus mensajeros para que lo
contemplaran y regresaran trayendo noticias de lo que vieron. A los mensajeros
del miedo se les adiestra mediante el terror, y tiemblan cuando su amo los
llama para que le sirvan. Pues el miedo no tiene compasión ni siquiera con sus
amigos. Sus mensajeros saquean culpablemente todo cuanto pueden en su
desesperada búsqueda de culpa, pues su amo los deja hambrientos y a la
intemperie, instigando en ellos la crueldad y permitiéndoles que se sacien
únicamente de lo que le llevan. Ni el más leve atisbo de culpabilidad se escapa
de sus ojos hambrientos. Y en su
despiadada búsqueda de pecados se abalanzan sobre cualquier ser vivo que vean,
y dando chillidos se lo llevan a su amo para que lo devore.
13. No envíes al mundo a
esos crueles mensajeros para que se den un banquete con él y se ceben en la
realidad.
Pues te traerán noticias
de carne, pellejo y huesos. Se les ha enseñado a buscar lo corruptible y a
retornar con los buches repletos de cosas podridas y descompuestas. Para ellos
tales cosas son bellas, ya que parecen mitigar las crueles punzadas del hambre.
Pues el dolor del miedo los pone frenéticos,
y para evitar el castigo de aquel que los envía, le ofrecen lo que tienen en
gran estima.
14. El Espíritu Santo te
ha dado los mensajeros del amor para que los envíes en lugar de aquellos que
adiestraste mediante el terror. Están
tan ansiosos de devolverte lo que tienen en gran estima como los otros. Si los envías, solo verán lo bello y lo puro,
lo tierno y lo bondadoso. Tendrán el mismo cuidado de que no se les escape ningún
acto de caridad, ninguna ínfima expresión de perdón ni ningún hálito de
amor. Y retornarán con todas las cosas
bellas que encuentren para compartirlas amorosamente contigo. No tengas miedo
de ellos. Te ofrecen la salvación. Sus mensajes son mensajes de seguridad, pues
ven el mundo como un lugar bondadoso.
15. Si envías únicamente
los mensajeros que el Espíritu Santo te da, sin desear otros mensajes que los
suyos, nunca más verás el miedo. El
mundo quedará transformado ante tu mirada, limpio de toda culpa y teñido de una
suave pincelada de belleza. No hay
ningún miedo en el mundo que tú mismo no hayas sembrado en él. Ni ninguno que
puedas seguir viendo después de pedirles a los mensajeros del amor que lo
desvanezcan. El Espíritu Santo te ha dado Sus mensajeros para que se los envíes
a tu hermano y para que retornen a ti con lo que el amor ve. Se te han dado para reemplazar a los
hambrientos perros del miedo que enviabas en su lugar. Y marchan adelante para
dar a conocer que el fin del miedo ha llegado.
16. El amor también quiere
desplegar ante ti un festín sobre una mesa cubierta con un mantel inmaculado,
en un plácido jardín donde solo se oye un cántico angelical y un suave y feliz
murmullo. Es éste un banquete en honor de tu relación santa, en el que todo el mundo
es un invitado de honor. Y en un
instante santo todos juntos bendicen la mesa de comunión, al unirse
fraternalmente ante ella. Yo me uniré a ustedes ahí, tal como lo prometí hace
mucho tiempo y como todavía lo sigo prometiendo. Pues en su nueva relación se
me da la bienvenida. Y donde se me da la bienvenida allí estoy.
17. Se me da la bienvenida
en un estado de gracia, lo cual quiere decir que finalmente me has perdonado.
Pues me convertí en el símbolo de tu pecado, y por esa razón tuve que morir en
tu lugar. Para el ego el pecado significa muerte, y así la expiación se alcanza
mediante el asesinato. Se considera que la salvación es un medio a través del
cual el Hijo de Dios fue asesinado en tu lugar. Mas ¿iba acaso a ofrecerte mi cuerpo a ti a quien
amo, sabiendo lo insignificante que es? ¿O, por el contrario, te enseñaría que los
cuerpos no nos pueden separar? Mi cuerpo
no fue más valioso que el tuyo; ni fue tampoco un mejor instrumento para comunicar
lo que es la salvación, si bien no su Fuente.
Nadie puede morir por otro, y la muerte no expía los pecados. Pero
puedes vivir para demostrar que la muerte no es real. El cuerpo ciertamente
parecerá ser el símbolo del pecado mientras creas que puede proporcionarte lo
que deseas. Y mientras creas que puede darte placer, creerás también que puede
causarte dolor. Pensar que podrías estar contento y satisfecho con tan poco es
herirte a ti mismo; y limitar la felicidad de la que podrías gozar es recurrir
al dolor para que llene tus escasas reservas y haga tu vida más plena. Esto es
compleción tal como el ego lo entiende. Pues la culpa se infiltra
subrepticiamente allí donde se ha desplazado a la felicidad y la substituye. La
comunión es otra forma de compleción, que se extiende más allá de la culpa
porque se extiende más allá del cuerpo.
B.
El segundo obstáculo: La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo
que ofrece
1. Dijimos que el primer
obstáculo que la paz tiene que superar es tu deseo de deshacerte de ella. Allí
donde la atracción de la culpabilidad impera, no se desea la paz. El segundo
obstáculo que la paz tiene que superar, el cual está estrechamente vinculado al
primero, es la creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece.
Pues aquí la atracción de la culpabilidad se pone de manifiesto en el cuerpo y
se ve en él.
2. Ése es el tesoro que
crees que la paz te arrebataría. De esto es de lo que crees que te despojaría,
dejándote sin hogar. Y ésta es la razón por la que le negarías a la paz un
hogar. Consideras que ello supone un “sacrificio” enorme, y que se te está
pidiendo demasiado. Mas ¿se trata
realmente de un sacrificio o de una liberación? ¿Qué te ha dado realmente el
cuerpo que justifique tu extraña creencia de que la salvación radica en él? ¿No
te das cuenta de que eso es la creencia en la muerte? En esto es en lo que se
centra la percepción según la cual la Expiación es un asesinato. He aquí la
fuente de la idea de que el amor es miedo.
3. A los mensajeros del Espíritu
Santo se les envía mucho más allá del cuerpo, para que exhorten a la mente a unirse
en santa comunión y a estar en paz. Tal es el mensaje que yo les di para ti. Solo
los mensajeros del miedo ven el cuerpo, pues van en busca de lo que puede
sufrir. ¿Es acaso un sacrificio que se le aparte a uno de lo que puede sufrir? El Espíritu Santo no te exige que sacrifiques
la esperanza de obtener placer a través del cuerpo, pues no hay esperanza
alguna de que el cuerpo te pueda proporcionar placer. Pero tampoco puede hacer
que tengas miedo del dolor. El dolor es
el único “sacrificio” que el Espíritu Santo te pide y lo que quiere eliminar.
4. La paz se extiende
desde ti únicamente hasta lo eterno, y lo hace desde lo eterno en ti. Fluye a
través de todo lo demás. El segundo
obstáculo no es más impenetrable que el primero, pues tú no quieres ni deshacerte de la paz ni
limitarla. ¿Qué otra cosa pueden ser esos obstáculos que quieres interponer
entre la paz y su avance, sino barreras que sitúas entre tu voluntad y su
logro? Deseas la comunión, no el festín
del miedo. Deseas la salvación, no el
dolor de la culpa. Y deseas tener por
morada a tu Padre y no a una mísera choza de barro. En tu relación santa se encuentra
el Hijo de tu Padre, el cual nunca ha
dejado de estar en comunión con Él ni consigo mismo. Cuando acordaste unirte a
tu hermano reconociste esto. Reconocer
eso no te cuesta nada, sino que te libera de tener que hacer cualquier clase de
pago.
5. Has pagado un precio
exorbitante por tus ilusiones, y nada de eso por lo que tanto has pagado te ha
brindado paz. ¿No te alegra saber que el
Cielo no puede ser sacrificado y que no se te puede pedir ningún sacrificio? No
puedes interponer ningún obstáculo en nuestra unión, pues yo ya formo parte de
tu relación santa. Juntos superaremos
cualquier obstáculo, pues nos encontramos ya dentro del portal, no fuera. ¡Cuán fácilmente se abren las puertas desde
dentro, dando paso a la paz para que bendiga a un mundo agotado! ¿Cómo iba a
sernos difícil pasar de largo las barreras cuando te has unido a lo ilimitado? En tus manos está poner fin a la culpa. ¿Te detendrías ahora a buscar culpabilidad en
tu hermano?
6. Deja que yo sea para ti
el símbolo del fin de la culpa, y contempla a tu hermano como me contemplarías
a mí.
Perdóname por todos los
pecados que crees que el Hijo de Dios cometió. Y a la luz de tu perdón él recordará Quién es y se olvidará de lo que
nunca fue. Te pido perdón, pues si tú
eres culpable, también lo tengo que ser yo. Mas si yo superé la culpa y vencí al mundo, tú
estabas conmigo. ¿Qué quieres ver en mí,
el símbolo de la culpa o el del fin de ésta? Pues recuerda que lo que yo signifique para ti
es lo que verás dentro de ti mismo.
7. Desde tu relación santa
la verdad proclama la verdad y el amor se contempla a sí mismo. La salvación fluye desde lo más profundo del
hogar que nos ofrecieron a mi Padre y a mí. Y allí estamos juntos, en la serena
comunión en la que el Padre y el Hijo están unidos. ¡Vengan, oh fieles, a la
santa unión del Padre y del Hijo en ustedes!
Y no se mantengan aparte de lo
que se les ofrece como muestra de agradecimiento por haberle dado a la paz su
hogar en el Cielo. Lleven a todo el mundo el jubiloso mensaje del fin de la
culpa, y todo el mundo contestará. Piensa
en lo feliz que te sentirás cuando todos den testimonio del fin del pecado y te
muestren que el poder de éste ha desaparecido para siempre. ¿Dónde puede seguir habiendo culpabilidad una
vez que la creencia en el pecado ha desaparecido? ¿Y dónde está la muerte, una vez que se ha
dejado de oír para siempre a su gran defensor?
8. Perdóname por tus
ilusiones y libérame del castigo que me quieres imponer por lo que no hice. Y
al enseñarle a tu hermano a ser libre, aprenderás lo que es la libertad que yo
enseñé y, por lo tanto, me liberarás. Formo parte de tu relación santa, sin
embargo, preferirías aprisionarme tras los obstáculos que interpones a la
libertad e impedirme llegar hasta ti. Mas no es posible mantener alejado a Uno
que ya está ahí. Y en Él se hace posible
que nuestra comunión, en la que ya estamos unidos, sea el foco de la nueva
percepción que derramará la luz que reside en ti por todo el mundo.
i.
La atracción del dolor
9. Tu pequeño papel
consiste únicamente en entregarle al Espíritu Santo la idea del sacrificio en
su totalidad y aceptar la paz que Él te ofrece a cambio sin imponer ningún
límite que impida su extensión, lo cual limitaría tu conciencia de ella. Pues lo que Él otorga tiene que extenderse si
quieres disponer de su poder ilimitado y utilizarlo para liberar al Hijo de
Dios. No es de este poder de lo que quieres deshacerte y, puesto que ya dispones
de él, no puedes limitarlo. Si la paz no tiene hogar, tampoco lo tenemos ni tú
ni yo. Y Aquel que es nuestro hogar se
queda sin hogar junto con nosotros. ¿Es
eso lo que quieres? ¿Deseas ser un
eterno vagabundo en busca de paz? ¿Pondrías tus esperanzas de paz y felicidad en
lo que no puede sino fracasar?
10. Tener fe en lo eterno
está siempre justificado, pues lo eterno es siempre benévolo, infinitamente
paciente y completamente amoroso. Te aceptará totalmente y te colmará de paz. Pero solo se puede unir a lo que ya está en
paz dentro de ti, que es tan inmortal como lo es lo eterno. El cuerpo no puede proporcionarte ni paz ni desasosiego,
ni alegría ni dolor. Es un medio, no un
fin. De por sí no tiene ningún propósito, sino solo el que se le atribuye. El
cuerpo parecerá ser aquello que constituya el medio para alcanzar el objetivo
que tú le asignes. Solo la mente puede fijar propósitos y solo la mente puede
discernir los medios necesarios para su logro, así como justificar su uso.
Tanto la paz como la culpabilidad son estados mentales que se pueden alcanzar. Y esos estados son el hogar de la emoción que
los suscita, que, por consiguiente, es compatible con ellos.
11. Examina, entonces, qué
es lo que es compatible contigo. Ésta es
la elección que tienes ante ti, y es una elección libre. Y todo lo que radica en ella vendrá con ella,
y lo que crees ser jamás puede estar separado de ella. El cuerpo aparenta ser el gran traidor de la
fe. En él residen la desilusión y las
semillas de la falta de fe, mas solo si le pides lo que no puede dar. ¿Puede
acaso ser tu error causa razonable para la depresión, la desilusión y el ataque
como represalia contra lo que crees que te ha fallado? No uses tu error para
justificar tu falta de fe. No has
pecado, pero te has equivocado con respecto a lo que significa tener fe. Mas la corrección de tu error te dará motivos
para tener fe.
12. Es imposible tratar de
obtener placer a través del cuerpo y no hallar dolor. Es esencial que esta
relación se entienda, ya que el ego la considera la prueba del pecado. En realidad no es punitiva en absoluto. Pero sí es el resultado inevitable de
equipararte con el cuerpo, lo cual es la invitación al dolor. Pues le abre las puertas al miedo, haciendo
que se convierta en tu propósito. La
atracción de la culpabilidad no puede sino entrar con él, y cualquier
cosa que el miedo le ordene hacer al cuerpo es, por lo tanto, dolorosa. El cuerpo compartirá el dolor de todas las
ilusiones, y la ilusión de placer se experimentará como dolor.
13. ¿No es acaso esto
inevitable? El cuerpo, a las órdenes del miedo, irá en busca de culpa y servirá
a su amo, cuya atracción por la culpabilidad mantiene intacta toda la ilusión
de su existencia. En esto consiste, pues, la atracción del dolor. Regido por esta percepción, el cuerpo se
convierte en el siervo del dolor, lo persigue con un gran sentido del deber y
acata la idea de que el dolor es placer. Ésta es la idea que subyace a la excesiva importancia
que el ego le atribuye al cuerpo. Y
mantiene oculta esta relación demente, si bien, se nutre de ella. A ti te
enseña que el placer corporal es felicidad. Mas a sí mismo se susurra: “Es la
muerte”.
14. ¿Por qué razón es el cuerpo
tan importante para ti? Aquello de lo
que se compone ciertamente no es valioso. Y es igualmente cierto que no puede
sentir nada. Te transmite las sensaciones que tú deseas. Pues el cuerpo, al igual que cualquier otro
medio de comunicación, recibe y transmite los mensajes que se le dan. Pero
éstos le son completamente indiferentes. Todos los sentimientos con los que se
revisten dichos mensajes los proporcionan el emisor y el receptor. Tanto el ego
como el Espíritu Santo reconocen esto, y ambos reconocen también que aquí el
emisor y el receptor son uno y lo mismo.
El Espíritu Santo te dice esto con alegría. El ego te lo oculta, pues no
quiere que seas consciente de ello.
¿Quién transmitiría mensajes de odio y de ataque si entendiera que se los
está enviando a sí mismo? ¿Quién se
acusaría, se declararía culpable y se condenaría a sí mismo?
15. El ego siempre
proyecta sus mensajes fuera de ti, al creer que es otro y no tú el que ha de
sufrir por tus mensajes de ataque y culpa. E incluso si tú sufres, el otro ha
de sufrir aún más. El supremo embaucador reconoce que esto no es verdad, pero
como “enemigo” de la paz que es, te incita a que proyectes todos tus mensajes
de odio y así te liberes a ti mismo. Y para convencerte de que esto es posible,
le ordena al cuerpo que busque dolor en el ataque contra otro, lo llame placer
y te lo ofrezca como tu liberación del ataque.
16. No hagas caso de su
locura ni creas que lo imposible es verdad. No olvides que el ego ha consagrado
el cuerpo al objetivo del pecado y que tiene absoluta fe de que el cuerpo puede
lograrlo. Sus sombríos discípulos entonan incesantemente alabanzas al cuerpo,
en solemne celebración del poderío del ego. No hay ni uno solo que no crea que
sucumbir a la atracción de la culpabilidad es la manera de escaparse del
dolor. Ni uno solo de ellos puede dejar
de identificarse a sí mismo con su propio cuerpo, sin el que moriría, pero
dentro del cual, su muerte es igualmente inevitable.
17. Los discípulos del ego
no se dan cuenta de que se han consagrado a sí mismos a la muerte. Se les ha
ofrecido la libertad, pero no la han aceptado, y lo que se ofrece se tiene también
que aceptar para que sea verdaderamente dado. Pues el Espíritu Santo es también
un medio de comunicación, que recibe los mensajes del Padre y se los ofrece al
Hijo. Al igual que el ego, el Espíritu Santo es a la vez emisor y receptor.
Pues lo que se envía a través de Él retorna a Él, buscándose a sí mismo en el
trayecto y encontrando lo que busca. De igual manera, el ego encuentra la
muerte que busca y te la devuelve.
C.
El tercer obstáculo: La atracción de la muerte
1. A ti y a tu hermano, en
cuya relación especial el Espíritu Santo entró a formar parte, se les ha
concedido liberar —y ser liberados—del culto a la muerte. Pues esto fue lo que
se les ofreció y ustedes lo aceptaron. No obstante, tienen que aprender más
acerca de este extraño culto, pues encierra el tercer obstáculo que la paz debe
superar. Nadie puede morir a menos que elija la muerte. Lo que parece ser el
miedo a la muerte es realmente su atracción. La culpa es asimismo algo temido y
temible. Mas no ejerce ningún poder, excepto sobre aquellos que se sienten atraídos
por ella y la buscan. Y lo mismo ocurre con la muerte. Concebida por el ego, su
tenebrosa sombra se extiende sobre todo ser vivo porque el ego es el “enemigo”
de la vida.
2. Mas una sombra no puede
matar. ¿Qué es una sombra para los que
viven? Basta con que la pasen de largo para
que desaparezca. ¿Y qué ocurre con aquellos cuya consagración es no vivir; los
“pecadores” enlutados, el lúgubre coro del ego, quienes se arrastran
penosamente en dirección contraria a la vida, tirando de sus cadenas y marchando
en lenta procesión en honor de su sombrío dictador, señor y amo de la muerte?
Toca a cualquiera de ellos con las dulces manos del perdón y observa cómo
desaparecen sus cadenas junto con las tuyas. Ve cómo se despoja del ropaje de luto con el
que iba vestido a su propio funeral y óyele reírse de la muerte. Gracias a tu
perdón puede escapar de la sentencia que el pecado quería imponerle. Esto no es
arrogancia. Es la Voluntad de Dios. ¿Qué podría ser imposible para ti que
elegiste que Su Voluntad fuese la tuya? ¿Qué significado podría tener la muerte
para ti? Tu dedicación no es a la muerte ni a su amo. Cuando aceptaste el
glorioso propósito del Espíritu Santo en vez de el del ego, renunciaste a la
muerte y la substituiste por la vida. Ya sabemos que ninguna idea abandona su
fuente. Y la muerte es el resultado del pensamiento
al que llamamos ego, tan inequívocamente como la vida es el resultado del
Pensamiento de Dios.
i.
El cuerpo incorruptible
3. El pecado, la culpa y
la muerte se originaron en el ego, en clara oposición a la vida, a la inocencia
y a la Voluntad de Dios Mismo. ¿Dónde
puede hallarse semejante oposición, sino en las mentes enfermizas de los desquiciados,
que se han consagrado a la locura y se oponen firmemente a la paz del Cielo?
Pero una cosa es segura: Dios, que no creó ni el pecado ni la muerte, no
dispone que tú estés aprisionado por ellos. Pues Él no conoce el pecado ni sus
resultados. Las figuras amortajadas que marchan en la procesión fúnebre no lo
hacen en honor de su Creador, Cuya Voluntad es que vivan. No están acatando Su
Voluntad, sino oponiéndose a ella.
4. ¿Y qué es ese cuerpo
vestido de negro que quieren enterrar? Es un cuerpo que ellos consagraron a la
muerte, un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, ofrecido a éste para
que se cebe en él y, de este modo, siga viviendo; algo condenado, maldecido por
su hacedor y lamentado por todos los miembros de la procesión fúnebre que se
identifican con él. Tú que crees haber sentenciado al Hijo de Dios a esto eres
arrogante. Pero tú que quieres liberarlo no haces sino honrar la Voluntad
de su Creador. La arrogancia del pecado, el orgullo de la culpa, el sepulcro de
la separación son todos parte de tu consagración a la muerte, lo cual aún no
has reconocido. La purpurina de culpa con la que revestiste al cuerpo no haría
sino destruirlo. Pues lo que el ego ama, lo mata por haberle obedecido. Pero no
puede matar a lo que no lo obedece.
5. Tienes otra
consagración que puede mantener al cuerpo incorrupto y en perfectas condiciones
mientras sea útil para tu santo propósito. El cuerpo es tan incapaz de morir
como de sentir. No hace nada. De por sí, no es ni corruptible ni incorruptible.
No es nada. Es el resultado de
una insignificante y descabellada idea de corrupción que puede ser corregida. Pues Dios ha contestado a esta idea demente
con una idea Suya, una Respuesta que no se ha alejado de Él y que, por lo
tanto, lleva al Creador a la conciencia de toda mente que haya oído Su
Respuesta y la haya aceptado.
6. A ti que estás dedicado
a lo incorruptible se te ha concedido, mediante tu aceptación, el poder de
liberar de la corrupción. ¿Qué mejor
manera puede haber de enseñarte el primer principio fundamental de un curso de milagros,
que mostrándote que el que parece ser más difícil se puede lograr primero? El
cuerpo no puede hacer otra cosa que servir a tu propósito. Tal como lo
consideres, eso es lo que te parecerá que es. La muerte, de ser real, supondría
la ruptura final y absoluta de la comunicación, lo cual es el objetivo del ego.
7. Aquellos que tienen
miedo de la muerte no ven con cuánta frecuencia y con cuánta fuerza claman por
ella, implorándole que venga a salvarlos de la comunicación. Pues consideran
que la muerte es un refugio: el gran salvador tenebroso que libera de la luz de
la verdad, la respuesta a la Respuesta, lo que acalla la Voz que habla en favor
de Dios. Sin embargo, abandonarte a la muerte no pone fin al conflicto. Solo la
Respuesta de Dios es su fin. El obstáculo que tu aparente amor por la muerte supone
y que la paz debe superar parece ser muy grande. Pues en él yacen ocultos todos
los secretos del ego, todas sus insólitas artimañas, todas sus ideas enfermizas
y sus extrañas imaginaciones. En él radica la ruptura final de la unión, el
triunfo de lo que el ego ha fabricado sobre la Creación de Dios, la victoria de
lo que no tiene vida sobre la Vida Misma.
8. Bajo el polvoriento
contorno de su mundo distorsionado, el ego quiere dar sepultura al Hijo de
Dios, a quien ordenó asesinar y en cuya putrefacción reside la prueba de que
Dios Mismo es impotente ante el poderío del ego e incapaz de proteger la vida
que Él creó contra el cruel deseo de matar del ego. Hermano mío, Criatura de
Dios, esto no es más que un sueño de muerte. No hay funeral ni altares tenebrosos;
no hay mandamientos siniestros ni distorsionados ritos de condena a los que el
cuerpo te pueda conducir. No pidas que se te libere de eso. Más bien,
libera al cuerpo de las despiadadas e inexorables órdenes a las que lo sometiste
y perdónalo por lo que tú le ordenaste hacer. Al exaltarlo lo condenaste a
morir, pues solo la muerte podía derrotar a la vida. ¿Y qué otra cosa, sino la demencia, podría
percibir la derrota de Dios y creer que es real?
9. El miedo a la muerte
desaparecerá a medida que la atracción que ejerce ceda ante la verdadera
atracción del amor. El final del pecado, que anida quedamente en la seguridad
de tu relación, protegido por tu unión con tu hermano y listo para convertirse
en una poderosa fuerza al servicio de Dios está muy cerca. El amor protege celosamente
los primeros pasos de la salvación, la resguarda de cualquier pensamiento que
la pudiera atacar y la prepara silenciosamente para cumplir la imponente tarea
para la que se te concedió. Los ángeles dan sustento a tu recién nacido
propósito, el Espíritu Santo le da abrigo y Dios Mismo vela por él. No tiene necesidad
de que lo protejas; él es tu protección. Pues es inmortal, y en él
reside el final de la muerte.
10. ¿Qué peligro puede
asaltar al que es completamente inocente? 2 ¿Qué puede atacar al que está libre
de culpa? ¿Qué temor podría venir a perturbar la paz de la impecabilidad misma?
Si bien lo que se te ha concedido todavía se encuentra en su infancia, está en
completa comunicación con Dios y contigo. En sus diminutas manos se encuentran,
perfectamente a salvo, todos los milagros que has de obrar y te los ofrece. El
milagro de la vida es eterno, y aunque ha nacido en el tiempo, se le da
sustento en la eternidad. Contempla a
ese tierno infante, al que diste un lugar de reposo al perdonar a tu hermano, y
ve en él la Voluntad de Dios. He aquí el bebé de Belén renacido. Y todo aquel
que le dé abrigo lo seguirá, no a la cruz, sino a la resurrección y a la vida.
11. Cuando alguna cosa te
parezca ser una fuente de miedo, cuando una situación te llene de pavor y haga
que tu cuerpo se estremezca y que el frio sudor del terror lo envuelva,
recuerda que siempre es por la misma razón: el ego ha percibido la
situación como un símbolo de miedo; como un signo de pecado y de muerte. Recuerda entonces que ni el signo ni el
símbolo se deben confundir con su fuente, pues deben representar algo distinto
de ellos mismos. Su significado no puede residir en ellos, sino que se debe
buscar en aquello que representan. Y así, puede que no signifiquen nada o que
lo signifiquen todo, dependiendo de la verdad o falsedad de la idea que
reflejan. Cuando te enfrentes con tal aparente incertidumbre con respecto al
significado de algo, no juzgues la situación. Recuerda la santa Presencia de
Aquel que se te dio para que fuera la Fuente del juicio. Pon la situación en
Sus manos para que Él la juzgue por ti y di:
Te
entrego esto para que lo examines y juzgues por mí.
Que
no lo vea como un signo de pecado y de muerte ni lo use para destruir.
Enséñame
a no hacer de ello un obstáculo para la paz, sino a dejar que Tú lo uses
por mí para facilitar su llegada.
D.
El cuarto obstáculo: El temor a Dios
1. ¿Qué verías si no
tuvieras miedo de la muerte? ¿Qué sentirías y pensarías si la muerte no te
atrajera? Simplemente recordarías a tu Padre. Recordarías al Creador de la
Vida, la Fuente de todo lo que vive, al Padre del universo y del universo de
los universos, así como de todo lo que se encuentra más allá de ellos. Y conforme
esta memoria surja en tu mente, la paz tendrá todavía que superar el obstáculo
final, tras el cual se consuma la salvación y al Hijo de Dios se le restituye
completamente la cordura. Pues ahí acaba tu mundo.
2. El cuarto obstáculo a
superar pende como un denso velo ante la faz de Cristo. No obstante, a medida
que Su faz se revela tras él, radiante de júbilo porque Él mora en el Amor de
Su Padre, la paz descorrerá suavemente el velo y se apresurará a encontrarse
con Él y a unirse finalmente a Él. Pues este velo obscuro, que hace que la faz
de Cristo se asemeje a la de un leproso y que los radiantes rayos del Amor de
Su Padre que iluminan Su rostro con gloria parezcan chorros de sangre, se
desvanecerá ante la deslumbrante luz que se encuentra más allá de él una vez
que el miedo a la muerte haya desaparecido.
3. Este velo, que la
creencia en la muerte mantiene intacto y que su atracción protege, es el más
tenebroso de todos. La dedicación a la muerte y a su soberanía no es más que el
voto solemne, la promesa que en secreto le hiciste al ego de jamás descorrer
ese velo, de no acercarte a él y de ni siquiera sospechar que está ahí. Ése es el
acuerdo secreto al que llegaste con el ego para mantener eternamente en el olvido
lo que se encuentra más allá del velo. He aquí tu promesa de no permitir jamás
que la unión te haga abandonar la separación; la profunda amnesia en la que el
recuerdo de Dios parece estar totalmente olvidado; la brecha entre tu Ser y tú:
el temor a Dios, el último paso de tu disociación.
4. Observa cómo la
creencia en la muerte parece “salvarte”. Pues si ésta desapareciera, ¿a qué le
podrías temer sino a la vida? La atracción de la muerte es lo que hace que la
vida parezca ser algo feo, cruel y tiránico. Tu miedo a la muerte no es mayor que
el que le tienes al ego. Ambos son los
amigos que has elegido, ya que en tu secreta alianza con ellos has acordado no
permitir jamás que el temor a Dios se revoque, de manera que pudieras
contemplar la faz de Cristo y unirte a Él en Su Padre.
5. Cada obstáculo que la
paz debe superar se salva de la misma manera: el miedo que lo originó cede ante
el amor que se encuentra detrás y, de este modo, el miedo desaparece. Y lo
mismo ocurre con este último obstáculo. El deseo de deshacerte de la paz y de
ahuyentar al Espíritu Santo se desvanece en presencia del sereno reconocimiento
de que amas a Dios. La exaltación del cuerpo se abandona en favor del Espíritu,
al que amas como jamás podrías haber amado al cuerpo. Y la atracción de la
muerte desaparece para siempre a medida que la atracción del amor despierta en
ti y te llama. Desde más allá de cada uno de los obstáculos que te impiden amar,
el Amor Mismo ha llamado. Y cada uno de ellos ha sido superado mediante el
poder de atracción que ejerce lo que se encuentra tras ellos. El hecho de que
desearas el miedo era lo que hacía que parecieran insuperables. Mas cuando
oíste la Voz del Amor tras los obstáculos, contestaste y éstos desaparecieron.
6. Y ahora te encuentras
aterrorizado ante lo que juraste no volver a mirar nunca más. Bajas la vista,
al recordar la promesa que les hiciste a tus “amigos”. La “belleza” del pecado, la sutil atracción de
la culpabilidad, la “santa” imagen encerada de la muerte y el temor de la
venganza del ego a quien le juraste con sangre que no lo abandonarías, se alzan
todos, rogándote que no levantes la mirada. Pues te das cuenta de que si miras
ahí y permites que el velo se descorra, ellos desaparecerían para
siempre. Todos tus “amigos”, tus “protectores” y tu “hogar” se desvanecerían. No
recordarías nada de lo que ahora recuerdas.
7. Te parece que el mundo
te abandonaría por completo solo con que alzases la mirada. Sin embargo, lo
único que ocurriría es que serías tú quien lo abandonaría para siempre. En esto
consiste el restablecimiento de tu voluntad. Mira con los ojos bien abiertos a eso que
juraste no mirar, y nunca más creerás que estás a merced de cosas que se
encuentran más allá de ti, de fuerzas que no puedes controlar o de pensamientos
que te asaltan en contra de tu voluntad. Tu voluntad es mirar ahí. Ningún deseo desquiciado, ningún impulso
trivial de volverte a olvidar, ninguna punzada de miedo ni el frío sudor de lo
que aparenta ser la muerte pueden oponerse a tu voluntad. Pues lo que te atrae
desde más allá del velo es algo que se encuentra muy profundo dentro de ti, algo
de lo que no estás separado y con lo que eres completamente uno.
i.
El descorrimiento del velo
8. No olvides que tú y tu
hermano han llegado hasta aquí juntos. Y ciertamente no fue el ego el que los
guió.
Ningún obstáculo a la paz
se puede superar con su ayuda. El ego no revela sus secretos ni te pide que los
examines y los trasciendas. No quiere que veas su debilidad ni que te des
cuenta de que no tiene poder alguno para mantenerte alejado de la verdad. El
Guía que les condujo hasta aquí aún está con ustedes, y cuando alcen la vista
estarán listos para mirar cara a cara al terror sin temor alguno. Pero primero,
alza la vista y contempla a tu hermano con inocencia nacida del completo perdón
de sus ilusiones y a través de los ojos de la fe que no las ve.
9. Nadie puede enfrentarse
al temor a Dios sin experimentar terror, a menos que haya aceptado la Expiación
y haya aprendido que las ilusiones no son reales. Nadie puede enfrentarse a este
obstáculo solo, pues no habría podido llegar a este punto si su hermano no lo
hubiera acompañado. Y nadie se atrevería a enfrentarse a dicho temor sin haber
perdonado a su hermano de todo corazón. Quédate ahí un rato, pero sin temblar.
Ya estás listo. Unámonos en un instante santo, aquí, en este lugar al que el
propósito que se te señaló en un instante santo te ha conducido. Y unámonos con
la fe de que Aquel que nos condujo a todos juntos hasta aquí también te
ofrecerá la inocencia que necesitas, consciente de que la aceptarás por mi amor
y por el Suyo.
10. No es posible tampoco
enfrentarse a esto demasiado pronto. Éste es el lugar al que todo el mundo
tiene que llegar cuando esté listo. Una vez que ha encontrado a su hermano está
listo. Sin embargo, llegar simplemente hasta ahí no es suficiente. Pues una
jornada desprovista de propósito sigue siendo algo absurdo e incluso cuando ha
concluido no parece haber tenido sentido alguno. ¿Cómo podrías saber que ha
finalizado a menos que te dieras cuenta de que su propósito se ha consumado? Ahí,
con el final de la jornada ante ti, es cuando ves su propósito. Y es ahí
donde eliges hacerle frente al obstáculo o seguir vagando sin rumbo, solo para
tener que regresar y elegir de nuevo.
11. Hacerle frente al
temor a Dios requiere cierta preparación. Solo los cuerdos pueden mirar de frente a la absoluta
demencia y a la locura delirante con piedad y compasión, pero sin miedo. Pues solo
les podría parecer temible si la comparten, y tú la compartes mientras no
contemples a tu hermano con perfecta fe, con perfecto amor y con perfecta
ternura. Mientras no lo perdones completamente, tú sigues sin ser perdonado. Tienes
miedo de Dios porque tienes miedo de tu hermano. Temes a los que no perdonas. Y nadie alcanza el amor con el miedo a su
lado.
12. Este hermano que está
a tu lado todavía te sigue pareciendo un extraño. No lo conoces, y la
interpretación que haces de él es temible. Y lo sigues atacando para mantener a salvo lo
que crees ser. Sin embargo, en sus manos está tu salvación. Ves su locura, que
detestas porque la compartes con él. Y
toda la piedad y el perdón que la curaría dan paso al miedo. Hermano, necesitas
perdonar a tu hermano, pues juntos compartirán la locura o el Cielo. Y juntos alzarán la mirada con fe o no la
alzarán en absoluto.
13. A tu lado se encuentra
uno que te ofrece el cáliz de la Expiación, pues el Espíritu Santo está en él. ¿Preferirías
guardarle rencor por sus pecados o aceptar el regalo que te hace? ¿Es este portador de salvación tu amigo o tu
enemigo? Decide cuál de esas dos cosas es, sin olvidar que lo que has de recibir
de él dependerá de lo que elijas. Él tiene el poder de perdonar tus pecados,
tal como tú tienes el de perdonar los suyos. Ninguno de ustedes puede conferirse
ese poder a sí mismo. Su salvador, no obstante, se encuentra al lado de cada uno
de ustedes. Deja que él sea lo que es, y no trates de hacer del amor tu
enemigo.
14. Contempla a tu Amigo,
al Cristo que está a tu lado. ¡Qué santo y hermoso es! Pensaste que había
pecado porque arrojaste sobre Él el velo del pecado para ocultar Su hermosura.
A pesar de ello, Él te sigue extendiendo el perdón para que compartas con Él Su
santidad. Este “enemigo”, este “extraño”, te sigue ofreciendo la salvación por
ser tu Amigo. Los “enemigos” de Cristo, los adoradores del pecado, no saben a Quién
atacan.
15. Éste es tu hermano,
que ha sido crucificado por el pecado y que aguarda para ser liberado del
dolor. ¿No le concederías tu perdón, cuando él es el único que te lo puede
conceder a ti? A cambio de su redención,
él te dará la tuya, tan indudablemente como que Dios creó cada ser vivo y lo
ama. Y te la dará de verdad, pues la redención será ofrecida así como recibida.
No hay gracia del Cielo que no puedas ofrecerle a tu hermano y recibir de tu
santísimo Amigo. No permitas que te la niegue, pues al recibirla se la ofreces
a él. Y él recibirá de ti lo que tú recibiste de él. La redención se te ha
concedido para que se la des a tu hermano y para que de esta manera la recibas.
Liberas al que perdonas, y participas de lo que das. Perdona los pecados que tu hermano cree haber
cometido, así como toda la culpa que crees ver en él.
16. Éste es el santo lugar
de resurrección, al que venimos de nuevo y al que retornaremos hasta que la
redención se haya consumado y recibido. Antes de condenar a tu hermano,
recuerda Quién es él. Y da gracias a
Dios de que sea santo y de que se le haya dado el regalo de la santidad para
ti. Únete a él con alegría, y elimina todo vestigio de culpa de su perturbada y
torturada mente. Ayúdale a levantar la pesada carga de pecado que echaste sobre
sus hombros y que él aceptó como propia, y arrójala lejos de él sonriendo
felizmente. No lo oprimas contra su
frente como si fuese una corona de espinas ni lo claves a ella, dejándolo
irredento y sin esperanzas.
17. Ten fe en tu hermano,
pues la fe, la esperanza y la misericordia son tuyas para que las des. A las
manos que dan, se les da el regalo. Contempla a tu hermano, y ve en él el
regalo de Dios que quieres recibir. Ya es casi la Pascua, la temporada de la
resurrección. Concedámonos la redención unos a otros y compartámosla, para podernos
levantar unidos en la resurrección y no separados en la muerte. Contempla el
regalo de libertad que le di al Espíritu Santo para ti. Libérense juntos, al
ofrecerle al Espíritu Santo ese mismo regalo. Y al dárselo, recíbanlo de Él a
cambio de lo que le dieron. Él nos conduce a ti y a mí para que nos podamos encontrar
aquí, en este sagrado lugar, y juntos tomar la misma decisión.
18. Libera a tu hermano
aquí, tal como yo te liberé a ti. Hazle el mismo regalo y contémplalo sin
ninguna clase de condena. Considéralo tan inocente como yo te considero a ti, y
pasa por alto los pecados que él cree ver en
sí mismo. Ofrécele su libertad y completa emancipación del pecado en este
huerto de aparente agonía y muerte. De esta manera, allanaremos juntos el
camino que conduce a la resurrección del Hijo de Dios y le permitiremos elevarse
de nuevo al feliz recuerdo de su Padre, Quien no conoce el pecado ni la muerte,
sino solo la vida eterna.
19. Juntos desapareceremos
en la Presencia que se encuentra detrás del velo, no para perdernos, sino para encontrarnos
a nosotros mismos; no para que se nos vea, sino para que se nos conozca. Y al
gozar de Conocimiento, no quedará nada sin hacer en el plan de salvación que
Dios estableció. Éste es el propósito de la jornada, sin el cual ésta no
tendría sentido. He aquí la Paz de Dios, que Él te dio para siempre. He aquí el
descanso y la quietud que buscas, la razón de la jornada desde su comienzo. El Cielo es el regalo que le debes a tu
hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de
agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó.
20. Piensa detenidamente
cómo vas a considerar al dador de este regalo, pues tal como lo consideres a
él, así mismo te parecerá el regalo. Según
lo consideres, ya sea como el portador de la culpabilidad o como el de la salvación,
así verás y recibirás su ofrenda. Los crucificados infligen dolor porque están
llenos de dolor. Pero los redimidos ofrecen alegría porque han sido curados del
dolor. Todo el mundo da tal como recibe, pero primero tiene que elegir qué es lo
que quiere recibir. Y reconocerá lo que ha elegido por lo que da y por
lo que recibe. Y no hay nada en el
infierno o en el Cielo que pueda interferir en su decisión.
21. Has llegado hasta este
punto porque elegiste emprender la jornada. Y nadie emprende nada que crea que
es insensato. Aquello en lo que tenías fe sigue siendo fiel, y te cuida con fe
tan tierna y, al mismo tiempo, tan poderosa, que te elevará muy por encima del
velo y pondrá al Hijo de Dios a salvo dentro de la segura protección de su
Padre. He aquí el propósito que le confiere a este mundo y a la larga jornada a
través de él el único significado que pueden tener. Aparte de esto, no tienen sentido. Tú y tu
hermano se alzan juntos, todavía sin la convicción de que el mundo y la jornada
tienen un propósito. Mas les es dado el poder ver este propósito en su santo
Amigo y reconocerlo como propio.
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